Servir a los demás es un privilegio reservado a los seres superiores.
El servicio es el
ejercicio de la caridad. Una actitud de servicio es reconocer en cada ser
humano una persona valiosa, una persona de quien se puede aprender y a quien se
puede ayudar, una actitud de servicio es mostrar interés por lo que le sucede a
la otra persona, es la capacidad de entender que sienten las personas, es
incluir en nuestra vida el hábito de ayudar antes de ser ayudados, al hábito de
comprender antes de ser comprendidos, el arte de amar antes de ser amados.
Cuando
desarrollas una actitud de servicio a los demás, estas intercambiando servicio
por poder. El poder que se recibe es una influencia sobre las personas a las
que has ayudado, que hace que te conviertas para ellas en un líder, quieren
estar contigo, te vuelves importante para ellas, eres como un imán para esas
personas, te necesitan, te consultan, te respetan.
La
actitud de servicio va siempre unida a una actitud positiva, es por eso que las
personas con actitud de servicio a los demás, son personas alegres, optimistas,
que esperan siempre lo mejor de la vida.
Las
personas con actitud de servicio son responsables de sus propias vidas, tienen
el control de sus vidas a pesar de las circunstancias. No viven echándole la
culpa a los demás de lo que les sucede.
El
servicio a los demás también es un signo de madurez. Las personas con actitud
de servicio comprenden todos los beneficios que obtienen al comportarse de esta
manera con las demás personas y descubren que es una filosofía de vida, un
estilo de vida, el cual es un privilegio alcanzar. Servir a los demás solo se
le es dado a los seres grandes.
De
todo lo anterior podemos concluir que la actitud de servicio es una marca
indeleble de la gente superior, del líder, de la gente iluminada, de las
personas con personalidad magnética, del padre y la madre amorosos, del maestro
comprometido con su profesión, del estudiante responsable, del empresario
triunfador, del empleado eficaz, es
decir todo lo que cualquier persona puede desear: ¡una bendición divina! ¡un
privilegio! Reservado solo para los seres superiores.
En 1888 Mahatma Gandhi fue a Inglaterra, donde
estudió Derecho. Una vez iba caminando por una calle de Londres y fue sorprendido
por un chaparrón de agua. Gandhi empezó a correr para huir de la lluvia y logró
refugiarse debajo del alero de un lujoso hotel, ahí se quedó parado mientras
pasaba el vendaval. A los pocos minutos apareció una lujosa limosina y de ella
salió un magnate inglés, le bajaron las maletas y el coche fue conducido hasta
el estacionamiento.
¡Oye tú!, cógeme las maletas, gritó el británico a
Gandhi. Gandhi miró hacia los lados y hacia atrás para ver a quién se dirigía
el magnate, ¡eh tú, hindú!, repitió el inglés con fuerza, ¡He dicho que me cojas
las maletas!
Gandhi se dio cuenta de que era con él a quien
hablaba el potentado, y entonces se acercó a cargarlas. El inglés le ordenó que
lo siguiera hasta el cuarto piso; él subió por el ascensor y el hindú por las
escaleras, porque en esa época los hindúes eran considerados menos que los demás.
Una vez que Gandhi dejó las maletas en el sitio
indicado, se dispuso a retirarse.
¡Mira tú, indio!, ¿Cuánto te debo?, dijo el magnate. Señor, usted no me debe nada, contestó Gandhi cortésmente.
¡Mira tú, indio!, ¿Cuánto te debo?, dijo el magnate. Señor, usted no me debe nada, contestó Gandhi cortésmente.
¿Cuánto me vas a cobrar por subirme las maletas?, insistió el hombre. Señor, repitió Gandhi, yo
no voy a cobrarle nada.
¿Tú trabajas aquí?, ¿no? No señor, yo no trabajo
aquí; yo estaba en la puerta esperando que dejara de llover para continuar mi
camino.
Si tú no trabajas aquí, ¿por qué subiste las
maletas? Porque usted me pidió que lo hiciera, y lo hice, dijo Gandhi.
¿Quién eres tú? Yo soy Mohandas Karamchand Gandhi,
estudiante de Derecho de la India. Bien, bien... entonces, ¿cuánto me vas a
cobrar? Señor ya le dije, no le voy a cobrar nada y nunca pensé en cobrarle, dijo
Gandhi.
Si tú no pensabas cobrarme nada por subirme las
maletas, dijo nuevamente el inglés, entonces ¿por qué me la subiste? Señor, expresó
el futuro Mahatma, yo le subí las maletas a usted por el inmenso placer que me causa
el colaborar con los demás, por eso lo hice, porque para mí servir es un
placer.
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