Recuerdo
cuando me enseñaban el catecismo que para hablar de la existencia de Dios, en
él aparecía, más o menos, algo así: “¿Quién hizo el reloj?, el reloj lo hizo el
relojero”, y “¿Quién hizo el mundo?, el mundo lo hizo Dios.
Efectivamente,
es evidente la existencia de Dios. Solo hay que asomarse a la ventana del
Universo y ver a nuestro planeta, que es una enorme bola azul, girando en
perfecto orden, junto con otras enormes bolas, la mayoría mucho más grandes que
la Tierra, alrededor de una bola de fuego, que es el Sol. Y todo ese conjunto
girando alrededor de otro Sol. Parece increíble.
Y si no
queremos mirar tan lejos, solo tenemos que ver la perfección del ser humano, de
los animales, de la Naturaleza. Dice Master Choa Kok Sui, en su libro: “La
existencia de Dios es autoevidente”, en el apartado 7: “Una hermosa rosa está
hecha solamente de cuatro ingredientes físicos: agua, minerales en trazas, aire
y luz solar. Solo Dios pudo hacer algo tan complejo, tan bello, con tan solo
cuatro ingredientes físicos. Los científicos, incluso dándoles trillones de
dólares, no serían capaces de producir una rosa tan sólo con estos cuatro
elementos físicos”.
A pesar de
la evidencia, algunos, muy pocos, niegan la existencia de Dios. Negar la
existencia de Dios, es negarse a uno mismo. Negar a Dios es negar toda la
Creación. Y es claro que uno mismo existe, y la Creación también.
Otros, los
más, si parece que creen en Él, pero lo suponen tan lejano, viviendo en algún
confín del Universo, que no creen que pueda solucionarles ningún problema, aunque
en las ocasiones en que la vida les presenta las pruebas más duras, levantan
los ojos al cielo, pidiendo ayuda, renegando o culpabilizando a Dios de su
desdicha. Es decir, que creen en Algo, que no saben muy bien para qué sirve y que
además, si no se portan bien, según les han enseñado, les va a castigar y a
condenar al fuego eterno, que es un lugar donde, al parecer, te quemas sin
consumirte eternamente. ¡Hay que ser malvados para aterrorizar de esta manera!
Recordar la
alegoría del “paraíso terrenal”. No
es más que un reflejo de lo que fueron los primeros compases de la humanidad. La
humanidad permanecía unida a Dios, y Dios proveía. No había dolor, no había enfermedad,
no había que trabajar para subsistir, no había sufrimiento. Sin embargo, los
seres humanos comenzaron a pensar que pasaría si un día Dios dejaba de proveer,
y comenzaron a tratar de solucionarse la vida al margen del Dios. Así hasta que
la humanidad se separó completamente de Dios, hecho que aun mantenemos hoy día.
¡Así nos va!, hambre, guerras, violaciones, robos, asesinatos, mentiras,
violencia, maltratos, enfermedades, caos.
No vamos a
pensar en el principio de la humanidad, nos queda demasiado lejos, aunque es
muy posible que alguno de nosotros participáramos en aquel desaguisado.
Pensemos en nuestra vida actual, en los seres humanos que nos rodean. ¿Cuántos conoces
que vivan una vida plena, sin dolor, sin sufrimiento? No son muchos ¿Verdad?
Pues aunque
a todos esos que viven una vida de sufrimiento, alejada de la felicidad, les
hables de Dios, de las bondades de sentir a Dios, de que Dios es Amor, es
Alegría, es Felicidad, y de que Dios provee lo que el hombre necesita, seguirán
sin acercarse a Dios.
¿Son
masoquistas?, no, pero son incapaces de dominar a su mente. A Dios no se le va
a encontrar exclusivamente en las iglesias. La primera morada de Dios es el
corazón del ser humano. No es necesario salir de casa y acercarse a algún lugar
de culto. Tenemos a Dios en nosotros. Solo hemos de realizar un trayecto muy
corto, el trayecto que va desde la mente al corazón, para darnos de bruces con
Dios.
El viaje de
la mente al corazón, solo requiere vivir ahora, vivir aquí, vivir el instante, no
dejar que la mente nos lleve al pasado, no dejarla que se pierda con los cantos
de sirena del futuro.
Cuando se
consigue llegar al corazón ya no es necesario leer sobre la existencia de Dios.
Dios se manifiesta.
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