A veces lo sagrado es que alguien escuche mientras
se reconstruye
No estoy, en absoluto, satisfecho conmigo mismo. No me gusta cómo soy.
Durante
décadas se me ha estado cayendo la lengua de tanto decir: “todo está bien”, “el
secreto de la felicidad está en la aceptación”.
Y aquí
estoy ahora, en este rincón tranquilo, casi escondido de mí mismo, pensando en
cosas que ocurren a mi alrededor que no están bien. Y no solo lo estoy
pensando, sino que, a veces, muchas más veces de las que serían de mi agrado,
dejo que esas ideas salgan por la boca. El problema añadido es que la persona
objeto de esas críticas, al recibirlas, se siente atacada, incomprendida y,
como resultado, ofendida.
Es
cierto que esa persona hace muchas cosas que no me gustan, pero soy consciente
de que “no me gustan a mí”, y que eso no me da bula ni licencia moral para
imponer mi visión. No tengo el monopolio de la verdad ni la exclusividad del
buen gusto. Y, sin embargo, actúo como si la tuviera.
Y eso me
pesa. Me pesa como una piedra en el pecho.
Llevo
tiempo tratando de descubrir de dónde viene esta insatisfacción que me
acompaña. Esta incomodidad con el mundo y conmigo mismo. A veces me da por
pensar que he vivido demasiado tiempo escondido detrás de frases que suenan
bien, pero que no terminan de resonar dentro. Frases que pronuncio por
costumbre, por cultura, por miedo a decir que algo no me llena.
¿Qué se
supone que debo hacer cuando no me reconozco?
Me miro
en el espejo y veo a alguien que arrastra demasiadas contradicciones. Uno que
se esfuerza por ser justo, pero no siempre es paciente. Que quiere ser
compasivo, pero también es demasiado exigente. Uno que predica la paz y la
aceptación, pero que en silencio crítica y se frustra.
Quisiera
poder perdonarme. Pero aún no sé cómo.
No hay
manual para esto, ¿verdad?
Me da
rabia, Señor, mucha. Porque quiero ser mejor, pero a veces me siento demasiado
torpe. Como si tuviera herramientas, pero me faltara la fuerza o el impulso.
Como si supiera los pasos, pero me quedara sin ganas de caminar.
He
llegado a cuestionarme si estoy aportando algo bueno al mundo o solo estoy
ocupando espacio.
Hay días
en los que pienso que fui hecho para algo más. Que hay algo dentro que aún no
ha salido. Y otros días, lo que hay dentro me asusta, me confunde, me paraliza.
A veces
pienso en la gente que me rodea. Familia, amigos, conocidos. Y me pregunto si
ellos me ven como yo me veo. Si perciben esta lucha interna, este ruido mental,
esta maraña de pensamientos que me hace sentir como si siempre estuviera
buscando algo... pero sin saber exactamente qué.
¿Será
que en el fondo solo quiero sentirme útil?
¿Será
que lo que más deseo es que alguien como Tú me diga que estoy en el camino
correcto, aunque tropiece?
Lo peor
no es errar, lo sé. Lo peor es sentir que ese error define quién soy.
Y me
cuesta no dejar que lo haga.
Quisiera tener más ternura para mí
mismo.
Quisiera,
sinceramente, no tener que pedir perdón tan a menudo por palabras que no debí
decir, por silencios que fueron demasiado largos, por miradas que escondían
juicios.
Quisiera
aprender a mirar con más misericordia. A
vivir sin necesidad de comparar ni corregir todo lo que se desvía de lo que yo
considero “normal” o “correcto”.
Estoy
cansado, Señor. Pero no cansado de vivir. Cansado de no saber vivir plenamente.
Cansado de vivir entre intentos.
Y en
medio de todo esto, quiero hablar Contigo. No para que me des todas las
respuestas. No para que hagas un
milagro. Solo para que me mires. Para que estés conmigo. Porque hay días en los
que, si Tú no estás, siento que nada tiene sentido.
Gracias Señor.
CARTAS
A DIOS – Alfonso Vallejo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario