Todo
depende de la opinión.
La
ambición, el lujo y la avaricia se remontan a ella, y también nuestras
aflicciones.
Somos
tan desgraciados como creemos serlo.
LUCIO
ANNEO SÉNECA
Todo
depende de la opinión.
La
ambición, el lujo y la avaricia se remontan a ella, y también nuestras
aflicciones.
Somos
tan desgraciados como creemos serlo.
LUCIO
ANNEO SÉNECA
Querido Dios:
Desde hace mucho
tiempo, siempre he tratado de ser una persona generosa, alguien que da sin
calcular ni medir. En los momentos en que he tenido abundancia, he compartido
con alegría y con una profunda gratitud. No he escatimado cuando me pedían
ayuda, cuando alguien necesitaba un empujón en los momentos difíciles. He dado
con las manos llenas, sin temor y sin reservas, porque creía en la belleza de
la generosidad, en el poder transformador de ayudar a los demás.
Sin embargo, ahora que
mi realidad ha cambiado, siento que esa generosidad que antes irradiaba, ha
quedado relegada. No es que haya desaparecido de mi corazón, pero me encuentro
en una posición vulnerable: una donde las fuerzas se agotan y las necesidades
se acumulan. Y lo que me duele profundamente es que, en esos momentos de
dificultad, cuando he necesitado apoyo, no siempre lo he encontrado.
Se habla mucho de la
promesa de "recibirás ciento por uno". Una frase que durante mucho
tiempo creí fervientemente. Pero ahora que estoy aquí, reflexionando sobre mi
camino y sobre las pruebas que he enfrentado, esa promesa me parece más un
eslogan. ¿Es realmente cierta? ¿Es algo que puedo esperar con confianza, o
simplemente una expresión creada para consolar al que da y motivar al que pide?
Porque, querido Dios,
si soy honesto, cuando más necesitaba ese "ciento por uno", no
siempre se manifestó en mi vida. No digo que nunca haya recibido ayuda ni
bendiciones, pero las circunstancias han sido tan retadoras que, muchas veces,
tuve que luchar incansablemente para salir adelante. Sentí como si estuviera
solo, navegando en un mar turbulento, buscando un puerto seguro que nunca
llegaba.
Sé que la vida está
llena de caminos misteriosos, que hay un equilibrio que a veces no podemos
entender. Pero en este momento, me cuesta encontrarle sentido. ¿Acaso lo que
damos realmente regresa a nosotros? ¿Existe un balance divino, una justicia que
retribuya nuestros actos de bondad? Porque cuando miro hacia atrás, y analizo
todo lo que he dado, no puedo evitar sentir que ese "ciento por uno"
ha sido más bien una meta inalcanzable.
No estoy aquí para
reprochar ni para exigir explicaciones, sino para buscar claridad. Para tratar
de entender el propósito detrás de estas palabras. ¿Qué significa realmente esa
promesa? ¿Es algo que debe ser aceptado sin cuestionar, como un acto de pura
fe? ¿O hay algo más profundo que aún no he alcanzado a comprender? Porque,
aunque me esfuerzo por mantener mi fe intacta, las dudas a veces se apoderan de
mí. Y me pregunto, ¿qué sentido tiene dar sin medida, si al final, cuando me
encuentro necesitado, no siempre recibo lo que se promete?
A pesar de todo, no
pierdo la esperanza de entender Tu mensaje. De descubrir lo que realmente
intentas enseñarme a través de estas experiencias. Porque sé que hay una
sabiduría infinita en Ti, una perspectiva que trasciende la comprensión humana.
Y quiero aprender de esa sabiduría, quiero encontrar respuestas que me ayuden a
entender mi propósito y a aceptar las pruebas con mayor serenidad.
Por último, querido
Dios, quiero agradecerte. No porque todo esté claro, ni porque tenga todas las
respuestas, sino porque sé que estás aquí, escuchando mis palabras y
acompañándome en este camino lleno de retos. A pesar de las dudas, a pesar de
las preguntas sin respuesta, no dejo de creer en Tu amor. Y aunque me cuesta
entender sus formas, sé que Tu presencia es constante, incluso en los momentos
en que me siento perdido.
