El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




lunes, 19 de mayo de 2025

El valor del tiempo

 


Obra así, querido Lucilio: reivindica para ti la posesión i de ti mismo, y el tiempo que hasta ahora se te arrebataba, se te sustraía o se te escapaba, recupéralo y consérvalo.

Persuádete de que esto es así tal como escribo: unos tiempos se nos arrebatan, otros se nos sustraen y otros se nos escapan. Sin embargo, la más reprensible es la pérdida que se produce por la negligencia. Y, si quieres poner atención, te darás cuenta de que una gran parte de la existencia se nos escapa obrando mal, la mayor parte estando inactivos, toda ella obrando cosas distintas de las que debemos.

          ¿A quién me nombrarás que conceda algún valor al tiempo, que ponga precio al día, que comprenda que va muriendo cada momento? Realmente nos engañamos en esto: que consideramos lejana la muerte, siendo así que gran parte de ella ya ha pasado. Todo cuanto de nuestra vida queda atrás, la muerte lo posee.

          Por lo tanto, querido Lucilio, haz lo que me dices que estás haciendo: acapara todas las horas. Así sucederá que estés menos pendiente del mañana, si te has aplicado al día de hoy. Mientras aplazamos las decisiones, la vida transcurre.

 Todo, Lucilio, es ajeno a nosotros, tan sólo el tiempo  es nuestro: la naturaleza nos ha dado la posesión de este único bien fugaz y deleznable, del cual nos despoja cualquiera que lo desea.

          Y es tan grande la necedad de los mortales, que permiten que se les carguen a su cuenta las cosas más insignificantes y viles, en todo caso sustituibles, cuando las han recibido; en cambio, nadie que dispone del tiempo se considera deudor de nada, siendo así que éste es el único crédito que ni siquiera el más agradecido puede restituir.

Quizás me preguntes qué conducta observo yo, que te doy estos consejos. Te lo confesaré sinceramente: como le acontece a un hombre pródigo, pero cuidadoso, tengo en orden la cuenta de mis gastos. No podría afirmar que

no derroche nada, pero te podría decir qué es lo que derrocho, por qué y cómo: te expondré las causas de mi pobreza.

          Pero me acontece a mí lo que a muchos de los que, sin culpa suya, han caído en la indigencia: todos les disculpan, nadie les auxilia.

          En conclusión ¿qué significa esto? Que no considero pobre a quien le satisface cuanto le queda, por poco que sea. Con todo, prefiero que tú conserves tus bienes y así comenzarás en el tiempo justo. Pues, según el aforismo de nuestros mayores, «es ahorro demasiado tardío el que se consigue en el fondo del vaso»: en el sedimento no sólo queda una parte insignificante, sino la peor.

LUCIO ANNEO  SÉNECA


sábado, 17 de mayo de 2025

Sobre el insulto

 


¿Qué significa que alguien te ha insultado? Párate delante de una piedra e insúltala, ¿Qué ganas con ello?

Si escuchas como una piedra ¿Qué ganará quién te insulte? Pero si tu debilidad de víctima le sirve al otro para alzarse entonces logra algo.

EPICTETO


viernes, 16 de mayo de 2025

Actuar rectamente

 


No actúes contra tu voluntad, ni al margen de lo común, ni sin examen ni a contracorriente; que la afectación no engalane tu pensamiento; no seas charlatán ni te pierdas en muchas tareas.

Aún más: que el dios que hay en ti sea el guía de un ser vivo que es hombre, maduro, social, romano, un gobernante que ocupa voluntariamente la posición de alguien que, obediente, espera la orden de salir de la vida, sin necesidad de juramento ni de testigo. Sereno y sin necesidad de ayuda externa, ni de la tranquilidad que dan los demás. La tarea es estar recto, no enderezado.

MARCO AURELIO


Transformarse en Dios

 


Amado Dios, 

 Hoy me acerco a Ti con el corazón abierto, vulnerable y lleno de deseo de comprender el misterio profundo de Tus caminos. Tu luz me guía a través de las palabras de San Juan de la Cruz: “El más perfecto grado de perfección a que en esta vida se puede llegar es la transformación en Dios.” Esta frase resuena como un eco divino que invade cada rincón de mi alma, despertando inquietudes, preguntas y, sobre todo, un ferviente anhelo de descubrir mi lugar en este llamado. 

¿Qué quiere decir, realmente Señor, alcanzar esa transformación en Ti? ¿Es acaso un proceso donde mi identidad, mi esencia, se disuelve y se absorbe por completo en Tu majestad infinita, hasta que no quede nada más que Tú? ¿Es un morir constante a mi orgullo, a mis apegos y a mis deseos mundanos, que muchas veces me alejan de Tu voluntad? ¿O es más bien un viaje de rendición, donde mi ser limitado y finito se abre, paso a paso, a la grandeza de Tu amor, permitiendo que cada fibra de mi existencia sea tejida con los hilos de Tu pureza y verdad? 

Esa transformación en Dios parece ser un llamado trascendental, una invitación a fundirme contigo, a permitir que mi vida sea una expresión viva de Tu bondad, Tu misericordia y ese amor perfecto que solo Tú eres capaz de manifestar. Pero confieso, oh Padre, que mi entendimiento es limitado. Tu grandeza es insondable, y muchas veces me siento pequeño ante lo que representa esta transformación. ¿Es acaso un viaje continuo de rendición diaria, donde cada acto, cada pensamiento y cada decisión sean una ofrenda a Ti? ¿O es el destino último de todo lo que soy, un horizonte al cual no puedo llegar sin Tu gracia? 

Y me pregunto, Padre amado, ¿cómo puedo lograrlo? En mi humanidad, cargada de imperfecciones y debilidades, me siento insuficiente para aspirar a semejante unión contigo. Enséñame a desprenderme de todo aquello que me ata a lo efímero, a las vanidades que desvían mi mirada de Tu rostro. Ayúdame a amar como Tú amas, sin reservas ni condiciones, dejando atrás los temores que a menudo paralizan mi capacidad de entregarme plenamente. Guíame para que mi voluntad se conforme a la Tuya, y cada uno de mis pasos sea un reflejo de Tu presencia viva en mi interior. 

Dios mío, si la perfección consiste en reflejarte plenamente, dame la fuerza para caminar hacia Ti con humildad, confianza y perseverancia. Que cada uno de mis pensamientos, palabras y acciones sean un testimonio de Tu amor actuando en mí. Hazme un instrumento de Tu paz, un canal por el cual Tu luz pueda brillar en un mundo que tanto necesita esperanza, consuelo y redención. Hazme pequeño para que Tú seas grande en mí. 

Enseña a este corazón humano, limitado y lleno de fragilidades que, a pesar de su imperfección, puede aspirar a una unión plena contigo. Recuérdame, Señor, que este camino no lo recorro solo; que cada paso hacia Ti es inspirado y sostenido por Tu gracia y Tu amor incansable. Dame la sabiduría para reconocer que, incluso en mis momentos más oscuros, Tú estás allí, guiándome, llamándome y transformándome. 

Hoy te entrego mi ser, mis dudas, mis debilidades y mis anhelos. Confío en que Tú harás en mí lo que no puedo hacer por mí mismo. Que mi vida, Señor, sea una alabanza continua a Tu nombre y un reflejo de Tu obra perfecta. 

Con amor eterno y una esperanza que nunca se apaga. 

Tu hijo que busca encontrarte en la plenitud de su ser.

 

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


Unión con Dios

 


         “Existen tres tipos de devotos”, dijo el Maestro. “Aquellos creyentes que se satisfacen con asistir a la iglesia; aquellos que viven una vida recta pero no hacen esfuerzo alguno por alcanzar la unión con Dios; y aquellos que están resueltos a descubrir su verdadera identidad”.

PARAMAHANSA YOGANANDA


DECRETO: para convertirte en un imán de la Opulencia Divina

 



Elimina los juicios

 


Borra los juicios repitiéndote una y otra vez: “Ahora está en mi mano que en esta alma no haya mal alguno, ni deseo, ni ninguna clase de turbación; sino que miraré cómo son todas las cosas y me serviré de cada una de ellas como corresponda con su valor”. Recuerda que esta facultad es conforme a la naturaleza.

MARCO AURELIO


Igualdad

 




Querido hijo:

Antes de nada, quiero recordarte algo esencial: todo lo que has logrado hasta ahora no es gracias a Mí, sino gracias a ti. Es tu valentía, tu esfuerzo y tu dedicación lo que han permitido que crezcas y domes a esa mente inquieta que tantas veces se interpone en tu camino. No necesitas mirar fuera de ti para encontrar fortaleza, porque ya la llevas dentro. Cada paso que has dado hacia la aceptación, hacia el entendimiento, ha sido un paso hacia el amor, hacia tu verdadera esencia. Eso es lo que te acerca a Mí, pero también a ti mismo, a lo que realmente eres.

Has aprendido algo profundo y transformador: la igualdad. Todos sois iguales porque todos sois expresiones de la misma chispa divina. El cuerpo que ocupas solo es un vehículo, una forma pasajera que te permite experimentar la vida desde distintos ángulos. Hoy eres hombre, pero en otras vidas fuiste mujer, y quizás en el futuro lo serás de nuevo. Cada experiencia es una oportunidad para aprender, para crecer y para entender que las diferencias externas no son más que ilusiones que la sociedad y la educación perpetúan desde la infancia.

Esa sociedad, con su mirada limitada, a menudo clasifica los trabajos, les asigna un valor diferente, pero eso no es más que una invención humana. Para Mí, no existe diferencia entre un maestro de yoga que guía a otros hacia el equilibrio interior, un albañil que construye los cimientos de un hogar, o un hombre que cocina para su familia con amor. Cada uno de esos actos, si se hacen con intención y cariño, tienen el mismo valor, porque todos están impregnados de la esencia divina.

