El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




lunes, 6 de octubre de 2025

Eternidad

 


          Con el objeto de ayudar a cierto estudiante a expandir los límites de sus pensamientos, el Maestro relató la siguiente experiencia:

          “Una vez, mientras contemplaba un gran montón de arena en el cual serpenteaba una diminuta hormiga, me dije: “¡Esta hormiga debe figurarse que está escalando la cordillera del Himalaya!”. Dicho montón de arena puede haberle parecido gigantesco a la hormiga, pero no me lo parecía a mí. Asimismo, un millón de nuestros años solares puede significar menos de un minuto en la mente de Dios. Deberíamos ejercitar nuestras mentes, para pensar en los más vastos términos posibles: ¡Eternidad!, ¡Infinitud!”.

PARAMAHANSA YOGANANDA


domingo, 5 de octubre de 2025

En construcción

 


 

“Cada herida es un comienzo”

 

Querido hijo:

 He leído tu carta, palabra por palabra.

La he sentido como se siente el viento suave en la piel: sincera, valiente, humana.

Y aquí estoy, no para juzgarte, sino para acompañarte. No para señalar tus caídas, sino para sostener tus intentos de levantarte.

No estás solo. Nunca lo has estado, aunque a veces no lo parezca. ¡Cuántas veces te lo he dicho! Aunque el mundo se te presente ruidoso, agitado o confuso.

Lo que estás sintiendo no es un error, es parte del proceso.

No estás roto, estás en construcción. Estás creciendo, aunque duela. Estás despertando, aunque duela. Estás aprendiendo, incluso cuando parece que desaprendes.

Tu lucha interior no es un fracaso. Es un reflejo de tu deseo profundo de amar mejor, de vivir más íntegro, más en paz contigo mismo. Y eso no tiene nada de malo. Al contrario. Es lo que te hace profundamente mío.

Me gusta que me escribas sin máscaras. Que me cuentes tus contradicciones. Que me abras tu corazón como quien abre una ventana en medio del invierno: con cierto temor, pero con mucha necesidad de aire fresco.

Tú dices que no te gustas. Yo te digo: yo te amo. Tal como eres. Con todo lo que cargas. Y no tienes que esperar a estar perfecto para aceptarte.

La aceptación no es una meta: es el punto de partida.

No tienes que ser el ejemplo de nadie. Solo tienes que ser tú. Auténtico. Honesto. Capaz de mirarte con misericordia. Sé que te cuesta perdonarte, ¡hazlo! Yo no tengo que perdonarte, porque no me siento ofendido y donde no existe ofensa, no es necesario el perdón.

Cada gesto de bondad que has dado, incluso los más torpes o imperfectos, tienen valor. Cada vez que elegiste el amor sobre el ego, aunque fuera por un instante, fue sagrado.

No todo se mide por el impacto. Hay ternura en lo invisible. Hay valor en lo pequeño. No dejes que tu mente te engañe. No eres un estorbo, ni una sombra, ni una figura más en la multitud. Eres mi hijo.

Y eso basta.

No necesitas un manual para reconstruirte, porque ya tienes lo esencial: el deseo de ser mejor, la humildad para reconocer tus fallas, la esperanza de que aún puedes cambiar. Cada día es un nuevo intento.

Y yo estoy en cada uno de ellos.

Estoy contigo cuando te cuestionas. Cuando te arrepientes. Cuando respiras hondo para no herir. Cuando decides escuchar en vez de hablar.

No estoy lejos. Estoy dentro. Dentro de tus dudas, dentro de tus preguntas, dentro de tu deseo de vivir con más luz.

Sigue escribiéndome. En papel, en pensamiento, en la mirada.

Porque yo siempre te leo. Siempre te escucho. Siempre te amo.

Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo



Juicio

 


Sobre el ego 3

 


El ego es a la persona como la cáscara al fruto: protege, pero debe romperse para liberar lo valioso.