Gracias por permitirme
abrir mi corazón ante Ti, con transparencia y sin miedo. Por escucharme con
paciencia, por sostenerme con Tu fuerza invisible. Mi fe sigue viva, aunque a
veces vacile, y mi esperanza permanece, incluso en los días más oscuros.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo
Si
te hace daño algo que viene de fuera, no es eso lo que te turba, sino tu juicio
sobre ello. Te cabe la posibilidad de borrarlo. Si te hace daño alguna de las
cosas que pertenecen a tu disposición, ¿quién te impide enderezar tu doctrina?
También, si te produce daño no hacer eso que te parecía saludable, ¿por qué no
lo haces en lugar de lamentarte? “Es que hay un impedimento muy fuerte”. Que no
te haga daño: no se te acusa por no actuar. “Pero no merece la pena vivir si no
se actúa”. Sal benévolo de una vida en la que también muere el que actúa, y hazlo
además satisfecho con los impedimentos.
MARCO
AURELIO
Cuando
las circunstancias te obliguen a turbarte, repliégate rápido en ti mismo y no
rompas tu ritmo más de lo que sea necesario. Serás más dueño de la armonía si
no dejas de volver a ella.
MARCO
AURELIO
Mas no es pobreza aquella que es alegre; no es pobre el que tiene poco, sino el que ambiciona más. Pues, ¿qué importa cuánto caudal encierre en su arca, cuánto en sus graneros, cuánto ganado apaciente o cuántos préstamos haga, si codicia lo ajeno, si calcula no lo adquirido, sino lo que le queda por adquirir? ¿Preguntas cuál es el límite conveniente a las riquezas? Primero tener lo necesario, luego lo suficiente.
LUCIO
ANNEO SÉNECA
Querido hijo:
Sé que los desafíos de
la vida pueden parecer abrumadores. Entiendo que la mortalidad y la
incertidumbre que conlleva pueden despertar en ti un sinfín de emociones y
preguntas difíciles. Pero quiero que recuerdes algo muy importante: cada día
que te levantas, cada aliento que tomas, tiene un propósito. Aunque en
ocasiones te parezca que las pruebas que enfrentas no tienen sentido, ten la
certeza de que, en las mismas, se esconde una oportunidad para aprender, crecer
y amar más profundamente. La vida no fue diseñada para ser fácil o carente de
dificultades, pero en sus imperfecciones se encuentran lecciones valiosas que
enriquecen tu alma y te conectan más íntimamente conmigo y con los demás.
El dolor y las
dificultades, aunque duros de afrontar, no definen la totalidad de tu
existencia. Son una parte del camino, pero no el destino final. Quiero que
sepas que, incluso en los momentos más oscuros, cuando las sombras parecen
interminables, la luz nunca deja de brillar. Esa luz está en el amor que te
rodea, en la esperanza que puede renacer en tu corazón y en la belleza que
habita incluso en los lugares más inesperados. Esa luz también eres tú, con tu
capacidad de sembrar bondad, de conectar con otros y de reflejar mi amor en tus
acciones diarias.
En los instantes en que
te sientas perdido o desconectado, recuerda que nunca estás solo. Yo estoy
contigo siempre, en cada paso que das, incluso cuando crees que me has perdido
de vista. Te acompaño en tus alegrías y en tus penas, en tus logros y en tus
caídas, ofreciéndote mi amor incondicional y mi guía para que encuentres el
camino hacia la paz y la plenitud.
Vivir plenamente no
significa huir de las dificultades ni pretender que la vida sea un constante
estado de felicidad. Vivir plenamente es aprender a enfrentar los desafíos con
valentía, a encontrar significado incluso en las pruebas más duras y a valorar
las pequeñas maravillas que te rodean cada día. Te invito a buscar en lo
cotidiano aquello que despierta en ti gratitud y alegría: una mirada amable, el
aroma fresco de la tierra después de la lluvia, una conversación sincera, o un
simple momento de silencio en el que puedas sentirte en conexión conmigo.
La mortalidad, aunque
difícil de aceptar, es un recordatorio de que cada instante que tienes es un
regalo. No temas a la muerte, pues es una parte natural del ciclo de la vida.
Pero mientras tus días estén llenos de vida, quiero que los vivas con
entusiasmo, con amor, con valentía y con un propósito claro. Aprovecha cada
oportunidad para dejar huellas positivas en el mundo, para construir relaciones
genuinas, para soñar sin límites y para disfrutar del milagro que es
simplemente existir.
Hijo mío, no dudes de
mi presencia y de mi amor infinito por ti. En los momentos de duda, cierra los
ojos y siente la fuerza de mi amor sosteniéndote. En los días de alegría,
celebra la vida con el corazón abierto. Y en los tiempos de incertidumbre,
confía en que, aunque no siempre puedas ver el camino con claridad, estoy aquí
para guiarte y caminar contigo.
Abre tus ojos al
presente, porque el hoy es el mayor regalo que puedes recibir. Permite que la
belleza y la bondad que hay a tu alrededor te envuelvan, y deja que mi amor sea
la luz que ilumina tu camino, incluso en los días más oscuros. Siempre estoy
aquí, deseando que encuentres la paz, la alegría y la plenitud que tanto
buscas.
Con un amor eterno e
incondicional,
Tu Padre que te ama.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo
Si
alguien confiara el cuidado de tu cuerpo al primero en llegar, te indignarías;
y cuando tú mismo abandonas tu alma al primero en llegar, a fin de que, si te
injuria, tu alma será confundida y turbada, ¿no te avergüenzas de ello?
EPICTETO
A
menudo Paramahansaji prevenía a sus discípulos en contra de los peligros de la
inercia espiritual.
“Los
minutos son más importantes que los años”, solía decir. “Si no mantienen a Dios
en sus pensamientos cada minuto de si vida, los años se les escurrirán
inadvertidamente, y cuanto más necesiten del Señor, es posible que sean
incapaces de sentir su presencia. Pero si llenan de divinas aspiraciones los
minutos de su vida, los años se verán automáticamente saturados de ellas”.
PARAMAHANSA YOGANANDA
A
medida que el pensamiento cobraba fuerza, me fui sumergiendo lentamente en el
mismo estado emocional que me acompañó en aquel entonces. Es sorprendente la
capacidad de nuestra mente para recrear no solo los hechos, sino también las
sensaciones asociadas a ellos. Durante un buen rato, me vi atrapado en una
especie de regresión emocional, reviviendo la ansiedad, el miedo y la sensación
de desasosiego que experimenté en aquella época. A pesar del tiempo
transcurrido, esos sentimientos se hicieron presentes con una intensidad casi
idéntica a la de aquel momento. ¿Cómo es posible que un recuerdo tenga tal
poder sobre nosotros?
Este
fenómeno me lleva a una pregunta aún más profunda: ¿Qué es, realmente, el
tiempo? Solemos concebirlo como una línea continua, algo que avanza
inexorablemente desde el pasado hacia el futuro, sin detenerse, sin retroceder.
Pero si esto fuera cierto, ¿por qué entonces podemos viajar en un instante a
cualquier evento pasado con solo activar el botón del recuerdo? La memoria nos
ofrece una forma de desafiar la percepción lineal del tiempo, permitiéndonos
retroceder y experimentar momentos como si aún fueran parte del presente.
Si
no existieran los espejos, esos testigos implacables de nuestra evolución
física, reflejando cada nueva cana o arruga que se asoma con el paso de los
años; si no fuera por los pequeños achaques y molestias que nos recuerdan que
el cuerpo envejece, podríamos llegar a pensar que el tiempo no se mueve. En
nuestro interior, en la esencia de lo que realmente somos, parece que no hay un
sentido real de transcurrir. Tal vez no somos del todo conscientes de los
cambios en nuestra percepción interna porque nuestra identidad profunda no está
sujeta al reloj.
Es
curioso cómo una simple evocación puede transportarnos a una época anterior,
como si el tiempo nunca hubiera pasado. Nos ocurre cuando escuchamos una
canción que marcó una etapa de nuestra vida, cuando percibimos un aroma que nos
remite a la infancia, o cuando volvemos a pisar un lugar cargado de significado
para nosotros. De pronto, no somos quienes somos ahora, sino quienes fuimos
entonces. Lo vivido no se ha ido, permanece latente en algún rincón de nuestro
ser, esperando el momento propicio para salir a la superficie.
Pero
entonces, si podemos viajar mentalmente al pasado de manera tan vívida, ¿por
qué no somos capaces de detener el tiempo en un presente perpetuo? Si no
activáramos el mecanismo de los recuerdos, si pudiéramos moderar el ímpetu de
nuestros deseos y el afán de proyectarnos hacia el futuro, tal vez viviríamos en
un eterno ahora, en un presente continuo e inmutable. Sería como alcanzar un
estado puro de conciencia, libre de ataduras temporales, donde el único
propósito sería experimentar la realidad sin distracciones.
Sin
embargo, nuestra naturaleza parece estar diseñada para moverse entre el pasado
y el futuro de manera constante. Recordamos para aprender, para sentir, para
revivir lo que nos marcó. Proyectamos hacia el futuro para anticiparnos, para
construir, para tener esperanza en lo que vendrá. Esta dualidad hace que el
presente, aunque real, sea muchas veces efímero, pues nuestra mente rara vez se
queda quieta en él.
Si
pudiéramos permanecer en ese presente absoluto, si lográramos despojarnos de la
carga del pasado y la incertidumbre del futuro, ¿alcanzaríamos la felicidad
permanente? Quizás sí, porque buena parte de nuestro sufrimiento proviene de
los recuerdos dolorosos que nos persiguen y de los temores a lo desconocido. Al
evitar la nostalgia y la ansiedad por lo que está por venir, podríamos
enfocarnos solo en la vivencia pura del instante. No habría tristeza por lo que
se perdió ni preocupación por lo que podría suceder. Solo existiría la calma de
estar, simplemente, aquí y ahora.
No
obstante, ¿sería posible una existencia así? ¿Es realmente deseable vivir sin
recuerdos ni expectativas? Quizás no, porque los recuerdos dan profundidad a
nuestra identidad, nos conectan con quienes somos y con los aprendizajes que
hemos adquirido. Son el testimonio de nuestra historia, la evidencia de
nuestras vivencias, y nos permiten entender el camino que hemos recorrido. De
la misma manera, la anticipación del futuro nos motiva, nos da propósitos y nos
empuja a crecer.
El
tiempo es, en definitiva, un misterio fascinante. No es solo una sucesión de
momentos medidos por relojes, sino un fenómeno subjetivo que cada persona
experimenta de manera única. Es flexible, maleable, y puede expandirse o
contraerse según nuestra percepción. Podemos sentir que ciertos días pasan
volando y otros se alargan indefinidamente. Podemos revivir experiencias con
una claridad asombrosa o perder por completo el rastro de ciertos fragmentos de
nuestra existencia.
Tal
vez el verdadero secreto no sea eliminar los recuerdos ni dejar de pensar en el
futuro, sino aprender a equilibrarnos en ellos sin perder de vista el presente.
Aceptar que el tiempo nos moldea, nos transforma, pero que, en el fondo,
nuestra esencia permanece. Y que, aunque viajemos mentalmente hacia atrás o
proyectemos lo que está por venir, la verdadera vida sucede aquí, en este instante,
en el único espacio que realmente existe.
“No
se lamenten si no perciben ni luces ni imágenes en sus meditaciones”, díjoles
el Maestro a los devotos. “Profundicen al máximo en la percepción del Supremo
Gozo, y en verdad encontrarán en él la presencia de Dios. Busquen el Todo, no
una parte de él”.
PARAMAHANSA
YOGANANDA
Querido Dios:
Hay días en los que,
sinceramente, pienso en la muerte como un bálsamo para el alma cansada. La idea
de que, al cerrar los ojos para siempre, desaparecen las preocupaciones, el
sufrimiento, las injusticias e incluso el tiempo, me resulta tentador.
Contemplo la muerte como una liberación, un descanso eterno donde las luchas
cesan y el alma encuentra una paz absoluta. Es como si imaginar ese estado me
ofreciera un alivio momentáneo en medio del caos.
Sin embargo, en mi
corazón sé que mirar la vida desde esta perspectiva puede llevarme por un
camino peligroso. La vida, aunque complicada y a veces dolorosa, es un regalo
invaluable, un lienzo donde se dibujan momentos de felicidad, de amor, de
belleza y de aprendizaje. Reconozco que es fácil perderse en el ruido y la
confusión del día a día, olvidándose de las pequeñas maravillas que nos rodean:
una sonrisa que ilumina el día, el aroma único de una flor en primavera, la
caricia cálida del sol sobre la piel, o incluso una conversación profunda que
toca el alma y renueva la esperanza.
Me pregunto
constantemente si estoy viviendo de manera adecuada. ¿Estoy aprovechando
realmente cada día como la oportunidad que es para buscar la paz, la plenitud y
la conexión con quienes amo? ¿Estoy permitiéndome ver el mundo con ojos llenos
de gratitud y no solo con un filtro de preocupaciones? ¿Estoy haciendo lo
suficiente por valorar este don precioso que me has dado? Me cuestiono si estoy
encontrando un equilibrio auténtico entre aceptar que la mortalidad es parte
intrínseca de mi existencia y disfrutar profundamente cada instante que tengo
el privilegio de vivir, por fugaz que sea.
Te escribo con
humildad y esperanza, buscando claridad y fortaleza en medio de mis dudas. Sé
que no soy el único que se enfrenta a estos pensamientos, y a veces eso mismo
me reconforta: el saber que, en nuestra vulnerabilidad, todos los seres humanos
compartimos una conexión común. Pero incluso así, hay momentos en los que la
incertidumbre pesa demasiado y necesito algo más que palabras de consuelo.
Necesito sentir tu presencia, tu guía, tu sabiduría para entender cómo afrontar
los altibajos de este mundo sin perder la perspectiva y la fe.
¿Cómo puedo vivir
plenamente mientras soy consciente de lo efímera que es esta existencia? ¿Cómo
puedo aceptar la inevitabilidad de la muerte sin que me robe el entusiasmo por
vivir? ¿Cómo hallo la serenidad para enfrentar los desafíos y, a la vez, la
valentía para soñar, para amar, para entregarme al momento presente sin
reservas?
Por favor, ilumina mi
corazón y mi mente. Ayúdame a encontrar propósito y significado en cada pequeño
detalle, en cada amanecer que despierta nuevas posibilidades, en cada sonrisa
que refleja la bondad de tu creación. Ayúdame a ver la luz incluso en los días
más oscuros, a sentir esperanza cuando todo parece perdido, y a encontrar paz
incluso en medio de las tormentas. Porque sé que, aunque a veces parece llena
de sombras, esta vida también está llena de luz, de amor y de oportunidades
para crecer y florecer.
Gracias por
escucharme, por estar siempre presente, incluso cuando yo me olvido de ello.
Gracias por el regalo de la vida, con todas sus dificultades y todas sus
maravillas. Gracias por los momentos de silencio en los que puedo sentirte más
cerca, por los instantes de belleza que me recuerdan que tu amor está en todas
partes.
Tu hijo que te busca,
que te necesita, que confía en ti.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo
La
naturaleza universal otorga a cada cosa lo que le conviene, y en el momento en
que le conviene.
MARCO
AURELIO
Aceptar
lo que no podemos cambiar: el arte de no perder energía en lo externo.
¡Qué se le va a hacer! Esta expresión,
común en nuestra cotidianidad, encierra una sabiduría profunda: la capacidad de
aceptar aquello que escapa a nuestro control. La vida está llena de situaciones
inesperadas, decisiones ajenas que afectan nuestro camino y circunstancias
externas que desafían nuestra tranquilidad. Y, sin embargo, nuestra reacción
ante estos eventos es lo que define el impacto que tendrán en nuestro
bienestar.
En
un mundo en el que tantas variables escapan a nuestro control, es fácil caer en
la trampa del lamento, la queja y el enfado. Pero, ¿de qué sirve lamentarse si
la causa del malestar proviene de un factor externo? Ese lamento no cambia la
realidad y, en muchos casos, solo consigue alejarnos de nuestro centro
emocional y drenarnos de energía valiosa.
La
clave está en distinguir entre lo que podemos cambiar y lo que simplemente
debemos aceptar. Vivimos en un mundo de constante movimiento, donde las
circunstancias se transforman sin previo aviso. Intentar resistir el flujo
natural de los acontecimientos solo nos lleva a la frustración. Aprender a
soltar, aceptar y fluir nos permite mantener nuestra energía enfocada en lo que
sí está en nuestras manos.
El
filósofo estoico Epicteto decía que no podemos controlar los eventos externos,
pero sí nuestra percepción de ellos. Este enfoque nos invita a asumir la
responsabilidad sobre nuestras emociones y reacciones. En lugar de quedar
atrapados en la frustración, podemos encontrar maneras de reinterpretar la
situación y ver oportunidades en lo que, inicialmente, parecía ser un
obstáculo.
¿Qué
podemos hacer cuando nos enfrentamos a situaciones que escapan a nuestra
voluntad? Lo primero es reconocer la naturaleza de los eventos y preguntarnos
si realmente tenemos el poder de cambiar algo. Si la respuesta es negativa, la
mejor opción es aceptar y buscar cómo adaptarnos. La aceptación no significa
resignación, sino inteligencia emocional: entender que nuestra energía tiene un
mejor uso cuando la enfocamos en lo que sí podemos mejorar.
Otro
aspecto fundamental es la gestión de emociones. La ira, la frustración y la
desesperanza pueden surgir cuando sentimos que no tenemos control sobre algo
importante. Pero, en lugar de dejarnos arrastrar por estas emociones, podemos
aprender a observarlas, entenderlas y luego dejarlas ir. Técnicas como la
meditación, la escritura reflexiva y la conversación con personas de confianza
pueden ayudar a procesar estos sentimientos sin que se conviertan en una carga
permanente.
Aceptar
lo que no podemos cambiar no significa renunciar a la acción. Al contrario, nos
libera para tomar decisiones más sabias y centradas. En vez de perder energía
en la queja, podemos canalizar nuestros esfuerzos hacia aspectos de nuestra
vida que sí dependen de nosotros: nuestras relaciones, nuestra actitud,
nuestros proyectos y el crecimiento personal.
A
lo largo de la historia, grandes pensadores y líderes han aprendido esta
lección. Desde los estoicos hasta los líderes espirituales, pasando por figuras
que han enfrentado grandes adversidades, la clave del bienestar ha estado en su
capacidad de aceptar la realidad y transformar su enfoque.
En
última instancia, se trata de una elección: podemos aferrarnos a la frustración
o podemos liberar nuestra mente y nuestra energía para avanzar. Optar por la
segunda opción nos permite vivir con mayor ligereza, reducir el estrés y
centrarnos en lo que verdaderamente importa.
Así que, ante los desafíos externos, recordemos la sabiduría de la frase: ¡Qué se le va a hacer! No como un acto de rendición, sino como un reconocimiento de nuestra capacidad de adaptación y fortaleza interior.
Si una persona le diese tu cuerpo al primer
extraño que se cruza en su camino, por cierto que estarías enojado. Sin
embargo, no tienes ningún reparo en entregarle tu mente a la confusión y a la
mistificación ante cualquiera que tenga el capricho de injuriarte.
EPICTETO
Querido hijo mío:
Te agradezco
profundamente por abrir tu corazón hacia mí. En tus palabras encuentro la luz
de tu alma y el reflejo de tu preocupación por el mundo que te rodea. Eres
parte de mi creación, una chispa de mi amor eterno, y tus inquietudes son
también las mías.
Es cierto que la
humanidad atraviesa momentos difíciles, y muchas veces parece perderse en el
caos de sus propias elecciones. Sin embargo, quiero que recuerdes algo
importante: el amor, la bondad y la compasión no han desaparecido. Permanecen
en cada corazón, esperando ser despertados y cultivados. La evolución
espiritual y moral que buscas no está detenida; más bien, se encuentra oculta,
aguardando a que la llamen a manifestarse con acciones y decisiones que
reflejen el verdadero propósito de la existencia humana.
Despertarla es un
trabajo colectivo, de cada uno hacia el otro. Tus palabras tienen poder. Al
compartir tus pensamientos y practicar los valores que deseas ver en el mundo,
inspiras a otros a hacer lo mismo.
Los valores que
mencionas son el puente entre lo divino y lo humano. Son guías que os he dado
para vivir con integridad, respeto y amor. Pero los valores no son sólo
palabras; necesitan ser vividos y aplicados en cada pensamiento, en cada
acción, y en cada relación. Al practicar los valores que deseas ver en el
mundo, inspiras a otros a hacer lo mismo, y juntos se convierten en una fuerza
transformadora.
Sabes bien que el
cambio no ocurre de la noche a la mañana. Es un proceso lento, que requiere
paciencia, perseverancia y fe. No estás solo en esta búsqueda. Estoy contigo en
cada paso, en cada lucha, y en cada victoria. También estoy en aquellos que
comparten tu visión y en quienes, aunque aún no lo sepan, están destinados a
ser parte del movimiento hacia una humanidad más compasiva y unida.
Quiero que recuerdes
que cada día es una oportunidad para sembrar esperanza. Incluso los actos más
pequeños pueden tener un impacto profundo cuando se hacen con amor y
sinceridad. Abraza a tus semejantes, escucha sus historias, comparte sus
alegrías y alivian sus penas. Al hacerlo, estás llevando mi luz a ellos y
multiplicando la bondad en el mundo.
Mi querido hijo, ten
fe en ti mismo y en los demás. Aunque el camino sea difícil, y aunque la
oscuridad parezca prevalecer en ciertos momentos, la luz siempre encuentra una
manera de brillar. Tú eres un portador de esa luz, y tus palabras y acciones
tienen el poder de guiar a otros hacia la verdad, la paz y el amor.
Recuerda que todo gran
cambio empieza con actos pequeños, con amor y paciencia. No estás solo en esta
búsqueda; camina conmigo y con aquellos que comparten tu visión. Juntos, el
mundo puede resplandecer con la luz que llevan dentro.
Nunca olvides que cada
día es una nueva oportunidad para ser mejor y para sembrar esperanza.
Sigue adelante con
valentía, sabiendo que nunca estarás solo, porque mi presencia siempre estará
contigo.
Con amor eterno.
CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo
“Tanto el diamante como el carbón
reciben indistintamente los rayos del sol; más, mientras el carbón no se
convierta en diamante, puro y transparente, no será capaz de reflejar la luz
solar”, dijo el Maestro. “Asimismo, un hombre corriente, espiritualmente opaco,
no puede compararse en belleza con el devoto purificado, capaz de reflejar la Luz
de Dios”.
PARAMAHANSA
YOGANANDA
El
que se equivoca, se equivoca contra sí mismo; el que comete injusticia se hace
injusticia a sí mismo, pues el mal que hace es contra sí mismo.
MARCO AURELIO
Querido Dios:
Hoy día, hablar de espiritualidad
ya no parece suficiente. Todo se reduce a la religión que profesa el dirigente
de turno, como si ser divinos ya no fuera una posibilidad para nosotros. En
cambio, se nos ve como piezas indispensables en el engranaje de un sistema que
busca enriquecerse a toda costa, dejando atrás la humanidad y el amor por
nuestros semejantes. Más que fomentar la unión entre hermanos, predominan las
divisiones: por raza, por género, por ideología. Por eso, la espiritualidad
necesita complementarse con algo más. Algo que sea fácil de entender y que
alcance el corazón de cada ser humano.
Ese “algo más” podrían
ser los valores. Valores que, aunque también sean intangibles, son más
accesibles y comprensibles que conceptos como el amor incondicional, la energía
divina o el pensamiento trascendental. Los valores son los principios que rigen
la vida de las personas, los grupos y las sociedades, y aunque puedan parecer
abstractos, se manifiestan claramente en nuestras cualidades y actitudes.
Los valores que
adoptamos son la fuerza impulsora detrás de muchos de nuestros comportamientos
y decisiones. Reconocer su importancia nos ayuda a comprender los fundamentos
que gobiernan nuestras acciones, nuestras emociones, y nos motivan a aspirar a
ser mejores, cada día.
Por eso, querido Dios,
te pido que nos ayudes a recordar y fortalecer nuestros valores. Que inspiremos
a nuestras comunidades a vivir con más compasión, compartiendo, colaborando,
ayudando y agradeciendo. Que aprendamos a disfrutar el presente con alegría y
responsabilidad, reconociendo la belleza de la vida en su totalidad. Que
juntos, como humanidad, encontremos el camino hacia una verdadera evolución
basada en los principios que nos convierten en mejores personas.
Gracias Señor.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo
No
exijas que las cosas sucedan tal como lo deseas. Procura desearlas tal como
suceden y todo ocurrirá según tus deseos.
EPICTETO
Considerando que era posible asimilar
las enseñanzas del Maestro exclusivamente a través de un profundo estudio, sin
necesidad de practicar la meditación, cierto nuevo estudiante recibió el
siguiente comentario de Paramahansaji: “La percepción de la verdad debe ser
desarrollada desde el interior; no puede ser injertada”.
PARAMAHANSA
YOGANANDA
Hijo mío:
Pero te recordaré algo
importante: el “más” que buscas afuera nunca llenará el vacío que se encuentra
adentro. La riqueza más grande está en tu capacidad de amar, de ser compasivo,
de conectarte conmigo y con tus hermanos. Mientras continúes buscando el “más”
en lo efímero, en lo externo, solo encontrarás fugaces momentos de
satisfacción. Si miras dentro de ti, encontrarás que ya tienes todo lo que
necesitas.
Las murallas que
mencionas, aquellas que te separan de los demás, fueron creadas por el miedo y
la inseguridad, no por mí. Yo diseñé el amor como un puente que une almas, como
una fuerza capaz de sanar heridas y derribar cualquier barrera. Cada vez que
eliges amar, eliges acercarte más a mí, porque Yo Soy amor.
No te pido que dejes
de soñar, de anhelar, de crecer. Pero sí te pido que aprendas a hacerlo con
gratitud, con aceptación, y con humildad. Que busques el “más” que está en el
servicio, en la generosidad, en el cuidado por los otros y por ti mismo. Ese
“más” no se mide en riquezas ni en poder, sino en la luz que aportas al
mundo.
Sé que a menudo el
camino parece confuso, como un sendero cubierto de neblina, donde las señales
no siempre son claras. Pero quiero que recuerdes que incluso en la
incertidumbre hay propósito, incluso en los momentos de duda estás aprendiendo,
creciendo, acercándote más a la verdad de quién eres y de quién soy.
Esa inquietud que
sientes, esa búsqueda constante que nunca parece acabar, es un eco de la chispa
divina que he puesto en ti. Es mi manera de recordarte que tú no estás hecho
para conformarte con lo efímero, con lo pasajero. Tú fuiste creado para algo
eterno, para algo que trasciende las barreras del tiempo y del espacio. Esa
chispa es la prueba de que hay algo más grande que tú mismo, y que ese algo ya
vive en tu interior.
Aunque a veces el
camino parezca empinado, y las cargas pesen sobre tus hombros, no estás solo.
Cada paso que das, cada lucha que enfrentas, me tiene a tu lado. Recuerda que estás
rodeado de milagros todos los días. No esperes grandes hazañas para
encontrarme; estoy en cada sonrisa, en cada lágrima, en cada susurro del
viento. Estoy en ti, en tus pensamientos, en tus esperanzas, en tu alma. No importa cuán lejos creas que te has
desviado, mi amor por ti es una constante, un faro que nunca se apaga.
Quiero que te des
permiso para sentir. Permiso para reconocer tus miedos, tus dudas, tus heridas.
No te pido perfección, hijo mío; te pido autenticidad. Porque en esa verdad, en
esa transparencia, es donde me encuentro contigo. No temas mostrar tus
vulnerabilidades, porque ellas no te hacen débil, sino humano. Y es en lo
humano donde reside lo divino.
Deja que el amor sea
tu guía. No un amor que posea ni que exija, sino un amor que libere, que dé,
que se ofrezca sin esperar nada a cambio. Ese es el amor que yo he depositado
en tu alma. Déjalo florecer, déjalo transformar no solo tu vida, sino también
la vida de aquellos que te rodean. Porque cada acto de bondad, cada palabra de
aliento, cada gesto de compasión, es un reflejo de mí en el mundo.
Sigue adelante, hijo
mío. Sigue buscando, no porque te falte algo, sino porque en la búsqueda
descubres lo que siempre ha estado ahí. Descubres que ya eres amado, que ya
eres suficiente, que ya eres luz. Y en esa luz, encontrarás la paz que tanto
anhelas.
Con amor eterno. Yo te
bendigo.
CARTAS A DIOS –
Alfonso Vallejo