Mi alma, mis libros, mis creencias, mi corazón y mis opiniones.
El viaje del alma
El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión. Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y, para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS
Es difícil de
explicar, y por lo tanto difícil de entender, el cambio que se produce a nivel
de percepción, del alma que vive libre en el seno del Padre y la que vive
encarnada. Pero podemos intentarlo.
En realidad,
la percepción del alma es la misma, pero el alma encarnada envuelta en la
materia y en la personalidad del ego, no parece tener gran influencia en el
desarrollo de la vida física. No puede, se encuentra atada y amordazada, mientras
que una vez libre de sus envolturas, con la desaparición del cuerpo recupera su
libertad expresando de nuevo su divinidad.
Comencemos
por el principio. El alma organiza su próxima vida, acompañada de guías, de Maestros,
y de las almas que van a compartir con ella la vida física. El alma es
totalmente consciente de su recorrido en la materia recordando todas sus vidas
anteriores.
Quiero hacer
un aparte antes de seguir, para aclarar que no es que el alma recuerde, no lo
necesita. No existe el tiempo en la vida fuera de la materia, ya que el tiempo
solo es una percepción del ego. Por lo tanto al no existir el tiempo puede ver,
en tiempo presente todo lo ocurrido en cualquier tiempo y en cualquier espacio.
Es al encontrarse maniatada en la materia cuando ha de recordar.
La
organización de una vida es una tarea muy compleja, ya que en esa organización tienen
que acoplarse todas las tareas que han de realizar todas y cada una de las
almas que van a compartir la vida física con ella. Y no solamente se ha de organizar
una opción de vida, se han de organizar varias, para poder abarcar los distintos
cambios, que son muchos, que puedan ocurrir generados por el libre albedrío de
los egos que comparten la encarnación.
El estado
habitual del alma es permanecer fuera del cuerpo, ya que en el cuerpo solo se
encuentra durante cortísimos espacios de su eternidad. Pues en ese estado fuera
del cuerpo, el alma es total y absolutamente consciente de lo que ha vivido, de
lo que le queda por vivir, de lo que ha aprendido, de lo que le falta por
aprender, de lo que debe y de lo que le deben, y la planificación de su vida
está ligada a todo ese bagaje, eligiendo padres, hermanos, parejas, hijos,
nietos, amigos, países, situaciones, trabajos, etc., etc. El alma, si de ella
dependiera, trataría de abarcar cuanto más mejor, para terminar en una vida
física todo su trabajo, pero los seres que la acompañan en su programación, únicamente
la dejan que planifique el aprendizaje y la liberación del Karma que podrá
soportar. Intentar más sabiendo que el ego sería incapaz de llevarlo a buen
puerto seria un sufrimiento inútil.
Cuando llega
el momento de encarnar, el alma carga con la mochila de los miedos y de las
emociones que va paseando vida tras vida para liberarse de ellos, y es cuando
el ego recibe esa mochila, que comienza el calvario del alma. Envuelta por la
materia, amordazada y maniatada, no puede hacerse oír para que el ego entienda
que el sufrimiento y el miedo que comienzan a atenazar su existencia, solo son
herramientas para su propio crecimiento.
La minuciosa
programación realizada antes de la vida, se ve amenazada, truncada y parcelada,
con lo que el alma comprueba que no solo no va a avanzar ni un milímetro, sino
que puede cargarse con más Karma para liberar en vidas futuras.
El alma
intenta hacerse oír, enviando imputs al corazón para que el ego aprecie las
intuiciones, que son el lenguaje del corazón, pero nada. Lo reintenta haciendo incluso
enfermar físicamente al cuerpo, pero tampoco
tiene éxito.
Es tan
fuerte la forma de pensamiento de separación de Dios que la sociedad ha creado
como un halo rodeando la Tierra, que son pocos los egos que intentan mantener
en silencio su mente para escuchar a su corazón, e incluso estos, que tienen
acceso a las intuiciones, las malogran en un ochenta por ciento al pasarlas por
el arel de la mente.
Para el alma
la muerte del cuerpo es una liberación, y una vez de vuelta al seno del Padre
comienza una nueva etapa, una nueva planificación.
Esta es la
diferencia entre el alma libre y el alma encarnada. Una sabe que es divina y
disfruta su divinidad. La otra encerrada en la mazmorra del ego, sabe de su
divinidad pero no puede disfrutarla si no consigue que la disfrute el ego, lo
cual es muy difícil en casi todos los seres humanos.
Si has
llegado hasta aquí, intenta mantenerte en silencio el mayor tiempo posible. Haz
que la meditación sea un hábito en tu quehacer diario, y date permiso para
escuchar a tu corazón que sólo habla al dictado del alma. Y el alma solo
expresa su Divinidad.
Esta es la
historia de Ramón, un jubilado a punto de cumplir setenta años, ahora abuelo a
tiempo completo, que como hobby ha dedicado media vida a la búsqueda de algo,
que el mismo no sabe muy bien cómo definir, pero que casi a media voz, como si
le diera vergüenza, dice “busco a Dios, pero me siento tan poquita cosa”.
Ramón es una excelente persona, el
primero en ayudar en las distancias cortas, aunque alejado de los grandes
compromisos, ya sean sociales, económicos, políticos o religiosos. Sus familiares
con ese cariño infinito que sienten por él le dicen con frecuencia: “Ramón, o
papá”, según de donde venga la perorata, “es que no puedes ayudar a todo el que
se te acerca, no puedes perdonar lo que te deben, no puedes hacerte el tonto de
esa manera porque te están tomando el pelo”.
“Mira”, contesta él, “si pueden
devolvérmelo y no lo hacen, no es mi problema, es el suyo. Para mí no es
imprescindible, y si creyendo que soy tonto y me engaña, él es feliz, pues
¡Bendito sea Dios!, allá él con su conciencia”.
