En nuestra aventura de vivir, de vivir para llegar a Dios es la atención la que nos va a permitir ser conscientes de donde
estamos, de hacia dónde queremos ir y de cuáles son los obstáculos con los que
nos podemos encontrar en el camino.
Por si alguno ha
perdido el norte lo recuerdo: Venimos de Dios, estamos en la materia porque
hemos elegido vivir para recordar el camino de vuelta nuevamente a Dios, y los
obstáculos con los que nos encontramos son los que nosotros mismos nos
generamos.
La atención es ese aspecto en el que tomamos conciencia de nuestra experiencia
en el momento presente. Se trata de aprender a ser conscientes de cómo nos
sentimos, no sólo física, sino también emocionalmente, y observar nuestra
reacción en cada momento de la vida: Observar nuestros pensamientos, observar
nuestras emociones, observar las distintas reacciones de nuestro cuerpo, y todo
eso sin juzgar nada, sin calificarlo, sin ponerle nombre. Solo atención, solo
presencia, solo estar.
La vida,
normalmente, desfila por delante de nosotros sin que seamos totalmente
conscientes de ella, ya que nuestra mente y nuestros pensamientos se encuentran
en un proceso distinto al de la vida, (el proceso de la vida es un continuo,
siempre adelante, mientras que la mente trata de ponerle freno a la vida), reaccionando
ante las distintas situaciones de manera automática, sin ser plenamente
conscientes de nuestras reacciones.
No somos
conscientes de nuestros pensamientos, de nuestros hábitos, de nuestros vicios,
de nuestras virtudes. No tenemos ningún control sobre nuestras emociones y en
muchas ocasiones ni sobre nuestras reacciones. No conocemos casi nada de
nosotros mismos, y para madurar y para construir nuestro carácter es
imprescindible que nos conozcamos y que sepamos de nuestras debilidades para
eliminarlas y permitir que se vaya fortaleciendo nuestro carácter.
Toda nuestra
vida se desarrolla en “piloto automático”, no somos conscientes de casi nada,
las situaciones de la vida nos atraviesan, eso hace que nuestras reacciones sean
hacia el exterior más o menos explosivas, posiblemente hiriendo a alguien que
puede incluso no ser el responsable de nuestra reacción, o hacia el interior, más
o menos dolorosas, hiriéndonos a nosotros mismos.
Esto hay que
conocerlo, pero no para aprender a convivir con la reacción, sino para no tener
reacción, para que las situaciones que se van sucediendo a lo largo de nuestro
día sean algo tan consustancial de la vida como ver salir el sol o la luna.
Alguien
podría pensar que se trata de volvernos amorfos, sin reacción. No, se trata de volvernos
más conscientes de la vida, pero si, sin reacción, porque nada nos va a
afectar. ¿Le afecta a Dios?
Mejor
maticemos eso de que “nada nos va a afectar”. Es posible que lo entendamos
mejor con un ejemplo, y mejor uno que haga que se remuevan nuestras entrañas
por su dureza: La muerte de un hijo. La muerte de un hijo es posiblemente la
situación más dramática por la que puede pasar un ser humano. En cierto que
ningún padre debería de enterrar a un hijo. Por lo tanto, si va a afectar. Pero la afectación
no puede ser eterna, ni tan siquiera tiene que alargarse en el tiempo, ¿Por
qué?
Sabemos que
somos Hijos de Dios, sabemos que nuestra alma es eterna, sabemos que solo
estamos en la vida para cumplir un Plan establecido de antemano, sabemos que la
auténtica vida es la vida del alma, sabemos que al otro lado de la vida no hay
dolor, no hay sufrimiento, que todo es paz, Amor y alegría. Sabemos que en
nuestro Plan de Vida en la materia tenemos una fecha de caducidad, una vez
concluido el aprendizaje establecido. Entonces, ¿Por qué sufrir si nuestro hijo
va a estar mejor después de haber finalizado su trabajo? El sufrimiento es
lógico desde nuestra posición de separación de Dios, y tiene su origen en el
pensamiento.
¿Por qué es
lógico el sufrimiento desde nuestra posición de separación de Dios? La
separación de Dios comporta que el conocimiento que tenemos de cuál es la
auténtica vida, y de cómo se vive en la vida real al otro lado de la vida en la
materia, sea un conocimiento teórico, un conocimiento intelectual, para nada
integrado en nosotros, por lo tanto los pensamientos, las actuaciones, las
sensaciones y las emociones, están dirigidas por la materia, están dirigidas
por la mente, por sus creencias, por el falso amor, por los apegos, por los
deseos y la muerte. Para la mente separada de Dios la muerte es el fin y por lo
tanto cree que nunca más se va a tener contacto con la persona desaparecida, no
llegando a entender cómo se puede vivir cuando ha muerto el cuerpo. En estas
condiciones lo normal es el sufrimiento.
Además, el
sufrimiento no solo es debido a nuestro propio pensamiento, es debido también
al pensamiento social, a la forma de pensamiento globalizada que existe y que
ya tiene establecido que la muerte es un drama y la muerte de un hijo un drama
para sufrir prácticamente de por vida.
No debe ser
así. Para esto los dos primeros apartados de nuestro trabajo para recorrer el
camino hacia nuestro corazón: Ser conscientes de que somos Hijos de Dios y
vivir plenamente con total atención la emoción y el dolor generados por la
muerte del hijo, nos tienen que ayudar, no solo para sobrellevar el dolor, sino
para eliminar el dolor en el más breve plazo posible.
Sabemos que
en el punto del trayecto en el que nos encontramos como seres espirituales es
casi impensable tal actitud, pero es hacia donde, antes o después, vamos a
llegar. Hasta entonces no nos va a quedar más remedio que sufrir ante la
muerte, en esta vida y en las próximas.
¿Cómo trabajar la atención? Continuará.......
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