“La luz también se busca en la sombra”
Querido Dios:
Hoy me acerco a Ti con el corazón abierto, humilde y lleno de preguntas, buscando comprender el misterio que envuelve la vida de Jesús, mi hermano mayor y mi guía en el camino del amor.
Admiro profundamente a Jesús. Siento
una conexión visceral con su historia, con su entrega, con su presencia
luminosa en medio de un mundo que a menudo se muestra oscuro. Cada vez que leo,
medito o simplemente pienso en su pasión y muerte en la cruz, algo dentro de mí
se encoge, se agita, se conmueve. ¿Cómo pudo soportar tanto dolor, tanta
humillación, tanto sufrimiento, sin perder la paz interior, sin renunciar al
amor, sin dejar de ser compasión pura?
Los maestros de mi tradición religiosa
me han enseñado que Jesús murió crucificado para expiar los pecados de la
humanidad, y que con ese acto abrió el camino hacia la reconciliación contigo.
Se nos dice que su muerte fue un sacrificio voluntario, expresión sublime de tu
amor infinito por nosotros.
Sin embargo, estas enseñanzas, aunque
las respeto, me dejan con una sensación de inquietud espiritual. Me cuesta
comprender el significado real de "expirar los pecados". ¿De qué
pecados hablamos? ¿De los errores inevitables que cometemos como parte de
nuestro proceso de aprendizaje? ¿De los miedos, ignorancias y reacciones que
nos alejan de nuestra propia esencia? En mi corazón no puedo aceptar el pecado
como una ofensa contra Ti. Porque si Tú eres Amor, Bondad y Perfección
absoluta, entonces no puedes sentirte herido u ofendido por nuestras torpezas
humanas. ¿No sería más justo decir que lo que existe son acciones erróneas,
pensamientos desalineados con la Verdad, expresiones del ego desconectado?
También me resulta desconcertante la
idea de que Jesús vino a reconciliarnos contigo. ¿Acaso estábamos peleados? ¿Tú
estabas alejado de nosotros? ¿Podrías estarlo alguna vez? Si Jesús vivió hace
2.000 años, ¿qué ocurrió con los millones de seres humanos que lo precedieron
en los siglos anteriores? ¿Qué hay de los sabios y maestros como Buda, Moisés,
Abraham y tantos otros que buscaron la luz desde distintas culturas y credos?
¿Estaban distanciados de Ti? ¿O simplemente eran expresiones de Tu presencia en
formas distintas a las que el cristianismo reconoce?
La explicación de que todo esto fue una
muestra de Tu amor también me desafía. Porque si permitir que Tu Hijo encarne
en este mundo para sufrir y morir es amor, ¿qué significa entonces el amor?
¿Dónde está la ternura, la protección, la guía compasiva que asociamos contigo?
Y aun así, me doy cuenta: todos nosotros encarnamos para transitar caminos de
aprendizaje, de dolor, de desafío. Lo hacemos sin plena conciencia de lo que
somos, y nos enfrentamos a la vida desde un estado de vulnerabilidad radical.
¿Será ese también un acto de amor divino? ¿Será que la encarnación en sí misma
es una oportunidad para despertar?
Tal vez estoy equivocado. Tal vez estoy
siendo ingenuo o irreverente. Pero soy un buscador. Soy un alma que, aún desde
su ignorancia, desea amar cada vez más y mejor. Por eso tengo una teoría: yo creo
que Jesús no vino a morir, sino a vivir entre nosotros. Creo que su propósito
más profundo fue enseñarnos a amar, a recordar que estamos hechos de luz, que
la divinidad habita en cada corazón humano, y que podemos perdonar incluso a
quienes nos clavan en nuestras propias cruces simbólicas.
Jesús encarnó para mostrarnos el camino
del amor incondicional, del perdón sin límites, de la compasión activa, de la
presencia divina en lo cotidiano. Su vida fue una revelación. Su muerte, un
símbolo. Pero su enseñanza sigue viva, palpitando en cada gesto de bondad, en
cada acto de entrega, en cada alma que decide despertar.
Perdóname, Señor, si pongo en tela de
juicio las enseñanzas que los hombres han formulado en Tu nombre. No lo hago
desde la soberbia, sino desde la sinceridad. Estoy en proceso. Estoy
aprendiendo. Estoy tratando de escucharte con el corazón, más allá de las
palabras que otros han pronunciado sobre Ti.
Y mientras tanto, en este mundo a veces
cruel, intento amar. Cada día, cada encuentro, cada caída. Y sigo mirando a
Jesús como mi ejemplo más alto. Porque incluso en su último suspiro, amó.
Porque incluso desde la cruz, perdonó.
Te amo, Señor. Te amo, aunque no
comprenda todo. Te amo porque en medio de mi ignorancia siento que estás, que
vibras, que me sostienes. Y eso basta.
Gracias.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo
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