“Cada
herida es un comienzo”
Querido
hijo:
La he sentido como se siente el
viento suave en la piel: sincera, valiente, humana.
Y aquí estoy, no para juzgarte,
sino para acompañarte. No para señalar tus caídas, sino para sostener tus
intentos de levantarte.
No estás solo. Nunca lo has
estado, aunque a veces no lo parezca. ¡Cuántas veces te lo he dicho! Aunque el
mundo se te presente ruidoso, agitado o confuso.
Lo que estás sintiendo no es un
error, es parte del proceso.
No estás roto, estás en
construcción. Estás creciendo, aunque duela. Estás despertando, aunque duela.
Estás aprendiendo, incluso cuando parece que desaprendes.
Tu lucha interior no es un
fracaso. Es un reflejo de tu deseo profundo de amar mejor, de vivir más
íntegro, más en paz contigo mismo. Y eso no tiene nada de malo. Al contrario.
Es lo que te hace profundamente mío.
Me gusta que me escribas sin
máscaras. Que me cuentes tus contradicciones. Que me abras tu corazón como
quien abre una ventana en medio del invierno: con cierto temor, pero con mucha
necesidad de aire fresco.
Tú dices que no te gustas. Yo te
digo: yo te amo. Tal como eres. Con todo lo que cargas. Y no tienes que esperar
a estar perfecto para aceptarte.
La aceptación no es una meta: es
el punto de partida.
No tienes que ser el ejemplo de
nadie. Solo tienes que ser tú. Auténtico. Honesto. Capaz de mirarte con
misericordia. Sé que te cuesta perdonarte, ¡hazlo! Yo no tengo que perdonarte,
porque no me siento ofendido y donde no existe ofensa, no es necesario el
perdón.
Cada gesto de bondad que has
dado, incluso los más torpes o imperfectos, tienen valor. Cada vez que elegiste
el amor sobre el ego, aunque fuera por un instante, fue sagrado.
No todo se mide por el impacto.
Hay ternura en lo invisible. Hay valor en lo pequeño. No dejes que tu mente te
engañe. No eres un estorbo, ni una sombra, ni una figura más en la multitud.
Eres mi hijo.
Y eso basta.
No necesitas un manual para
reconstruirte, porque ya tienes lo esencial: el deseo de ser mejor, la humildad
para reconocer tus fallas, la esperanza de que aún puedes cambiar. Cada día es
un nuevo intento.
Y yo estoy en cada uno de ellos.
Estoy contigo cuando te cuestionas.
Cuando te arrepientes. Cuando respiras hondo para no herir. Cuando decides
escuchar en vez de hablar.
No estoy lejos. Estoy dentro.
Dentro de tus dudas, dentro de tus preguntas, dentro de tu deseo de vivir con
más luz.
Sigue escribiéndome. En papel,
en pensamiento, en la mirada.
Porque yo siempre te leo.
Siempre te escucho. Siempre te amo.
Yo te bendigo.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo
No hay comentarios:
Publicar un comentario