Si, ya sé quién soy, ¡Soy un hijo de
Dios!
Todos los seres humanos nos sentimos
hijos de nuestros padres físicos, lo cual es normal, y actuamos como tal,
honrándoles y respetándoles. Pero, si como ya sabemos tenemos a nuestras
espaldas un bagaje de miles y miles de vidas, ¿Qué pasa con los padres de las
vidas anteriores?, bueno, en realidad supongo que nada, como no nos acordamos
de otras vidas, no hay problema de que se sientan ofendidos. Además es muy
posible que ya estén acompañándonos en esta vida como hermanos, primos, parejas
o hijos.
Por lo tanto, está claro que estos
padres, que son nuestros padres en esta vida física, son nuestros padres en la
vida de la materia, son nuestros padres en nuestro sueño, en nuestra fantasía.
Pero sus cuerpos son tan caducos como el nuestro. Nosotros somos un alma, un
alma eterna, y ese alma es la que es hija de Dios. Y Dios es nuestro Padre
eterno, el mismo Padre una vida tras otra. Así que si honramos y respetamos a
los padres de un ratito, porque un ratito es una vida comparada con la eternidad
del alma, ¿Que no habremos de hacer con nuestro Padre eterno?
Podemos tratar con Dios de dos
maneras: Una superficial colgándonos la etiqueta de socios de una determinada
religión, y asistir a sus ritos, y respetar las costumbres y tradiciones, y
otra interior, auténtica, verdadera, que requiere entrar a nuestro corazón para
encontrarnos con Dios cara a cara, y así honrarle, amarle y respetarle. Es en nuestro
interior donde tienen que producirse los auténticos cambios; de donde tiene que
brotar hacia el exterior la verdadera transformación, la forma distinta de ser,
el modo diferente de comportarse, la auténtica manera de entender el amor, la
realidad de que todos somos hermanos. Y esa transformación nos va a llevar al
servicio y a la ayuda al otro. “Es dando como se recibe”.
Termino con uno de los mensajes que
el Maestro Ascendido nos regala cada día antes de la meditación: Saberse hijos de Dios implica entender que
todos somos lo mismo, que todos necesitamos respeto y amor incondicional.
Saberse hijos de Dios implica también que aunque estemos en diferentes
puntos del camino, todos venimos y vamos hacia Lo Mismo.
Y por último, saberse hijo de Dios es entender que si vamos a ayudar a
alguien, no debemos juzgarlo ni criticarlo, tan solo debemos dejar que el apoyo
salga desde el fondo de nuestro corazón.
Ya sé también de donde vengo y adónde
voy: Vengo de Dios y retornaré a Dios. Está reflejado en el segundo párrafo del
mensaje anterior: “Todos venimos y vamos hacia lo Mismo”.
Si todos
venimos y vamos hacia Dios, ¿Por qué la diferencia?, ¿Por qué cada ser se
encuentra en un punto distinto del camino?, por su aprendizaje, por su
capacidad para amar. Si amaramos lo suficiente nuestro acercamiento a Dios
sería increíble, porque el Amor es el atajo que no va a llevar directamente a
Dios. Si amas lo suficiente no puedes juzgar, ni criticar, ni mentir, ni robar,
ni matar. Si amas lo suficiente no hay espacio para la ira, ni para la pereza,
ni para la tristeza, ni para el dolor, ni para el sufrimiento. Si amas lo
suficiente, todo es respeto, todo es ayuda, todo es desapego, todo es alegría,
todo es paz.
Solo hay que
Amar, lo demás llegará por añadidura. Por lo tanto a la pregunta ¿Qué hago aquí?,
la respuesta es obvia, estoy aprendiendo a Amar.
Quiero terminar con otros tres
mensajes del Maestro, referentes al Amor: Hay
que ser valientes para amar verdaderamente. Es necesario aprender de Dios que
nos ama con inmensa bondad, con inmensa compasión y con inmensa paciencia.
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Amar sin condiciones, ayudar sin condiciones, y perdonar sin condiciones
es todo lo que necesitamos para tener paz interior y felicidad completa.
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Para entrar en la Energía de Dios no es necesaria la preparación
académica ni espiritual. Sólo es necesaria la voluntad, al amor a Dios, el amor
incondicional hacia Dios y hacia todo lo que Él ha creado.
Las puertas siempre están abiertas.
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Tres hombres se encuentran en el campo y se preguntan: “¿Qué estás
buscando?”.
El primer hombre dice: “Yo busco Sabiduría”, para tener acceso a los
grandes mensajes de los Maestros.
El segundo hombre dice: “Yo busco la Verdad”, para que nadie obstaculice
mi camino con mentiras o con trucos.
Y el tercer hombre dice: “Yo busco el Amor”.
Los dos hombres le miran y entre burlas le preguntan: ¿Por qué? Porque si
encuentro el Amor solo las cosas sublimes vendrán a mi camino, por lo tanto mi
camino será más corto, y al llegar, y al estar en frecuencia con el Amor,
tendré acceso a las más grandes enseñanzas de los Maestros.
No importan donde vayamos, el camino siempre es el Amor.
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