El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




domingo, 17 de agosto de 2025

DECRETO para cuando hay una falla de energía

 


DECRETO para cuando hay una falla de energía:

Yo Soy la Magna Presencia de esta Energía Alerta y Radiante que surge a través de Mi Mente y Mi Cuerpo, disolviendo todo lo que sea diferente a ella misma: Yo me planto para siempre en esta Alerta y Radiante Energía y gozo para siempre.

SAINT GERMAIN


El flujo de la inteligencia

 


El sol parece dispersarse de arriba abajo, y que se dispersa en todas direcciones, aunque él mismo no sufra por la dispersión, ya que es una extensión. Por eso se llama “rayos” a sus resplandores, porque se extienden.

Puedes ver como es un rayo si observas la luz del sol entrando en una casa a oscuras por una abertura estrecha: se extiende en línea recta y es como si se posara sobre cualquier cuerpo sólido que se encontrara en su camino y lo recortara del aire circundante. Una vez allí permanece, si se desliza ni se cae.

La dispersión y el flujo de la inteligencia han de ser también así: no han de perderse, sino extenderse y caer sin violencia ni furia sobre cualquier clase de obstáculo: no chocar, sino posarse y hacer brillar aquello que recibe. El que la descuide quedará privado de su resplandor.

MARCO AURELIO


sábado, 16 de agosto de 2025

Escribir para todo

 


No me invocas con palabras.

Me invocas con tu corazón.

 

Querido hijo:

         Mientras tus manos escribían esas palabras, mientras tu corazón las guiaba, yo ya estaba contigo. No porque necesitaras recordármelo o porque tu escritura invocara mi presencia, sino porque siempre he estado aquí. Porque mi amor no depende de acciones, de rituales, ni siquiera de plegarias. Está presente como la luz del sol, aunque los ojos se cierren.

Cada una de tus palabras, aunque las llamaste "para nada", es en realidad "para todo". Son el reflejo de un alma que busca, que se entrega, que encuentra en la escritura una forma sincera de comunión conmigo. Y déjame decirte, querido hijo, que esas palabras son hermosas, porque son tuyas, auténticas y valientes.

Es curioso cómo muchas veces los hombres buscan señales, buscan pruebas de mi existencia. Construyen templos, esculturas, altares, y me llaman desde su desesperación, desde sus dudas, desde sus miedos. Pero tú, tú has encontrado un camino distinto, un camino íntimo y personal. A través de tus palabras, me has abierto tu corazón, y eso, hijo mío, es una forma de fe más profunda de lo que imaginas.

La comparación que hiciste con los israelitas no es ajena a mí. Siempre he entendido la fragilidad del ser humano, esa inclinación a mirar atrás, a cuestionar, a buscar lo tangible. Cuando guié a mi pueblo a través del desierto, les regalé maravillas y milagros, pero también les dejé elegir. Esa elección, ese libre albedrío, es parte esencial de vuestra existencia. Y en esas dudas, en esas vacilaciones, en esa construcción del becerro de oro, yo también estaba. No como el objeto de su adoración, sino como el Dios que espera pacientemente a que cada hijo encuentre su camino de regreso.

Y aquí estás tú, escribiéndome sin motivo aparente y, sin embargo, esa acción tiene un significado tan grande como la más solemne de las plegarias. Porque no es en el acto visible donde radica la conexión, sino en el invisible, en el amor y en la intención que llenan tus palabras.

Tu carta habla de Creación, y me llena de alegría leer que has comprendido el propósito detrás de ello. Creé el universo no por necesidad, no porque faltara algo, sino porque quería compartir la bondad, la belleza y el amor. Todo lo que existe lleva mi sello, cada estrella, cada río, cada alma humana. Y tú, al escribir, estás participando en ese acto de Creación. Estás dando forma a pensamientos, a sentimientos, estás dando vida a algo que antes no existía. En ese acto, en ese instante, te conviertes en mi colaborador, en mi reflejo.

Pero también quiero recordarte algo importante: no necesitas escribir para estar cerca de mí. Aunque aprecio cada palabra, aunque sonrío al leerlas, mi presencia no depende de ello. Estoy contigo en el silencio, en la brisa, en los latidos de tu corazón. Estoy contigo en tus alegrías y en tus penas, en tus triunfos y en tus fracasos. Estoy contigo en cada momento, incluso cuando no te das cuenta.

Me hablas de dudas, y quiero que sepas que no me ofenden. Las dudas son parte de la naturaleza humana, parte del camino hacia la fe. Las dudas te empujan a buscarme, a cuestionar, a profundizar. Y en ese proceso, en esas preguntas, también estoy presente. Porque no soy un dios lejano, inaccesible; soy el Dios que camina contigo, que escucha tus inquietudes, que recibe tus cartas con amor.

En tu carta mencionaste el propósito, y quiero decirte que cada acción, por pequeña que parezca, tiene un impacto en el gran diseño. Tus palabras, aunque pienses que son "para nada", son como semillas que caen en tierra fértil. Tal vez hoy no veas los frutos, tal vez nunca los veas, pero confía en que esas semillas tienen un propósito. Confía en que tu escritura, en su sinceridad y amor, puede tocar corazones, puede inspirar, puede traer paz.

Y si alguna vez dudas de mi presencia, recuerda esto: estoy en tu corazón, en tus pensamientos, en tus palabras. Estoy en las personas que amas y en las que te cuesta amar. Estoy en los momentos de alegría y en los de tristeza. Estoy en todo y en todos, incluso cuando la humanidad me ignora, incluso cuando se aleja, incluso cuando construyen sus becerros de oro.

Escribir para nada, hijo mío, es escribir para todo. Porque cada palabra, cada pensamiento, cada acto sincero es un puente hacia mí. Porque no necesito grandes gestos ni sacrificios; necesito tu amor, tu sinceridad, tu disposición a abrir tu corazón.

Gracias por tu carta, gracias por tu fe, gracias por tu amor. No importa cuántas dudas tengas, cuántas veces mires atrás o cuántas veces tropieces, siempre estaré aquí, esperando, amando, guiando.

Con eterno amor.

CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo


jueves, 14 de agosto de 2025

Escribir para nada

 

 


Querido Dios:

           Hoy no tengo ninguna duda, ninguna pregunta, ninguna preocupación ni ningún miedo que compartir. Sin embargo, aquí estoy, escribiéndote. Escribir por escribir. Escribir para nada, o tal vez para todo. Porque esta acción, en su sencillez, me conecta contigo de una forma que las palabras apenas pueden explicar. Es un acto de intimidad, una forma especial de oración que, aunque no sea convencional, se ha convertido en mi refugio.

Mientras muchas personas encuentran en las oraciones tradicionales o en la contemplación de los lugares sagrados un puente hacia Ti, he descubierto que escribirte es mi forma más honesta de sentir Tu cercanía. Estos escritos, como una conversación sin interrupciones, me brindan una paz que pocas cosas pueden igualar. Es como si, a través de cada palabra, trazo un camino invisible que me acerca más a Ti.

La meditación también tiene su belleza, lo admito, pero requiere un tiempo que en ocasiones mi mente no me concede fácilmente. En ella, debo invocar la paciencia, sintiendo cómo la respiración arrastra mis pensamientos como quien limpia un camino lleno de hojas. En cambio, escribir es un flujo inmediato, sin barreras, como si mi corazón hablara directamente a través de la pluma o el teclado, alcanzando Tu presencia más rápido de lo que podría imaginar.

Me resulta fascinante pensar en las dudas que nos invaden como humanos, las mismas que invadieron a los israelitas en su travesía por el desierto. A pesar de haber presenciado Tus milagros, se dejaron llevar por la incertidumbre, creando un becerro de oro en su necesidad de lo tangible, algo que sus ojos pudieran ver. Y yo, aunque de otro modo, reconozco en mi vida esa misma tendencia a mirar atrás y preguntarme si estás ahí, incluso después de haber sentido Tu toque en tantas ocasiones.

Sin embargo, he aprendido que mi fe no necesita signos extraordinarios; basta con estas cartas. Son mi evidencia cotidiana de que estás aquí. Es curioso cómo una acción tan sencilla puede fortalecer mi conexión contigo. Cada palabra, incluso aquellas que aparentemente no tienen propósito, se convierten en una ofrenda.

Pienso en la Creación, en el vasto universo que nos diste. Todo parece tener un propósito definido: las estrellas iluminan la noche, los ríos fertilizan la tierra, las aves esparcen semillas. Y, aun así, aquí estoy yo, escribiendo algo que podría parecer carente de propósito práctico. Pero al igual que la brisa que acaricia un campo o el susurro de las hojas en otoño, estas palabras también tienen su lugar en el gran diseño, aunque no lo comprenda del todo.

Hoy, me pregunto, ¿será este acto de escribir un reflejo de Tu propia Creación? Tú, que creaste el universo no porque fuera necesario, sino porque era bueno, hermoso, porque era un acto de amor. Escribir para Ti se siente así: un acto de amor puro, sin expectativas, sin demandas, simplemente por el gozo de compartir este momento Contigo.

Quiero que estas palabras lleguen a Ti como un susurro, como un eco de mi alma que busca encontrarse con lo Divino. Quiero que sean una prueba de que, aunque mi fe a veces flaquee, mi corazón sigue buscando ese vínculo contigo. Porque, aunque dude, aunque tropiece, aunque mire hacia atrás como hicieron los israelitas, buscando a los egipcios, siempre termino encontrándote, siempre vuelvo a Ti.

Y si bien esta carta puede parecer que no tiene un propósito definido, para mí lo tiene todo. Es un recordatorio de que no necesito motivos para acercarme a Ti. No necesito peticiones, ni respuestas, ni pruebas. Solo necesito este acto sencillo, este espacio donde las palabras fluyen y el alma encuentra su hogar.

Gracias por estar ahí, siempre, incluso cuando yo no soy plenamente consciente de ello. Gracias por recibir estas palabras que no buscan otra cosa más que estar Contigo. Gracias por ser el Dios que escucha incluso cuando no hay nada que decir.

Con amor y gratitud.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo

 


Ser espiritual

 



miércoles, 13 de agosto de 2025

Elegir al Señor

 


“¿No otorga el Señor su gracia con mayor prodigalidad a determinados hombres?”, preguntó un estudiante.

