Cada persona
se siente atraída por ciertos placeres, y cada una conoce las deliciosas sensaciones
que encuentra en ellos. Y, por supuesto, durante su vida, corre tras esos
placeres. Placeres que ni tan siquiera tienen por qué ser dañinos, salvo que mantienen atada a la persona a sus
sensaciones, la mantiene esclava de esos placeres.
Pero hay un
hecho terrible: tan pronto como se ha obtenido su placer, este se acaba, y otra
vez tiene que caminar en su búsqueda, y otra vez llega a él, y otra vez lo
pierde, y vuelta a empezar. Parece que no hay placer que dure eternamente.
Es normal,
¿Cómo puede algo externo satisfacer al ser interno, como pueden las cosas
materiales satisfacer al alma? No puede. Nada que corresponda a la materia
puede satisfacer al espíritu. Y, sin embargo, la persona sigue corriendo tras
esos placeres, llegando a hacer cosas, que la pueden parecer inconcebibles
cuando se encuentra en un estado normal, sin la necesidad de sentir la
sensación que produce el placer.
Y la persona
va a seguir corriendo tras esos placeres, hasta que llegue su despertar. Puede
ser consciente del sometimiento al que el placer la ata, pero la falta
voluntad, la voluntad que se tiene cuando se vive desde el alma.
Puede que la
persona crea que ya ha despertado. Es posible, pero sólo en ciertos aspectos. Y
es normal, porque alguien que despierta completamente ha terminado su trabajo
en la materia.
Por lo
tanto, la necesidad de conseguir ciertos placeros no es más que una demostración
de que la persona tiene aun aspectos que trabajar. La eliminación de esa
búsqueda es crecimiento, es acercarse al alma. El alma no necesita de ningún
placer físico.
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