Aunque mi
memoria siempre ha sido un poco débil, olvidando caras, nombres, lugares,
situaciones, y también muy selectiva, recordando, supongo, sólo aquello que era
bueno para mi propia evolución, sí que hay algún recuerdo que creo que me
acompaña desde siempre, casi desde que tengo uso de razón. Y ese algo son mis
pensamientos relacionados con la muerte. La muerte siempre me ha parecido
apasionante, y aunque en las primeras etapas de mi vida, el contacto con la
muerte, de personas conocidas, me producía
cierto temor, era algo que me atraía de manera poderosa, buscando lecturas
sobre ella y sobre lo que podría haber al otro de la vida.
Siempre me
ha parecido que la vida, la vida física, a pesar de su grandeza y su hermosura,
es algo pesada, rutinaria, repetitiva, lenta
y muchas veces aburrida. Aunque por supuesto tiene grandes excepciones como la
paternidad, la abuelidad, el enamoramiento o los cambios. Por eso siempre he
pensado en la muerte como una gran liberación, ya que seguimos viviendo una
vida sin cuerpo, dejando atrás todo aquello que es inherente a este: la edad,
el sexo, la necesidad de comer y dormir, la enfermedad y el dolor.
Pero por si
fuera poco pasar toda una eternidad sin los problemas que genera el cuerpo, yo
le añadía una razón de peso, de mucho peso: al otro lado de la vida yo suponía
que estaríamos más cerca de Dios, más cerca de Su Amor, más cerca de Su Paz, más
cerca de Su Armonía, con lo cual pensaba que la vida al otro lado debía de ser
la perfección total, debía de ser esa felicidad total y permanente que buscamos
cuando estamos en el cuerpo a este lado de la vida.
Aquí tenía
un error, y el error consistía en pensar que los que ya no tienen cuerpo están
más cerca de Dios, cuando todos, con cuerpo o sin cuerpo, estamos a la misma
distancia de Dios. La sensación de lejanía de Dios en los que vivimos en la materia
solo viene dada por la barrera, muchas veces infranqueable, que coloca nuestra
mente, pero Dios, siempre está con nosotros.
Hasta no
hace mucho tiempo, sentía cierto reparo en hablar de Dios, o al menos en
hacerlo directamente, y Lo sustituía por palabras más o menos cercanas. Hoy no,
hoy sé que Dios es Dios, hoy se que Dios lo es Todo, y que el reparo que sentía
solo era una debilidad de mi propio carácter, porque influenciado por nuestra
cultura, asociaba a Dios con alguna religión, y pensaba, erróneamente, que
podía ser señal de debilidad.
Dios es tan cercano en la vida física
como en la otra, aunque podamos pensar que no es así, y que sólo está bien
visto acercarnos a Él o invocarle cuando las cosas se ponen difíciles esperando
que nuestros pedidos o nuestras súplicas sean escuchados, esperando que se
produzcan los milagros.
Se nos
olvida que somos los seres humanos los únicos responsables de lo que nos
sucede, se nos olvida que nuestra vida solo es el resultado de nuestra
programación mental, se nos olvida que nuestra vida solo es nuestra propia
elección y que hemos elegido también los medios y herramientas en cada caso, se
nos olvida que cada problema, cada situación difícil o inclusive las
equivocaciones han de aceptarse como lecciones, peldaños para aprender,
oportunidades obsequiadas por Dios para que podamos recordar nuestra propia
Divinidad y perfección.
Se nos
olvida que Dios está en nosotros.
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