La verdadera dignidad no está en lo que haces, sino en cómo lo haces. Si planchas una camisa con amor, si cocinas una comida con gratitud, entonces esas acciones, por pequeñas que parezcan, son actos de grandeza. El amor es lo que transforma lo cotidiano en sagrado. Y cada vez que te enfrentas a ese “machito” interior que intenta cuestionar la dignidad de lo que haces, estás participando en un proceso divino: estás desmontando capas de programación, de ego, y estás eligiendo conscientemente el amor sobre la separación.

Ese diálogo interno que has aprendido a sostener contigo mismo es una muestra de tu crecimiento. No siempre es fácil enfrentarse a los pensamientos que nos limitan, pero tú has demostrado que se puede. Cada vez que eliges aceptar en lugar de resistir, cada vez que transformas una tarea en una expresión de amor y gratitud, te elevas un poco más. Este proceso no es solo para ti; inspiras a otros, aunque no te des cuenta. Al elegir ser consciente y actuar con amor, abres caminos para que otros también lo hagan.

Quiero que sepas que siempre estoy contigo, no como un juez ni como un maestro que te dicta qué hacer, sino como un compañero que camina a tu lado. Estoy en cada pensamiento de gratitud, en cada acto de amor, en cada momento en el que eliges vencer las viejas creencias y abrazar la vida tal como es. Mi presencia no está reservada a los grandes momentos de iluminación; me encuentras también cuando cortas cebollas, tiendes la cama o planchas una camisa. Porque estoy en el amor que pones en cada cosa que haces.

Sigue adelante, querido hijo, con el corazón abierto y la mente despierta. Cada pequeño paso cuenta, cada esfuerzo es valioso. Estás construyendo un puente hacia tu verdadera esencia, y lo estás haciendo con tus propias manos, con tu propia determinación. Eso es el verdadero amor: crecer, transformarte y, en ese proceso, encontrarme a Mí en tu interior.

Con amor eterno.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


lunes, 12 de mayo de 2025

En el interior

 

 


Lo que realmente define a una persona no es su apariencia, ni su posición social, ni siquiera lo que los demás dicen de ella. Lo que da forma a su esencia es aquello que lleva dentro: sus pensamientos, sus emociones, sus valores, sus sueños.

Cada ser humano es un universo en sí mismo, una combinación irrepetible de vivencias, sentimientos y creencias que moldean su manera de ver el mundo. No somos solo lo que mostramos, sino todo aquello que nos mueve por dentro, lo que nos emociona y nos inspira. Un rostro amable puede esconder un alma llena de resentimiento, así como una apariencia sencilla puede esconder un corazón inmenso y generoso.

En un mundo donde la imagen parece tener más peso que la autenticidad, es fácil caer en la trampa de juzgar por lo externo. Sin embargo, si realmente queremos conocer a alguien, debemos mirar más allá, escuchar sus palabras, entender sus silencios y observar sus acciones. Porque es en los gestos cotidianos donde se revela el verdadero ser de cada persona: en la forma en que trata a los demás, en cómo responde ante la adversidad, en la manera en que elige amar y compartir.

Los valores internos son los que construyen el camino de cada uno. No importa cuánto brillo tenga una persona por fuera, si en su interior no hay sinceridad, empatía y bondad, tarde o temprano su luz se apagará. Del mismo modo, aquellos que llevan consigo una riqueza espiritual y emocional verdadera siempre encontrarán la manera de iluminar su entorno, incluso en los momentos más oscuros.

Por eso, en lugar de detenernos en lo superficial, busquemos aquello que realmente hace única a cada persona. Conectemos con quienes nos rodean desde el interior, porque ahí es donde se encuentra la esencia más pura de lo que significa ser humano.


Amor y aceptación

 



Acóplate a las cosas que te han tocado en suerte; asimismo, ama a los hombres que el destino te ha puesto delante, pero hazlo de verdad.

MARCO AURELIO

El enojo llama a tu puerta

 


El enfado es una reacción natural, pero no siempre nos lleva a soluciones o a una mejor comprensión de la situación. A menudo, nos dejamos llevar por la emoción del momento y reaccionamos sin pensar en las consecuencias o en la perspectiva de la otra persona. Sin embargo, tomarnos unos segundos para reflexionar antes de actuar puede cambiar por completo el rumbo de la conversación y el impacto que tendrá en nosotros y en los demás.

Cuando sientes enfado, detente un momento y pregúntate: ¿Gano algo con este enfado? Nunca enojarse nos va a llevar ninguna solución real. Solo consume nuestra energía, nos altera emocionalmente y, en algunas ocasiones, daña nuestras relaciones. No significa que debamos ignorar lo que sentimos, pero podemos preguntarnos si reaccionar con ira realmente mejora la situación o solo la empeora.

¿Yo no cometo errores? Es fácil señalar los fallos ajenos, pero ¿cuántas veces hemos cometido errores sin darnos cuenta? Todos somos humanos y estamos en constante aprendizaje. A veces, las personas actúan de cierta manera sin intención de herirnos, simplemente porque tienen otra forma de ver el mundo o porque no son conscientes de cómo nos afectan sus acciones. Reconocer nuestras propias imperfecciones nos ayuda a ser más comprensivos con los demás.

