“No es la ausencia de
dolor lo que abre la puerta al perdón,
sino el deseo de sanar
sin traicionarse”
Querido Dios:
Tú conoces bien mi interior,
sabes lo que callo incluso cuando no lo entiendo. Sabes cuántas veces he dicho
“ya está”, “lo suelto”, “lo dejo ir” … solo para descubrir que algo dentro de
mí todavía se agarra a lo que dolió. ¿Por qué me cuesta tanto? ¿Es orgullo, es
miedo, es justicia no resuelta?
Yo quiero perdonar, Señor. De
verdad que quiero, Tú lo sabes. Pero a veces me pregunto si es posible olvidar
el daño, las palabras que marcaron, los gestos que traicionaron, las ausencias
que dejaron huella. ¿Es perdonar lo mismo que olvidar? ¿Es callar lo que duele?
¿Es hacer como si no hubiera pasado nada?
A veces me confunden las frases
que escucho sobre el perdón: “hay que perdonar para estar en paz”, “el perdón
libera”, “quien no perdona, se envenena por dentro” … Y aunque entiendo la
sabiduría que guardan, siento que me hablan desde un lugar al que aún no llego.
Porque hay días en los que ni siquiera quiero perdonar. Días en que el dolor se
siente tan justo, tan legítimo, que soltarlo parece traicionar mi propio
sufrimiento.
Hay personas a las que he
perdonado casi sin darme cuenta. Porque amaba más de lo que me dolía. Porque el
vínculo era más fuerte que la ofensa. Pero hay otras, Señor… con ellas la
historia es distinta. ¿Qué hago con el rencor que no sé disolver, aunque lo
intente? ¿Qué hago con las veces que el perdón me parece injusto, incluso
peligroso, como si me dejara indefenso?
He leído que perdonar no es
aprobar lo que pasó, ni borrar lo vivido, sino soltar el poder que tiene sobre
mí. Pero ¿cómo se suelta algo que se ha incrustado tan hondo? ¿Cómo se afloja
un nudo que parece formar parte ya de uno mismo?
Y si perdono, ¿significa que
tengo que volver a confiar? ¿Que debo abrir la puerta otra vez? ¿Poner la otra
mejilla, aunque la primera aún duela? ¿Dónde está el límite entre perdonar y
permitir que me vuelvan a herir?
También me pregunto si he sido
perdonado por aquellos a quienes he herido. Porque no soy solo quien ha
recibido daño; también he sido causa de lágrimas, de decepciones, de heridas
que quizás aún sangran en otros. ¿Y si hay personas que no pueden perdonarme,
aunque lo deseen? ¿Qué hago con esa culpa, con ese peso?
¡Ayúdame Señor! No sé por dónde
empezar. No quiero una solución rápida, ni una frase bonita para tapar lo que
siento. Solo quiero que me ayudes a comprender este misterio: cómo perdonar sin
traicionarme, cómo soltar sin negar lo vivido, cómo amar aún con las
cicatrices.
A veces pienso en Tu perdón. En
el que das sin que lo merezcamos. En el que ofreces antes de que lo pidamos. Y
me cuesta entenderlo. Porque mi lógica es distinta. Porque yo espero
arrepentimiento, cambios visibles, esfuerzos claros.
No quiero que esta herida se
vuelva mi identidad. No quiero envenenarme recordando una y otra vez lo que ya
pasó. Pero tampoco quiero barrer bajo la alfombra lo que me dolió. ¿Se puede
perdonar sin olvidar, pero sin cargar? ¿Existe esa línea delicada que me
permita sanar sin negar?
Señor, no me enseñes a perdonar
como deber. Enséñame a perdonar como camino. No como algo que debo hacer para
estar bien contigo, sino como algo que me transforma, que me vuelve más humano,
más parecido a Ti.
Te entrego mis miedos, mi
resistencia, mi deseo de tener la razón. Te entrego también mi deseo profundo
—aunque a veces muy escondido— de encontrar paz. Que no me convierta en cárcel
de mi propio dolor. Que no haga del rencor mi refugio. Que no confunda la
justicia con la revancha, ni la dignidad con la dureza.
Y si un día logro perdonar, que
no lo haga por grandeza ni por virtud… sino por amor. Amor a Ti, que siempre me
has perdonado primero. Amor a mí mismo, para vivir más libre. Amor a quien me
hirió, aunque ya no lo comprenda.
Esta carta no trae soluciones,
pero sí trae verdad. Te la entrego sin filtros, sin fórmulas. Es lo que soy
hoy: alguien que quiere perdonar, pero que aún no sabe cómo.
Acompáñame, aunque tarde.
Acompáñame, aunque dude. Acompáñame, aunque me resista. Y si algún día logro
decir “te perdono” con el corazón, que seas Tú quien me regale la fuerza para
hacerlo.
Gracias,
Señor.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo
No hay comentarios:
Publicar un comentario