"Una súplica desde el cansancio,
donde amar
se vuelve acto de fe"
Querido Dios:
Hoy me acerco a Ti con las manos
vacías. Ni oro, ni incienso, ni mirra. Solo el silencio de un corazón que no
sabe cómo seguir dando cuando se siente agotado. Me enseñaron que la caridad es
el mayor de los amores, que es la virtud más alta, la que todo lo sostiene…
pero ¿cómo se da cuando no se tiene nada?
Señor, ¿Es posible dar desde el
vacío? ¿Es caridad la sonrisa forzada cuando el alma no tiene fuerzas? ¿Es
caridad compartir el último aliento cuando apenas se respira? ¿O es mejor
esperar a estar lleno para poder ofrecer algo verdadero?
Tú que me conoces hasta lo más
profundo, sabes que no me niego a amar. No cierro las puertas por egoísmo, sino
por cansancio. A veces me piden más de lo que puedo dar, más presencia, más
tiempo, más paciencia… y siento que me desgasto intentando llegar a todo. ¿Es
eso caridad, o es simplemente autoexigencia envuelta en buenas intenciones?
He escuchado que amar es darlo
todo. Pero ¿y si ese “todo” es poco? ¿Y si lo que tengo está roto? ¿Y si solo
puedo dar migajas porque eso es lo único que queda? ¿Vale esa caridad tanto
como la de los grandes gestos? ¿O es mejor callar y no ofrecer, por miedo a que
lo que doy no sea suficiente?
Hay días, Señor, en que me
siento como el pobre del Evangelio: esa viuda que ofrece dos monedas sabiendo
que no tiene más. Pero también hay días en que no tengo ni monedas, ni ganas,
ni fe. Solo el deseo de desear… ¿Eso cuenta ante tus ojos? ¿Puede el querer dar
ser ya un acto de amor, aun cuando no llegue a concretarse?
También me confunde otra cosa:
¿es caridad solo lo que beneficia al otro, o también lo que me transforma a mí?
A veces doy sin ganas, solo por deber, y no siento en ello ninguna belleza.
Otras veces me niego a dar lo que me piden, pero ofrezco otra cosa: un
silencio, una mirada, una fidelidad discreta. ¿Eso también es caridad?
¿Cómo amar a quien no responde?
¿Cómo dar a quien no agradece? ¿Cómo seguir sirviendo sin agotar el alma?
¿Dónde está la línea entre el sacrificio que transforma y el que destruye? No
quiero convertirme en alguien seco, agotado, resentido por haber dado más de lo
que podía. Pero tampoco quiero cerrar el corazón por miedo a perder.
¿Es caridad callar cuando tengo
razón? ¿Es ceder en lugar de imponer mi juicio? ¿Es tragarme las palabras duras
para no herir, aunque yo me sienta herido? ¿Es poner siempre al otro primero, o
también es caridad cuidarme, respetar mis límites, proteger lo que necesito?
He visto personas que dan sin
parar, y sin embargo no transmiten amor, solo agotamiento. He visto otras que apenas
hacen ruido, pero cuya sola presencia es bálsamo. ¿Es eso caridad también?
¿Puede la ternura silenciosa valer más que mil obras visibles?
A veces me pregunto si Tú
esperas de mí más de lo que puedo dar. Y al instante me corrijo, porque sé que
Tú no exiges. Pero entonces, ¿por qué me siento mal cuando no alcanzo, cuando
no llego, cuando fallo a los que esperan algo de mí?
¿Y qué pasa con las veces que el
dar duele? ¿Es la caridad siempre alegre, o también atraviesa el llanto, el
cansancio, la incomprensión? ¿No fuiste Tú quien se dio hasta el extremo,
incluso sin ser entendido, incluso sin ser acogido? ¿Acaso esa cruz también fue
caridad?
Y si el amor, como dice San
Pablo, “todo lo soporta”, ¿cómo distinguir eso de la resignación amarga? ¿No es
más valiosa la caridad que construye, que eleva, que libera… que la que se
arrastra sin esperanza?
Te confieso que muchas veces me
siento egoísta. Porque me guardo, me reservo, me protejo. Porque cuando alguien
me necesita, a veces quiero huir. O me convenzo de que ya hice suficiente.
¿Pero quién pone el límite? ¿Cuándo es prudencia y cuándo es cierre?
Y si no tengo dinero, ni tiempo,
ni energía… ¿qué me queda por dar? ¿Es suficiente una oración? ¿Un pensamiento?
¿Un gesto discreto que nadie ve? ¿Se puede ser caritativo incluso desde la
debilidad?
No quiero amar con estrategias.
No quiero calcular cuánto doy ni cuánto recibo. Pero tampoco quiero amar por
obligación, por miedo, por inercia. Quiero amar de verdad. Dar de verdad.
Aunque no tenga mucho. Aunque no siempre se note. Aunque a veces dude de si
sirve de algo.
Por eso, Dios, te escribo esta
carta. Para que me enseñes a dar desde mi realidad, y no desde ideales
imposibles. Para que me muestres cómo amar sin perderme. Para que me recuerdes
que no tengo que parecer fuerte para ser generoso. Que basta con poner lo poco
que tengo en tus manos, como el niño que ofreció cinco panes y dos peces.
No busco ser aplaudido por lo
que doy. Ni quiero convertirme en mártir del deber. Solo deseo que mi vida,
aunque frágil, sea ofrenda. Que pueda mirar a quien tengo delante y descubrir
cómo acompañarle, cómo sostenerle, aunque sea desde el silencio. Aunque sea
desde mi pequeñez.
¿Es eso caridad? ¿Dar desde lo
poco? ¿Ofrecerse sin certezas? ¿Permanecer cuando no se tiene nada más que
ofrecer que una presencia? Si lo es, entonces te pido que me enseñes a vivir
así. Humildemente. Sin brillo. Pero con amor.
Gracias por escucharme Señor.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo