El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




miércoles, 17 de septiembre de 2025

Perdón

 


“No es la ausencia de dolor lo que abre la puerta al perdón,

sino el deseo de sanar sin traicionarse”

 

Querido Dios:

             Hoy vengo ante Ti con una herida que no termina de cerrar. La llevo dentro desde hace tiempo, y aunque intento no tocarla, sigue ahí, como un dolor suave pero constante. Es la herida del perdón. O, mejor dicho, de su ausencia. Porque sé que perdonar es parte del camino… pero qué difícil es, a veces, hacerlo de verdad.

Tú conoces bien mi interior, sabes lo que callo incluso cuando no lo entiendo. Sabes cuántas veces he dicho “ya está”, “lo suelto”, “lo dejo ir” … solo para descubrir que algo dentro de mí todavía se agarra a lo que dolió. ¿Por qué me cuesta tanto? ¿Es orgullo, es miedo, es justicia no resuelta?

Yo quiero perdonar, Señor. De verdad que quiero, Tú lo sabes. Pero a veces me pregunto si es posible olvidar el daño, las palabras que marcaron, los gestos que traicionaron, las ausencias que dejaron huella. ¿Es perdonar lo mismo que olvidar? ¿Es callar lo que duele? ¿Es hacer como si no hubiera pasado nada?

A veces me confunden las frases que escucho sobre el perdón: “hay que perdonar para estar en paz”, “el perdón libera”, “quien no perdona, se envenena por dentro” … Y aunque entiendo la sabiduría que guardan, siento que me hablan desde un lugar al que aún no llego. Porque hay días en los que ni siquiera quiero perdonar. Días en que el dolor se siente tan justo, tan legítimo, que soltarlo parece traicionar mi propio sufrimiento.

Hay personas a las que he perdonado casi sin darme cuenta. Porque amaba más de lo que me dolía. Porque el vínculo era más fuerte que la ofensa. Pero hay otras, Señor… con ellas la historia es distinta. ¿Qué hago con el rencor que no sé disolver, aunque lo intente? ¿Qué hago con las veces que el perdón me parece injusto, incluso peligroso, como si me dejara indefenso?

He leído que perdonar no es aprobar lo que pasó, ni borrar lo vivido, sino soltar el poder que tiene sobre mí. Pero ¿cómo se suelta algo que se ha incrustado tan hondo? ¿Cómo se afloja un nudo que parece formar parte ya de uno mismo?

Y si perdono, ¿significa que tengo que volver a confiar? ¿Que debo abrir la puerta otra vez? ¿Poner la otra mejilla, aunque la primera aún duela? ¿Dónde está el límite entre perdonar y permitir que me vuelvan a herir?

También me pregunto si he sido perdonado por aquellos a quienes he herido. Porque no soy solo quien ha recibido daño; también he sido causa de lágrimas, de decepciones, de heridas que quizás aún sangran en otros. ¿Y si hay personas que no pueden perdonarme, aunque lo deseen? ¿Qué hago con esa culpa, con ese peso?

¡Ayúdame Señor! No sé por dónde empezar. No quiero una solución rápida, ni una frase bonita para tapar lo que siento. Solo quiero que me ayudes a comprender este misterio: cómo perdonar sin traicionarme, cómo soltar sin negar lo vivido, cómo amar aún con las cicatrices.

A veces pienso en Tu perdón. En el que das sin que lo merezcamos. En el que ofreces antes de que lo pidamos. Y me cuesta entenderlo. Porque mi lógica es distinta. Porque yo espero arrepentimiento, cambios visibles, esfuerzos claros.

No quiero que esta herida se vuelva mi identidad. No quiero envenenarme recordando una y otra vez lo que ya pasó. Pero tampoco quiero barrer bajo la alfombra lo que me dolió. ¿Se puede perdonar sin olvidar, pero sin cargar? ¿Existe esa línea delicada que me permita sanar sin negar?

Señor, no me enseñes a perdonar como deber. Enséñame a perdonar como camino. No como algo que debo hacer para estar bien contigo, sino como algo que me transforma, que me vuelve más humano, más parecido a Ti.

Te entrego mis miedos, mi resistencia, mi deseo de tener la razón. Te entrego también mi deseo profundo —aunque a veces muy escondido— de encontrar paz. Que no me convierta en cárcel de mi propio dolor. Que no haga del rencor mi refugio. Que no confunda la justicia con la revancha, ni la dignidad con la dureza.

Y si un día logro perdonar, que no lo haga por grandeza ni por virtud… sino por amor. Amor a Ti, que siempre me has perdonado primero. Amor a mí mismo, para vivir más libre. Amor a quien me hirió, aunque ya no lo comprenda.

Esta carta no trae soluciones, pero sí trae verdad. Te la entrego sin filtros, sin fórmulas. Es lo que soy hoy: alguien que quiere perdonar, pero que aún no sabe cómo.

Acompáñame, aunque tarde. Acompáñame, aunque dude. Acompáñame, aunque me resista. Y si algún día logro decir “te perdono” con el corazón, que seas Tú quien me regale la fuerza para hacerlo.

          Gracias, Señor.

CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo


No hay comentarios:

Publicar un comentario