 El ego cumple una función vital en nuestra construcción psicológica. Nos envuelve, nos defiende, nos da forma frente al mundo. Como la cáscara de un fruto, nos protege de heridas externas, de juicios, de vulnerabilidades. Nos ayuda a sobrevivir en entornos hostiles, a mantener una imagen, a sostener una narrativa de quién creemos ser. Pero esa misma cáscara, si no se rompe, impide que lo esencial se manifieste.

 Dentro de cada persona hay una semilla de autenticidad, una pulpa de sensibilidad, creatividad y amor. El ego, cuando se vuelve rígido, impide que esa esencia fluya. Nos hace temer el rechazo, nos obliga a competir, nos encierra en máscaras. Nos dice que debemos ser fuertes, exitosos, admirados. Pero lo valioso no está en la cáscara brillante, sino en lo que hay dentro: en la capacidad de sentir, de conectar, de ser sin pretensiones.

 Romper el ego no significa destruirse, sino abrirse. Es un acto de madurez, de rendición consciente. Es aceptar que no somos lo que aparentamos, sino lo que sentimos cuando nadie nos mira. Es permitir que la vulnerabilidad nos haga humanos, que la humildad nos haga sabios.

 Al igual que el fruto que se abre para alimentar, para sembrar, para dar vida, la persona que trasciende su ego se convierte en fuente. Fuente de verdad, de compasión, de transformación. Porque solo cuando la cáscara cae, el alma respira.

 Y entonces, ya no importa tanto cómo nos ven, sino cómo nos sentimos. Ya no buscamos aprobación, sino plenitud. Porque lo valioso no necesita adornos: solo espacio para florecer.


Las cosas son como son

 


No pretendas que lo que ocurre ocurra como quieres, sino quiere lo que ocurre tal como ocurre, y te irá bien.

EPICTETO


viernes, 3 de octubre de 2025

Mudra de la lucha

 


MUDRA DE LA LUCHA

MUDRA PARA EL SISTEMA INMUNOLÓGICO

 

El mudra de la lucha ayuda a interceptar y esquivar ataques en su fase incipiente.

Sirve para

Este mudra sirve para fortalecer el sistema inmunológico y ayuda a prevenir enfermedades.

Como se hace

Rodea el pulgar izquierdo con todos los dedos de la mano derecha.

El pulgar derecho reposa sobre el dorso de la mano izquierda entre el índice y el pulgar.

Después de 10 minutos cambia la posición rodeando el pulgar derecho.

Respiración

Respira lenta y suavemente.

Las pautas tras la inspiración y la exhalación son algo prolongadas.

Lleva la respiración al abdomen.

Beneficios

Fortalece el sistema inmunológico.

Ayuda a prevenir enfermedades.


Entre intentos y silencios

 


 


A veces lo sagrado es que alguien escuche mientras se reconstruye

           Querido Dios:

           No estoy, en absoluto, satisfecho conmigo mismo. No me gusta cómo soy. 

Durante décadas se me ha estado cayendo la lengua de tanto decir: “todo está bien”, “el secreto de la felicidad está en la aceptación”.

Y aquí estoy ahora, en este rincón tranquilo, casi escondido de mí mismo, pensando en cosas que ocurren a mi alrededor que no están bien. Y no solo lo estoy pensando, sino que, a veces, muchas más veces de las que serían de mi agrado, dejo que esas ideas salgan por la boca. El problema añadido es que la persona objeto de esas críticas, al recibirlas, se siente atacada, incomprendida y, como resultado, ofendida. 

Es cierto que esa persona hace muchas cosas que no me gustan, pero soy consciente de que “no me gustan a mí”, y que eso no me da bula ni licencia moral para imponer mi visión. No tengo el monopolio de la verdad ni la exclusividad del buen gusto. Y, sin embargo, actúo como si la tuviera. 

Y eso me pesa. Me pesa como una piedra en el pecho. 

Llevo tiempo tratando de descubrir de dónde viene esta insatisfacción que me acompaña. Esta incomodidad con el mundo y conmigo mismo. A veces me da por pensar que he vivido demasiado tiempo escondido detrás de frases que suenan bien, pero que no terminan de resonar dentro. Frases que pronuncio por costumbre, por cultura, por miedo a decir que algo no me llena. 

¿Qué se supone que debo hacer cuando no me reconozco? 

Me miro en el espejo y veo a alguien que arrastra demasiadas contradicciones. Uno que se esfuerza por ser justo, pero no siempre es paciente. Que quiere ser compasivo, pero también es demasiado exigente. Uno que predica la paz y la aceptación, pero que en silencio crítica y se frustra.

Quisiera poder perdonarme. Pero aún no sé cómo. 

No hay manual para esto, ¿verdad?

Me da rabia, Señor, mucha. Porque quiero ser mejor, pero a veces me siento demasiado torpe. Como si tuviera herramientas, pero me faltara la fuerza o el impulso. Como si supiera los pasos, pero me quedara sin ganas de caminar.

He llegado a cuestionarme si estoy aportando algo bueno al mundo o solo estoy ocupando espacio. 

Hay días en los que pienso que fui hecho para algo más. Que hay algo dentro que aún no ha salido. Y otros días, lo que hay dentro me asusta, me confunde, me paraliza.

A veces pienso en la gente que me rodea. Familia, amigos, conocidos. Y me pregunto si ellos me ven como yo me veo. Si perciben esta lucha interna, este ruido mental, esta maraña de pensamientos que me hace sentir como si siempre estuviera buscando algo... pero sin saber exactamente qué. 

¿Será que en el fondo solo quiero sentirme útil? 

¿Será que lo que más deseo es que alguien como Tú me diga que estoy en el camino correcto, aunque tropiece? 

Lo peor no es errar, lo sé. Lo peor es sentir que ese error define quién soy. 

Y me cuesta no dejar que lo haga.

          Quisiera tener más ternura para mí mismo. 

Quisiera, sinceramente, no tener que pedir perdón tan a menudo por palabras que no debí decir, por silencios que fueron demasiado largos, por miradas que escondían juicios. 

Quisiera aprender a mirar con más misericordia.  A vivir sin necesidad de comparar ni corregir todo lo que se desvía de lo que yo considero “normal” o “correcto”.   

Estoy cansado, Señor. Pero no cansado de vivir. Cansado de no saber vivir plenamente. Cansado de vivir entre intentos.

Y en medio de todo esto, quiero hablar Contigo. No para que me des todas las respuestas.  No para que hagas un milagro. Solo para que me mires. Para que estés conmigo. Porque hay días en los que, si Tú no estás, siento que nada tiene sentido.

          Gracias Señor.

          CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo.


Imperturbabilidad

 


          Imperturbabilidad respecto a las cosas cuya causa sea exterior, justicia en las que suceden por una causa que proviene de ti. Es decir, el impulso y la acción que concluyen en el obrar según lo común, ya que así es lo conforme a la naturaleza.

MARCO AURELIO

La creencia se convierte en fe

 


          Creer es tener fe en lo que tú crees que es la Verdad. Hay, pues, un entretejido entre la creencia y la fe. Al principio se hace la creencia; si se mantiene se convierte en fe. Si tú no crees que algo es verdad, no lo puedes traer a la manifestación. Si tú no puedes creer en tus propias palabras cuando pronuncias “Yo Soy tal o cual cosa”, ¿cómo puede establecerse y manifestase el dicho de Shakespeare?: “No hay nada bueno ni malo, el pensar lo hace así” Es absoluta verdad.

SAINT GERMAIN


jueves, 2 de octubre de 2025

Juicio y amor

 


El sufrimiento como maestro del alma


 


          “¿A qué se debe que el sufrimiento se encuentre tan diseminado sobre la Tierra?”, preguntó cierto discípulo. El Maestro respondió:

          “Hay muchas razones para ello. Una de las razones de ser del sufrimiento, es prevenir al hombre en contra del aprender demasiado de los demás y no lo suficientemente de sí mismo. El dolor obliga tarde o temprano a los seres humanos a preguntarse: ¿No habrá quizá un principio de causa y efecto operando en mi vida? ¿No se deberán mis problemas a mi errónea forma de pensar?”

PARAMAHANSA YOGANANDA

miércoles, 1 de octubre de 2025

Sobre el ego 2

 


El ego es a la persona como el fuego al bosque: puede dar calor o destruirlo todo.

El ego, como el fuego, tiene una doble naturaleza. En su forma más contenida, puede ser fuente de energía, impulso vital, chispa creativa. Nos da confianza para avanzar, nos protege del miedo, nos permite marcar límites. Es ese calor interno que nos anima a defender lo que somos, a luchar por lo que creemos. Sin él, podríamos perdernos en la inseguridad, en la duda constante, en la falta de dirección.

Pero cuando el ego se descontrola, cuando se convierte en llama voraz, puede arrasar con todo a su paso. Quema relaciones, consume la humildad, destruye la empatía. Nos hace creer que somos el centro del universo, que nuestra verdad es la única válida, que el reconocimiento externo es más importante que la paz interna. En ese estado, el ego deja de ser aliado y se convierte en tirano.

Como el fuego en el bosque, el ego necesita vigilancia. No se trata de apagarlo por completo, sino de aprender a encenderlo con sabiduría, a mantenerlo en equilibrio. Un fuego bien cuidado puede dar vida: calienta, ilumina, transforma. Pero si lo dejamos crecer sin control, puede convertirnos en cenizas.

La clave está en la conciencia. En saber cuándo el ego nos sirve y cuándo nos domina. En reconocer que el verdadero poder no está en imponer, sino en comprender. Que la grandeza no se mide por el tamaño de las llamas, sino por la capacidad de mantenerlas bajo control.

Porque al final, lo que queda no es el fuego, sino el bosque que sobrevivió. Y ese bosque, lleno de raíces profundas y hojas sinceras, es lo que realmente somos.


lunes, 29 de septiembre de 2025

Las manos vacías que bendicen

 



Cuando el alma se ofrece desde su herida, 

el amor deja de ser esfuerzo y se convierte en milagro.

 

Querido Hijo:

         Leí tu carta con ternura infinita. No por lo que crees que te falta, sino por lo que ya estás dando sin saberlo. Te sientes vacío, pero desde esa misma pobreza me has ofrecido lo más preciado: la verdad de tu corazón. Y ese, créeme, es uno de los actos más grandes de caridad que se pueden ofrecer.

          ¿Tú crees que no tienes nada? Déjame decirte algo con suavidad: estás más lleno de amor de lo que imaginas. Lo que pasa es que a veces el cansancio, el agobio o la sensación de insuficiencia hacen ruido en tu interior, y te nublan la vista. Pero debajo de ese ruido vive una fuente silenciosa. Una fuente que brota cada vez que eliges mirar al otro, incluso cuando tú mismo necesitas descanso.

No pienses que dar siempre significa tener algo material. Tampoco creas que la caridad se mide por su tamaño o por el aplauso que genera. Mi lógica es distinta. Yo veo lo que das en lo oculto. Veo cada vez que eliges no responder con dureza. Veo cuando sostienes una palabra amable, aunque por dentro estés temblando. Veo el esfuerzo de tu sonrisa, el silencio que regalas en vez de un reproche, la escucha que ofreces cuando estás a punto de rendirte. Todo eso, hijo mío, es caridad en estado puro. Sin adornos. Sin espectáculo. Sin condiciones.

No tienes que estar rebosante para dar. A veces, las almas más generosas son las que han aprendido a dar desde su propia herida. No porque se ignoren, sino porque han descubierto que también el dolor, cuando es ofrecido, puede convertirse en consuelo. Lo que das no siempre viene de lo que posees. Muchas veces nace de lo que has perdido. Y en ese dar silencioso se esconde un amor que yo reconozco enseguida: es el amor que se parece al Mío.

Tu pregunta es honda: ¿cómo dar cuando no se tiene? Y yo te digo: empieza por darte a ti mismo el permiso de no llegar a todo. Porque la caridad verdadera no exige más allá de tus fuerzas. No se alimenta de tu desgaste, sino de tu libertad. No quiere que te pierdas a ti mismo tratando de salvar al mundo. Quiere, más bien, que aprendas a amar desde donde estás, con lo que eres, con lo que puedes, y que confíes en que eso, ofrecido con sinceridad, es suficiente.

No hay medida para el amor. No hay termómetro que diga: “este gesto es pequeño, este es grande”. Porque lo que transforma no es la cantidad, sino la intención. Esa viuda de la que me hablas, con sus dos monedas, ofreció más que todos los demás porque dio desde su totalidad. Y tú, cuando das, aunque te sientas roto, estás haciendo lo mismo. Tal vez no lo ves. Pero Yo lo veo.

La caridad no busca resultados. No es una transacción. Es una entrega libre. No tienes que esperar que todo lo que das sea comprendido, agradecido, valorado. Porque entonces estarías esperando algo a cambio, y eso ya no es amor, sino trueque. El amor que más toca el corazón ajeno es aquel que se da sin saber si volverá. Y ese amor, cuando es auténtico, nunca se desperdicia. Aunque no lo veas, aunque no lo sepas, siempre deja huella.

A veces, dar es simplemente estar. Y tú ya has estado para muchos, incluso cuando creías no tener nada más. Tu presencia, tu fidelidad silenciosa, tu capacidad de permanecer incluso en el agotamiento… eso es caridad. Y más aún: eso es santidad. Una santidad discreta, imperfecta, real. Una que no se escribe en biografías, pero sí en los pliegues de las almas que acompañas.

No te compares con nadie. No midas tu amor en función de lo que hacen otros. Cada uno tiene su propio modo de dar. Algunos con palabras, otros con tiempo, otros con gestos silenciosos. Tú tienes el tuyo. No es más pequeño ni menos valioso por ser distinto. Yo te hice único. Y lo que tú puedes dar, no puede darlo nadie más.

Hijo mío, ¿quieres saber cuándo das caridad verdadera? Cuando te das sin perderte. Cuando amas sin destruirte. Cuando sirves sin dejar de ser tú. La caridad no exige que renuncies a tu dignidad. Al contrario: la eleva. Te hace más tú. Más libre. Más pleno.

Si un día no puedes dar más que un suspiro, dámelo. Si solo tienes una mirada cansada, entrégala. Si solo puedes ofrecer silencio, hazlo. Yo recojo todo. Todo tiene sentido para Mí cuando se da desde el corazón. No me fijo en el tamaño de la obra, sino en el amor con que se hizo.

Y si te preguntas si yo espero más de ti… la respuesta es no. No quiero que te rompas por intentar parecer generoso. No quiero que finjas fuerza donde hay cansancio. Quiero que seas honesto, como lo has sido en tu carta. Quiero que te reconcilies con tus límites. Que te veas como Yo te veo: no como un instrumento para los demás, sino como un hijo amado cuya existencia ya es don en sí misma.

Déjame cuidar de ti también. De tu ternura cansada, de tu alma sedienta, de tus ganas de servir que a veces se mezclan con la frustración. Aun cuando no das nada visible, si sigues amando desde dentro… estás dando más de lo que crees. Si mantienes abierta la puerta de tu corazón, aun con miedo, aun con fatiga, aun con vacío… estás haciendo espacio para la caridad más pura: aquella que no nace del tener, sino del ser.

Tú no te das cuenta, pero muchas veces eres mi respuesta al dolor de alguien. Sin palabras, sin gestos extraordinarios, simplemente con tu estar. Con tu fidelidad. Con tu mirada compasiva. Con tu escucha que no interrumpe. Ahí, hijo mío, Yo actúo a través de ti.

Así que no tengas miedo de tus manos vacías. En ellas Yo puedo obrar milagros. Solo tráemelas. Tal como son. Y déjame a Mí hacer el resto.

Con amor eterno, Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo

Mudra de las olas

 


MUDRA DE LAS OLAS

MUDRA CONTRA LAS TENSIONES INTERNAS

Mudra de la Olas, el Mudra para trascender las tensiones internas.

Cuando la agitación exterior nos provoca desasosiego y tensión interior, comprometemos gran cantidad de energía.

Sirve para

Este mudra nos ayuda a recuperar nuestra energía y que esté disponible para respirar mejor, fortalecer el sistema inmune y relajar zonas vulnerables como la parte baja de la espalda y la nuca.

Invita a la integración de nuestras polaridades y hemisferios cerebrales y estimula nuestro sistema linfático y circulatorio

Este mudra también invita a la flexibilidad pues emula el movimiento de olas en ese entrecruzamiento de manos y dedos.

Si se pone a sudar durante la práctica, es señal de que el sistema inmunitario está trabajando a plena potencia para vencer alguna infección.

Como se hace

Se colocan las manos, de manera que los dedos, índice, corazón anular de la mano derecha reposen sobre la muñeca izquierda.

Los pulgares y los meñiques se enlazan con los de la mano contraria.

Se coloca el mudra en el regazo.

Respiración

Respira lenta y suavemente, alargando la respiración, haciendo una pausa después de la inhalación y la exhalación.

En la exhalación imagina que expulsas las tensiones internas.

Beneficios

Recuperar la energía.

Fortalece el sistema inmunológico

Fortaleza los órganos sexuales.

Fortalece la parte inferior de la espalda.

Beneficioso en casos de jaqueca.

Problemas de circulación.

Desarreglos de la menopausia.

Hipo.

Hipertensión sanguínea.

Efecto calmante y relajante.


El ego y el silencio

 


Sobre el ego 1

 


El ego es a la persona como la sombra al cuerpo: siempre presente, pero no es lo esencial. 

El ego nos sigue a todas partes, como una silueta que se proyecta desde nuestra identidad. Nos hace creer que somos lo que aparentamos, lo que logramos, lo que otros ven. Pero al igual que la sombra, el ego no tiene sustancia propia: depende de la luz que lo proyecta, del entorno que lo moldea. No es malo en sí mismo; puede protegernos, impulsarnos, darnos forma. Sin embargo, cuando lo confundimos con nuestra esencia, nos perdemos.

La persona auténtica vive más allá del reflejo. Habita en la conciencia, en la capacidad de amar sin condiciones, en el silencio que no necesita reconocimiento. El ego grita, exige, compite. La esencia escucha, comprende, crea. Hay momentos en que el ego nos domina, y creemos que somos nuestra sombra. Pero basta una pausa, una mirada interior, para recordar que somos el cuerpo que la proyecta, no la sombra que nos sigue.

Liberarse del ego no significa destruirlo, sino reconocer su lugar: un acompañante, no un guía. Cuando lo ponemos en su sitio, la luz que nos atraviesa deja de proyectar sombras y empieza a iluminar caminos. Porque lo esencial no se ve, pero se siente. Y ahí es donde habita lo verdadero.

 


viernes, 26 de septiembre de 2025

Los 4 pilares de la virtud estoica

 


Los 4 pilares de la virtud estoica

 Los estoicos identificaron cuatro virtudes cardinales que forman la base de una vida sabia y virtuosa. Estas virtudes no son solo ideales abstractos, sino guías prácticas para vivir conforme a la razón y la naturaleza:

 1. Sabiduría (Sophia)

°     Es la capacidad de discernir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo.

°     Implica juicio correcto, prudencia y comprensión profunda del mundo.

°     El sabio sabe qué depende de él y qué no, y actúa en consecuencia.

 2. Justicia (Dikaiosyne)

°     Es tratar a los demás con equidad, respeto y honestidad.

°     Incluye deber, integridad, y el reconocimiento de que somos parte de una comunidad racional.

