Nada
de todo lo malo que nos sucede sería posible si los seres humanos supiéramos realmente
que somos, quienes somos, de dónde venimos, que es la vida y lo que realmente
hacemos en ella. No existirían guerras, ni atentados, ni asesinatos de ningún
tipo, ni robos, ni hambre, ni sufrimiento, ni dolor. No existiría ningún tipo
de discriminación, ni de rechazo, ni de tortura. No existirían barreras, ni existirían
separaciones.
Todo sería paz, alegría, bienestar,
felicidad y amor, solo por nombrar alguna de las cualidades que se está perdiendo la
humanidad por su ceguera.
Todos somos lo mismo, somos hermanos,
somos hijos de Dios y estamos aquí para recordar el camino a casa.
Este es el problema, que tenemos que
recordar cuál es el camino para volver a casa, y para recordarlo tenemos que
recordar primero cual es nuestra casa y cuál es nuestra estirpe o nuestra
esencia, algo que cuando estamos fuera del cuerpo conocemos a la perfección.
Una buena pregunta sería: “Si ya
sabemos lo que somos al otro lado de la vida, ¿Por qué el olvido para tener que
volver a recordar?”. No hay respuesta a esta pregunta, o al menos yo no he
conseguido encontrarla, sencillamente porque no entenderíamos la respuesta. Lo
cierto es que estamos aquí, y que ya que estamos, además porque lo hemos
elegido, hagamos lo que hemos venido a hacer. Y lo que hemos venido a hacer es
recordar.
Un
día, al principio de los tiempos, o al menos al principio de “nuestro tiempo”,
todos estábamos en el mismo nivel del olvido. Hoy, sin embargo, ya no podemos
iniciar nuestro camino desde ese punto, porque ya hemos recorrido un trecho,
unos más y otros menos, no importa cuánto. Lo que importa es donde estamos
ahora, porque es ahora cuando se inicia el tramo final. En realidad, siempre es
el tramo final para todos, estemos donde estemos. Es una manera de decir que ¡Para
qué mirar atrás, si ya no existe!, miremos adelante.
Cuando
todos estábamos igualados en la línea de salida, la separación que todos sentíamos
en relación con los corredores que nos acompañaban en esa línea de salida era
total. Eso suponía que no existían países, ni fronteras, ni políticas, ni
religiones. No podía existir nada, ningún grupo organizado, en razón de nada,
porque nos sentíamos totalmente individuales, por lo que el rey, o el
presidente, o el maestro, o el gurú era el propio ego.
A
partir de ahí comenzamos a evolucionar, pero nuestra evolución fue desigual.
Continuará………….
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