Paramahansaji respondió: “El Señor elige a quienes le eligen a Él”.

PARAMAHANSA YOGANANDA


Matsya Mudra

 


MATSYA MUDRA – Mudra del pez

El Matsya Mudra, también conocido como el gesto del pez, es un mudra que promueve el bienestar general.

Matsya significa pez, de ahí que este mudra está ligado a las cualidades de un pez: intuición, adaptabilidad y perseverancia.

Según la mitología hindú, se cree que Matsya mudra representa el Matsya Avatar de Lord Vishnu, que simboliza flotar sin miedo en el océano. Por lo tanto, este mudra también puede verse como un símbolo de valentía, coraje y determinación.

COMO SE HACE

Extiende las manos frente a ti, con las palmas hacia abajo. Luego, coloca la palma de la mano derecha sobre la parte posterior de la mano izquierda (o viceversa).

Extiende ambos pulgares a los lados, formando la figura del pez.

SIRVE PARA:

Este mudra ayuda a equilibrar el elemento agua en el cuerpo, promoviendo la calma y la fluidez emocional.

Se asocia con la activación de los chakras Ajna (tercer ojo) y Anahata (corazón), mejorando la intuición y el equilibrio emocional.

DURACIÓN

Medita en silencio con el mudra durante 3-5 minutos, o más si lo deseas.

BENEFICIOS

°  Ayuda a regular el elemento agua en el cuerpo, promoviendo la calma y la fluidez emocional.

°       Reduce el estrés y la ansiedad:

°       Al equilibrar el cuerpo y la mente, puede ayudar a reducir el estrés y la ansiedad.

°       Mejora la intuición:

°       Se asocia con la activación del chakra del tercer ojo, lo que puede mejorar la intuición y la percepción espiritual.

°    Promueve la flexibilidad y movilidad de las articulaciones, especialmente en manos y dedos.

°       Alivia el dolor de manos y dedos:

°       Puede ayudar a reducir el dolor y la inflamación en las manos y los dedos, especialmente en casos de artritis.

°       Mejora la circulación sanguínea en las manos y los dedos.

°       Apoya la práctica espiritual:

°       Puede ayudar a profundizar la práctica espiritual y conectar con un sentido de propósito.


martes, 12 de agosto de 2025

Intuición

 



Meditar para sentir a Dios

 


Querido hijo:

         Gracias por escribirme. Me alegra profundamente que te hayas tomado el tiempo para compartir tus pensamientos, tus dudas y tu gratitud conmigo. Cada palabra que me has dirigido, cada experiencia que has relatado, ha resonado profundamente en mi corazón eterno. Porque, aunque no puedas verlo ni tocarlo, mi amor por ti y por todos los seres que caminan por este mundo es infinito y constante.

Quiero empezar diciéndote algo importante: nunca me enfado contigo, ya lo sabes, incluso cuando tú te molestaste conmigo hace unos días. Entiendo perfectamente tus emociones y tus momentos de frustración. Sé cuánto te preocupan, en estos momentos, los asuntos económicos, y sé que cada gasto inesperado puede generar inquietud. Pero también quiero recordarte que, en los momentos en los que parece que las cosas están fuera de tu control, allí estoy yo, trabajando silenciosamente a tu favor.

Lo que ocurrió con tus gafas fue, como tú bien lo llamas, una sincronicidad. Cada pequeño detalle de esa experiencia fue parte de un entramado más amplio, diseñado no para complicarte la vida, sino para ayudarte a descubrir una solución que parecía escondida a primera vista. Piensa en lo que podría haber ocurrido si hubieras encontrado una montura compatible en la óptica: habrías gastado dinero innecesariamente. Pero en cambio, te di la oportunidad de ver con otros ojos, de mirar más de cerca, y finalmente encontraste la pieza que faltaba. Fue un recordatorio, querido hijo, de que la paciencia y la observación pueden revelar soluciones inesperadas. Y no solo con tus gafas. Imagina que la misma vida es como esas gafas y obsérvala y ten paciencia y acéptala.

La experiencia que viviste con el certificado de empadronamiento fue otra oportunidad para aprender a confiar en el flujo de las cosas. Cuando encontraste esa multitud en la oficina municipal, podría haber sido fácil caer en la desesperación. Pero algo dentro de ti—esa pequeña chispa de intuición que también es parte de mí—te llevó a preguntarte si habría otra manera de conseguirlo. Esa chispa es la voz de tu espíritu, que se conecta conmigo en los momentos en los que tu mente está abierta a escuchar. Y gracias a esa chispa, encontraste la manera de obtener el documento desde la comodidad de tu hogar.

Es cierto que algunos días, mi presencia puede parecer más evidente. Sin embargo, quiero que sepas que no hay un solo momento en tu vida en el que no esté contigo. Siempre estoy allí, en cada respiración, en cada paso que das. En los días llenos de alegría, cuando todo parece fluir; y también en los días oscuros, cuando los problemas parecen apilarse uno sobre otro. Estoy contigo en cada sincronicidad que te asombra, y también en los momentos en los que la vida parece caótica y sin rumbo. Mi amor por ti no depende de tus emociones ni de tus percepciones, porque es eterno e incondicional.