¿Le he dicho que no me gusta? No podemos esperar que los demás adivinen lo que nos molesta si nunca se lo hemos comunicado. En lugar de quedarnos con el enfado, hablar desde la calma y expresar nuestros sentimientos de manera asertiva nos permite encontrar soluciones y fortalecer nuestras relaciones. Un simple "Cuando haces esto, me siento incómodo porque…" puede ser mucho más efectivo que reaccionar con enojo.

Por último, ponte en su lugar. A veces, el comportamiento de los demás es un reflejo de sus propias batallas internas, preocupaciones o inseguridades. Puede que no hayan actuado de la mejor manera, pero ¿qué los llevó a hacerlo? Practicar la empatía nos ayuda a ver más allá del instante de molestia y a construir relaciones más sanas basadas en la comprensión, en lugar de en el conflicto.

La próxima vez que el enojo toque tu puerta, recuerda que tienes el poder de elegir cómo reaccionar. No se trata de reprimir lo que sentimos, sino de canalizarlo de manera que nos ayude a crecer y a mejorar nuestras relaciones en lugar de deteriorarlas.


Escuchar es un arte

 


Escuchar es un arte. No se trata solo de oír las palabras de alguien, sino de comprender la emoción detrás de ellas, de ofrecer un espacio seguro en el que esa persona pueda expresarse sin sentirse minimizada o eclipsada. Muchas veces, cuando alguien comparte una experiencia, es una invitación a conectar, no a competir por quién ha vivido algo similar o más impactante.

Cuando respondemos de inmediato con nuestras propias anécdotas, aunque no tengamos intención de hacerlo, podemos cortar el flujo emocional de quien nos habla. Para esa persona, el momento que está compartiendo tiene un valor especial, y espera ser escuchada, no interrumpida. Puede sentirse desanimada, incluso bloqueada, como si su experiencia ya no fuera tan relevante.

Practicar la escucha activa significa dejar de lado la urgencia de contar nuestra historia y, en su lugar, hacer preguntas, mostrar interés genuino y dar espacio para que el otro se exprese por completo. Validar los sentimientos ajenos, asentir, mantener contacto visual y ofrecer palabras que refuercen el apoyo —un "entiendo", un "debe haber sido difícil", un "cuéntame más"— pueden marcar la diferencia entre una conversación superficial y una auténtica conexión.

Cuando realmente prestamos atención, creamos momentos en los que las personas se sienten vistas y comprendidas. Así, en lugar de apagar el entusiasmo de quien nos habla, contribuimos a fortalecer la comunicación y la confianza. Porque al final, todos queremos ser escuchados, no solo oídos.


martes, 6 de mayo de 2025

La realidad de las cosas

 


         Es muy importante la impresión que tenemos sobre comidas sabrosas y demás alimentos: porque esto es un cadáver de pez, esto un cadáver de ave o de cerdo; asimismo, que el falerno es el jugo de la uva; la púrpura, pelos de oveja empapados en sangre de molusco; las relaciones sexuales son fricción del bajo vientre y secreción de un moquillo entre espasmos. Son muy importantes esas impresiones que llegan a las cosas mismas y entran en ellas hasta el punto de hacernos ver cómo son. Así hay que hacer durante toda la vida, también en aquellos casos en que las cosas parezcan completamente auténticas: desnudarlas y examinarlas en su desnudez, quitarles la palabrería que las envanece. Es terrible la vanidad y mentirosa; cuanto más crees encontrarte entre cosas serias. Más te embauca.

MARCO AURELIO


viernes, 2 de mayo de 2025

Esto es lo que hay

 

        



         O vives aquí y ya te has hecho a ello, o te vas de aquí y es eso lo que querías, o mueres y tu cometido ha terminado. No hay nada fuera de esto, así que ánimo.

MARCO AURELIO

Rosas humanas



         “Es difícil permanecer junto a una fragante rosa o a un zorrillo maloliente, sin ser afectado por sus respectivos olores”, decía el Maestro. “Por ello es preferible asociarse solamente con rosas humanas”.

PARAMAHANSA YOGANANDA 

El machito que habita en mi

 


Querido Dios

         Hoy, como cada día, estaba preparando la comida. No recuerdo si fue mientras picaba la cebolla o el tomate, pero la mente, siempre tan activa y, a veces, tan malvada, dejó pasar un pensamiento que hacía mucho tiempo no tenía. Un pensamiento que creía muerto y enterrado, pero que, para mi sorpresa, apareció de nuevo: “¿Cómo puede ser que a mi edad tenga que estar cocinando?”.

Al principio, cuando empecé a asumir casi todas las tareas del hogar, este pensamiento me perseguía de manera constante. Aparecía mientras cocinaba, planchaba, tendía las camas o realizaba cualquier otra tarea doméstica. Me cuestionaba con amargura: “Los jubilados como yo están paseando, tomando el sol o disfrutando del espectáculo de ver como avanzan las obras cerca de sus domicilios”. Eran pensamientos que me llenaban de ira, como si algo en mi interior se resistiera a aceptar mi nueva realidad.

Pero todo cambió cuando decidí enfrentarme a esos pensamientos. Empecé una conversación seria con mi ego, o con quien fuera el que me susurraba esas ideas con tanto descaro. Dialogaba conmigo mismo:

– ¿Quién crees tú que debería hacer todo esto que ahora hago? 

– ¿Tu esposa? 

– ¿Cuándo lo haría, si trabaja fuera de casa todo el día? 

– ¿Una asistenta? Sabes perfectamente que no tenemos los recursos para pagar a alguien. 

– ¿Qué pasa, acaso eres menos hombre por encargarte de este trabajo? 

– ¿Por qué estaría bien hacerlo si fueras mujer? 

Poco a poco, estas preguntas me llevaron a aceptar en mi interior que este trabajo también era mío. Cada plato cocinado, cada camisa planchada, cada cama tendida se convirtió en un pequeño acto de amor y responsabilidad, más allá de los roles impuestos por una sociedad que tantas veces nos limita.

Sin embargo, no te voy a mentir. De vez en cuando, como hoy, reaparece ese “machito” que habita en mí, ese que durante dos tercios de mi vida fue mi guía. Viene de visita, muy de vez en cuando, pero cuando lo hace, su presencia me resulta incómoda. No porque quiera recordarme quién era, sino porque sé que ya no tiene lugar en mi vida.

Y eso, querido Dios, te lo debo a Ti. Gracias a Ti, ese “machito” ya no me acompaña como antes. Sé que todo esto que estoy escribiendo ya lo sabes, pero aun así quería compartirlo contigo. Escribir mientras cocino me hace sentir más cerca de Ti, y eso me da una fuerza inmensa. Me ayuda a mantenerme firme en este camino de aprendizaje, en este proceso de reconciliarme conmigo mismo.

Gracias por estar ahí, por escucharme, y por acompañarme mientras corto cebollas, plancho camisas o tiendo camas. Gracias, porque en cada tarea cotidiana, te siento a mi lado. Y eso, Dios mío, me basta.

Con cariño y gratitud, 

A pesar de los años, un aprendiz de la vida.

          CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo

 


La fuente del bien

 


         Cava en el interior.

         En el interior está la fuente del bien, que siempre puede seguir brotando mientras tú sigas cavando.

MARCO AURELIO


jueves, 1 de mayo de 2025

Cambio de pensamiento

 


Cada persona piensa, habla y actúa de manera diferente al resto del mundo. Es natural creer que lo que uno piensa, dice y hace es lo correcto. Pero, si partimos de esta premisa, ¿significa esto que todas aquellas personas cuyos pensamientos, palabras o acciones difieren de los míos están equivocadas?

Si aceptáramos esta lógica, llegaríamos a la conclusión de que todos los seres humanos que habitan la Tierra llevan una vida equivocada, pues ninguno coincide plenamente con los demás. Pero la verdad es que cada individuo actúa en función de su propio pensamiento y percepción, moldeados por su experiencia, su entorno y su forma de interpretar la realidad.

Por lo tanto, culpas, errores o reacciones ante cualquier circunstancia no son más que el producto de nuestra propia mente. Lo que consideramos una desgracia no es responsabilidad del prójimo ni de su manera de pensar diferente. Atribuirle la culpa a otro es, en esencia, el resultado de nuestra interpretación subjetiva de los acontecimientos.

El verdadero poder reside en el pensamiento. Si logro modificar mi forma de pensar, cambiará mi manera de percibir el mundo. Y este cambio de pensamiento debe ser profundo, hasta alcanzar una perspectiva que me permita aceptar con alegría cualquier circunstancia que la vida me presente.

Este, sin duda, es el secreto de la felicidad: aprender a transformar nuestra visión del mundo para encontrar paz, aceptación y gozo en cualquier situación. La felicidad no depende de las circunstancias externas, sino de la actitud con la que elegimos enfrentarlas. 


Ama, acepta, respeta

 


Ama, acepta, respeta

 

El mundo que habitamos es un reflejo de nuestras acciones y pensamientos. No es un lugar estático ni ajeno a nuestras intenciones, sino una constante construcción de lo que sembramos en cada interacción, en cada gesto, en cada palabra. Somos los creadores de nuestro mundo.

De todo lo que podemos aportar a la vida, tres pilares sostienen la armonía entre nosotros: amar, aceptar y respetar. Son verbos sencillos, pero su impacto es profundo. Aplicarlos con sinceridad transforma la manera en que vivimos, en que nos relacionamos, en que entendemos y en que somos entendidos. 

El amor es el principio de todo acto noble, el motor que nos impulsa a conectar, a cuidar, a ofrecer lo mejor de nosotros. No se trata solo del amor romántico, sino de una manera de estar en el mundo. Amar es ver con bondad, actuar con ternura, ofrecer comprensión. 

