¡La culpa es tuya!, ¡Estás haciendo que me suba la tensión!, ¡Siempre consigues que lleguemos tarde!, ¡Si tú me quisieras!, ¡Me estás matando!, ¡Ya te lo dije!, ¡Si no fuera por los niños!
¿Has oído alguna vez frases como estas?, ¿las has dicho alguna vez?
Eso se llama culpar a los demás,
aunque curiosamente, sólo les culpabilizamos de nuestros errores, de nuestras
decisiones erróneas, de las circunstancias adversas. Pero los otros nunca son
responsables de nuestras decisiones erróneas, como, tampoco, lo son de nuestras
decisiones correctas.
Culpar
a los otros es un rasgo de inmadurez, es indicador de que estás estancado en tu
evolución, es no aceptar la responsabilidad de tu vida, es maltratar
emocionalmente a la persona que culpabilizas, es colocarte siempre en el papel
de víctima.
Transitar por el camino de la vida es
aprendizaje, y no sólo dejar que pasen los días uno tras otro, eso sólo es
envejecer. Vivir es aprender, aprender es madurar, y comportarse con madurez
implica, entre otras cosas, tomar decisiones conscientemente y aceptar las
consecuencias que implican esos actos, aceptando como propios, tanto los éxitos
como los fracasos.
Cuando
descargas tus errores sobre otra persona, esta, si es madura y responsable,
puede reaccionar dejando que la energía de la culpa que has lanzado sobre ella
se disuelva sin más, pero ten cuidado, siempre va a quedar un poso que se va a
ir incrementando según vayas amontonando sobre ella culpa tras culpa, hasta que llegue el día en que, no sólo tus
reproches, sino todas tus palabras van a causar el mismo efecto que la lluvia
en el cristal, ningún efecto. Pero puede ser que la persona que recibe la culpa
de tus errores no tenga la suficiente madurez, y entonces va a sentirse
responsable de cada uno de tus fracasos, sintiéndose emocionalmente
inmovilizada y culpable por algo que no le ha ocurrido a ella.
Si
eres la persona culpabilizada, ten en cuenta de que eso sucede porque lo
admites. Para que no pase, tienes que enseñar a las personas que tienen que ver
con tu vida y que tratan de manipularte, por medio de la culpa, de que tú eres
muy capaz de enfrentarte con las desilusiones que les provoque tu
comportamiento. El resultado puede ser que tarde un poco en llegar, pero el
comportamiento de esas personas empezará a cambiar cuando vean que no te pueden
forzar a sentirte culpable. Una vez que logres desconectar la culpa, la
posibilidad de manipularte y de controlarte emocionalmente habrá desaparecido
para siempre.
La
mejor manera de gestionar tus errores no es culpabilizando al entorno, es
viajar a tu interior: tienes que descubrir la razón de ese sentimiento de
impotencia que te hace menospreciar a los demás culpabilizándoles de tus
limitaciones. Siempre hay una razón, ¿complejo de inferioridad?, ¿miedo al
fracaso?, ¿atacar al prójimo ante la sensación de íntima humillación?, siempre
hay una razón, descúbrela antes de humillar a los que te rodean.
Recuerda:
“No desees para los demás lo que no deseas para ti”. Imagina que la persona que
está delante de ti, a la que vas a culpabilizar, eres tú mismo.