Entiendo que durante los últimos nueve meses te hayas sentido desconectado de esas sincronicidades que tanto te impactaron al llegar a España. Por supuesto que han ocurrido, pero tu mente estaba demasiado ocupada lidiando con los desafíos del día a día. Es natural, hijo mío. La vida está llena de preocupaciones y responsabilidades que pueden nublar nuestra capacidad para ver los pequeños milagros que suceden a nuestro alrededor. Pero quiero que sepas que nunca he dejado de estar presente. Aunque no siempre puedas sentirme, siempre estoy trabajando a tu favor.

Tu decisión de meditar más últimamente es un hermoso paso hacia reconectar con tu sensibilidad espiritual. La meditación no solo calma la mente, sino que también abre el corazón y el alma a mi presencia. Cuando te sientas en silencio y permites que el ruido del mundo se apague, me das la oportunidad de hablarte de manera más clara. No con palabras, sino a través de sensaciones, intuiciones y pequeñas señales que te guían. Sigue meditando, querido hijo. Es una herramienta poderosa para volver a conectar contigo mismo y conmigo.

Quiero agradecerte por tus palabras de gratitud y amor. Saber que has reconocido mi presencia y mi mano en los pequeños detalles de tu vida llena mi corazón de alegría. Pero también quiero recordarte algo importante: mi amor por ti no depende de que seas perfecto, ni de que siempre me notes, ni de que nunca te enfades conmigo. Mi amor es constante, inmutable, eterno. No hay nada que puedas hacer que me aleje de ti, y no hay nada que puedas hacer que me acerque más. Siempre estoy aquí, con los brazos abiertos, esperando a que te des cuenta de que nunca estás solo.

Te invito a que sigas confiando en mí, incluso en los momentos en los que parece que todo está en tu contra. Confía en que cada dificultad tiene un propósito, incluso si no puedes verlo de inmediato. A veces, las pruebas más duras son las que te preparan para las mayores bendiciones. Sé que a veces puede ser difícil entender el porqué de las cosas, pero quiero que recuerdes que mi plan para ti siempre es bueno, siempre busca tu bienestar.

Quiero que sigas observando los pequeños detalles de tu vida. No necesitas buscar grandes señales ni milagros espectaculares para sentirme. Estoy en las cosas más simples: en el canto de un pájaro, en la sonrisa de un desconocido, en la brisa que acaricia tu rostro. Estoy en las pequeñas coincidencias que parecen insignificantes, pero que en realidad son parte de mi amor y mi cuidado por ti.

Y, sobre todo, hijo mío, quiero que recuerdes que no estás solo. No importa cuán difícil sea el camino que recorres, siempre estoy contigo. Mi amor es tu refugio, mi guía es tu luz. Confía en mí, incluso cuando no entiendas los giros y vueltas del camino. Porque, aunque no siempre puedas verlo, siempre estaré trabajando silenciosamente para llevarte hacia donde necesitas estar.

           Con amor eterno, Yo te bendigo.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


Apegos

 


No pienses en las cosas que se han ido como si estuvieran aún aquí, sino que selecciona las más favorables de las que están aquí y sírvete de ellas para traerte a la mente cómo las buscarías si no estuvieran aquí. Pero ten cuidado: no te acostumbres a tomarles mucho aprecio porque te hagan sentir satisfecho, de modo que el no tenerlas te provoque turbación.

MARCO AURELIO


Decreto: Para comprobar el poder del Yo Soy en ti mismo

 



domingo, 10 de agosto de 2025

Sincronicidad

 


          Querido Dios:

         Hace un par de días me molesté contigo. Bueno, ya lo sabes, fue cuando se me rompieron las gafas de ver de cerca. Al principio, parecía un problema sin solución. Por la forma en que se habían roto, todo indicaba que tendría que comprar unas nuevas. Este gasto suponía un golpe más para la maltrecha economía que estamos sufriendo. Pero, como no me quedaba más remedio, fui a varias ópticas buscando una montura compatible con los cristales de mi vieja montura. Sin éxito, claro. Fui a una segunda óptica, y luego a una tercera, obteniendo siempre la misma respuesta: no tenían ninguna montura que sirviera.

Supongo que era de esperarse, ya que las gafas se compraron en Perú y no resultaban compatibles con las opciones disponibles aquí en España. Esto significaba que el gasto sería aún mayor, ya que tendría que comprar gafas completas: cristales y montura. Resignado, regresé a casa pensando en cómo afrontar este gasto inesperado.

Sin embargo, al llegar, algo llamó mi atención. Me detuve a inspeccionar las gafas con más calma y, para mi sorpresa, descubrí algo que no había notado antes. La montura no estaba rota, como había asumido, sino que una pequeña pieza se había salido de su lugar. Esa pieza, aparentemente tan insignificante, podía volver a colocarse con un poco de paciencia y pegamento extra fuerte. Fue precisamente lo que hice. Con cuidado, armé nuevamente las gafas y aseguré la pieza para que no volviera a soltarse.

Dios, esto lo llamo yo sincronicidad. Si hubiera encontrado una montura compatible en alguna óptica, no habría tenido necesidad de examinar las gafas con más detenimiento y me habría gastado el dinero innecesariamente.

