Los
conceptos sanación y crecimiento, sanación y expansión de la conciencia, o
sanación y construcción del carácter, no suelen ir habitualmente unidos. Es
posible, en algunas ocasiones, que algunos terapeutas y sanadores, los unan, de
alguna manera, cuando recomiendan a la persona que ha de realizar algún tipo de
trabajo interior para recuperar su salud, al menos, su salud emocional.
Pero
cuantas enfermedades, cuantos sufrimientos, cuanta infelicidad, cuantos
desequilibrios emocionales y cuantos problemas mentales, se podría ahorrar el
género humano si nos enseñaran a buscar nuestro equilibrio interior, antes o a
la vez que aprendemos a leer y a escribir.
Nacer,
crecer, envejecer y morir, es un ritmo continuo, y aunque para cada persona es
una experiencia nueva, única e irrepetible, estamos en el mundo tan
acostumbrados a ese fluir, que no suele afectarnos mucho el paso por cada una
de estas estaciones hasta que nos toca transitarla personalmente. Y en este
fluir continuo de la vida casi nadie se plantea que exista otra manera de vivir
distinta a como se viene aprendiendo hace miles o millones de vidas. Vivimos
para subsistir, ignorantes de nuestra procedencia, de nuestro destino, del
camino a transitar e ignorantes del vehículo necesario para dicho transito.
En cada
uno de los ritmos de la vida, se intercala con frecuencia otro concepto, que es
la enfermedad y, en el mismo aprendizaje, nos enseñan que las enfermedades se
sanan, normalmente ingiriendo diversos productos. Unos abogan por productos
químicos y otros por productos naturales, pero en casi todos los casos hay que
ingerir algo para contrarrestar la enfermedad, muy pocos hablan de equilibrio
interior como remedio sanador y, mucho menos, como remedio inhibidor de la
enfermedad.
Son pocos
los que se han planteado que en vez de atacar la enfermedad se podría prevenir.
Y aunque parezca que, en la actualidad, hay más seguidores de esta teoría, solo
es un espejismo y palabrería que se utiliza como fachada de evolución en las
redes sociales.
Sin
embargo la búsqueda y la consecución del equilibrio interior es la mejor
medicina para atacar la enfermedad y, aun más, es el mejor inhibidor de
enfermedades.
El amor,
la felicidad, la paz, la serenidad, la alegría son estados que el ser humano
busca afanosamente en el exterior, como todo. Para el ser humano no existe un
interior, y ni tan siquiera comprende que el amor, por ejemplo, sea una energía
y no sea una emoción generada por el contacto con otra persona. Como no
comprende que el primer ser objeto de esa energía de amor ha de ser él mismo.
Cree que esto, tal como se lo han enseñado, es egoísmo.
Es este planteamiento erróneo la base
que va a sustentar la enfermedad. No sabe que el amor es energía, no sabe que
se encuentra en su interior, no sabe que ha de amarse a sí mismo, y valorarse,
y respetarse. No sabe que cualquier cosa que se encuentra en el exterior tiene
fecha de caducidad. Por lo tanto, se “enamora”, hasta que un día dice que se
acaba el amor, (El Amor, el auténtico Amor no se acaba nunca. Si alguien dice
que se acabó el amor es que nunca ha amado), y ha de finalizar su relación. Eso
le causa un dolor intenso, que no es más que energía, y como nadie le ha
enseñado a manejar las emociones y vivir en el presente, recuerda el hecho de
su separación un minuto tras otro, generando una energía que emponzoña todo su
cuerpo energético. Esa mugre energética es la que va a ir alimentando su cuerpo
y poco a poco enfermándolo. A partir de aquí le recetarán pastillas para que se
olvide del hecho, pastillas para la ansiedad, pastillas para dormir y así una
pastilla tras otra.
Con lo
fácil que hubiera sido si, de pequeñito, le hubieran explicado que es un alma,
que tiene que activar su centro del amor por él mismo, que ha venido justamente
a aprender a realizar esa activación para amar a toda la humanidad. Que en su
aprendizaje se encontrará con otras personas con las que formará pareja una
temporada para realizar una tarea determinada y que, normalmente, esa relación
finalizará un día, y que gracias a su amor, a su respeto y a su generosidad,
será una separación, no traumática, en la que se mantendrá el amor, sin dolor y
sin sufrimiento.
Ya que no
nos han enseñado esto de pequeños, podemos intentar aprenderlo ahora. Podemos
comenzar a realizar ese viaje a nuestro interior, y ese viaje comienza con el
silencio. Con el silencio mental. Tienes que empezar a dominar tus
pensamientos, tienes que aprender a vivir el “ahora”. Es difícil, es muy
difícil, es dificilísimo. Te digo esto para que no pienses que te vas a sentar
a silenciar la mente y lo vas a conseguir en un minuto. No. Es una tarea que no
se consigue en mucho, en muchísimo tiempo, e incluso no se si se llega a
conseguir alguna vez completamente.
Pero mejor
empezar. Cuanto más tarde se empiece más tiempo seremos infelices.
Empieza
por hacer algo muy sencillito. Se consciente de tu respiración:
- Siéntate. Con los pies bien apoyados en el piso.
- Deja las manos encima de los muslos con las palmas mirando arriba.
(Déjate de mudras, solo vamos a aprender a respirar).
- Cierra los ojos o déjalos una décima parte abiertos, para que entre
un poco de luz y enfoca la mirada en la punta de la nariz.
- Coloca la punta de la lengua tocando el paladar.
- Trata de respirar por la nariz, tanto la inhalación como la exhalación.
- Trata de hacer una respiración abdominal. El abdomen se infla cuando
inhalas y de desinfla cuando exhalas. (Así respirarás menos veces que si
haces una respiración clavicular. Y al respirar más lento se reducirá tu
metabolismo y eso hará que los pensamientos aparezcan también más
lentamente).
- Como a la segunda o tercera respiración ya vas a estar enganchado a
algún pensamiento, para que eso no pase cuenta las respiraciones: Inhala
1, exhala 2, inhala 3, exhala 4, y así sucesivamente.
- Cuando te des cuenta de que estás pensando vuelve a comenzar por
uno.
- A ver hasta cuanto llegas.
- Con quince minutos cada día, de momento, tienes suficiente.
Muy bien. Estás meditando.
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