No
son las cosas las que atormenta a los hombres sino los principios y las
opiniones que los hombres se forman acerca de ellas. La muerte, por ejemplo, no
es terrible; si lo fuera, así le habría parecido a Sócrates.
Lo
que hace horrible a la muerte es el terror que sentimos por la opinión que de
ella nos hemos formado. En consecuencia, si nos hallamos impedidos, turbados o
apenados, nunca culpemos de ello a los demás sino a nuestras propias opiniones.
Un ignorante le echará la culpa a los demás por su propia miseria. Alguien que
empieza a ser instruido se echará la culpa a sí mismo. Alguien perfectamente
instruido ni se reprochará a sí mismo, ni tampoco a los demás.
EPICTETO
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