El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




jueves, 4 de agosto de 2022

Ocurrió en Lima (Capítulo I, parte 3)

 




Durante un momento permanecimos en silencio, hasta que Ángel comentó:

-    ¡Cuánta grandeza!, y aún hay personas que no creen en Dios.

-    Si, -contesté, afirmando, también, con la cabeza, sobre todo por lo de la grandeza, porque el tema de Dios ya eran palabras mayores.

-    Pero no es momento de hablar de Dios, -Ángel movió la cabeza como si acabara de despertar- ahora estábamos hablando de ti y de tu pareja.

-    Es muy graciosa la manera que tienes de presentarlo, -comenté- de lo que si estoy seguro es de que por mucho que discutamos no nos vamos a separar nunca.

-    Supongo que hay aspectos de ti que te gustan y otros que no tanto, ¿es así? –preguntó.

-    Por supuesto, como todo el mundo.

-    Piensa como te sientes cuando estás inmerso en una situación agradable y la diferencia en tu ánimo cuando la situación se torna desagradable.

-    Cuando la situación es agradable el ánimo está por los cielos y cuando es desagradable baja, de inmediato, a los infiernos, por decirlo de una manera gráfica. –La verdad es que es tan obvio que no entendía la razón de su pregunta.

-    ¿Tienes algún poder para cambiar las situaciones desagradables?, -me dice que no es ningún examen, pero no para de hacerme preguntas.

-    No, pero están ahí y, aunque no quiera verlas, el pensamiento se encarga de recordarlo. O, lo que es peor, la realidad de la vida. Es mi caso en la actualidad. Sin trabajo, no sé qué va a ser de mí, no estoy preparado para hacer otras cosas y ni siquiera sé hasta cuando aguantarán mis escasos ahorros. ¿No es un caso trágico de mala suerte? Esto es como estar en los infiernos.

-    El infierno no existe, Antay. Es a este lado de la vida donde se puede encontrar el infierno, ya que el único, el auténtico y verdadero infierno no está después de la muerte, está ahora, en la vida. Está en la persona, está en su mente, pues es ella la que va llevando al ego por los vericuetos del pensamiento, de la emoción y del sentimiento. Es la mente la que, pensamiento a pensamiento, va desgranando ideas, creencias, desgracias, males, sufrimientos y torturas que hacen que la persona sufra un verdadero infierno.

>> Y son esos pensamientos, creencias, males y desgracias las que vive realmente el ego. El dolor del ser humano, el miedo, la ansiedad o la angustia, solo son un producto de su mente, porque nada está ocurriendo, solo es su apreciación. ¿Te parece poco infierno? Cuando el ser humano consiga mantener su mente en silencio habrá alcanzado la dicha.

>> Antay, -en el rostro de Ángel apareció un gesto de preocupación- y de la misma manera que no existe el infierno, no existe la suerte y las coincidencias tampoco. Todo está programado por nosotros antes de venir a la vida. Lo que no está programado es la reacción de cada persona ante esos acontecimientos programados. Y esa reacción depende totalmente del amor que la persona se tiene a sí misma.

-    Discúlpame Ángel, pero no entiendo nada, -y era cierto, es como si me estuviera hablando en otro idioma con palabras que entendía, pero no pasaba de entender las palabras sueltas.

-    Lo sé hijo, lo sé. –dijo Ángel suspirando- irás entendiendo, pero para allanar el camino y que ese entendimiento sea más fácil hay una fórmula: el amor hacia uno mismo. Y te repito que no es egoísmo. Te amas a ti mismo cuando no te juzgas ni te críticas, cuando aceptas tu valía, tus dones y tus carencias, cuando aceptas tu físico, tu inteligencia y tu personalidad, cuando no te comparas con otros, cuando te respetas tanto como respetas a los demás, cuando no permites que los pensamientos negativos campen a sus anchas.

Tengo que reconocer que entendía las palabras y su significado, pero si me lo hubiera explicado en un idioma extranjero hubiera sido lo mismo porque no sabía cómo se podía llevar a la práctica algo como no juzgarse o criticarse uno mismo. ¡Cómo no iba a hacerlo cuando hacía algo que no me satisfacía!, ¡cómo no desear ser tan valioso y tener los dones que tiene otra persona mucho más exitosa que yo!, ¡cómo no ser consciente de mis propias carencias y lamentarme por ello! Reconozco que si hubiera podido elegir mi físico, mi inteligencia o mi personalidad, otro hubiera sido el resultado.

-    Eso suena muy bonito, pero ¿cómo se consigue?, -ya puestos, lo mejor es preguntar por la fórmula.

-    Se consigue con voluntad. Dejando de lado lo que puedan pensar los demás o lo que esperan de nosotros. Será cuando sientas ese amor por ti cuando comiences a experimentar la felicidad, la serenidad y la paz interior y así estarás preparado para amar a los otros. Y tú no lo vas a tener difícil porque practicas algo que es bastante escaso: el respeto.

-    Me dio la sensación de que no eran más que palabras, nada concreto- No sé cómo voy a incrementar el sentimiento de amor que siento por mí. El amor se siente o no se siente, igual que se pueden sentir la alegría o la tristeza. Y si para sentir alegría siempre hay un motivo, igual que lo hay para sentir la tristeza, yo creo que para sentir el amor tiene que ocurrir lo mismo. Por ejemplo, el amor entre padres e hijos, entre abuelos y nietos. Pero, ¿a mí mismo?, no parece que haya motivos. Explícame, por favor –concluí.

-    Partes de una premisa falsa Antay, el amor no es un sentimiento.

-    No suelo ser muy irónico, pero al escuchar la afirmación de Ángel sobre el amor, me salió del alma- Si, y ahora es de noche. -de inmediato fui consciente de mi falta de respeto y añadí- perdón, Ángel, perdón. Es que es la primera vez que escucho algo parecido y me resulta, digamos que extraño.

Si mi pensamiento sobre el amor es que era una tontería y que lo que realmente buscaban las personas era algo para llenar sus vacíos, ¿cómo iba alguien a enamorarse de sí mismo o amarse a sí mismo que, supongo, es la misma cosa?, ¿qué vacío se supone que iba a rellenarme yo mismo?

-    ¿Sabes lo que es la energía? –preguntó.

-    No sé muy bien, ¿es una fuerza que hace que funcionen las cosas? –Es curioso, utilizamos palabras y sabemos, más o menos, cuál es su utilidad pero no sabemos definirlas.

-    Está bien, es una buena definición. Y ¿cuál crees que son esas cosas que funcionan mediante esa fuerza?

-    Supongo que las máquinas, ¿no? –la verdad es que estaban siendo preguntas muy difíciles.

-    Si, las máquinas y algo más. ¿cómo crees que funciona tu cuerpo?

-    ¿Con energía? –pregunté.

-    Exacto. Tu cuerpo, también, es una máquina.

-    Y ¿dónde está esa energía? –seguí preguntando.

-    En ti, en mí, en todos los seres humanos.

-    Sí, pero ¿en qué lugar se encuentra? –yo nunca la había visto ni sabía de su existencia.

-    ¿Puedes ver el olor de una flor?

-    No –que preguntas tan extrañas me estaba haciendo, me preguntaba donde querría llegar.

-    No puedes ver el olor de una flor, pero la hueles. Tampoco puedes ver el viento, pero lo notas en tu cuerpo. No ves el aire que respiras y vives gracias a él. La energía es igual, no la ves, pero es tan importante como el aire que respiras. –y concluyó, como siempre con una pregunta- ¿sabes que es el aura?

-    He oído hablar de ella. Es algo que rodea a nuestro cuerpo, pero no puedo decir más.

-    Es correcto. Pues en el aura está una parte de la energía con la que alimentas tu cuerpo. Otra parte llega con tu respiración y otra con los alimentos. Por lo tanto la calidad de la energía con la que alimentas tu cuerpo tiene que ver con la calidad de la comida que ingieres, la calidad del aire que respiras y la calidad de la energía de tu aura. De las tres eres responsable.

Y después de su disertación Ángel se quedó tan fresco, dejándome a mí, cada vez, con más dudas. Espero que esto no llegue muy lejos, porque yo soy feliz en mi ignorancia y con mi practicismo y no termino de entender muy bien, porque me explica todo esto y para que me pueda servir. Yo sólo le presté ayuda, sin ningún interés, sin esperar nada a cambio.

-    Cómo yo seguía con mi pensamiento, sin responder, Ángel continuó preguntando- ¿sabes de donde procede la energía de tu aura?

-    No tengo ni idea – y era cierto.

-    Tus pensamientos son energía y esa energía se almacena ahí, en el aura. En función de cómo sean tus pensamientos así serán tus emociones y tus sentimientos. Por lo tanto, el amor, el miedo, la ira, la rabia, la soledad, la tristeza, la alegría y un sinfín de emociones más son energía, producto de tus pensamientos. ¿Lo entiendes?, ¿me sigues? –y se quedó mirando mi cara de póker esperando que dijera alguna cosa.

-    Bueno, entiendo lo que dices, pero ¿qué hago con eso?, no sé para que pueda servirme, -cada vez entendía menos la razón por la que me contaba esto.

