“El alma que se permite preguntar, también se permite crecer”
Querido hijo:
No necesitas entenderlo todo para estar
cerca de Mí. No necesitas tener certezas para ser amado. No necesitas estar en
paz para ser digno de consuelo. Lo que has hecho, (abrirte, escribir, buscar),
ya es un acto sagrado. Porque el alma que se permite
preguntar, también se permite crecer. Y tú estás creciendo, incluso cuando
no lo notas.
Me has dicho que no esperabas
coordenadas precisas, y eso me alegra. Porque Yo no soy un mapa, Soy Presencia.
No Soy un camino trazado, Soy compañía en el trayecto. No Soy la respuesta que
cierra la pregunta, sino el abrazo que la sostiene. Y tú lo has comprendido.
Has descubierto que el lugar correcto no es donde todo está claro, sino donde
la verdad empieza a abrirse paso, incluso entre sombras. Ese lugar, hijo mío,
es sagrado. Y tú estás ahí.
Me conmueve que reconozcas tu humanidad
sin vergüenza. Que no te apresures a declarar que lo entiendes todo. Que honres
tu proceso, tu ritmo, tu necesidad de habitar la duda. Porque la duda no es
enemiga de la fe. La duda es el terreno donde la fe se planta, se riega, se
fortalece. No temas tus preguntas. No temas tus vacilaciones. Yo Estoy en
ellas. Estoy en cada paso que das, incluso en los que parecen errados.
Sí, te dije que incluso el desvío puede
formar parte del propósito. Y lo reitero: no hay camino que no pueda ser
redimido. No hay error que no pueda ser transformado. No hay paso que no pueda
enseñarte algo. Has sido duro contigo mismo, lo sé. Has confundido perfección
con propósito, y eso te ha herido. Pero hoy estás empezando a ver que
equivocarse no es fracasar, sino aprender. Que el propósito no siempre es
claro, pero siempre está presente. Que incluso en el dolor, hay semilla.
Me has hablado de la incomodidad, del
temblor, del lugar inesperado. Y sí, hijo mío, a veces lo correcto duele. A
veces lo verdadero incomoda. Porque crecer implica romper moldes, soltar
seguridades, dejar atrás lo que ya no sirve. Pero no temas ese temblor. Es
señal de que algo se está moviendo en ti. Algo que aún no tiene nombre, pero
que ya es sagrado. Algo que no puedes controlar, pero que puedes abrazar.
Gracias por permitirme recordarte que
no estás aquí para agradar, sino para habitarte. Que no necesitas encajar en
moldes ajenos, sino ser fiel a tu esencia. Sé que eso te cuesta. Sé que el
miedo a decepcionar te ha acompañado. Pero si tú Me dices que estás dispuesto a
ser honesto, entonces Yo te digo que ya estás en el camino. Porque la
honestidad es el primer acto de amor hacia uno mismo. Y tú estás aprendiendo a
amarte.
Ese fuego que arde en ti, ese que te
pide cambio, ese que te inquieta, también es Mío. No lo reprimas. No lo
apagues. Aprende a escucharlo. Aprende a caminar con él. Porque ese fuego es
impulso, es llamado, es semilla de transformación. De ese fuego nacerán nuevas
cartas, nuevos pasos, nuevas luces. No lo temas. Abrázalo.
Y qué alivio, ¿verdad?, saber que no te
pedí perfección. Porque ahí es donde tantos se rompen. Yo no te exijo caminos
rectos, decisiones impecables, certezas absolutas. Yo solo te pido apertura.
Que no Me excluyas. Que no te cierres. Que Me hables, aunque sea con una
pregunta, con un silencio, con un intento. Eso basta. Eso es amor.
Me emociona que empieces a comprender
que incluso cuando no Me sientes, estoy. Que no grito, que susurro. Que no
impongo, que espero. Porque el amor no fuerza, el amor acompaña. Y Yo soy amor.
Mi silencio no es ausencia, es presencia sutil. Es espacio para que tú seas.
Para que tú descubras. Para que tú elijas.
Aquí estás, hijo mío. No con
respuestas, pero sí con apertura. No con certezas, pero sí con disposición. No
con fuerza absoluta, pero sí con fe. Y eso es suficiente. Porque estar en el
lugar correcto no es tenerlo todo claro, sino saber a dónde regresar. Y tú has
regresado a Mí. Has regresado a ti. Has regresado al amor.
Gracias por tu carta. Gracias por tu
vulnerabilidad. Gracias por tu belleza interior. Gracias por seguir
escribiéndome, incluso cuando no sabes qué decir. Porque cada palabra tuya es
un puente. Cada silencio tuyo es una puerta. Cada intento tuyo es una oración.
Y cuando la duda vuelva, (porque
volverá), aquí estaré. No para darte respuestas rápidas, sino para caminar
contigo. No para resolverte, sino para sostenerte. No para exigirte, sino para
amarte.
Sigue escribiéndome. Sigue buscándome.
Sigue habitándote. Porque en ese acto, ya estás en comunión. Ya estás en el
lugar correcto. Ya estás en casa.
Yo te bendigo.

No hay comentarios:
Publicar un comentario