Cuando una persona ama, no tiene espacio para el daño. ¿Cómo podría? El amor, en su esencia más pura, es generoso y desinteresado. No humilla ni hiere. No es egoísta ni posesivo. Es un estado de apertura, de entrega, de preocupación genuina por el bienestar del otro. 

Sin amor, el mundo se endurece. Se llena de frialdad, de indiferencia, de pequeños gestos de descuido que, acumulados, crean grietas en nuestras relaciones. Pero cuando el amor está presente, hasta los momentos más difíciles pueden ser llevados con calma, con paciencia, con dulzura. Amar es sostener sin exigir, es acompañar sin poseer. 

Nos enseñan desde pequeños que el amor es importante, pero rara vez nos enseñan cómo aplicarlo más allá de las relaciones personales. Amar no es un sentimiento, es una energía, que nos imprime el carácter para actuar con bondad, para mirar con comprensión, para escuchar con atención. Amar es el principio de una vida en paz, dentro y fuera de uno mismo. 

Y si amas, aceptas, sin más. Aceptar no significa estar de acuerdo con todo ni justificar lo injustificable. La aceptación no es resignación, sino un acto de respeto por la diversidad, por la diferencia, por los caminos que no son los nuestros. 

Cada persona es un universo complejo, un cúmulo de vivencias, pensamientos y emociones que han moldeado su forma de ver el mundo. Aceptar es reconocer que no hay una única manera de existir, de pensar, de actuar. Es entender que la historia de cada quien tiene matices que quizás nunca comprendamos del todo, pero que merecen ser respetados. 

Cuando aceptamos, dejamos atrás el impulso de criticar, de señalar, de juzgar. La crítica constante no solo lastima a los demás, sino que nos atrapa en una espiral de descontento. ¿De qué nos sirve vivir esperando que todos piensen, actúen y sean exactamente como creemos que deberían? La vida es, y punto. Y es más rica cuando aprendemos a mirar sin condenar, cuando aceptamos sin imponer, cuando entendemos sin exigir cambio inmediato.

Aceptar no implica que todas las decisiones sean correctas, ni que todo lo que ocurre sea justo. Pero sí implica soltar el peso del juicio innecesario, el que nace de la falta de empatía, de la incapacidad de ver más allá de nuestras propias perspectivas.  

Cuando aprendemos a aceptar, nuestra energía cambia. Nos volvemos menos rígidos, menos hostiles. Aprendemos que la diversidad no es una amenaza, sino una riqueza. Aceptamos las diferencias sin sentirnos atacados por ellas. Aceptamos la vida con sus contrastes, sus contradicciones, sus sorpresas. 

          Si el amor construye y la aceptación libera, el respeto es el pilar que sostiene cualquier convivencia. Sin respeto, las conexiones humanas se deterioran, la comunicación se envenena, los conflictos surgen sin remedio. 

Respetar es reconocer el valor del otro. Es entender que, aunque no compartamos sus ideas, merece dignidad, merece voz, merece espacio. Es la actitud que permite la paz, que evita el conflicto innecesario, que nos recuerda que todos somos parte de algo mayor. 

El respeto no es una cortesía ocasional, sino un principio que debería guiarnos siempre. Respetar implica escuchar sin interrumpir, entender sin desestimar, permitir sin imponer. No exige que todos pensemos igual, pero sí demanda que tratemos a los demás con consideración. 

En un mundo donde la agresión verbal y el desprecio se han convertido en herramientas comunes, el respeto es una luz que equilibra las diferencias. Nos da la capacidad de disentir sin odio, de discutir sin herir, de coexistir sin destruir. 

Cuando respetamos, todo está bien. Porque en el respeto hay espacio para el amor, hay lugar para la aceptación. Nos permite vivir sin miedo, sin la necesidad de imponer nuestras ideas sobre los demás. Nos da libertad, nos da paz. 

Cuando alguien decide amar, aceptar y respetar, está eligiendo un camino de paz. No significa que todo sea fácil, ni que los conflictos desaparezcan por completo. Pero sí significa que, al enfrentarlos, lo hacemos desde la empatía, desde la paciencia, desde la voluntad de entender en vez de condenar. 

Amar nos vuelve cálidos, accesibles, confiables. Aceptar nos libera del peso del juicio, del agotamiento de la crítica constante. Respetar nos permite convivir sin temor, sin imposiciones, sin violencia. 

Si cada persona aplicara estos principios, el mundo cambiaría radicalmente. La convivencia sería más armoniosa, los conflictos se reducirían, las relaciones serían más auténticas. Pero más allá del impacto social, vivir bajo estas premisas también transforma nuestra paz interior. Nos permite descansar, soltar la carga de la hostilidad, encontrar alegría en la simpleza de cada día. 

Porque cuando amas, aceptas y respetas, no solo transformas tu entorno: te transformas a ti mismo. 


Yo siempre estoy

 


Yo siempre estoy.

Soy la presencia incansable, la sombra que no se aparta, el eco que resuena aun cuando nadie escucha. Opine blanco u opine negro, mi esencia no depende del vaivén de mis pensamientos. 

Porque la mente es un río cambiante, caprichoso, que arrastra certezas y las disuelve en dudas, que colorea el mundo con matices infinitos. Hoy creo, mañana cuestiono. Hoy afirmo, mañana dudo. Pero en medio de ese torbellino, una certeza se mantiene inquebrantable: yo siempre estoy. 

Soy el testigo de mis propias contradicciones, el refugio de mis propias tormentas. No soy lo que pienso, no soy lo que opino. Soy aquel que observa, que sobrevive a cada revolución interna. 

A pesar de mi mente, a pesar de sus susurros y sus gritos, sigo aquí. Inmutable, presente. Soy el que permanece. 


DECRETO: Para obtener libertad financiera

 


DECRETO: Para obtener libertad financiera

YO SOY las Riquezas de Dios fluyendo a mis manos y uso que nada puede detener.

Di frecuentemente: La Presencia YO SOY gobierna todo canal existente en manifestación. Lo gobierna todo.

SAINT GERMAIN


La vida es

 


                Todo lo que pasa es tan habitual y familiar como una rosa en primavera y los frutos del otoño; así también la enfermedad y la muerte, la calumnia, la traición y cuanto alegra o entristece a los locos.

MARCO AURELIO

martes, 29 de abril de 2025

Honestidad

 


Cuando una persona supera la altura media, se dice de ella que es alta, y seguirá siéndolo en cualquier circunstancia. Lo mismo sucede con quien tiene el cabello negro, rubio, los ojos verdes o azules. Estas características físicas permanecen inalterables, independientemente del lugar donde se encuentre o de las personas que la rodean. 

No hay discusión posible en cuanto a que los aspectos físicos de una persona no cambian por sí solos de un momento a otro, bajo ninguna circunstancia. Podemos afirmar con certeza que, si alguien es alto, continuará siéndolo; si alguien tiene los ojos azules, no los perderá repentinamente. Estas características son objetivas, observables y constantes. 

Sin embargo, cuando nos adentramos en los atributos morales, ¿se aplican las mismas reglas? ¿Permanecen inalterables como las características físicas, o están sujetas a cambios según el entorno, las circunstancias o las decisiones individuales? 

Quiero centrarme en un atributo moral en particular: la honestidad. Este valor fundamental implica actuar con sinceridad, decir la verdad, respetar a los demás y a uno mismo. Sin embargo, la honestidad no parece mantenerse inalterable en un porcentaje significativo de personas, a diferencia de las características físicas. 

Una persona verdaderamente honesta habla y actúa siempre de acuerdo con sus ideales y creencias, sin importar la situación en la que se encuentre o las consecuencias que puedan derivarse de su comportamiento. Sin embargo, la realidad nos muestra que muchas personas pueden ser honestas en ciertos momentos y menos honestas en otros. 

Si se le pregunta a cualquier individuo si se considera honesto, seguramente responderá afirmativamente, convencido de que dice la verdad, actúa con transparencia y no engaña a los demás. Pero si se profundiza en su comportamiento en distintas circunstancias de la vida, podríamos encontrar contradicciones en su respuesta. 

¿Siempre eres honesto con tu pareja y tus hijos? ¿Nunca ocultas información o cuentas medias verdades para evitar conflictos o preocupaciones? 

¿Rindes al cien por ciento en tu trabajo, sin intentar engañar a tu empleador, sin exagerar resultados, sin hacer menos de lo que podrías hacer? 

¿Declaras exactamente lo que corresponde a la hacienda pública, sin omitir ingresos, sin buscar lagunas legales para reducir impuestos de manera indebida? 

¿Cumples todas las normas y ordenanzas sin buscar maneras de esquivarlas? ¿Respetas las reglas de tránsito, aunque nadie te esté observando? 

     Si somos completamente sinceros, probablemente, notaremos que, en ciertas circunstancias, la honestidad no es absoluta. Existen momentos en los que se justifica el ocultar una verdad o en los que la conveniencia personal nos hace actuar con menos transparencia de la que exigiríamos a los demás. 

Es común que las personas busquen justificar ciertos actos que no son completamente honestos. Una de las frases más repetidas es: “Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón”. Esto refleja la idea de que el engaño o la deshonestidad pueden justificarse si la otra parte ha actuado mal primero. Sin embargo, esta lógica no es válida. La honestidad no depende de cómo actúen los demás, sino de nuestra propia integridad. 

Ser honesto no significa actuar con rectitud solo cuando el entorno es favorable o cuando quienes nos rodean también lo son. La honestidad debe prevalecer sin importar ante quién nos encontramos: el rico y el pobre, el ladrón, el corrupto y el más honrado de los seres. 

La honestidad verdadera es aquella que no cambia según la conveniencia o el contexto. Es un principio arraigado en la ética personal y no debe ser flexible o adaptable según las circunstancias. 

Si analizamos la sociedad en su conjunto, veremos que la honestidad es un valor esencial para la convivencia. Sin ella, el sistema en el que operamos se desmoronaría. Si cada persona actuara bajo el principio de “lo que me conviene en este momento”, sin un compromiso firme con la verdad y la transparencia, viviríamos en un mundo caótico donde la confianza desaparecería. 

Las instituciones gubernamentales dependen de la honestidad para funcionar correctamente; el comercio necesita de la integridad de los vendedores y compradores para establecer transacciones justas; las relaciones personales dependen de la verdad y la sinceridad para construir vínculos sólidos. 

No obstante, sabemos que el engaño existe en múltiples formas. Desde pequeñas mentiras cotidianas hasta fraudes a gran escala, la deshonestidad se manifiesta en distintos niveles. En ocasiones, incluso se premia o se justifica, lo cual socava el valor esencial de la honestidad en nuestra sociedad. 

Entonces, ¿cómo podemos garantizar que la honestidad permanezca inalterable en nuestras vidas? La respuesta está en el compromiso personal. 

Cada persona debe decidir si la honestidad será una base firme e inmutable en su vida o si permitirá que se erosione por la conveniencia, el miedo o la presión social. Este compromiso implica reconocer que, aunque puedan existir momentos difíciles, mantener la sinceridad y la transparencia es fundamental para nuestro propio bienestar y el de quienes nos rodean. 

No se trata solo de evitar las mentiras o los engaños evidentes, sino de asegurarnos de que nuestra palabra y nuestras acciones sean siempre coherentes con nuestros principios. Se trata de actuar con integridad en todos los aspectos de la vida, sin excusas ni excepciones. 

La honestidad, a diferencia de las características físicas, no es un atributo que permanece inalterable por naturaleza. Requiere esfuerzo, compromiso y convicción. Pero al final, la recompensa de vivir con transparencia y rectitud es invaluable. 

Una sociedad basada en la honestidad es una sociedad en la que se puede confiar, en la que las relaciones humanas son genuinas y en la que el respeto mutuo se fortalece. Depende de cada individuo elegir si la honestidad será solo un principio teórico o una realidad tangible en su vida. 

La pregunta final no es si te consideras honesto, sino si eres capaz de demostrarlo con hechos. 


El poder de la oración

 


Mi muy amado hijo:

       ¡Qué gracioso eres! Me has hecho sonreír desde lo más profundo de mi ser. En tu búsqueda por comprender, cuestionas la oración y el agradecimiento, y, al final, me das las gracias por estar aquí contigo y por escucharte. Aprecio tu sinceridad y esa curiosidad que demuestra el amor y la conexión que sientes hacia Mí.

Sí, hijo mío, siempre estoy. Siempre te escucho. Nunca estoy lejos, aunque mi forma de actuar sea diferente a la que podrías esperar. No suelo intervenir directamente, porque ni siquiera yo mismo voy a interferir en la programación de tu alma. Cada paso en tu camino, cada decisión que tomas, forma parte de ese plan divino y perfecto que tú mismo trazaste antes de llegar a la vida.

Por eso te digo: la oración, el pedir y el agradecer son esenciales. Puede que te parezcan gestos insignificantes, incluso una pérdida de tiempo, sabiendo que las situaciones que llegan a tu vida están dictadas por ese plan superior. Pero hay una razón más profunda detrás de estos actos.

Todo es energía, hijo mío. Yo soy energía, y tú también lo eres. Sin embargo, hay grados: desde la energía más sutil y pura que soy Yo, hasta las formas más densas, como las cosas materiales, entre ellas tu cuerpo físico. La energía se rige por leyes inquebrantables que han sido tejidas en el tejido del universo:

- La energía siempre sigue al pensamiento. Allí donde coloques tu atención, hacia allí fluye tu energía.

           - Energías semejantes se atraen. Aquello que emanas, inevitablemente regresa a ti.

Y ahora, reflexiona conmigo: ¿qué ocurre cuando rezas, cuando suplicas, cuando agradeces? En ese instante, diriges tu pensamiento hacia Mí, y con ello, tu energía se eleva y se conecta conmigo. Durante esos preciosos momentos de oración, estamos en comunión, unidos. Y dime, ¿qué podría ser más hermoso que sentirte uno con tu Padre?

Además, esta conexión te brinda algo invaluable: paz y serenidad. Esa calma que difícilmente logras en el ajetreo cotidiano. Es en esa quietud donde encuentras claridad, donde te abres a comprender tu Plan de Vida y el propósito detrás de cada situación que atraviesas. Porque todo tiene un sentido, incluso lo que parece más incomprensible.

Y como las energías semejantes se atraen, al orar y agradecer, te colocas en una posición para recibir más de lo mismo. Si generas paz, atraerás más paz; si irradias gratitud, vendrá a ti más alegría, serenidad y comprensión. En este flujo, empiezas a experimentar la abundancia del amor y la sabiduría divina.

Por eso, hijo mío, no subestimes la fuerza de la oración ni del agradecimiento. Son herramientas que no solo te unen a Mí, sino que también iluminan tu sendero, te fortalecen y te recuerdan que nunca estás solo.

           Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo