Este domingo
mi hijo estaba invitado al cumpleaños de un compañero del jardín, y cuando
subimos al coche para acercarnos hasta la casa de su compañero, el coche
decidió no arrancar. No hacia ningún ruido, era como si la llave de contacto no
existiera. Bueno, no nos quedó más remedio que llamar a un taxi para la ida, y
la vuelta se solucionó con otra familia que realizaba el mismo recorrido que
nosotros.
Esta no es
la historia. La historia comienza ahora. Aunque conocemos mucha gente
encantadora en Cusco, ninguno de ellos es mecánico, con lo que no nos quedaba
más remedio que iniciar un peregrinaje por los distintos talleres para
encontrar algún mecánico que reparara el coche, y además en la casa, ya que este
no se movía, y el servicio oficial sabemos que no desplaza a ningún operario a
los domicilios. Ya sé que si conseguía otro coche y unas pinzas podríamos nosotros
mismos intentar que arrancara, pero no tenemos pinzas y llamar a alguien para
que viniera a la casa a primera hora para eso, nos parecía tan molesto que ni
tan siquiera pasó por nuestra mente.
Así que no nos quedó más remedio que
llevar al niño en taxi al jardín, y en el momento en que salía el taxi con mi
esposa y el niño, llegaba la primera paciente a la terapia, (por cierto, casi
con un cuarto de hora de adelanto de lo que es habitual para ella), y al ver
que se iban en taxi preguntó: “Y el carro, ¿Está malogrado?,
-
“Si”,
contesté yo, “No arranca”. “Y ahora tenemos que empezar a buscar a ver quién
viene para repararlo”.
-
“Pues
si quieres el teléfono del mecánico donde llevo mi carro. Es bueno, serio,
responsable, trabajador, honrado, cobra barato y es posible que si venga”
-
“Sí
claro, dámelo si eres tan amable”
Deje a mi esposa una nota en la
puerta con el número de teléfono y las bondades de mecánico. Y efectivamente,
cuando llegó, llamó y en diez minutos el mecánico estaba en casa. Media hora
después el coche estaba reparado.
Alguien puede pensar que fue una
casualidad. Y si repasamos la definición de casualidad: “Combinación de
circunstancias imprevisibles e inevitables”, podemos aceptar que sí, que fue
una casualidad, como tantas y tantas que se dan cada día a millones de
personas.
Otros, algo menos pegados a la
materia, dirían que fue una causalidad, es decir, una relación entre causa y
efecto. Un coche averiado, y la primera persona que llega a la casa,
curiosamente conoce a un mecánico, que además es una joya como persona y como
trabajador.
Algunos otros, más cercanos a la
nueva era, podían decir que eso ha sido sincronicidad, una coincidencia
temporal de dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal.
Seguro que los más pragmáticos
dirían: “Y qué más da, lo importante es que el coche está arreglado”.
Estoy muy de acuerdo con los últimos,
pero a pesar de estar de acuerdo con ellos, cuando el coche se puso en marcha y
mi esposa pudo ir al súper en él, entré un momento dentro de mí y dije en mi
interior: “Gracias Señor”. Yo sabía que la Mano de Dios era más que responsable
de que nos hubieran puesto en contacto con la persona idónea para solucionar un
problema en un tiempo record.
Cuando no le pones barreras a la
vida, esta, que no es más que Dios en acción, se encarga de ponerte en bandeja
aquello que necesitas. ¿Cómo se pondrían en este caso barreras a la vida? Con
el pensamiento.
Desde el momento en que se averió el
coche, solo hicimos un comentario: “Mañana habrá que empezar a buscar a alguien
que venga a casa para reparar el coche”. Nada más, ni una queja, ni un atisbo
de preocupación, sin renegar, sin culpar a la mala suerte de la avería, sin
culpabilizar a nadie. Estaba claro que se iba a solucionar, antes o después,
¿Para que dar vueltas a algo que no estaba en nuestras manos?
Dejar de vivir desde los pensamientos
le abre las puertas a un buen número de oportunidades que no tenemos cuando le
ponemos condiciones a la vida, porque nosotros solos bloqueamos con nuestra
mente cualquier oportunidad, ya que queremos que sea lo que nosotros decidimos,
lo a nosotros nos gustaría, sin permitir a la vida que se exprese.
Como la vida es Dios en acción.
Dejémosle que se exprese y trabaje para nosotros.
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