Esta es su manera de ir por el mundo.
No entiende de separatismos políticos o religiosos, no entiende la
discriminación, no entiende, por ejemplo, cuando desde las altas jerarquías de
la iglesia condenan sin paliativos a homosexuales, a divorciados o a madres
solteras. “Ahora afortunadamente”, dice, “tenemos un Papa que sí parece que
habla por boca de Dios, al menos más que otros”.
Ramón es un observador, no habla,
solo escucha, y eso le ha hecho conocedor de la idiosincrasia humana. Como él
dice: “Cuando abren la boca ya sé si hablan con verdad o me va a engañar” o,
“dejarles que hablen, pobrecitos, es su única manera de tener protagonismo”.
No ha realizado ningún tipo de cursos
o talleres tan de moda hoy día, no hace intensivos ni retiros, él sólo lee y
medita. Me contaba que le tenía un miedo cerval a la muerte y que a través de
la lectura empezó a pensar en la lógica que tenía la reencarnación y en que
todo lo que venimos a hacer a la vida es aprender, “Aunque tengo que
reconocer”, dice, “no sé muy bien cuál es el aprendizaje. Los autores no se
ponen mucho de acuerdo, lo que me da a entender que no lo saben. Me gusta eso
que tú dices de que sólo tenemos que aprender a amar, parece lógico”.
Lo que iba asimilando de los libros
lo ha ido incorporando a su propio ser a través de la meditación. Me contaba de
su experiencia meditativa: “La reencarnación me empezó a parecer lógica
observando la tontería de mucha vidas, y sobre todo tantas y tantas vidas vacías,
carentes de amor y de cariño, y sobre todo con tantos engaños. Tenía que haber
algo más pensaba. Pero a medida que avanzaba en mi meditación, era como si en
cada meditación recibiera información adicional, porque al finalizar la
meditación parecía que había integrado en mi ser, en el lugar donde se acumula
la sabiduría, que no se cual es, lo que había leído y aceptado como cierto.
Esto hizo que desapareciera el miedo a la muerte y empezara a plantearme otros
objetivos de vida”.
“¿Cuáles son esos otros objetivos?”, pregunté
yo, dando por sentado que los objetivos anteriores eran los que todo el mundo
tiene, buscar la felicidad, aunque no lo sepan, pero tratando de encontrarla en
los lugares equivocados. “Los objetivos que ahora busco”, contestaba Ramón, “es
hacer felices a los demás. Eso me hace feliz. Lo leí una vez, y no lo entendía
muy bien, pero ahora, al practicarlo, lo he entendido perfectamente. Mi
felicidad pasa por la felicidad de los que me rodean”.
Si tenía alguna duda de la bondad de
este hombre, ahora se había disipado. Pero la razón de esta entrada, no es por
su bondad, ni sus anécdotas, es por lo que me siguió contando Ramón:
“Últimamente me están pasando cosas muy raras, y cada vez con más frecuencia. A
veces es como si me desconectara del mundo. Estoy con mi esposa, con mis hijos
o con mis nietos, y la mente, que ya sabes lo caprichosa que es, da entrada a
un pensamiento del tipo: ¿Qué será de Ana, mi nieta, el día de mañana?, y en
ese momento surge la desconexión y me entra una serenidad especial, y esa
serenidad lleva implícito no que sepa que será el día de mañana, sino que no debo
preocuparme porque lo que va a ser ya lo ha pedido, lo ha pactado y lo ha
programado, así que no va a ser lo que ella no quiera ser”. “Ya sé”, siguió
Ramón, “que eso, ni ella, ni nadie de la familia lo saben, ni tan siquiera yo,
pero la sensación que recibo, o la energía como tu dices, me serena hasta el
extremo de dar las gracias a Dios”.
“Te ha sucedido en más ocasiones”, le
pregunté.
“En muchas más”, me contestó, “prácticamente
cada vez que tengo alguna duda, alguna pregunta, alguna inquietud, de alguna
manera es como si me desconectara de la vida y me enchufaran a no sé donde,
pero me llega tal serenidad que dan ganas de seguir teniendo dudas. A veces
incluso después de eso, se la respuesta a la pregunta que me hacia en mi mente,
y sin que nadie me diga nada, se que lo sé”.
“Ramón”, le interrumpía yo, “eso es
como estar en el umbral del Paraíso. Es como si estuvieras aquí y Allá. Y ¿Qué haces?
Hasta prácticamente
hoy, nunca, o en contadísimas ocasiones entraba en el blog para ver
comentarios. Creo que lo he hecho una o dos veces, con lo que los comentarios
ahí están, pero nada más.
Cuando hoy he entrado
he visto alguno como el que trascribo a continuación: “Hola, me gustaría que
profundizaras en el comentario del enfado del alma, porque no me queda nada
claro que las enfermedades vengan de un enfado del alma”. Este comentario es
del 8 de Abril y fue motivado por una mini entrada, (las entradas minis, que
son casi pensamientos, las recojo en algo que denomino “Perlas para el alma”).
No sé a quién pertenece el comentario porque aparece como anónimo. Espero que
lea esta entrada para aclarar en lo posible sus dudas.
La entrada en cuestión
decía: La verdadera y futura curación se
efectuará cuando la vida del alma pueda fluir sin impedimento ni obstáculo a
través de cada aspecto de la materia, pudiendo entonces vitalizarla con su
potencia y eliminar así los bloqueos que son fuente de enfermedades.
Un sinfín de enfermedades tienen su origen en un enfado del
alma. Solo hay que ser honestos con uno mismo, escuchar lo que dice el corazón
y seguirlo al pie de la letra.
Para entender, en
primer lugar, que el alma se enoje, y en segundo lugar, que sea origen de
enfermedades, por supuesto no de todas, es imprescindible saber que el ser
humano cando nace a una nueva vida tiene, normalmente, un bagaje de vidas
importantes a sus espaldas.
Lo que nace a una nueva
vida es un cuerpo, pero de ese cuerpo, toma posesión “algo” que permanece
inmutable vida tras vida, “algo” eterno, “algo” divino, ese “algo” es el alma.
El alma es un chakra que se encuentra situado a unos treinta centímetros por
encima de la cabeza. El cuerpo físico se encuentra dentro del radio energético
del alma, podemos decir, por lo tanto, que somos un alma que contiene un
cuerpo, más que un cuerpo que contiene un alma.
Es el alma quien
atesora los recuerdos de todas las experiencias vividas en los diferentes
cuerpos que ha ido habitando en la materia. Es el alma quien recuerda muertes
traumáticas, quien recuerda maltratos, quien recuerda engaños y traiciones,
quien recuerda amores y desamores, quien recuerda felicidad y sufrimiento. Es
el alma también quien firma, (por expresarlo de una manera que entendamos), el
contrato de vida, por lo tanto sabe perfectamente la razón de su venida a un
cuerpo, sabe el porqué de cada encuentro, sabe la razón de miedos y traumas,
sabe cuál es el trabajo a realizar y cuando debe hacerse.
El problema es que
cuando alcanzamos el uso de razón para la humanidad perdemos el contacto con el
alma para la espiritualidad. Nos enseñan a creer en lo que vemos y tocamos, y
claro el alma no se ve. Nos hablan del alma, como nos hablan de Dios, pero sin
enseñarnos que es realmente el alma y quién es realmente Dios. Nadie nos habla
de nuestra divinidad, nadie nos dice que somos eternos, nadie nos dice que vivimos
desde siempre y que vamos a vivir para siempre.
Por lo tanto todo lo
que conoce el alma no lo conoce la razón, pero no porque sea imposible, sino
porque vivimos desconectados del alma.
Como no somos capaces
de conectarnos con nuestra alma, de alguna manera tenemos que recibir los
“imputs” para hacer aquello que hemos pactado hacer. Sólo el alma lo sabe. Es
el alma la única que puede hacer algo para que reaccionemos y encaminemos
nuestros pasos hacia el punto que teníamos previsto antes del nacimiento del
cuerpo.
¿Cómo lo hace? El alma
se encarga de enfermar al cuerpo con la enfermedad necesaria para pagar Karma
con el sufrimiento por la enfermedad, o
para visitar a un terapeuta que le enseñe a la persona a meditar para sanarse,
o para encontrarse con alguien que le hable del perdón, o para que haga aquello
que necesita para la realización de su contrato.
Permitirme que haga un
punto y aparte para recomendaros que leáis, si no lo habéis hecho la entrada
que lleva por título “La mochila kármica de los bebés”. En ella relato cuatro
casos en los que los recuerdos que el alma trae de otras vidas están afectando
a la vida actual.
A
estas enfermedades que son un aviso del trabajo a realizar, es lo que yo llamo
“enfados del alma”. No son tales enfados, el alma no se enfada nunca, solo hace
su trabajo para que “nosotros” hagamos el nuestro.
Nos
ahorraríamos enfermedades y sufrimientos si realizáramos el trabajo más
importante: Conectarnos con el alma, vivir desde el alma.
La información que aparece en “La
mochila Kármica de los bebés” ha sido recibida a través de varias canalizaciones
que han realizado los papas de los niños, que presentaban diferentes problemas
a los que no parecía encontrársele explicación. Si alguien estuviera interesado
en realizar alguna canalización podéis escribir a mi correo alvaga88@gmail.com
Ya he tomado las medidas oportunas
para leer a partir de ahora cualquier comentario que se realice en cualquier
entrada. Me llegará de inmediato.
Al
principio de los tiempos, los dioses se reunieron para crear al hombre y a la
mujer. Lo hicieron a su imagen y semejanza, pero uno de ellos dijo:
-Un momento, si vamos a
crearlos a nuestra imagen y semejanza, van a tener un cuerpo igual al nuestro y
una fuerza e inteligencia igual a la nuestra. Debemos pensar en algo que los
diferencie de nosotros, de lo contrario estaremos creando nuevos dioses.
Después
de mucho pensar, uno de ellos dijo:
- Ya sé, vamos a
quitarles la felicidad.
- Pero… ¿dónde vamos a
esconderla? – Respondió otro.
- Vamos a esconderla en
la cima de la montaña más alta del mundo.
- No creo que sea una
buena idea, con su fuerza acabarán por encontrarla.
- Entonces… podemos
esconderla en el fondo del océano.
- No, recuerda que les
daremos inteligencia, con la cual, tarde o temprano construirán una máquina que
pueda descender a las profundidades del océano.
- ¿Por qué no la
escondemos en otro planeta que no sea la tierra?
- Tampoco creo que sea
buena idea, porque llegará un día que desarrollarán una tecnología que les
permita viajar a otros planetas. Entonces conseguirán la felicidad y serán
iguales a nosotros.
Uno
de los dioses, que había permanecido en silencio todo el tiempo y había escuchado
con interés las ideas propuestas por los demás dijo:
- Creo saber el lugar
perfecto para esconder la felicidad, donde nunca la encuentren.
Todos
le miraron asombrados y le preguntaron:
- ¿Dónde?
- La esconderemos dentro
de ellos mismos, estarán tan ocupados buscándola fuera, que nunca la
encontrarán.
Todos
estuvieron de acuerdo, y desde entonces el hombre se pasa la vida buscando la
felicidad sin darse cuenta que la lleva consigo.
La
felicidad es un estado interior, de la misma manera que el miedo, la ansiedad,
la culpa, la ira o la tristeza son estados interiores.
¿Por
qué entonces nos fijamos, nos regodeamos y sentimos las emociones inferiores y
no las superiores como la felicidad o la alegría, cuando todas están en el
mismo lugar?
Por
una razón muy sencilla: Nadie nos ha enseñado.
Sentimos
lo que nos han enseñado a sentir, y lo que nos han enseñado es a tener miedo, a
sentir envidia, a criticar, a ser ansiosos, a sentirnos culpables, a juzgar a
los demás, porque ese es el ejemplo de nuestros mayores. Nos han enseñado que la
felicidad se consigue con cosas del exterior.
Las puntas de los dedos corazón y anular tocan la punta del
dedo pulgar, mientras que el dedo índice toca la base del pulgar, manteniendo
recto el dedo meñique.
Sirve para:
Beneficia el corazón.
Funciona como una inyección en la reducción del infarto.
Es tan poderoso como una pastilla debajo de la lengua.
Reduce los gases del cuerpo.
Duración:
Practicar tantas veces como se pueda.
Pacientes con problemas cardiacos y pacientes BP practicar
durante 15 minutos cada día. Dos veces al día para obtener mejores resultados.
Beneficios:
Fortalece el corazón y regulariza las palpitaciones.
El
mero hecho de nacer no significa que el nuevo bebé que ha aparecido en el mundo
esté completamente limpio de polvo y paja. No, a pesar de su bisoñez carga una
mochila importante: Carga su mochila kármica, carga recuerdos de otras vidas,
sobre todo de las últimas, que pueden afectarle de manera importante en la
nueva andadura que inicia en la Tierra.
Miedos, enfermedades, fobias, simpatías,
afinidades y desencuentros son algunas de las actitudes, emociones o
sentimientos, que sin razón aparente, pueden desarrollar o sentir los niños
hasta su entrada en el mundo de la razón, y posiblemente hasta su madurez, o
hasta su siguiente vida si no consiguen sanarlo en la actual.
Relato
a continuación algunos de los últimos casos tratados:
Elisabeth,
de seis años que con el paso del tiempo se le ha ido agudizando el miedo a la
oscuridad que tenía desde bien pequeña, al que se le ha unido según ha ido
creciendo miedo también a la cruz, sobre todo en las que se encuentra la imagen
de Jesús, ensangrentado y coronado de espinas. Además para más inri
escolarizada en un colegio de monjas. Los miedos son motivados por recuerdos de
su última vida, en la que estuvo internada en un convento de clausura, en
contra de su voluntad, y se pasó la vida en una celda oscura con la única compañía
de una cruz con la imagen de Jesús. En la actualidad en su inconsciente piensa
que la van a enclaustrar también en esta vida. Por supuesto, nada más lejos de
la realidad.
Rakel,
de siete años. Miedo a la soledad prácticamente desde su nacimiento, que con el
paso del tiempo ha ido en aumento con la sensación añadida de que alguien la
observa casi de manera permanente. El miedo es motivado también por el recuerdo
de su última vida en la que no tenía familia y la fueron llevando de casa en
casa, sin ningún tipo de amor ni de cariño. En la vida actual tiene miedo de
que eso vuelva a ocurrir y la abandonen sus padres. Aunque no hace falta
decirlo quiero comentar que los padres están locos de amor por su hija y
preocupados por sus miedos.
Raul,
tres años. Un niño cien por cien amoroso. Besa y abraza de manera permanente a
sus padres, a sus amigos, a sus compañeros, a sus vecinos, a sus conocidos, en
fin, a todo el mundo, excepto a su maestra en la guardería. Su maestra en la
guardería le hizo daño, sin ella pretenderlo en una vida anterior, y al
encontrarla en esta vida, se activó su recuerdo y su rechazo hacia ella.
Lorena,
tres años. Con un salpullido alérgico en la nuca que no se va de ninguna
manera. Lo que tiene es un enfado con su papa porque la ha hecho daño en otras
vidas y en esta, la niña en su inconsciente cree que la sigue haciendo daño, cuando
su papa ya la ha pedido perdón de alma a alma y es muy amoroso con ella.
Podría
relatar varios casos más, pero no parece necesario.
No quiere decir que todos los niños que tengan problemas de miedos, alergias o
rechazos sean motivados por problemas de otras vidas, pero si un porcentaje
importante. También podría mencionar algunos de la propia vida generados en sus
primeros meses de vida, porque hay para todos los gustos.
Lo
importante es saber qué hacer, o al menos intentarlo, en cualquiera de los
casos, y no quedarse con la cantarela de que mi niño tiene este o aquel miedo y
no hacer demasiado caso. Siempre hay una razón.
En
casi todos los casos se ha de realizar un doble trabajo, uno terapéutico en el
que se vaya eliminando la energía del miedo o del rechazo, y el otro de amor
enviado por sus padres. El trabajo de
los padres tiene una doble vertiente: Una consciente en la que han de tratar a
su hijo con auténtico amor, sin ningunear sus miedos, y otra un trabajo de
almas, en el que han de expresar ese amor con palabras para que su alma lo
reciba cuando el niño se encuentra dormido o a punto de hacerlo.
Nuestra
mochila, en la que se encuentran nuestros traumas, nuestros miedos de otras
vidas y por supuesto el Karma que nos hemos regalado para deshacernos de él, es
más importante de lo que podamos pensar.
Quiero dedicar esta entrada a un
amigo, a un amigo que me escribió y me dijo que había leído el post con el
título “Acabo de morir” en el velatorio de su padre que acababa de morir. Y me
comentaba que si algún día me llegaba la inspiración que escribiera para los
que sufren, para los que sufrimos el dolor de la pérdida.
¿Por qué le tienes miedo a la
muerte?, ¿Por qué el sufrimiento ante la pérdida de un ser querido?, ¿Por qué
te produce “repelús” solamente la mención de la palabra muerte?
Hace días colgué un post con el
título “Acabo de morir”, en el que una persona que acababa de morir me permitió
compartir su estado, con el único propósito de ir aliviando o dulcificando el
miedo escénico que casi todos los seres humanos le tienen a la muerte.
Quiero en
esta entrada hacer una reflexión desde el otro lado, desde el lado del vivo que
ve, siente y sufre como se marchita hasta morir alguien querido.
Porque es
muy fácil hablar de la muerte desde la segunda fila, desde el otro lado de la
computadora, desde el lugar donde no te toca en primera persona. Es
imprescindible estar en primera línea para comprobar cómo el sentimiento de
pérdida supera a cualquier filosofía, supera a cualquier creencia.
Supongo que casi todos hemos estado
en esa situación de dolor, en esa sensación de impotencia, en esa sensación de
incredulidad, en esa sensación en la que incluso puedes llegar a dudar de la
existencia y de la bondad de Dios.
La pregunta
de ¿Por qué a mí Señor? Se encuentra en muchísimas mentes de los que contraen
una enfermedad que parece terminal, e incluso en la de sus seres más allegados.
Casi es como pensar porque no enferma el vecino de la otra calle, (al que por
supuesto no conozco y no me va a afectar).
La entrada
de “Acabo de morir” tenía ese propósito. El propósito de que los familiares del
difunto tuvieran la plena seguridad de que la muerte del cuerpo es un alivio,
ya que se pasa a vivir en otro plano con otras condiciones que son mucho más
ventajosas que las que disfrutábamos o sufríamos estando en vida.
Ya parece estar bastante claro, para
bastantes personas, que abandonar la vida física es un regalo, y para el que
muere la muerte es eso, un regalo, pero no lo es para los que nos quedamos. La
pregunta es ¿Por qué?
Si tenemos claro que la vida sigue en
otro plano, en el que todo lo que se vive es paz, amor, alegría y felicidad, y
que es eso precisamente lo que está viviendo nuestro ser amado, ¿Por qué nos
entristece tanto la pérdida, si sabemos, o al menos creemos, que sigue con
vida, con esa otra forma de vida, que es mucho más placentera que la vida
física? La respuesta aunque pudiera parecer fácil, no lo es tanto.
Todo es cuestión de creencia, todo es
cuestión de pensamiento. La frase de Buda “Somos lo que pensamos”, adquiere
aquí un valor máximo. Y con independencia de que el propio pensamiento de la
persona en relación a la muerte, sea que solo es un cambio de consciencia, o
sea que la vida continua a pesar de la desaparición del cuerpo físico, existe
una forma de pensamiento global que cubre la Tierra en su totalidad que
contempla la muerte como el fin de la existencia. Y es claro, dejar de existir es aterrador.
El propio pensamiento de los que
creen en la reencarnación, y que nada acaba con la muerte del cuerpo es más un
deseo que una creencia arraigada e integrada en el ser humano, incluidos muchos
de los que predican la teoría; ya que si viviéramos en esa convicción, y
estuviera integrada en nosotros, traspasar el umbral de la vida no causaría
ningún tipo de trauma. Sería como acostarse a dormir cada día, solo que en vez
de decir “Hasta mañana”, seguramente habría que decir “Hasta siempre”.
Es muy curioso lo que sucede:
Pensamos conscientemente que la muerte no es el fin, (o deseamos que así sea),
que hay vida más allá de la muerte, incluso conscientemente pedimos a los
santos por los que la persona siente devoción, lo cual da pie a creer que la
persona cree en la vida al otro lado de la vida física, ya que si viven ellos
que han estado aquí, igual que nosotros estamos ahora, ¿Por qué no íbamos a
vivir nosotros también al otro lado?, pero el terror inconsciente, generado por
esa forma de pensamiento global es superior al cualquier creencia o
razonamiento consciente.
Cambiar ese pensamiento global de terror a la
muerte, no parece, de momento, tarea fácil, ya que sería necesario que millones
y millones de personas empezaran a tener el pensamiento contrario, lo cual no
parece muy factible. Ante esto, solo queda la fortaleza del pensamiento de cada
persona de manera individualizada.
Hay una segunda razón para sufrir por
la muerte de una persona allegada, a pesar de creer que va a seguir con otra
forma diferente de vida mucho más placentera. Esta razón es la calidad del amor.
Si a cualquiera de nosotros nos preguntan porque sufrimos ante la pérdida de un
ser querido, la respuesta sería prácticamente la misma: “Porque le quiero y no
le voy a ver más”.
En esa respuesta mezclamos dos
conceptos completamente diferentes: Una, “le quiero”, y dos, “no le voy a ver
más”. El primer concepto se cae por sí solo, ¿Cómo es posible amar a alguien y
sufrir porque se va a un lugar muchísimo mejor? Nuestro amor no es auténtico
amor, no es la energía que todo lo llena, es una mezcla de amor y deseo. A esta
combinación de amor y deseo bien podríamos llamarla apego, y el apego se define
como una vinculación afectiva intensa, duradera, de carácter singular, que se
desarrolla y consolida entre dos personas, por medio de su interacción
recíproca, y cuyo objetivo más inmediato es la búsqueda y mantenimiento de
proximidad en momentos de amenaza ya que esto proporciona seguridad, consuelo y
protección. El segundo concepto es una consecuencia del primero.
Podemos por lo tanto concluir en que
lo que definimos como amor hacia nuestros seres queridos, es más apego que
amor, con lo cual es lógico el sufrimiento por la pérdida de alguien que nos
acompaña, que nos da seguridad, que nos brinda consuelo, que nos da protección,
y un sinfín de cosas más.
Cuando sustituyamos el apego por
amor, por auténtico amor, por amor verdadero, por amor incondicional, por el mismo
amor con el que Dios nos ama a nosotros, se habrá terminado nuestro sufrimiento
ante la muerte.
Hasta entonces es normal nuestro
dolor, porque es justamente el aprendizaje de cómo se ama nuestra auténtica
razón para venir a la vida.
Todo lo que existe en el Universo, procede de
la misma Fuente, todos tenemos un origen común que fue la voluntad original del
Creador de darnos la vida. Todos estamos impregnados de la Esencia Divina, y
con las individualidades que hemos elegido en esta encarnación, formamos parte
de la Unidad Cósmica y Universal.
Todos
somos una Chispa Divina, una chispa desgajada de la Energía Divina. Todos
tenemos la misma composición, la misma esencia, y de la misma manera que un día
nos desgajamos de la Energía, a Ella hemos de retornar.
Por lo
tanto, cada entidad con la que tenemos contacto, ya sea persona, animal,
vegetal o mineral, es lo mismo que nosotros y por lo tanto merecedora de todo
nuestro respeto, amabilidad, compasión y amor, porque somos lo mismo, porque
tenemos el mismo origen.
El
mayor problema con el que nos encontramos los seres humanos en nuestra llegada
a la vida, es la idea de la separación, la idea de que somos independientes. No
es esta una idea que llegue a nosotros por generación espontánea, es sencillamente
fruto del aprendizaje y del ejemplo que recibimos.
Sentirse
separados de la Fuente es despreciar el propio origen, es despreciar la propia
esencia, es, en definitiva despreciarse a uno mismo. Y si una persona no se ama
a sí misma, no se respeta y no se valora, está claro que tampoco va a respetar
a nadie de su entorno, es imposible, no sabe, con lo cual los sentimientos que
se proyecten a los demás van a ser negativos. Y teniendo en cuenta que se
recibe lo que se da, la energía y los sentimientos que vamos a recibir de los
demás es la misma negatividad.
Con independencia de que creamos o no en la
Unidad, si queremos cambiar la dinámica de nuestra vida algo se ha de cambiar,
pues ese primer cambio es amarnos y respetarnos a nosotros mismos, ya que si
constantemente nos estamos criticando, autodespreciando, y manteniendo una
pobre opinión sobre nuestra persona, esto es lo que reflejaremos sobre los
demás, y con ello nuestros cuerpos físico y energético irán acumulando energía
negativa y toxinas para ajustarse a la opinión que tenemos de nosotros mismos.
Es
en alguna vida, fruto de nuestro crecimiento cuando nos empezamos a plantear la
posibilidad de que todos seamos Uno. Es a partir de aquí cuando el crecimiento
se acelera y cuando podemos decir, sin temor a equivocarnos que estamos casi
rozando la liberación.
Cuando
empezamos a plantearnos la posibilidad de que todos somos lo mismo, las
vibraciones que salen de nosotros hacia los demás cambian, y cambian por amor y
energía positiva. Cuando proyectamos hacia nuestro entorno esos sentimientos,
compuestos de vibraciones de amor y energía positiva, comenzamos a recibirlos
nosotros también.
Pero
está claro que no todo el mundo va a entrar en la misma comprensión de Unidad,
por lo que en muchos casos nos vamos a enfrentar a relaciones difíciles. Cuando
eso suceda es momento de recordar que cada persona tiene en su interior un ser
de luz y hemos de acercarnos con respeto y amor.
¿Qué es la
separación? La separación es ese sentimiento de independencia que cada ser
humano tiene con relación al resto de seres humanos que pueblan el planeta. Los
seres humanos creemos, y como tal actuamos, que somos independientes de todos
los demás y que sólo tenemos vínculo con los que nosotros decidimos, a los que
denominamos nuestra familia, y lógicamente, con nuestra familia por antonomasia
como son nuestros hijos. Este sentimiento de separación hace que veamos a los
demás como potenciales enemigos, potenciales rivales o potenciales invasores de
nuestro espacio, lo que nos va a mantener permanentemente a la defensiva para
preservar “lo nuestro”, bien sean bienes materiales, bienes emocionales o
bienes personales como es nuestra familia y amigos.
Todos
tenemos claro lo que son bienes materiales y personales, pero no parece sin
embargo tan claro que sepamos lo que son bienes emocionales. Podemos considerar
como bienes emocionales el cariño, el amor, el sexo, la amistad, la ternura o
la imagen que tenemos ante los demás, por citar algunos, es decir todas
nuestras emociones y percepciones, digamos que positivas. Y ¿Por qué pueden
peligrar? Pueden peligrar por varias razones: Porque alguien se inmiscuya en
nuestra vida y haga que varíen nuestros sentimientos, porque se inmiscuya en la
vida de alguna persona de nuestro entorno haciendo que varíen los sentimientos
de esa persona hacia nosotros, puede ser que nos difamen, con lo cual nuestra
imagen puede deteriorarse, puede ser que no seamos aceptados haciendo que nos
infravaloremos a nosotros mismos, etc., etc.
Pero no
solamente existen los bienes emocionales, también llevamos a nuestras espaldas
algo que podíamos denominar “cargas emocionales” y que no son más que nuestras
emociones negativas: el miedo, el orgullo, la ira, la soberbia, la rabia, el
odio, la envidia, etc., etc. Estas no tenemos ningún miedo de que nos las
arrebaten, y ni tan siquiera somos conscientes de que cuando perdemos algún
bien emocional lo hacemos arrastrados por alguna de las cargas emocionales que
nos hacen reaccionar dejándonos llevar por los instintos y no por los dictados
del corazón.
Sin embargo,
la hermosa realidad que no entendemos, es que todos los seres, los que estamos
encarnados, los que están al otro lado de la vida, y aquellos a los que
admiramos, a los que adoramos, e incluso a los que pedimos ayuda, somos
hermanos. Todos con un objetivo común. Ninguno con objetivos individuales.
Imaginar que
pasaría en nuestro cuerpo físico si cada célula decidiera que los 80 billones de
células restantes son potenciales enemigos. Nuestro cuerpo sería un caos lo que
nos acarrearía la muerte de manera instantánea. Sin embargo todas las células
de nuestro cuerpo trabajan en sintonía para un bien común, mantener con vida a
ese amasijo de carne, huesos y músculos que es el ser humano. Pues los seres
humanos, al igual que las células del cuerpo tienen un fin común: La Unión con
Dios.
No trabajar
unidos para la consecución de nuestro fin común, es no conseguirlo ni como
grupo ni de manera independiente, porque el requisito único e imprescindible es
el Amor, y es claro que no demuestra Amor quien no trata al resto de la
humanidad como si de él mismo se tratara. Por lo tanto, mientras exista esa
separación entre los seres humanos va a existir la separación con Dios, lo que
equivale a mantenernos en esa espiral “casi” interminable de nacimientos y
muertes, de dolor y sufrimiento, de soledad y miedo hasta que un buen día
descubramos nuestra hermandad.
Ante esto podemos aplicar la máxima
“Si tú ganas gano yo” y “Si tú pierdes pierdo yo”. Pero no, esta máxima no nos
sirve desde el momento en que no alcanzamos a entender que Todos somos Uno, y
lo único que hacemos es tratar al resto de seres como si de animales dañinos se
tratara: protegiéndonos para que no nos hagan daño, atacándoles para
exterminarles, separándoles en guetos, ciudades o continentes, explotándoles y
engañándoles para obtener beneficio, condenándoles a la miseria, a la
enfermedad y a la muerte, y pisoteando sus derechos sin ningún tipo de
remordimiento.
La meditación de Kundalini-Yoga que
aparecerá en la próxima entrada, (Meditación para aceptarte como eres), te ayudará en
este trabajo.
Un día, sin saber muy bien por qué ni para qué, aparecemos en
la vida. Ninguno de los que nos reciben saben absolutamente nada de nosotros,
no saben quiénes somos, no saben de dónde venimos, no saben cuál es nuestra
misión, no saben cuál es nuestro pasado, no saben cuál es la mochila kármica
que traemos a la vida, no van a saber, por lo tanto, como tratarnos aparte de
los cuidados físicos, y tampoco van a saber el porqué de nuestros miedos. No
saben nada de nosotros, y ¿Cómo van a saberlo?, si tampoco saben de ellos
mismos. Sólo saben que son felices, (lo que ellos consideran que es la
felicidad, muy lejos de la auténtica felicidad), porque han sido bendecidos con
un nuevo miembro en la familia.
A partir de
ahí, comienza para el recién nacido un nuevo periplo en la materia, una nueva
andadura entre los mortales, una caminata por la vida, una más, en la que con
un poco de suerte es posible que logre avanzar un paso en el kilométrico
recorrido que le separa de Dios, que es su única meta. De hecho es su única misión:
Llegar a Él. Y para realizar esa travesía necesitará de un vehículo que aunque
conocido no es de uso frecuente, es el Amor.
Si, el Amor,
y es el Amor porque para avanzar por los intrincados caminos de la mente, para
sortear los obstáculos que el propio ego va sembrando en la vida es necesario
algo que sea capaz de disolver y limpiar los malos hábitos, los bloqueos y las
negatividades que vamos acumulando vida tras vida, para dejar sin mácula cada
rincón de los diferentes cuerpos del ser humano. Eso no lo consigue ningún
detergente ni ninguna crema limpiadora, solo es posible tal limpieza con una
energía poderosa, tan poderosa como lo es nuestra propia esencia. El Amor.
El que viene
tampoco sabe nada de esto. Y como en los primeros meses y años de vida aun vive
entre dos mundos, con las memorias del otro lado intactas, es muy posible que
en un primer momento ni tan siquiera le apetezca vivir. Se encontraba muy bien
y muy cómodo allá, al otro lado, en su casa, y aunque su alma esta de completo
acuerdo, el encontrarse constreñido en un cuerpo, sin previo aviso, para el ego
es aterrador.
¿Qué se supone que va a ocurrir, a partir de
ahora, con el nuevo ser que ha llegado a la vida?
Pues no va a
ocurrir nada que no sepamos. Crecerá y se hará una persona exitosa o no, feliz
o no. Pero sea lo que sea, siempre estará disconforme con lo que tiene, y sea
lo que sea siempre será criticado él y él mismo también se encargará de
criticar, y se encargará de juzgar y se encargará de temer, en suma se
encargará de todo lo contrario de lo que tendría que hacer: Se va a ocupar en
gran medida para ser infeliz, cuando, paradojas de la vida, él querría ser
feliz.
Que ocurra
esto, es normal, es lo conocido, y por ende lo esperado. Todos deseamos la
felicidad para nosotros y para los más cercanos a nosotros. A los demás, son
muchas las personas que piensan “que les parta un rayo, es su problema, no el
nuestro”, y los que no piensan así, tampoco mueven un dedo para conseguir que
los otros también sean felices. ¡Qué inmenso error! Si tuviéramos que elaborar
una lista de errores de porque las personas no son felices, esta de “la
separación” podría ocupar el primer lugar, incluso por delante del dominio de
la mente.
De pronto,
sin tener en absoluto conciencia de que había pasado antes de este momento, me
vi sentado en la cama. Me sentía increíblemente bien. Ni tan siquiera trate de
recordar otros momentos en los que me había sentido tan bien, no lo necesitaba,
sabía, sin lugar a dudas, que este era el mejor momento de mi vida. Y ¡Que
curioso!, no estaba asociado a ninguna de las cosas por las que me he pasado la
vida deseando y suspirando: No me había tocado la lotería, no me habían ascendido
en el trabajo triplicándome el sueldo, no me habían presentado a la actriz de
mis sueños, la vida de mi familia ya era buena y no había variado para
excepcional, ¿Por qué estaría tan bien?
Tampoco me
cuestionaba como había llegado a sentarme en la cama, ni que había estado
haciendo con anterioridad. Me sentía pleno, me sentía luminoso, me sentía
expandido, como si ocupara toda la habitación, por alguna razón que no sabía
explicar, tenía conciencia de que lo sabía todo y de que podía aprobar
cualquier examen, sin importar la materia, pero tampoco me importaba saber que
sabía, y por supuesto no me iba a presentar a ningún examen.
¡Que
curioso!, no sentía ninguna molestia en mi cuerpo, no sentía pesadez, me sentía
ingrávido como una pluma con la agradable sensación de poder volar o flotar,
aunque por el momento no pensaba probarlo. También sabía que podía verlo todo
sin necesidad de colocarme los lentes que tenía en la mesilla de noche y que
había recuperado la audición que había perdido en mi oído derecho. Pero más
curioso todavía era que eso lo sabía porque sí, no me importaba saberlo, y yo,
que he sido toda mi vida un escéptico y que como Santo Tomás tenía que ver para
creer, lo sabía sin cuestionarme nada y sin importarme nada en absoluto tanta
ciencia acumulada en mí.
Estaba tan ensimismado con los
descubrimientos que iba haciendo sobre mí, que no me habían llamado la atención
los sollozos contenidos que llevaba rato escuchando, a decir verdad desde que
me encontré sentado en la cama. Enseguida supe quienes eran los responsables de
los sollozos, era mi gente, era mi familia. Pero, ¿Por qué lloraban?, los veía llorar
y no sentía ni un ápice de tristeza, solo amor. ¿Por qué lloraban?
No había terminado
de pensar la pregunta cuando aparecieron ante mí un grupo de personas, entre
ellas estaban mi padre que había muerto hace veinte años y mi abuela que había
muerto hace más de cuarenta. El resto debían ser ángeles o alguien más
importante porque estaban rodeados de una luz intensa y casi cegadora. Si mi
familia no tuviera los ojos ocupados por el llanto seguro que también los
hubieran visto. Los miré sin asombro y sin cuestionarme que era lo que hacían
allí, los mire sintiendo por ellos el mismo amor que sentía por mi esposa y mis
hijos que lloraban en otro lado de la sala.
“Has muerto”,
dijo mi padre. “Pero papa”, respondí, “como voy a haber muerto si estoy aquí hablando
contigo, si soy consciente de que lo estoy haciendo, estoy viendo y oyendo como
lloran los míos, supongo que debe ser un sueño”.
“No hijo mío,
es la realidad, has muerto, lloran porque te has muerto, mira tu cuerpo ahí, inmóvil,
tendido en la cama”, concluyó mi padre. Miré el cuerpo, sin ningún tipo de
lástima ni de temor, y pregunté dubitativo: “Y ¿Ahora qué?”. “También lo sabes,
igual que sabes muchísimas más cosas. Sigues siendo libre de hacer, de sentir y
de pensar. Puedes venir con nosotros ya o puedes esperar, tu decides”, dijo el
ser más luminoso, el que parecía ser el de mayor rango del grupo. “Podéis iros,
esperaré. Si, sé el camino de vuelta”, concluí. Y desparecieron de la misma
forma en que habían llegado.
Me acerqué a
mi esposa y a mis hijos, los abracé con ternura. Si mi amor por ellos ya era
infinito en vida, ahora, sin el estorbo del cuerpo podía expresar en ese abrazo
una ternura increíble. No lo sintieron, seguían llorando. Me gustaría que
supieran que estoy bien, que jamás lo había estado tanto. “Bueno, no pasará
mucho y ellos también podrán disfrutar de esta sensación”. Y sabía cuánto,
porque en ese momento pude ver la vida de cada uno de ellos hasta la apoteosis final,
lo que denominamos muerte. Sus vidas pasaron por delante de mis ojos en un
instante.
Fui consciente
de que se había acabado el tiempo tal
como lo conocía. Ahora todo era presente. Era presente el pasado, era presente el
ahora, era presente el futuro. De hecho no había tiempo, todo era presente y
podía viajar por ese eterno presente solo con mi pensamiento. Tantas veces como
llegué a preguntarme cuando vivía en el cuerpo, que habría sido en otras vidas
o como habría sido este o aquel otro acontecimiento, y ahora lo sabía, y lo más
gracioso, es que no me importaba, porque es algo que sé desde siempre, pero que
se me había olvidado el ratito de la vida en el cuerpo.
Pasé el
tiempo abrazando amigos y familiares. “Caray cuanto lloraban”. A algunos les
gritaba: “Estoy bien, estoy estupendo”. Pero era en vano, no me oían por mucho
que gritara. Creo que los únicos que eran conscientes de que estaba allí eran
el gato que trataba de frotarse con mi pierna y mi nieto de casi dos años, que
me miraba y tendía su manita. Al día siguiente quemaron el que fue mi cuerpo, y
cuando todos llegaron a casa y pudieron descansar después de tanto ajetreo, les
di mi último abrazo y decidí volver a casa.
Si algún día
me lo permiten les contaré las maravillas de vivir la vida real después del
lapsus de sueño de la vida en la materia.