Jesús dijo:
“De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis
en el reino de los cielos”.
Está claro que el proceso de la vida
no lleva precisamente a la niñez, sino a la madurez y al envejecimiento, por
eso Jesús se refiere a nuestro comportamiento: “ser como niños”, sinceros, juguetones, alegres, inquietos,
honestos. En la humillación que reciben los niños en silencio está su puerta de
entrada al cielo (a la felicidad), ya que por ser más pequeños e indefensos, se
les vive regañando, dirigiendo, chillando y castigando, los niños son objeto de
nuestro blanco para descargar sobre ellos nuestra ira, nuestro enfado, nuestra
rabia, ya sé que también, a veces,
descargamos en ellos nuestro amor y nuestra ternura, ¡pero son tan
pocas!
En nuestro “amor” hacia nuestros
hijos, queremos, por supuesto, lo mejor para ellos. Pero ¿Qué es lo mejor?
Entendemos como mejor lo que nosotros hemos recibido, o algo más. Pero eso
conlleva el que aparquemos a los niños como si fueran mercadería, por la mañana
en el colegio, y por la tarde en el judo, en la música, en el ballet o en los
idiomas. ¿Cuándo jugamos con nuestros hijos?, ¿Dónde está la escuela para
aprender a amar? La escuela para aprender a amar está en el hogar. ¿Cuánto
tiempo dedicamos a nuestros hijos en la asignatura del amor? Posiblemente cero.
Darles de comer, comprarles ropa, vestirles, etc., etc., no es amor, es nuestra
obligación. Darles amor es besarles, abrazarles, comprenderles, escucharles, pasear con
ellos de habitación a habitación porque les apetece, es jugar con ellos, es
explicarles, es valorarles, es respetarles.
En el “ser como niños”, viene
implícita la negación a uno mismo, todos sabemos muy bien que los niños no
poseen una identidad individual sino que son reconocidos como el hijo de………..
Hemos de perder la identidad hasta negarse a uno mismo para llegar a Dios.
No os asustéis, no es un trabajo
nuevo, es más de lo mismo. Para ser como un niño solo hay que amar. Eso es lo
que hacen los niños, “amar”, imagínate si aman que te siguen amando a ti, que
puede que incluso les golpeas, que les chillas, que les sientas delante de la
tele para no bajar a la calle con ellos a jugar con la pelota, que la palabra
que más te escuchan es “no”………………, imagínate si aman.
Supongo que el deseo íntimo de muchos
padres es que sus hijos sean a imagen y semejanza de ellos mismos. Ya………, pero
¿Eres total y absolutamente feliz?, ¿Juzgas, criticas?, ¿Aceptas, valoras y
respetas al resto de la humanidad?, ¿Lo haces contigo?, posiblemente sea mejor
que tu hijo no se parezca a ti, no les conviertas en lo que tu eres. Perdón,
estamos hablando a la generalidad, pero si tú ya amas, si ya vives desde el
corazón, si no quieres que tu niño sea “coloca aquí cualquier carrera” por
encima del amor y la felicidad, felicidades, este escrito no es para ti.
Pero si eres de esa generalidad que
utiliza a los niños como arma arrojadiza, que les levantas la mano, que les
gritas, que no les besas, ni abrazas, ni les recuerdas cada día diez o doce
veces cuanto les quieres, si criticas delante de los niños, si prometes en
falso, si mientes, si eres perezoso, si no tienes voluntad, si no cumples tus
promesas con ellos, etc., etc., etc., este escrito si es para ti. ¡No hagas a
los niños a tu imagen y semejanza!
El mayor aprendizaje de los niños no son tus palabras, son tus hechos, el
mayor aprendizaje es tu ejemplo. Las palabras y los discursos a los niños les entran por un
oído y les sale por el otro, pero tu ejemplo se va a grabar a fuego en su
corazón, para siempre, y ese será su verdadero aprendizaje.
Tienes que cambiar tú para que tus
hijos aprendan a ser felices. Les puedes hablar, con dulzura, para explicarles
lo que quieras, pero sobre todo que tu actitud sea acorde con lo que tratas de
enseñarles. No les digas, por ejemplo, que el tabaco es malo si tú fumas; lo
que tienes que hacer es dejar de fumar, porque su pensamiento es: Si mi
padre/madre fuma, debe ser bueno, porque ellos son los mejores y lo saben todo.
Igual en cualquier otro aspecto de la vida. Recuerdo haber leído una historia
sobre Gandhi, en la que una madre se presenta a él con su hijo y le dice:”Señor
Gandhi, le traigo a mi hijo para que le diga que deje de comer caramelos, que
no son buenos para él”, y Gandhi la contestó: “Vuelva dentro de quince días,
por favor”. Se marchó la señora con su niño y volvió a los quince días, y
cuando se presentaron ante Gandhi este le dijo al niño: “Tienes que dejar de
comer caramelos porque no son buenos ni para tus dientes ni para tu salud”.
Entonces la señora le dice: “Y ¿Por qué no se lo dijo la primera vez que
vinimos, en lugar de hacernos volver?; y Gandhi la contesta: “Es que hace
quince días yo comía caramelos”.
Tener hijos y educarlos en el amor,
es mucho más comprometido y difícil de lo que cualquiera puede pensar.
Seguramente es lo más difícil que existe. Piensa que solo para que tus hijos aprendan
a leer, la persona que les ha de enseñar, ha tenido que hacer unos cuantos años
de estudios y oposiciones. ¿Cuáles han sido tus estudios y oposiciones para
padre/madre?, ¿Cuáles tus meritos?, ¿Una noche loca? Tener una noche loca y
soltar una criatura infeliz al mundo lo sabe hacer cualquiera.
Si, ya sé que tu deseo, como el que
todos los padres tenemos para nuestros hijos, es que consigan la felicidad. La
manera más fácil de que tus hijos sean felices, es que aprendan de tu
felicidad, con tu ejemplo. Si no es así, tendrán que llegar a tener cuarenta
años, aparecer por un centro de yoga y meditación, o leer algún libro de
autoayuda, de tantos y tantos como aparecen en las librerías, para que otros
les empiecen a hablar de que la felicidad no es una utopía y de que pueden
conseguirla por sí mismos, que es la única manera de conseguir una felicidad
autentica y permanente, ya que la carrera o el oficio conseguido a base del
propio sacrificio y del ahorro de los padres no le ha dado la felicidad, ni se
la ha dado la pareja por la que sus padres tanto suspiraban, ni se la ha dado
la segunda residencia en la costa, ni los descensos por la nieve, ni el
tratamiento antiarrugas, nada le ha dado una felicidad duradera. Tendrá que ser
un extraño quien les diga lo que es el amor y como se consigue.
¿Por qué no lo haces tú?, a fin de
cuentas son tus hijos y dices que les quieres con locura. Deja de decir que les
quieres y quiéreles, y enséñales ese amor y como se ama.
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