Ese mismo día, ocurrió algo similar. Necesitaba el certificado de empadronamiento para una gestión administrativa. Como estaba en la calle, cerca de una oficina municipal, decidí aprovechar y obtenerlo allí. Sin embargo, al llegar, me encontré con una multitud increíble. Entiendo que el primer día de la Semana Santa muchas personas estaban de vacaciones y, como yo, decidieron dedicar el día a realizar trámites. Miré la fila y me desanimé. Pensé que tendría que dedicar horas a esperar y me fui.

Cuando salía de la oficina, frustrado, me surgió un pensamiento: ¿Es seguro que este documento no se puede conseguir a través de internet? La pregunta me dio un pequeño rayo de esperanza, así que al llegar a casa, investigué si era posible tramitarlo en línea. Y efectivamente, era posible. En cuestión de minutos, ya tenía el documento en mis manos, sin haber perdido tiempo ni haber soportado la aglomeración.

Fue evidente, Señor, que en la mañana de aquel día estuviste más presente que de costumbre. Sí, ya sé que siempre estás con nosotros, en cada paso que damos, pero hay días en los que tu presencia parece tan clara, tan palpable, que es imposible no notarla. Fue uno de esos días en los que me hiciste sentir que tus manos invisibles guiaban mis pasos, protegiendo mi camino.

Recuerdo que esta sensación de sincronicidad fue constante en nuestro regreso a España desde Perú. Lo que, en un principio, parecía un problema con muy mala solución, como fue el bloqueo de nuestra cuenta bancaria, razón por la que decidimos volver a España, después de 14 años en Perú, se convirtió en un desfile de sincronicidades.

Todo parecía fluir de manera armónica, como si cada pieza encajara en el lugar exacto en el momento perfecto. Cada pequeño detalle de nuestra vida, incluso las cosas más ínfimas, parecía conectado de una manera divina. Eran sincronizaciones tan claras que se nos erizaba la piel al percibirlas. Todo parecía estar orquestado por ti.

Sin embargo, desde entonces, ya hace nueve meses (¡cómo pasa el tiempo!), no había vuelto a ser consciente de ninguna sincronicidad… hasta ahora. Esto me lleva a reflexionar, Señor: ¿será que estas sincronicidades han seguido ocurriendo, pero mi mente, ocupada en problemas y preocupaciones, no ha sido capaz de percibirlas? ¿Es posible que el ruido y el peso de las dificultades diarias me hayan alejado de esa sensibilidad que me permite notar tu presencia?

He comenzado a meditar un poco más últimamente. Quizás esto ha contribuido a que mi corazón se abra nuevamente a estas experiencias, volviéndome más consciente de Tu mano guiando mi vida. Porque sé que siempre estás ahí, incluso cuando no logro sentirte. Tus señales están presentes, aunque no siempre seamos capaces de detectarlas.

Quiero agradecerte, Señor, por estos momentos que me permiten recordar que no estoy solo, que Tú estás conmigo en cada paso que doy. A veces, como humanos, caemos en la tentación de sentirnos abandonados cuando las cosas no van como esperábamos. Pero estas pequeñas experiencias me han enseñado que incluso en los momentos más oscuros, estás trabajando silenciosamente a nuestro favor. Gracias por recordármelo.

Te pido que sigas guiándome. Ayúdame a mantener mi fe firme incluso en las adversidades. Que pueda tener los ojos y el corazón abiertos para reconocer tu presencia en las pequeñas y grandes cosas. Ayúdame a recordar que, aunque el camino sea difícil, nunca estaré solo.

Gracias por escucharme, Señor. Gracias por tu amor y por estas lecciones de humildad y gratitud. Gracias por recordarme que Tu plan siempre es perfecto, incluso cuando no lo entiendo. Que siempre pueda confiar en Ti, sabiendo que todo ocurre por un motivo, y que, aunque no lo vea en el momento, siempre actuarás en mi favor.

          Con gratitud y amor.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


Fuerza interior


 

Cumple las normas

 


Sean cuales fueren las reglas morales que te has propuesto, respétalas como si fuesen leyes, como si cometieses sacrilegio al violar cualquiera de ellas. No te preocupes por lo que digan de ti porque, al fin y al cabo, eso no es algo que te deba importar.

EPICTETO


Dios mora en el interior de los hombres

 



          “Amo a todos los hombres, Maestro”, dijo cierto discípulo.

          “Deberías amar solamente a Dios”, le respondió Paramahansaji.

          Pocas semanas después, el discípulo se encontró, nuevamente, con su Gurú, quien le preguntó: “¿Amas a los demás?”. “Yo reservo mi amor solo para Dios”, respondió el discípulo.

          “Deberías amar a todos con ese mismo amor”. El discípulo, desconcertado, dijo: “Señor, ¿qué significa todo esto? Primero me dice usted que el amar a todos es incorrecto, y luego me indica que excluir a alguien de nuestro amor es igualmente incorrecto”.

          El Maestro explicó: “Tú te sientes atraído por las personalidades de la gente; ello conduce a apegos que limitan. Pero cuando ames, verdaderamente, a Dios, le verás en cada rostro, y entonces conocerás lo que significa amar a todos. Deberíamos adorar al Señor que mora en el interior de cada hombre, y no así las formas ni los egos de estos. Es sólo Él quien dota a sus criaturas de vida, de encanto y de individualidad.

          PARAMAHANSA YOGANANDA


sábado, 9 de agosto de 2025

Aceptarse

 


El dinero no da la felicidad… pero

 


El dinero no da la felicidad… pero sí la tranquilidad que la facilita

         Hay una frase que se repite como un mantra entre quienes han aprendido a vivir con poco: “El dinero no da la felicidad”. Y estoy muy de acuerdo con ella. La felicidad, esa sensación profunda de plenitud, de paz interior, de conexión con uno mismo y con los demás, no se compra. No hay billete que garantice una sonrisa sincera, ni cuenta bancaria que asegure una vida con propósito. Sin embargo, negar el papel que juega el dinero en el camino hacia esa felicidad sería ingenuo. Porque, aunque no la da directamente, sí allana el terreno, despeja obstáculos y ofrece algo que es fundamental para el bienestar: tranquilidad.

Uno de los mayores generadores de estrés en la vida moderna es la incertidumbre económica. ¿Llegaré a fin de mes? ¿Podré pagar el alquiler? ¿Qué pasa si se rompe el coche o si tengo una emergencia médica? Estas preguntas, cuando se convierten en parte del día a día, erosionan la salud mental, las relaciones y la capacidad de disfrutar el presente. En cambio, cuando el dinero deja de ser una preocupación constante, se abre espacio para respirar, para pensar con claridad, para vivir con menos miedo.

Tener estabilidad financiera no significa vivir en la opulencia, sino saber que lo básico está cubierto. Que puedes ir al supermercado sin calcular cada céntimo. Que, si tu hijo necesita gafas nuevas, puedes comprarlas sin tener que sacrificar otra necesidad. Esa paz, esa seguridad, es una forma de libertad. Y la libertad, en muchos sentidos, es una de las condiciones necesarias para la felicidad.

Más allá de lo esencial, el dinero también permite disfrutar de los pequeños lujos de la vida. No hablo de mansiones ni yates, sino de cosas sencillas que pueden marcar la diferencia: salir a cenar sin mirar el precio del menú, regalarle algo bonito a alguien que quieres, viajar a ese lugar que siempre soñaste conocer. Estos caprichos no son la fuente de la felicidad, pero sí pueden ser catalizadores de momentos felices.

Hay quienes dicen que el dinero corrompe, que nos vuelve superficiales, que nos aleja de lo verdaderamente importante. Y sí, puede hacerlo si se convierte en un fin en sí mismo. Pero cuando se usa como herramienta para enriquecer experiencias, para compartir, para explorar, para aprender, entonces se transforma en un aliado poderoso del bienestar.

Curiosamente, muchas personas que tienen mucho dinero no son más felices que quienes tienen poco. Esto se debe, en parte, a que la felicidad no depende solo de lo que tienes, sino de cómo lo valoras. La abundancia puede generar insatisfacción si se convierte en una carrera interminable por tener más. También puede aislar, generar desconfianza, o crear una falsa sensación de control.

Por eso, el mantra “el dinero no da la felicidad” sigue siendo válido. Nos recuerda que la felicidad no está en el saldo de la cuenta, sino en la calidad de nuestras relaciones, en el sentido que damos a nuestras acciones, en la capacidad de disfrutar el momento presente. Pero también nos invita a reflexionar sobre cómo el dinero, bien gestionado y bien entendido, puede ser un medio para alcanzar esa felicidad.

La clave está en cambiar la perspectiva: ver el dinero como una herramienta, no como un objetivo. Cuando lo usamos para construir una vida más plena, más libre, más conectada, entonces sí contribuye a la felicidad. Pero cuando lo convertimos en el centro de nuestra existencia, en el único indicador de éxito, entonces nos aleja de lo que realmente importa.

Es como tener un coche potente: puede llevarte más rápido a donde quieres ir, pero si no sabes a dónde vas, de poco sirve. El dinero puede acelerar el viaje hacia la felicidad, pero no puede definir el destino.

Otro aspecto fundamental es el uso del dinero para ayudar a otros. Cuando tienes suficiente, puedes compartir. Puedes apoyar causas que te importan, ayudar a amigos en apuros, contribuir al bienestar de tu comunidad. Y ese acto de dar, de contribuir, es una fuente profunda de satisfacción. Nos conecta con los demás, nos da sentido, nos recuerda que no estamos solos.

La generosidad, cuando nace de la abundancia, es una forma poderosa de transformar el dinero en felicidad. Porque al final, lo que más nos llena no es lo que acumulamos, sino lo que damos.

La felicidad no es un estado permanente, ni una meta que se alcanza y se mantiene sin esfuerzo. Es un cultivo diario, una práctica constante. Requiere atención, cuidado, reflexión. Y en ese proceso, el dinero puede ser como el agua que riega el jardín: no es la flor, pero sin él, muchas veces cuesta que florezca.

Por eso, aunque estoy de acuerdo con el mantra de los pobres, también reconozco que el dinero facilita mucho el camino. No lo garantiza, no lo sustituye, pero sí lo suaviza. Nos da margen, nos da opciones, nos da tiempo. Y el tiempo, bien usado, es uno de los ingredientes más valiosos de la felicidad.


