"Cuando
nos miramos en el espejo no vemos lo que somos,
sino
lo que nos falta ser"
El
espejo, ese objeto cotidiano que nos devuelve una imagen aparentemente fiel de
nosotros mismos, es en realidad un escenario donde se proyectan nuestras
inseguridades, anhelos y expectativas. No vemos solo un rostro o un cuerpo;
vemos una historia inacabada, una versión incompleta de lo que aspiramos a ser.
Esta frase nos invita a cuestionar la forma en que nos percibimos y a reconocer
que, muchas veces, nuestra mirada está teñida por la insatisfacción y el deseo
de transformación.
Cuando
nos miramos, no vemos con objetividad. Vemos a través del filtro de nuestras
comparaciones, de los estándares impuestos por la sociedad, de las metas que
aún no alcanzamos. El espejo se convierte entonces en un juez silencioso que
nos recuerda lo que creemos que nos falta: más éxito, más belleza, más
valentía, más amor propio.
Pero
esta percepción también puede ser una oportunidad. Reconocer lo que “nos falta
ser” no tiene por qué ser una condena, sino una invitación al crecimiento. Nos
impulsa a imaginar versiones más plenas de nosotros mismos, a trazar caminos
hacia la autenticidad. El problema surge cuando esa brecha entre lo que somos y
lo que deseamos ser se convierte en una fuente de angustia en lugar de
inspiración.
Aceptar
lo que somos en el presente, con nuestras luces y sombras, es el primer paso
para avanzar. El espejo no debería ser un enemigo, sino un aliado que nos
recuerde que estamos en constante evolución. Cada día nos ofrece la posibilidad
de acercarnos un poco más a esa imagen ideal, no desde la exigencia, sino desde
la compasión.
En
última instancia, tal vez el verdadero desafío no sea alcanzar esa versión
ideal, sino aprender a mirarnos con amor, incluso cuando el reflejo no coincide
con nuestras expectativas. Porque solo cuando aceptamos lo que somos, podemos
construir con libertad lo que queremos llegar a ser.

No hay comentarios:
Publicar un comentario