Cuando la mente está completamente
silenciosa,
tanto en los niveles superficiales
como en los profundos;
lo desconocido, lo inconmensurable
puede revelarse.
Casi todos creemos que existen los
ángeles, los arcángeles, los guías, los santos, los maestros, nos creemos, por
supuesto, que existe Dios, y un sinfín más de seres al otro lado de la vida,
trabajando, no solo para su propia evolución, sino también para ayudar a los
pobres mortales que pululamos por el mundo de la materia, aunque, bien es
cierto, que la inmensa mayoría de los mortales no sintamos su manifestación.
Y no
solamente no sentimos su manifestación, sino que lo que sentimos en nuestro
interior es algo completamente diferente a lo que se supone que deberían de
hacernos sentir seres que, teóricamente, nos están ayudando.
Sentimos
rabia, sentimos miedo, sentimos intolerancia, sentimos impaciencia, sentimos
odio, sentimos ira, sentimos ansiedad, sentimos angustia, sentimos
incomprensión, sentimos soledad, sentimos orgullo, sentimos envidia, y un
sinfín de sentimientos más, que más parecen proceder de demonios y no de
ángeles.
¿Será que
también existen los demonios y que son más poderosos que los ángeles, e incluso
más poderosos que el mismo Dios?
Si, no hay
duda, existen los demonios, o seres regidos por la oscuridad, pero la puerta
que nos da acceso a ellos, la abrimos y cerramos nosotros, de la misma manera
que la abrimos o la cerramos para los seres de luz.
Pero por
desgracia, el mayor demonio que existe no necesita entrar, vive en nosotros, es
parte de nosotros mismos, es el que de una manera muy fácil nos lleva en
volandas, sin tan siquiera ser conscientes de ello, a cada uno de los
sentimientos que aparecen en nosotros. Es nuestra mente.
Podríamos
aplicar un sinfín de calificativos a la mente, pero en este caso creo que el adjetivo
que mejor la define es “Ingobernable”. No somos capaces de gobernar a la mente
y ella, por si misma, nos va llevando, de pensamiento en pensamiento, a las
profundidades más oscuras que pudiéramos imaginar.
Los
pensamientos, como las drogas crean adicción. El problema estriba en que nadie
nos lo dice, porque casi nadie lo sabe, y cada pensamiento va creciendo con
cada repetición, hasta llegar un momento en que la persona es “ese
pensamiento”, sin lucidez y sin fuerzas para cambiar el pensamiento, y cambiar
así la dinámica de su vida.
No sirve
además, ningún tipo de discurso, ninguna teoría, que haga que la persona salga
de ese carrusel sin fin que la mantiene atada a la rueda de la infelicidad y
posiblemente de la enfermedad, no solo mental, sino emocional y física, ya que
ha de ser ella, por si misma, la que entienda que “pensando siempre las mismas
miserias no va a llegar a ningún punto que sea parecido, ni por casualidad, a
una vida sana, a una vida feliz”.
Es en los
momentos de lucidez, cuando nos impacta una lectura, una frase, un libro, una
película o cualquier otra circunstancia, cuando hemos de hacer el firme
propósito de poner todos los medios a nuestro alcance para gobernar a la mente.
Y por supuesto cumplirlo.
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