La
ignorancia no exime de cumplimientos. Alguien puede no conocer para qué sirve
un semáforo en rojo, pero si cruza la calle con el semáforo en rojo, es muy
posible que un coche se lo lleve por delante, y cuando el atropellado llegue al
otro lado de la vida de nada le va a valer decir: “es que yo no sabía para que estaba
esa lucecita”. Está muerto y punto.
Por lo tanto, de nada vale, en este
lado de la materia, el desconocimiento de si hay vida antes de la vida y si hay
vida después de la muerte. Como al otro lado de la vida si que todos tenemos
conocimiento de lo que realmente sucede, todos firmamos antes de venir a la
vida lo que podríamos denominar nuestro contrato de vida. En él se especifica
prácticamente todo: la fecha y el lugar de nacimiento, quienes serán las
personas que nos acompañen, padres, hermanos, parejas, hijos, se especifican
todos los encuentros, trabajos, estudios, y las condiciones en que se van a dar
cada una de las circunstancias, en fin, un manual completo, que se respeta al
pie de la letra. En ese manual, ya se encargan los que confeccionan con
nosotros el plan de que todo lo que aparece en el reflejado sea posible de
cumplir, nadie va a pedir imposibles. Y nadie del otro lado de la vida se va a
saltar ni una coma de nuestro contrato, para ayudarnos a avanzar o para
recordarnos que hacer, a no ser, claro está, que dicha ayuda este recogida y
pactada en el contrato.
Pero ante
eso, no hay que olvidar que se encuentra nuestro libre albedrío, podremos
cumplir lo pactado o no. Al llegar a la vida, hay cosas que se van a cumplir si
o si, como es la fecha y el lugar de nacimiento, la fecha de la muerte, así
como los padres de los que nacemos, pero para el resto, vamos a ser totalmente
libres de cumplirlo o no. Pero hay más, que no parece ayudar mucho: Somos
totalmente ignorantes, de manera consciente, de todo lo que hemos firmado antes
de llegar a la vida. Es claro que no se cumple, en casi ninguna persona, en la
inmensa mayoría de las veces, porque sino, nuestras idas y venidas a la materia
finalizarían pronto, y no parece que sea sí, ya que todos llevamos a nuestras
espaldas una buena cantidad de vidas.
¿Por qué no
cumplimos nuestro contrato? De entrada, es claro que al no tener un libro de
vida, o un manual, o una agenda en la que tuviéramos anotado el plan de vida,
no sabemos, ni poco ni mucho, cuales son las decisiones que hemos de ir tomando
para llegar a conseguir realizar lo establecido en el contrato, y por supuesto
tampoco somos conscientes de cuáles son los hitos a conseguir, cual es nuestra
misión, lo que debemos pagar o lo que nos deben a nosotros.
En fin, un
desastre. Llegamos a la vida sin saber qué hacer, y los que se encargan de
enseñarnos y educarnos, no solo no tienen ni idea de cuál es nuestra misión,
sino que tampoco conocen la suya.
Ante este
panorama, ¿Qué hemos de hacer? La primera idea casi sería suicidarse, ¿Qué
hacemos aquí, si no sabemos para que hemos venido? Pero si, siempre hay una
manera de saber qué camino tomar.
En todos los
seres humanos existen, podríamos decir, dos voces: una es la voz de la
conciencia, y la otra es la voz del corazón. La voz de la conciencia es una voz
muy tenue, casi un susurro, que de entrada nos va diciendo lo que está bien y
lo que está mal. Es importante prestarle atención las primeras veces que nos
llega esa voz, porque si no la hacemos caso, corremos el riesgo de que se vaya
apagando y al final no vamos a tener la guía de si lo que estamos haciendo es
lo correcto o no. Por supuesto, a los que se les apaga esa voz, poco les
importa si lo que hacen está bien o mal.
Si no
escuchamos la voz de la conciencia que nos habla a “toro pasado”, difícilmente
vamos a escuchar la voz del corazón, que aún es más tenue, tan tenue que es más
un sentimiento o una emoción que una voz. Si no escuchamos la voz de la
conciencia, el corazón, es posible, que se haya endurecido, de tal manera, que
se haya formado un caparazón que no deje entrar ni salir ninguna emoción. Estos
tienen muy pocas posibilidades de cumplir su plan de vida.
Si se
escucha la voz de la conciencia, es posible escuchar al corazón. El corazón,
que es el instrumento del alma, tiene todo el conocimiento del alma, que no es
otro que el conocimiento del plan de vida. Las palabras del corazón son la
intuición. Sin embargo, seguir la intuición aun es más difícil que seguir los
dictados de la voz de la conciencia, sobre todo si se pasa la intuición por el
tamiz de la mente, tamiz muy tupido, que en muchas, muchísimas ocasiones le es
imposible atravesar, porque la misma mente se encargará de rechazarlo: “Que
locura si hago eso”, “Que pensará la gente”, “Y ¿De qué voy a vivir”, etc.,
etc. El resultado es que la intuición se va a quedar en el baúl de los
recuerdos.
Con cada
intuición que se queda en el baúl de los recuerdos, hay una parte del plan de
vida que no se cumple, y el alma se entristece, y la vida se convierte en dolor
y en sufrimiento. Es ponerle palos a las ruedas de la vida, con lo cual esta se
detiene y puede llegar a pudrirse, como el agua estancada.
¡Sacar los
palos de la rueda!, ¡dejar que se mueva la vida!, ¡seguir las intuiciones que
no son más que los gritos que da el alma para que se cumpla el plan de vida, su
plan de vida!
Seguir la intuición es como montarse en una
alfombra voladora que va a volar directamente al próximo acontecimiento de la
vida, seguir la intuición es vivir la vida de la mano con Dios, seguir la
intuición es asegurarse una vida plena, alegre y feliz, seguir la intuición es
empezar a contar de manera regresiva las reencarnaciones pendientes, seguir la
intuición es vivir alineados con el alma.
Alguien
puede creer que seguir la intuición es de valientes, yo tengo mis dudas, aunque
parezcan cobardes los que ponen palos a las ruedas, en realidad son unos
valientes, porque se van a enfrentar a una vida de dolor, de sufrimiento, de
tristeza, de desengaños, de enfermedad, y lo saben. Se van a enfrentar a una
vida inútil que les habrá generado más Karma del que se han liberado.
¡Quita los
palos de las ruedas!, ¡Deja que ruede tu vida!
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