El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




miércoles, 24 de septiembre de 2025

Cuando el perdón se hace presencia

 

 


Perdonar no es olvidar. 

Es dejar de permitir que el dolor te siga hiriendo por dentro.


Querido hijo:

         He sentido cada palabra tuya como si brotara de Mi propio corazón. Me has escrito desde lo más hondo, desde esa parte tuya que no pretende parecer fuerte ni perfecta, sino que se atreve a mostrarse tal como es: herida, inquieta, deseosa… y también honesta. No sabes cuánto valoro eso.

Has dicho algo que me honra: que no quieres fórmulas ni frases hechas, que no buscas soluciones mágicas ni atajos. Solo quieres que te acompañe. Y aquí estoy. No como juez que exige, sino como presencia que abraza. No vine a exigirte que perdones como si fuera un examen que tienes que aprobar. Vine a sentarme contigo junto a esa herida que aún pulsa. Porque sé que no es fácil. Porque sé que duele. Porque sé que lo estás intentando, incluso cuando crees que no puedes.

Perdonar nunca fue una orden seca. Es un proceso, y a veces, un largo camino. Un camino lleno de curvas, de tropiezos, de idas y vueltas.

No quiero que te obligues a perdonar desde el deber o la vergüenza. No quiero que lo hagas por miedo a mí, ni por cumplir con una norma. Quiero que lo hagas cuando tu corazón esté listo, cuando sientas que puedes soltar sin traicionarte, cuando descubras que perdonar no borra lo vivido, pero sí transforma el modo en que lo llevas. Hasta entonces, hijo mío, no tengas prisa. Yo tengo toda la eternidad para caminar a tu lado.

Te duele perdonar porque duele recordar. Porque perdonar no es olvidar, y tú lo sabes. Perdonar no es negar lo que pasó, ni justificar lo injustificable. No es minimizar tu herida. Tampoco se trata de permitir que te hieran de nuevo. Lo que Yo te invito a hacer no es ingenuidad, es sanación. No es amnesia, es libertad. No es borrar lo que pasó, sino dejar de permitir que te siga haciendo daño por dentro.

Y ese proceso no empieza con grandes gestos. Empieza con cosas pequeñas: con reconocer que duele, con dejar de alimentar el rencor, con permitirte sentir sin quedarte atrapado. Empieza cuando puedes pensar en quien te hirió sin que todo dentro de ti se cierre. Cuando puedes empezar a desearle paz, aunque aún no sepas cómo decírselo.

No todos pueden comprender esto. Muchos confunden perdón con debilidad. Pero Tú ya intuías que se necesita más fuerza para soltar que para retener. Que se requiere más valor para amar después del daño que para encerrarse en el orgullo. Por eso estás en buen camino, incluso cuando no lo sientas.

Tú no has fallado por no saber perdonar aún. Al contrario. Lo hermoso de tu alma es que no se conforma con quedarse detenida en el dolor. Aunque no lo creas, estás sanando. Porque querer perdonar ya es un acto de amor. Un amor que empieza contigo mismo, con no exigirte lo que aún no puedes dar. Con respetar tus ritmos. Con ser compasivo con tu propia fragilidad.

Y sí, llegará el día. No lo fuerces. No lo midas. No pongas fecha. Simplemente permite que el proceso te encuentre. Y cuando llegue, cuando seas capaz de decir “te perdono” aunque sea en silencio, aunque sea de lejos… Yo estaré allí. Con lágrimas en los ojos. No por el que es perdonado, sino por ti. Porque habrás recuperado una parte de tu corazón que creías perdida.

No estás solo. Yo llevo contigo esta herida. No la ignoro. No la niego. La sostengo contigo, en tus noches largas, en tus pensamientos repetidos, en tus recuerdos que escuecen. La llevo en mis manos como quien sostiene algo sagrado. Porque tu dolor, hijo mío, es sagrado para Mí. Y lo que tú no puedes cargar aún, lo cargo contigo.

Quiero que sepas algo más: cada vez que das un paso hacia el perdón —aunque no lo completes aún— estás liberando una parte de ti. Y no tienes que hacerlo todo de una vez. A veces, perdonar es apenas dejar de maldecir. Otras, es dejar de desear venganza. Luego, es querer comprender. Y finalmente, es poder bendecir. No todos llegan hasta el final, pero todo intento, todo gesto, es valioso ante mis ojos.

Sigue adelante. Sigue escribiéndome. Sigue trayéndome estas cartas sinceras, sin adornos, sin máscaras. Son oraciones puras. Tienen perfume de verdad. Y Yo me alimento de eso. De ti, tal como eres. Con tus luchas. Con tus ganas de sanar. Con tu deseo de amar mejor. Con tu alma abierta, aunque duela.

No estás roto. Estás creciendo.

Te amo y te bendigo.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


No hay comentarios:

Publicar un comentario