“Amarte es
recordar quien soy”
Querido Dios:
Recuerdo mi primer
enamoramiento. Ese que te llena el estómago de mariposas. Ese en el que me
sentía unido a mi amada por algo que ninguna distancia podía borrar. Había como
un hilo invisible entre nosotros, una vibración secreta que nos mantenía
atentos el uno al otro, incluso cuando el silencio se extendía entre nuestros
días. Cada mensaje, cada mirada robada, cada palabra dicha a destiempo encendía
esa necesidad que crecía dentro de nosotros: vernos, tocarnos, volver a
encontrarnos en el mismo aire.
Yo pensaba en la suavidad de su
voz, en cómo sus ojos parecían esperarme aun cuando el mundo entero se movía.
Ella, en cambio, recordaba el calor de mis manos, el modo en que todo se
calmaba cuando yo estaba cerca. No bastaban las llamadas, ni los recuerdos, ni
las promesas; era el cuerpo reclamando presencia, la piel pidiendo volver a
reconocerse en la del otro.
En algún punto, comprendimos que
el amor no era solo emoción o ternura, sino una urgencia compartida de
existencia: ser con el otro, no aparte. Cuando cada día nos encontrábamos, el
tiempo se detenía, no por magia, sino porque la espera había cesado. Estábamos
donde debíamos estar: juntos, completos, respirando el mismo instante.
Esto es lo que quiero Señor.
¿Por qué podía mantener en mi mente la imagen de mi amada durante todo el día?,
¿por qué podía desear, de manera permanente, su contacto?, ¿por qué su palabra
era para mí como música celestial?, ¿por qué el contacto de su piel me llevaba
al éxtasis?, ¿por qué no puedo mantener esa energía Contigo durante un largo
tiempo?, ¿por qué?
La serenidad que siento cuando
estoy Contigo no se puede comparar a ninguna emoción conocida y, sin embargo, no
consigo mantenerla más allá de unos minutos y es entonces cuando me siento mal
conmigo mismo por permitir que mi mente se distraiga.
El amor que me inunda en esos
minutos de unión Contigo no es comparable a ningún amor humano.
No sé cómo explicarte este
anhelo sin caer en el lenguaje de los sentidos, pero solo puedo usar las
palabras de lo que soy: Un ser humano. Pero Tú sabes lo que hay debajo de cada
una. No busco milagros ni consuelos inmediatos; busco presencia. No quiero solo
pensarte, sino sentirte, como quien se mira en un espejo y se reconoce de
pronto en aquello que ve.
Cuando Te siento, Señor, todo se
aquieta. El ruido de mis pensamientos cede, el aire parece volverse más claro
y, por un instante, todo encaja. Es como si el mundo entero respira conmigo y
el tiempo se reconoce en un solo punto de luz. Pero esos momentos son fugaces,
se disuelven como el perfume de una flor cuando el viento cambia de dirección.
Entonces regreso al ruido, a la distracción, y me invade la frustración de no
poder quedarme Contigo más tiempo.
Te confieso que muchas veces
temo no saber amar como tú amas. Quizás por eso, cada vez que me distraigo,
siento que Te pierdo. Pero ¿Cómo podrías perderte si Tú habitas en mí y en todo
lo que me rodea? Quizás el error está en pensar que debo retenerte, cuando en
realidad eres Tú quien me sostiene a mí.
A veces me pregunto si este
deseo de estar Contigo, (tan intenso, tan devorador), no es ya en sí una forma
de amor. Tal vez me llamas a buscarte precisamente a través de este vacío, de
esta falta, de esta necesidad que arde y me purifica. Tal vez el amor no
consiste en verte todo el tiempo, sino en aprender a reconocerte en lo
invisible: en el sonido del viento, en el temblor del instante, en la mirada de
los otros.
Sé que cuando amo verdaderamente,
aunque sea a otra persona, algo de Ti se filtra entre nosotros. El amor humano
es como un reflejo imperfecto de Tu luz. En él Te vislumbro, aunque sea por
fragmentos. Por eso no desprecio ni mis pasiones ni mis debilidades, porque a
través de ellas también Te busco. Tú me hiciste con hambre de infinito, pero me
diste un cuerpo finito, y entre esas dos orillas se extiende mi alma,
aprendiendo a navegar.
Me gustaría poder amarte con la
constancia con la que respiro, sin esfuerzo, sin interrupciones. Pero quizás la
respiración también tiene su ritmo: inhala Tu presencia, exhalo mis
distracciones. Tal vez esa alternancia sea parte de la lección: que incluso
cuando no Te siento, sigues ahí, esperando pacientemente como una llama que
nunca se apaga.
En esos momentos en que la mente
se aleja y el corazón se enfría, recuérdame, Señor, que no hay distancia real
entre nosotros. Enséñame a regresar sin culpa, con ternura hacia mi propia
fragilidad. Que cada olvido se convertirá en un nuevo motivo para recordarte, y
cada caída, en una manera distinta de levantarme hacia Ti.
Quisiera vivir con la
simplicidad de una gota que no duda de pertenecer al mar, porque sabe que, aún
separados, sigue teniendo su misma esencia. Dame esa certeza, Señor: la de
saber que incluso en mi dispersión, estoy Contigo.
Te necesito, sí, pero no como
quien desea poseer, sino como quien desea Amar con mayúscula: Quiero que mi
vida entera sea una sola conversación Contigo, donde no haya palabras sino
presencia, no súplica sino comunión, no búsqueda sino hallazgo perpetuo.
Y aunque mi mente se canse,
aunque mis sentidos me traicionen, aunque la rutina me nuble, mantén vivo en mí
el fuego de esta necesidad. No permitas que se extinga. Que cada día, con sus
distracciones, penas y pequeños gozos, sea una oportunidad para recordar que
estoy hecho de Ti, para Ti, y hacia Ti.
Porque amarte, Señor, es
recordar quién soy.
Gracias, Señor.

No hay comentarios:
Publicar un comentario