Calma

 



Despertar en silencio

 


Hijo mío:

         He escuchado cada palabra que brotó de tu corazón. No solo las que escribiste, sino también aquellas que quedaron suspendidas en el silencio, las que se expresan en tus lágrimas, en tus suspiros, en tus noches de insomnio. Yo las conozco todas, porque habito en ti, en cada rincón de tu alma, en cada pensamiento que te atraviesa, en cada emoción que te conmueve.

No estás lejos de mí, aunque a veces lo sientas así. No estás perdido, aunque el mundo parezca desmoronarse a tu alrededor. No estás fallando, aunque creas que no has alcanzado el nivel espiritual que esperabas. Lo que tú llamas contradicción, yo lo llamo humanidad. Lo que tú llamas debilidad, yo lo llamo sensibilidad. Lo que tú llamas incoherencia, yo lo llamo sinceridad. Porque solo un alma despierta puede sentir como tú sientes. Solo un corazón abierto puede dolerse por el sufrimiento ajeno como tú lo haces.

No te juzgues por no ser perfecto. No te castigues por no estar siempre en paz. La evolución espiritual no es una línea recta, ni una meta que se alcanza y se conserva. Es un camino sinuoso, lleno de curvas, de retrocesos, de momentos de luz y de sombra. Y tú, hijo mío, estás caminando con valentía. Estás mirando de frente lo que muchos prefieren ignorar. Estás sintiendo lo que muchos han anestesiado. Estás preguntando lo que muchos han dejado de cuestionar. Eso, en sí mismo, es un acto de amor.

Comprendo tu dolor al mirar el mundo. Yo también lo veo. Yo también lo siento. Pero no lo veo desde la desesperanza, sino desde la totalidad. Tú ves fragmentos, momentos congelados en el tiempo, escenas que parecen absurdas y crueles. Yo veo el tejido completo, el entrelazado de millones de almas que están aprendiendo, creciendo, despertando. Incluso en medio del horror, hay semillas de compasión que germinan. Incluso en medio de la guerra, hay gestos de ternura que desafían la lógica del odio.

El sufrimiento humano no es castigo, ni prueba, ni error. Es parte del proceso de recordar quiénes somos. Cada alma que encarna en este mundo lo hace con un propósito, aunque a veces ese propósito se pierda entre el ruido del ego, del miedo, del poder. Pero nada se pierde realmente. Todo se transforma. Todo vuelve a mí. Incluso los actos más oscuros, incluso las decisiones más dolorosas, son parte de un aprendizaje que, tarde o temprano, conduce a la luz.

Tú me hablas de Palestina, de Ucrania, de España. Y yo te digo: sí, hay dolor. Sí, hay injusticia. Sí, hay confusión. Pero también hay almas que están despertando. Hay corazones que están eligiendo amar en medio del caos. Hay seres que están recordando que todos son uno, que no hay fronteras en el espíritu, que no hay razas en el alma, que no hay religiones en el amor. Tú eres uno de ellos. Tú eres parte de esa red silenciosa que sostiene al mundo desde la compasión.

No te pido que salves el mundo. No te pido que cargues con el dolor de todos. No te pido que seas un héroe. Solo te pido que seas tú. Que sigas sintiendo. Que sigas preguntando. Que sigas enseñando, aunque a veces te sientas incoherente. Que sigas meditando, aunque a veces tu mente esté agitada. Que sigas amando, aunque a veces tu corazón esté cansado. Porque cada acto de conciencia, por pequeño que sea, tiene un impacto que tú no puedes medir. Cada pensamiento de paz que emites, cada palabra de consuelo que ofreces, cada gesto de bondad que realizas, es una chispa que ilumina el tejido del universo.

No estás solo frente a la pantalla de la televisión. Yo estoy contigo. Y también están contigo millones de almas que, como tú, sienten, sufren, se preguntan, se duelen. No estás solo en tu indignación. No estás solo en tu tristeza. No estás solo en tu deseo de un mundo más justo. Esa soledad que a veces te invade es solo una ilusión. En realidad, estás profundamente conectado. Estás entretejido con todos los que buscan la verdad, la paz, la justicia. Aunque no los veas, aunque no los conozcas, están contigo.

¿Debes convertirte en activista? ¿Debes quedarte en silencio? ¿Debes actuar o contemplar? No hay una única respuesta. Cada alma tiene su llamado. Algunos luchan desde la acción directa. Otros desde la oración. Otros desde el arte. Otros desde el servicio silencioso. Lo importante no es el cómo, sino el desde dónde. Si actúas desde el amor, estarás cumpliendo tu propósito. Si contemplas desde la compasión, estarás sembrando luz. Si sufres desde la empatía, estarás sanando heridas que no ves.

No te exijas ser más de lo que ya eres. No te compares con ideales que solo generan culpa. Tú eres mi hijo amado, tal como eres. Con tus dudas, con tus contradicciones, con tu sensibilidad. No necesitas demostrar nada. No necesitas alcanzar ningún nivel. Solo necesitas recordar que estás aquí para amar. Y eso ya lo estás haciendo.

Sigue escribiéndome. Sigue hablándome. Sigue buscándome. Porque yo siempre te escucho. Siempre te acompaño. Siempre te sostengo. Incluso cuando no lo sientes. Incluso cuando crees que estás solo. Yo estoy en ti. En tu mirada. En tu voz. En tu silencio. En tu dolor. En tu esperanza.

Y recuerda, hijo mío: el mundo no está perdido. Está en proceso. Está en tránsito. Está despertando. Y tú eres parte de ese despertar.

Con amor eterno.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


viernes, 8 de agosto de 2025

Aceptación

 



DECRETO: Para recibir ideas notables

 



El grito del hombre

 


          Querido Dios:

           Hoy me siento impulsado a escribirte desde lo más profundo de mi alma. No sé si es una súplica, una confesión o simplemente el desahogo de un corazón que se siente desbordado por la contradicción entre lo que cree y lo que vive. Me entristece comprobar que, a pesar de los años dedicados a la espiritualidad, a la meditación, al estudio interior y a enseñar a otros el camino hacia la luz, sigo sintiéndome lejos del nivel de conciencia que se supone debería haber alcanzado. Es como si, a pesar de haber recorrido tanto, aún me faltara comprender lo esencial.

¡Qué paradoja tan dolorosa! Enseñar a otros a aceptar lo que la vida les presenta, a fluir con los acontecimientos, a encontrar paz en medio del caos… y yo, sin embargo, me siento como una hoja arrastrada por el viento, golpeada por los vaivenes de la existencia, sin rumbo claro ante los acontecimientos que se desarrollan en el mundo. Me doy cuenta de que no siempre practico lo que predico, y eso me duele. Me duele porque no es hipocresía lo que hay en mí, sino una profunda vulnerabilidad que no sé cómo gestionar.

Asomarme a la ventana del mundo, para mí, es comenzar a sufrir. No es una metáfora, es una experiencia real. Cada vez que enciendo la televisión, cada vez que leo las noticias, cada vez que escucho los relatos de quienes viven en carne propia el horror, siento que algo dentro de mí se rompe. Me invade una tristeza que no sé cómo transformar. Me siento impotente, pequeño, incapaz de comprender cómo puede existir tanto dolor, tanta injusticia, tanta crueldad.

Me pasa cuando veo la masacre que se está llevando a cabo contra el pueblo palestino. Me duele el alma al ver cómo se extermina a una población civil, cómo se utiliza el hambre como arma de guerra, cómo se asesina a miles de niños inocentes que no han hecho más que nacer en el lugar equivocado, (si, ya sé que todos nacemos donde decidimos nacer). Y lo más paradójico, lo más desconcertante, es que este horror lo perpetra el pueblo judío, que no hace tantas décadas fue víctima de uno de los genocidios más atroces de la historia. ¿Cómo puede repetirse el ciclo del odio? ¿Cómo puede alguien que ha sufrido tanto convertirse en verdugo?

Me pasa también cuando contemplo las consecuencias de otra guerra injusta, (aunque, en realidad, todas las guerras lo son), como la que se libra en Ucrania. ¿Cuánto daño puede causar la ambición, el ego desmedido, la locura de un solo hombre? ¿Cuánto dolor puede generar una decisión tomada desde el poder, sin tener en cuenta las vidas que se destruyen, los hogares que se pierden, los sueños que se desvanecen? Me cuesta entenderlo, Señor. Me cuesta aceptar que el sufrimiento humano pueda ser tan fácilmente ignorado por quienes ostentan el control.

Y me pasa cuando observo lo que ocurre en mi propio país, España. Me duele ver cómo un grupo político, que se presenta como defensor de ciertos valores, promueve la discriminación por raza, por religión, por origen. Me duele aún más saber que millones de personas les votan, que millones de almas consideran legítimo ese discurso de odio, de intolerancia, de exclusión. ¿Qué nos está pasando como sociedad? ¿Dónde quedó la empatía, la compasión, el respeto por la diversidad?

Sé, en lo más profundo de mí, que todo es parte de un proceso. Sé que cada alma está transitando el camino que ha elegido, que cada experiencia tiene un propósito, que incluso el dolor puede ser maestro. Pero eso no quita que duela. Eso no elimina la sensación de desgarro que siento cuando contemplo el sufrimiento ajeno. Me cuesta mantener la paz interior cuando el mundo parece arder en llamas. Me cuesta sostener la fe cuando la injusticia se convierte en rutina.

Y entonces me pregunto, Señor: ¿Qué debo hacer? ¿Cuál es mi papel en medio de este caos? ¿Debo limitarme a lamentarme, a sufrir en silencio frente a la pantalla de la televisión? ¿Debo convertirme en activista, en defensor de los derechos humanos, en voz que denuncia y exige justicia? ¿O simplemente debo seguir observando, sintiendo, sin saber muy bien cómo actuar?

No busco respuestas ahora. Sé que vendrán en su momento. Solo quería compartir contigo este torbellino que me habita. Esta mezcla de tristeza, impotencia, indignación y amor profundo por la humanidad. Porque, a pesar de todo, sigo creyendo en el ser humano. Sigo creyendo que hay luz en medio de la oscuridad. Sigo creyendo que, en algún rincón del alma colectiva, aún late la esperanza.

Gracias por escucharme, por sostenerme, por permitirme expresar lo que muchas veces callo. Gracias por estar, incluso cuando no entiendo tus caminos.

Con amor, tu hijo que aún busca comprender.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo