Los seres humanos
nunca hemos vivido realmente de acuerdo a la enseñanza recibida. La enseñanza
de los Grandes Seres y de los Grandes Maestros han servido, por un lado, para editar
libros y más libros con sus enseñanzas, y para producir películas y más películas
sobre sus vidas; y por otro lado, para que algunos hombres, más avispados,
vivan a expensas de esas enseñanzas, atemorizando a todos con castigos
realmente malvados, impropios de alguien que es el adalid del amor.
Los seres humanos no vivimos de acuerdo a lo
que sabemos ni ponemos en práctica los conocimientos adquiridos: No dejamos
que la Luz llegue a nosotros, estamos controlados por los deseos, la ambición,
la codicia y la carne, en vez de escuchar la voz interior, esa voz que nos
acerca a nuestra esencia espiritual. Esencia espiritual que da la sensación de haberse
perdido y encontrarse solo en los libros.
La espiritualidad se
habla, pero no se vive. La espiritualidad se busca, sin tener una idea clara de
lo que realmente significa, por eso no se encuentra. Nos emocionan miles de
frase hermosas que aparecen en las redes sociales, sin ser capaces de aplicar
en nuestra vida ni uno solo de esos sabios consejos, pero los reenviamos, y los
compartimos, creyendo, que así vamos a alcanzar a vivir la espiritualidad. Pero
por muchas veces que las compartamos, seguimos con nuestras preocupaciones,
nuestros miedos, nuestras dudas, nuestra ansiedad, nuestra frustración por no cumplirse
nuestros deseos, etc., etc. Y cuando realmente se vive la espiritualidad, todo
eso desaparece.
Donde buscamos la
espiritualidad no la vamos a encontrar, no está en nada que se encuentre en el exterior,
ni en libros, ni en películas, ni en cursos, ni en conferencias. La espiritualidad no es necesario buscarla
porque ya habita en nosotros, somos seres espirituales.
Somos seres
espirituales viviendo durante una temporada, una experiencia humana.
Experiencia en la que estamos atrapados desde hace miles de vidas, y de la que
tratamos de salir, está claro que sin éxito, ya que sino, se acabaría para
siempre nuestra experiencia dentro del cuerpo, se acabaría el sufrimiento.
Para darnos de bruces
con nuestra esencia espiritual, sólo es necesario bucear en nuestro interior. Y
para entrar dentro de nosotros es imprescindible el silencio, el silencio
mental, y para conseguir ese silencio tenemos que meditar. De poco sirve, el
practicar de vez en cuando, ha de ser algo que tenga continuidad en el tiempo,
ha de llegar a convertirse en nuestra actividad más importante. A fin de
cuentas, no somos este cuerpo, al que le dedicamos muchas horas de nuestro día,
somos el alma, somos ese espíritu con el que queremos volver a conectar.
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