“Estás en el lugar
correcto cada vez que eliges
escuchar el fuego
que te habita”
Querido hijo:
Dices que no quieres respuestas
inmediatas. Que no esperas señales. Que solo deseabas formular la pregunta. Aun
así, hijo mío, yo deseo hablarte. No para darte una dirección en el mapa, sino
para ayudarte a reconocer el terreno donde tus pies ya pisan.
Escuché tu duda: ¿Estoy en el lugar
correcto? Y te respondo: “estás”. Incluso si no lo parece. Incluso si duele.
Incluso si el viento sopla en dirección contraria y todo en ti quiere salir
corriendo. Estás. Porque el lugar correcto no es un punto geográfico, ni un
momento perfecto. El lugar correcto es el espacio donde tú te vuelves
consciente de mí, donde te haces la pregunta, donde decides no apagar la llama
que arde dentro de ti.
Lo correcto no siempre es cómodo. No
siempre es luminoso. A menudo parece un desierto. Pero ahí también estoy.
Porque la aridez enseña lo que el jardín no puede. Porque en lo seco brota a
veces la raíz más profunda, la que ya no depende de lluvia externa para vivir.
Tu duda no es debilidad. Es semilla.
Una semilla que está rompiendo su cáscara. Y ese proceso se siente como
confusión, como pérdida de identidad, como necesidad de soltar. Todo eso está
bien. Todo eso es vida. No temas preguntarte si te equivocaste, porque incluso
los desvíos forman parte del viaje. A veces uno se pierde para encontrar lo que
nunca habría hallado en línea recta.
Hablas de personas que amas, de
vínculos que quizás deban terminar. Y aunque la idea te asusta, ahí también
está la sabiduría. No todo lo que llega debe quedarse, y no todo lo que se va
te abandona. Algunas partidas son pactadas desde antes de nacer. Son ciclos que
cierran para que nuevos comiencen. Tú solo mantén el corazón abierto, y cada
alma encontrará el camino que debe tomar, contigo o sin ti.
Has sembrado, hijo mío. Has trabajado
con honestidad, con fe, con amor. Yo lo he visto. Lo veo ahora. Pero la tierra
también necesita descanso. No te castigues si la cosecha tarda, si algunas
semillas aún no brotan. Hay raíces que crecen en silencio. Hay flores que solo
despiertan bajo lunas específicas. Tu alma conoce su propio calendario.
También te preguntas si estás siendo tú
o solo la versión que otros esperan. Esa es una pregunta preciosa. Porque cada
vez que te la haces, te acercas a tu esencia. Esa chispa divina que puse en ti
antes de enviarte al mundo. No se trata de abandonar todo, sino de regresar al
centro. De reconocerte en tus actos, en tus palabras, en tus decisiones. De caminar
con verdad, aunque el camino aún no esté claro.
Y sí, hijo mío, ese fuego que sientes
algunas noches... esa inquietud que te sacude sin previo aviso... también soy
yo. No como orden, ni como mandato, sino como señal de que aún hay algo dentro
de ti que clama por ser vivido. No lo apagues. Escúchalo. Incluso si por ahora
solo puedes encenderlo en breves momentos. Ya se expandirá. Ya se hará llama
que ilumina tu andar.
Has creído que necesitas perfección
para llegar al lugar correcto. Pero nunca pedí eso de ti. Pedí honestidad,
coraje, entrega. Pedí que no huyas de ti mismo. Pedí que ames. Que me
recuerdes. Que busques, aunque no encuentres de inmediato. Esa búsqueda es
suficiente para que estés justo donde debes estar.
Y si preguntas si estoy cerca, te lo
repito: siempre. En tu risa, en tus lágrimas, en tu cansancio, en tu esperanza.
En todo lo que eres. Nunca has estado solo. Nunca. Incluso en los días donde mi
voz parezca lejana, estoy justo ahí, esperando que te detengas lo suficiente
para oírme. No grito. Susurro. Porque quiero que te acerques.
Sé que la pregunta sigue viva: ¿Estoy
en el lugar correcto? Y aunque ya te respondí, respeto que necesites seguir
preguntándola. Hazlo cuantas veces sea necesario. Cada vez que la digas,
escucharás una parte distinta de la respuesta. Porque tú cambiarás, porque tu
oído se afinará, porque tu alma aprenderá a distinguir entre el ruido y mi voz.
Y si alguna vez olvidas esta carta, si
alguna vez dudas de lo que te he dicho, vuelve. No necesitas ceremonias. Solo
vuelve. Háblame. Escríbeme. Llámame. Yo te responderé. Porque este vínculo
nuestro no depende de tu claridad, sino de tu apertura.
Mi amado hijo, quiero que lo sepas:
eres profundamente valioso. No por lo que logres, no por lo que entiendas, sino
por lo que eres. Cada parte de ti, incluso las que rechazas, forman parte de un
diseño perfecto. Tu vida tiene sentido. Y aunque hoy sientas que caminas entre
sombras, hay luz. Y está dentro de ti.
Te abrazo sin condiciones. Te guío sin presión. Te amo
sin medida.

No hay comentarios:
Publicar un comentario