-    Te lo voy a decir en una frase que decía Buda: “Somos lo que pensamos”. Es decir, que si piensas en el miedo tendrás miedo y si piensas en la felicidad serás feliz.

-    O sea que si pienso que tengo dinero seré rico, -esto es lo primero que escuchaba, y aunque a mí no me pareciera muy coherente, al menos, era agradable de oír.

-    Más o menos, pero deja el tema del dinero ahora, piensa en que sucedería si te amaras.

-    No sé, -realmente no tenía la menor idea de que podía pasar.

-    Piensa, por ejemplo, en el amor que sentías por tus padres. ¿Cuáles eran las consecuencias de ese amor? –y sin esperar mi respuesta continuó con su exposición- no solo no querías que les ocurriera nada, sino que deseabas lo mejor para ellos, ¿es así?

Por un momento pensé en mis padres.

Puedes leer el capítulo I completo en la página LIBRO, Ocurrió en Lima

lunes, 1 de agosto de 2022

Ocurrió en Lima (Capítulo I, parte 2)



    Joven, por favor, ¿me puedes ayudar?

Yo, que iba mirando al piso, absorto en mis pensamientos, organizando mentalmente mi curriculum para presentarlo a diferentes empresas después de que la empresa, donde había trabajado durante los últimos diez años, cerrara por quiebra, levanté la cabeza buscando al responsable de la petición de ayuda.

Era un hombre mayor, de edad indefinida. Entre sesenta y ochenta años, podía tener cualquier edad, de, aproximadamente, un metro ochenta de estatura, cabello blanco y cuidada barba, también blanca. Con la espalda tan recta que bien parecía que se había tragado un sable, vestido con un pantalón vaquero y un anorak, ambos negros, y una camisa blanca, completando su atuendo con una bufanda anudada al cuello.

Estaba apoyado en el muro que separa el paseo, del acantilado, en el Malecón Cisneros.

Eran las diez de la mañana de un lunes de agosto. En pleno invierno limeño, la neblina, que impedía ver el océano, desprendía una garúa más que persistente. Esa era, sin ninguna duda, la razón por la que en el tramo del paseo donde nos encontrábamos no hubiera más personas que el señor que demandaba ayuda, un miembro del serenazgo de Miraflores, bastantes metros por delante de nosotros, aunque a él no le quedaba más remedio porque estaba trabajando, y yo. 

Me acerqué hasta el hombre, que parecía tener problemas para respirar normalmente, y le pregunté:

-    ¿En qué le puedo ayudar, señor?, ¿se encuentra bien?

-    No, no me encuentro muy bien hijo, -respondió de manera entrecortada y, tomando una respiración profunda, continuó- ¿me puedes ayudar a acercarme al banco para sentarme un momento?

Los bancos del paseo se encontraban tan mojados, en ese momento, por la fina lluvia que estaba cayendo, que sentarse en ellos era como sentarse encima de un charco, y se lo hice saber

-    Los bancos están muy mojados, señor. Si se sienta ahí le va a entrar la humedad hasta los huesos.

-    Acércame, por favor, necesito sentarme un momento. No te preocupes, tengo unas bolsas de plástico,-dijo mientras sacaba de su bolsillo dos bolsas de supermercado.

 Tomé las bolsas mientras me acerqué a él con el brazo doblado para que se agarrara. Así lo hizo, se agarró a mi brazo y comenzamos a caminar, lentamente, la poca distancia que nos separaba del banco más cercano. Coloqué una bolsa en el banco, con él aun agarrado a mi brazo, y le ayudé a sentarse.

Parecía aliviado, pero pensé que no podía dejarle allí solo en mitad de la neblina, y como aún tenía la otra bolsa, que él me había dado, la coloqué en el banco y me senté a su lado.

-    No, por favor, -protestó- ya te he entretenido demasiado y tendrás cosas que hacer. A mí se me va a pasar en un momento, ya me ha ocurrido otras veces, y sé que en unos minutos estaré como nuevo.

-    No se preocupe por mí, en realidad, no tengo nada que hacer -y era la pura verdad, porque si estaba caminando por el malecón con ese tiempo infernal era porque la soledad de la casa me ahogaba.

-    Gracias –respondió, quedando, a continuación, en silencio tratando de recuperar el ritmo normal de la respiración.

Respeté su silencio observándole mientras se reponía. Había algo en él que, no sabría explicar pero, hacía que me sintiera muy cómodo a su lado. Sus brillantes ojos azules eran como un imán.

La verborrea de mi pensamiento encontró, de inmediato, en nuestro silencio, un resquicio para explicar las razones por las que me sentía cómodo: “llevas tanto tiempo solo que con cualquier compañía hace que sientas esa comodidad”. Y, también, con la misma rapidez con la que el pensamiento presentaba sus razones mi yo consciente comenzaba a rebatirlas. Era un juego que hacía de manera permanente, hablar con mi pensamiento, supongo que como todo el mundo: “no es cierto que me sienta cómodo con cualquier compañía, porque entonces también me pasaría con la señora de la tienda de abarrotes, que está frente a mi casa, donde compro, a veces, algunas cosas que me faltan, y con ella no solo no me siento cómodo, sino que hasta me cuesta ser amable. Con este señor, del que ni tan siquiera sé su nombre, me siento cómodo porque sí”.

-    Como si estuviera leyendo mi pensamiento mi compañero de banco rompió el silencio- Ya me estoy recuperando. Por cierto, mi nombre es Ángel.

-    Yo me llamo Antay, -respondí.

-    Es un hermoso nombre inca, ¿sabes qué significa?, -preguntó.

-    Creo que tiene dos significados, uno que es de cobre y otro que significa renacer. A mí me quedan bien las dos, para el físico el cobre, porque no se puede decir que sea muy blanquito y en cuanto a lo etérico me gusta eso de renacer.

-    Como el ave Fénix, -apostillo Ángel- que renace de sus cenizas. En realidad, el ave Fénix es un símbolo de fuerza, de purificación, de inmortalidad y de renacimiento físico y espiritual, de transformación, regeneración, memoria, serenidad y resiliencia.

-    No conocía tanto, -me excusé con mi interlocutor- solo sabía que renacía de sus cenizas.

-    La verdad, -siguió Ángel con expresión pensativa- es que todos los seres humanos somos como él, porque venimos a la vida a realizar una transformación, una especie de renacimiento espiritual.

Volvimos al silencio. No entendía que quería decir. Nunca me había planteado para que nacemos y, por supuesto, eso de la transformación y del renacimiento, de poco me valía entender el significado de las palabras, porque no sabía cómo aplicarlas a nuestra vida como seres humanos.

Aunque no me vendría nada mal, ahora, ser como el ave Fénix y renacer de mis cenizas. Había estado trabajando los últimos diez años en una empresa de venta de productos informáticos que, sin saber cómo, cerró por falta de liquidez. Ninguno nos explicamos la causa, teniendo en cuenta que la empresa se iba manteniendo bastante dignamente, durante tiempo, con sus problemas, como muchas empresas. Todo parece indicar que el dueño, al que cada vez se le veía menos por la empresa, había dilapidado, no solo, su propio capital, sino que, también, había hipotecado la empresa y la presión de los acreedores hizo imposible su continuidad. En esa especie de renacimiento estaba, planificando mi curriculum, cuando me encontré con Ángel.   

La garúa había dejado de caer y supongo que sería por eso por lo que no sentía tanto la humedad, aunque, en realidad, era como si estuviera sentado sobre algo caliente y subiera una especie de suave calor que no solo envolvía mi cuerpo sino que entraba en mi interior calentando cada célula. Hasta toqué la bolsa de plástico, sobre la que estaba sentado, para ver si era el origen del confortable calor, pero no, estaba más que fría, estaba helada.

-    Ya estoy bien, -dijo Ángel sacándome de mis elucubraciones- agradezco infinito tu ayuda. ¿Me permites que te invite a un café?, nos irá bien para entrar en calor.

-    No tiene que agradecerme –contesté- ha sido un placer haber servido para algo y…

-    Me interrumpió con una pregunta- ¿Cómo dices eso de haber servido para algo?, sirves para mucho. No parece que tengas mucho aprecio por ti mismo.

-    Me sorprendió tanto la pregunta que solo atiné a decir- No sé.

-    ¿Qué me dices del café? –volvió a preguntar.

-    Si, vayamos nos irá bien.

Nos levantamos del banco. Él mismo recogió las bolsas de plástico, sobre las que habíamos estado sentados, para hacer una pelota con ellas y, acercándose a la papelera que estaba junto al banco, las arrojó en ella.

-    Así que no sabes si te tienes aprecio, -comentó mientras enfilábamos, caminando lentamente, hacia el Parque del Amor donde había un puesto de bebidas y podríamos tomar nuestro café.

-    La verdad es que nunca había pensado en eso de tenerme aprecio a mí mismo. Supongo que sí me debo de apreciar, porque me gusta vivir bien y no quiero enfermar, -no se me ocurría ningún otro motivo para justificar el aprecio que me tenía a mí mismo y continué con una pregunta- ¿eso no sería egoísmo?

-    Egoísmo sería si solo te ocuparas de tu propio interés y, sobre todo, de tu propio beneficio, sin atender las necesidades del resto. Sería egoísmo si trataras a los demás como si no existieran, o como si sus preocupaciones no te importaran. La forma más básica de egoísmo es la búsqueda de la supervivencia del yo. Sin embargo, no solo está relacionado con la supervivencia biológica, sino también con el logro de los objetivos vitales y la oportunidad de reafirmar nuestra autenticidad como individuos. No parece muy egoísta que hayas estado media hora sentado en un banco mojado, con un extraño, solo por acompañarme. ¿No crees?

-    No sabía que decir- No sé. –parecía tonto con mis respuestas- Supongo que si usted lo dice tendrá razón. No creo tener el suficiente conocimiento ni criterio, en esta materia, para valorar si soy egoísta o no.

-    Ángel detuvo su caminar y volvió a la pregunta inicial- ¿No sabes si te tienes aprecio?, -y mirándome a los ojos me lanzó una retahíla de preguntas- ¿Crees en ti?, ¿aprecias tu valía?, ¿te respetas?, ¿te valoras adecuadamente?, en definitiva, ¿te amas?

No estaba acostumbrado a conversaciones tan extrañas que entraran a valorar mis sentimientos o mis emociones. Mis temas de conversación siempre trataban de asuntos laborales, de política, de futbol, del tiempo o de lo que había hecho el fin de semana. Tengo treinta y siete años, sigo soltero, sin compromiso, mis padres murieron hace ya algunos años y no tengo más familia que una tía y unos primos que están repartidos por el mundo, de los que no tengo noticias hace ya años. Así que permanezco mucho tiempo en soledad y, por lo tanto, en silencio. El único que habla de manera permanente es mi pensamiento, con el que discuto, con bastante frecuencia, pero nunca de asuntos tan profundos como los que me estaba presentando Ángel.

-    Ya veo –prosiguió Ángel, ante mi tardanza en contestar- que nunca te has planteado algo como amarte a ti mismo. Permíteme comenzar por el principio: Estarás conmigo en que hay personas con las que te sientes muy cómodo y no te importa pasar horas en su compañía, mientras que hay otras de las que sientes la necesidad de alejarte. ¿Es así?

-    Si, -contesté- es así. Hace un momento hablando con mi pensamiento llegué a la conclusión de que a su lado me siento muy cómodo y, sin embargo, con la dueña de la tienda de abarrotes que está delante de mi casa, si pudiera comprar desde la calle lo haría para no estar cerca de ella.

-    Es lo que le pasa a todo el mundo. –supongo que entonces cayó en la cuenta de que nos tratábamos diferente y siguió- Pero, por favor, tutéame. No importa que tenga cuarenta años más que tú. El respeto va más allá del tratamiento, y yo, aunque te tutee, te puedo asegurar que siento por ti un respeto infinito.

-    Yo también lo siento por usted. Perdón, por ti. No sé si me acostumbraré a decirte de tú. –y era cierto. Desde siempre, tengo la costumbre de utilizar el usted con las personas que me parecen de mayor edad a la mía.

-    Y dime, -siguió preguntando. Casi me pareció estar en un examen- ¿Cuál es la persona con las que pasas más tiempo?

-    Esta pregunta era fácil, no tuve que pensarla- No paso tiempo con nadie. Ahora que no trabajo siempre estoy solo. Por eso nos hemos encontrado, ha sido una casualidad, porque hoy me asfixiaba un poco en la casa.

-    Respuesta, doblemente, errónea. Por un lado, no existe nada casual. Asfixiarte ha sido la espoleta para que salieras, seguro que teníamos que encontrarnos y, por otro, piensa bien en eso de que estás solo, -me dijo- piensa bien. ¡Ah!, y tranquilo que no es ningún examen.

¡Qué curioso!, cuando estábamos sentados en el banco y yo pensaba en que no sabía su nombre, casi de inmediato, me dijo que su nombre era Ángel y, ahora, cuando pensaba que parecía un examen, por la cantidad de preguntas extrañas que me estaba haciendo, me dice que esté tranquilo, que no es ningún examen. ¿Podrá leer el pensamiento?

-    Realmente no sabía que tenía que responder- Pues no se me ocurre nada. Por mucho que mire a mí alrededor, ahora que no trabajo, no paso tiempo con nadie.

-    Sí pasas tiempo con alguien. -dijo volviéndose a detener y mirándome a los ojos- Contigo. Pasas contigo veinticuatro horas cada día, desde el instante en que naciste hasta este momento, y seguirás acompañándote hasta el último segundo de tu vida. Llevas contigo ¿cuántos?, ¿treinta y siete años? ¿Qué te parece?

-    Si, -contesté asombrado- Tengo treinta y siete años, ¿cómo lo has sabido? y, sí, mirándolo así, es claro que vivo conmigo.

-    Y ¿qué tal pareja haces contigo?

-    Me hizo gracia la pregunta- Creo que discutimos, de vez en cuando, pero aún no hemos llegado a las manos.

Habíamos llegado al puesto de bebidas. Estaba tan solitario como el paseo por el que llegamos caminando. Su nombre es totalmente adecuado al lugar, se llama “Beso Francés” y no solo se sirven bebidas, también se puede comer. Nos sentamos allí mismo, frente al mar, a tomar nuestro café y seguir con nuestra conversación. La neblina estaba desapareciendo y empezaba a contemplarse el mar. Realmente, esta zona de Lima, es de una belleza inigualable. Estábamos sentados a unos setenta metros sobre el nivel del Océano Pacífico, sobre el acantilado que bordea toda la costa limeña.

domingo, 31 de julio de 2022

Ocurrió en Lima (Capítulo I, parte1)



 

Cuando vives consciente,

cuando vives ahora,

todo es presente.

No existe el tiempo

 

 


1

 

Encuentro en la neblina

 

Ángel y yo terminamos de tomar un café en el puesto de bebidas que se encuentra en el Parque del Amor, en el distrito de Miraflores de Lima. Habíamos permanecido durante casi tres horas enfrascados en una conversación atípica, al menos, para mí, ya que mi interlocutor ponía sobre el tapete aspectos emocionales que nunca, por mi parte, habían sido objeto de debate, ni tan siquiera de debate mental.

Las emociones era como si no existieran en el mapa de mi cuerpo o en el diccionario de mi mente. Yo me sentía bien o mal, alegre o triste, pero siempre encontraba una razón, convincente, para que tal cosa ocurriera. Si pasaba algo no previsto era casualidad, si me daba un golpe en el pie, con una piedra, era mala suerte, si a alguien le tocaba la lotería, algo que a mí nunca me había pasado, era un golpe de buena suerte y si me había quedado sin trabajo, como ahora, era porque el dueño de la empresa era un sinvergüenza, sin escrúpulos.

Todo era debido a la casualidad, a la buena o mala fe de las personas y a la buena o mala suerte.

Para el miedo siempre había un motivo real, igual que para la alegría o la tristeza. La felicidad era algo inexistente, a no ser que se estuviera en posesión de grandes cantidades de dinero, entonces sí que había suficientes motivos para ser feliz. Estaba convencido de que eso que decían algunos de que el dinero no da felicidad, era un eslogan de los pobres para conformarse por su desgracia. Aunque, alguna vez me llegué a preguntar ¿cómo era posible que una persona inmensamente rica pudiera no ser feliz y, además, encontrarse triste o deprimida?

Nunca me planteé si Dios estaba en algún sitio o no. Creía en Él, porque así me lo inculcaron mis padres, pero no iba más allá de la creencia, no como muchas personas, sobre todo los pobres y los enfermos, que le rezaban, le rogaban y le pedían que hiciera llegar algo parecido a una lluvia de dinero o un milagro que les devolviera la salud. Aunque, la verdad es que no sé para qué le pedían si nunca hacía nada. Pero si a ellos les tranquilizaba eso, estaba bien. Yo para tranquilizarme miraba el mar.

Y lo que más gracia me hacía era la tontería del amor. Todos buscando a alguien que les ame para pasar juntos el resto de la vida. Estaba más que claro que eso no funcionaba porque había rupturas, maltratos, engaños, silencios, decepciones y hasta asesinatos. Siempre he creído que lo único que buscan es satisfacer alguna necesidad, ya sea, física o económica, o para tener compañía, o por un cuestionamiento social. A mí nunca me ha pasado esa tontería del amor y, por supuesto, sigo soltero a mis treinta y siete años. Sé que es casi imposible formar una familia como la que tenía cuando vivían mis padres, porque eran la excepción, así me he ahorrado disgustos, pérdidas de tiempo, gastos inútiles de dinero, discusiones y, seguramente, muchas más cosas. Pero, a pesar de mi creencia de que es imposible formar una familia como la que tuve hasta que murieron mis padres, me gustaría tenerla y hasta sueño con ella porque, siempre me pareció, cuando vivían ellos, que los problemas, las preocupaciones, los miedos o cualquiera de los sinsabores que nos depara la vida se disipan con más facilidad en el seno de la familia.  

Pero sí que hay una regla inquebrantable que sigo al pie de la letra: El respeto. Es algo que aprendí de mi padre que siempre me decía: “hijo mío, eres libre de hacer lo que quieras siempre que no interfieras en la libertad de los demás. Piensa que lo más importante es respetar a los otros. Piensa en si eso que vas a hacer, o a decir, te gustaría que te lo hicieran o dijeran a ti y, después, actúa en consecuencia”. Él me enseñó que el respeto es la consideración que se ha de tener en el trato a los otros. Y en el término otros se encuentran todos los seres humanos, pobres y ricos, poderosos y mendigos, hombres y mujeres, religiosos y ateos, honrados y ladrones, entran hasta los políticos, en resumen, todos los seres humanos. Esa consideración en el trato supone, para mí, no juzgar, no criticar, no engañar y ayudar en todo lo posible.

Soy consciente de que no todo el mundo me cae bien y de que hay personas peligrosas a las que no conviene tratar. En esos casos lo que hago es evitarlas.

De alguno de esos temas había hablado con Ángel o, más bien, escuchado hasta que fui consciente de que era casi la una de la tarde. Aún tenía que comprar algo para almorzar, ya que a las tres había quedado con Pablo, uno de mis ex compañeros de trabajo y, gran amigo, para hablar de la posibilidad de iniciar un negocio entre los dos, por lo que le dije a mi contertulio que teníamos que dar por terminada nuestra conversación.

-    Ha sido un placer Antay, -replicó Ángel- espero que nos encontremos algún otro día.

-    Para mí también ha sido un placer –dije levantándome y tendiéndole mi mano para la despedida- Hasta otra ocasión, nunca se sabe.

Le di la espalda para caminar hasta el semáforo que me permitiría cruzar la pista del Malecón Cisneros y enfilar la calle Venecia hasta la avenida Grau que me llevaba directo al lado de mi domicilio en la avenida José Pardo. Pero como el semáforo es de esos que se tiene que apretar un botón y, esperar para que la luz cambie a verde, en el tiempo de espera giré la cabeza para ver si mi compañero había iniciado, también, su retirada y, ante mi desconcierto, no lo vi por ningún lado. No estaba en el puesto del café, ni se había adentrado en el parque, ni se le veía por el paseo. Simplemente, había desaparecido.

Mi curiosidad fue mayor que mi prisa y volví sobre mis pasos. Nada, no había ni rastro de él. Me acerqué a uno de los camareros que se encontraba detrás de la barra y le pregunte directamente:

-    Disculpe, ¿sabe por dónde se fue el señor mayor que estaba aquí conmigo?

-    ¿Perdón?, -el camarero puso cara de extrañeza,

-    Sí, yo estaba aquí hace un momento con otra persona, me fui hacia el semáforo y no he visto que la otra persona haya ido a ningún sitio, es como si hubiera desaparecido, -y termine con otra pregunta- ¿Usted le ha visto?

-    Perdone señor, usted sí que ha estado aquí, pero ha estado solo tomando su café sentado en aquella mesa mirando el mar. ¿Se encuentra bien? -concluyó el camarero.

No parecía que el camarero me estuviera gastando una broma pesada en confabulación con Ángel, y no creo que fuera un tipo de esos despistados que podrían olvidar hasta su nombre. Estaba claro que no estaba soñando y, si no estaba soñando, y el camarero decía la verdad, solo podía ser que me hubiera vuelto loco, porque no me explicaba cómo podía haber desaparecido. Yo estaba completamente seguro de haber estado tres horas con él.

-    Gracias señor, disculpe,-le dije al camarero que se había separado un poco de la barra, seguramente, tomando precauciones, pensando que como era un loco, podía ser peligroso.

Y volví al semáforo. Entonces fui consciente de que lo único que sabía de él era su nombre. No sabía dónde vivía, ni si trabajaba o estaba jubilado, no sabía si tenía familia y, ahora, para más “inri”, el camarero me hacía dudar de que fuera real.

Todo había comenzado en la mañana. Me había levantado raro, con una especie de ahogo. Había tenido un sueño extraño:

“Estaba en una boda que resultó ser la mía. Mis padres estaban sentados en el primer banco de la iglesia y yo permanecía de pie, delante del altar, esperando a la novia que se estaba retrasando. Estaba feliz porque al fin iniciaba el camino de algo que ilusionaba desde que tenía uso de razón: Iba a formar una familia y ya me encargaría yo de que fuera como la que habían formado mis padres. Éramos una familia feliz.

Como la novia no llegaba salí a buscarla a la calle. En la puerta me encontré un mendigo que, en agradecimiento, cuando le di una moneda, me dijo:

-    La novia no va a llegar. Está atorada en un atasco. No la esperes, ¡vete!

-    No entendía nada, ¿cómo podía ser que un mendigo me esté contando todo esto como si fuera un mago o un clarividente?- ¿Cómo lo sabe? -le pregunté.

-    Porque he sido yo el que ha ocasionado el atasco –y repitió- No la esperes, ¡vete!

-     Por favor –le suplique- deshaz lo que has hecho. Deja que venga.

-    Te estoy haciendo un favor muchacho. Es la única manera de evitar que sufras más adelante si ella llega a abandonarte –y volvió a repetir- No la esperes, ¡vete!

-    Te suplico que me permitas tenerla a mi lado. Quiero vivir una vida de amor –lloraba y suplicaba.

-    Todo lo que conseguía del mendigo era- No la esperes, ¡vete!

Y desperté con una sensación de impotencia que me ahogaba. Aunque, también, podría haber sido que la cena de la noche me hubiera sentado mal, cuando fui consciente de que me fui a la cama sin cenar. El estómago vacío o el extraño sueño podían ser la razón de mi rareza. Sentía la necesidad de tomar aire porque me ahogaba en la casa. Tenía que salir, así que terminé de adecentar el departamento y salí a la calle.

Hacía un día infernal, pero el aire que respiraba me estaba viniendo bien y hacía que me recuperara del ahogo que sentía. Bajé por la avenida Pardo hasta el mar y comencé a caminar por el malecón. A mi derecha se encontraba el Océano Pacífico, aunque hoy estaba desaparecido debido a la neblina. La idea era hacer una gran vuelta bordeando el malecón hasta la avenida Larco y subir por ella hasta Pardo, que me llevaba de vuelta a casa. Un paseo de hora y media que había realizado en muchas ocasiones.

Pero al comenzar la andadura por el Malecón Cisneros escuché, casi a mi lado:    

-    Joven, por favor, ¿me puedes ayudar?

sábado, 30 de julio de 2022

No vemos el mundo que es, vemos el mundo que somos.

 No vemos el mundo que es, vemos el mundo que somos.

Las cosas son del color del cristal con que se mira y nosotros miramos, de manera permanente, a través del filtro de nuestra propia energía. Y, no solo miramos a través de nuestra energía, sino que la energía que estamos atrayendo es más de lo mismo de la que acumulamos en nosotros, porque energías iguales se atraen.

Por lo tanto, es normal que veamos el mundo tal como lo sentimos en nuestro interior.

¿Quiere eso decir que si cambiamos nuestro pensamiento cambiará el mundo? No, el mundo seguirá siendo igual, pero lo que si cambiará será nuestra percepción. Es decir: El mundo es el que es, si lo miramos desde la perspectiva del miedo sentiremos miedo por “eso” que es. Y si lo miramos desde la perspectiva de la alegría sentiremos alegría por lo mismo que antes sentíamos miedo o, sencillamente, seremos conscientes de otra parte, la parte de la alegría, de “eso” que es.


                                                      
 

Algo más humano

 Me siento, un poco, decepcionado de la vida, del trabajo espiritual, de la lucha para dominar la mente, del inútil trabajo en la ley de la atracción, y muy cansado de la rutina diaria de la casa. Me aburre, cada día más, repetir las mismas cosas, una u otra vez, un día tras otro. Sin encontrar la diferencia entre un lunes y un domingo o un día de julio y otro de diciembre.

Siempre es igual, y la razón no es otra que nuestro deterioro económico que ha ido cayendo en picado en los últimos cinco años lo que hace que nuestra única distracción sea pasear, siempre, por el mismo lugar sin poder parar a descansar en una terraza para tomar un solo café.

Ahora parece que se ha agudizado algo más porque estoy pasando por una recuperación de Covid, lenta, muy lenta, que se ha llevado por delante toda mi energía.

Es en épocas como esta, por la que estoy transitando en la actualidad, en la que soy consciente de que soy un iluso, porque llevo media vida trabajando, (o al menos es lo que yo creía), para ser ¿más espiritual? Sin embargo, como no existe el medidor de la espiritualidad, a mi me parece que no he experimentado ninguna diferencia en los últimos 10 años.

Bueno, si existe alguna diferencia. Buscando la espiritualidad me he vuelto más humano. Por más humano entiendo más respetuoso, entender al otro, ser consciente de que no merece la pena enojarse, ni siquiera mentalmente, por nada, porque la situación no va a cambiar, ayudar, aunque el otro crea que me está engañando porque ha conseguido las terapias gratis.

En fin, supongo que esta situación parece que a durar hasta que muera, (lo cual será un alivio). Pero, aun así, seguiré utilizando mi mantra “Dios provee”, ya que, aunque parece que provee poco, al menos comemos cada día y, lo hacemos hasta tres veces.