Escuchar
es un arte. No se trata solo de oír las palabras de alguien, sino de comprender
la emoción detrás de ellas, de ofrecer un espacio seguro en el que esa persona
pueda expresarse sin sentirse minimizada o eclipsada. Muchas veces, cuando
alguien comparte una experiencia, es una invitación a conectar, no a competir
por quién ha vivido algo similar o más impactante.
Cuando
respondemos de inmediato con nuestras propias anécdotas, aunque no tengamos
intención de hacerlo, podemos cortar el flujo emocional de quien nos habla.
Para esa persona, el momento que está compartiendo tiene un valor especial, y
espera ser escuchada, no interrumpida. Puede sentirse desanimada, incluso
bloqueada, como si su experiencia ya no fuera tan relevante.
Practicar
la escucha activa significa dejar de lado la urgencia de contar nuestra
historia y, en su lugar, hacer preguntas, mostrar interés genuino y dar espacio
para que el otro se exprese por completo. Validar los sentimientos ajenos,
asentir, mantener contacto visual y ofrecer palabras que refuercen el apoyo —un
"entiendo", un "debe haber sido difícil", un "cuéntame
más"— pueden marcar la diferencia entre una conversación superficial y una
auténtica conexión.
Cuando
realmente prestamos atención, creamos momentos en los que las personas se
sienten vistas y comprendidas. Así, en lugar de apagar el entusiasmo de quien
nos habla, contribuimos a fortalecer la comunicación y la confianza. Porque al
final, todos queremos ser escuchados, no solo oídos.
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