°     Para los estoicos, ser justo es vivir en armonía con los demás.

 3. Fortaleza (Andreia)

°     Es la resistencia frente al dolor, el miedo y la adversidad.

°     No se trata de dureza emocional, sino de valentía racional: actuar correctamente incluso cuando es difícil.

°     El estoico no se deja dominar por el sufrimiento ni por el placer.

 4. Templanza (Sophrosyne)

°     Es el dominio de uno mismo, la moderación en deseos y acciones.

°     Implica equilibrio, autocontrol y evitar los excesos.

°     El sabio no se deja arrastrar por impulsos irracionales.

 Estas virtudes están interconectadas: no se puede ser verdaderamente justo sin sabiduría, ni sabio sin templanza. Juntas forman el carácter del sabio estoico, que vive conforme a la razón y alcanza la eudaimonía, o plenitud interior.

Espiritualidad

 


jueves, 25 de septiembre de 2025

Ambición

 


Ninguno de los que intervienen en la vida pública piensa en todos aquellos a los que ha aventajado; piensa solo en los que le han aventajado a él.

Le indigna más que uno solo le preceda de lo que le complace ver los muchos a los que él ha dejado atrás.

El mal de la ambición está en que nunca mira a la espalda.

LUCIO ANNEO SÉNACA


Mudra para actuaciones en público

 


MUDRA PARA ACTUACIONES EN PÚBLICO

MUDRA PARA LA SEGURIDAD DE UNO MISMO

 

Como se hace

Dobla los dedos corazón, anular y meñique hacia la palma, en cada mano.

Con los dedos extendidos juntas las yemas de los pulgares y de los índices.

Coloca las manos delante del pecho, con los índices apuntando hacia el cielo y los pulgares hacia el pecho.

Respiración

Respira lenta y suavemente, alargando la respiración, haciendo una pausa después de la inhalación y la exhalación

Sirve para

Mantener la confianza y la seguridad en uno mismo.

Este mudra actúa sobre las cápsulas suprarrenales que segregan adrenalina y un efecto hacia el ser, como un todo.

Beneficios

Autoconfianza.

Confianza.

Seguridad.


Dar desde el vacío

 


"Una súplica desde el cansancio, 

donde amar se vuelve acto de fe"

 Querido Dios:

         Hoy me acerco a Ti con las manos vacías. Ni oro, ni incienso, ni mirra. Solo el silencio de un corazón que no sabe cómo seguir dando cuando se siente agotado. Me enseñaron que la caridad es el mayor de los amores, que es la virtud más alta, la que todo lo sostiene… pero ¿cómo se da cuando no se tiene nada?

Señor, ¿Es posible dar desde el vacío? ¿Es caridad la sonrisa forzada cuando el alma no tiene fuerzas? ¿Es caridad compartir el último aliento cuando apenas se respira? ¿O es mejor esperar a estar lleno para poder ofrecer algo verdadero?

Tú que me conoces hasta lo más profundo, sabes que no me niego a amar. No cierro las puertas por egoísmo, sino por cansancio. A veces me piden más de lo que puedo dar, más presencia, más tiempo, más paciencia… y siento que me desgasto intentando llegar a todo. ¿Es eso caridad, o es simplemente autoexigencia envuelta en buenas intenciones?

He escuchado que amar es darlo todo. Pero ¿y si ese “todo” es poco? ¿Y si lo que tengo está roto? ¿Y si solo puedo dar migajas porque eso es lo único que queda? ¿Vale esa caridad tanto como la de los grandes gestos? ¿O es mejor callar y no ofrecer, por miedo a que lo que doy no sea suficiente?

Hay días, Señor, en que me siento como el pobre del Evangelio: esa viuda que ofrece dos monedas sabiendo que no tiene más. Pero también hay días en que no tengo ni monedas, ni ganas, ni fe. Solo el deseo de desear… ¿Eso cuenta ante tus ojos? ¿Puede el querer dar ser ya un acto de amor, aun cuando no llegue a concretarse?

También me confunde otra cosa: ¿es caridad solo lo que beneficia al otro, o también lo que me transforma a mí? A veces doy sin ganas, solo por deber, y no siento en ello ninguna belleza. Otras veces me niego a dar lo que me piden, pero ofrezco otra cosa: un silencio, una mirada, una fidelidad discreta. ¿Eso también es caridad?

¿Cómo amar a quien no responde? ¿Cómo dar a quien no agradece? ¿Cómo seguir sirviendo sin agotar el alma? ¿Dónde está la línea entre el sacrificio que transforma y el que destruye? No quiero convertirme en alguien seco, agotado, resentido por haber dado más de lo que podía. Pero tampoco quiero cerrar el corazón por miedo a perder.

¿Es caridad callar cuando tengo razón? ¿Es ceder en lugar de imponer mi juicio? ¿Es tragarme las palabras duras para no herir, aunque yo me sienta herido? ¿Es poner siempre al otro primero, o también es caridad cuidarme, respetar mis límites, proteger lo que necesito?

He visto personas que dan sin parar, y sin embargo no transmiten amor, solo agotamiento. He visto otras que apenas hacen ruido, pero cuya sola presencia es bálsamo. ¿Es eso caridad también? ¿Puede la ternura silenciosa valer más que mil obras visibles?

A veces me pregunto si Tú esperas de mí más de lo que puedo dar. Y al instante me corrijo, porque sé que Tú no exiges. Pero entonces, ¿por qué me siento mal cuando no alcanzo, cuando no llego, cuando fallo a los que esperan algo de mí?

¿Y qué pasa con las veces que el dar duele? ¿Es la caridad siempre alegre, o también atraviesa el llanto, el cansancio, la incomprensión? ¿No fuiste Tú quien se dio hasta el extremo, incluso sin ser entendido, incluso sin ser acogido? ¿Acaso esa cruz también fue caridad?

Y si el amor, como dice San Pablo, “todo lo soporta”, ¿cómo distinguir eso de la resignación amarga? ¿No es más valiosa la caridad que construye, que eleva, que libera… que la que se arrastra sin esperanza?

Te confieso que muchas veces me siento egoísta. Porque me guardo, me reservo, me protejo. Porque cuando alguien me necesita, a veces quiero huir. O me convenzo de que ya hice suficiente. ¿Pero quién pone el límite? ¿Cuándo es prudencia y cuándo es cierre?

Y si no tengo dinero, ni tiempo, ni energía… ¿qué me queda por dar? ¿Es suficiente una oración? ¿Un pensamiento? ¿Un gesto discreto que nadie ve? ¿Se puede ser caritativo incluso desde la debilidad?

No quiero amar con estrategias. No quiero calcular cuánto doy ni cuánto recibo. Pero tampoco quiero amar por obligación, por miedo, por inercia. Quiero amar de verdad. Dar de verdad. Aunque no tenga mucho. Aunque no siempre se note. Aunque a veces dude de si sirve de algo.

Por eso, Dios, te escribo esta carta. Para que me enseñes a dar desde mi realidad, y no desde ideales imposibles. Para que me muestres cómo amar sin perderme. Para que me recuerdes que no tengo que parecer fuerte para ser generoso. Que basta con poner lo poco que tengo en tus manos, como el niño que ofreció cinco panes y dos peces.

No busco ser aplaudido por lo que doy. Ni quiero convertirme en mártir del deber. Solo deseo que mi vida, aunque frágil, sea ofrenda. Que pueda mirar a quien tengo delante y descubrir cómo acompañarle, cómo sostenerle, aunque sea desde el silencio. Aunque sea desde mi pequeñez.

¿Es eso caridad? ¿Dar desde lo poco? ¿Ofrecerse sin certezas? ¿Permanecer cuando no se tiene nada más que ofrecer que una presencia? Si lo es, entonces te pido que me enseñes a vivir así. Humildemente. Sin brillo. Pero con amor.

Gracias por escucharme Señor.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo