La vida física solo es un medio para
la manifestación del espíritu, nada más. Todo lo que el ser humano viene a
hacer a la materia no es más que el trabajo elegido por el propio espíritu. No
es casualidad lo que el ser humano se encuentra en la Tierra, ni el hijo del
potentado ni el hijo del pobre lo son por caprichos del destino, lo son, sin
error, por su propia voluntad. Lo son porque es justamente esa situación la elegida
por ellos, por ser la más idónea para la realización de su trabajo.
No viene el ser humano a la vida para
tener una cuenta corriente que haga palidecer de envidia a sus congéneres, no
viene para tener una profesión de éxito, ni para ganar ningún concurso, viene
con un objetivo concreto: Desarrollar lo antes que pueda y lo mejor que sepa su
trabajo y su aprendizaje, para no volver, y quedarse así definitivamente en su
casa, en “la casa del espíritu”, donde
morará eternamente.
Ya son muchos los seres humanos que
saben eso, y muchos más son los que lo intuyen, pero muy pocos son los que actúan
en consecuencia con ese saber en su vida física.
Es por la falta de integración de esa
sabiduría en su conciencia, o por ignorancia de lo que son y de lo que han
venido a hacer acá, que su actuación a lo largo y ancho de la vida no es más
que una pobre, no, más que pobre, mísera competición con todos los espíritus
afines, sus hermanos, que coinciden con ellos en la vida, no por casualidad,
sino por propia elección.
Como consecuencia de esta ceguera, la
vida no es más que una triste caricatura de lo que realmente ellos mismos
esperaban realizar, y lo que estaba minuciosamente planificado se derrumba de
manera estrepitosa socavado en sus cimientos por unos males que el espíritu no
conoce: miedo, tristeza, odio, envidia, celos, y un sinfín de emociones más generadas
por una mente que no sabe actuar según el papel asignado de servidora del alma.
Y entre todas esas emociones
negativas, hay una que destaca por ocupar un lugar prioritario entre todas
ellas: el miedo a la muerte. La angustia que produce a los seres humanos el
pensar que un día, que además no sabe cuál va a ser, se va a terminar todo con
la muerte les afecta de manera dramática sacando a la luz miedos paralelos, como
pueden ser el miedo a la enfermedad, al dolor, o a la soledad, que pueden
afectarle durante toda la vida.
De poco vale el tener conocimiento de
la manifestación de seres que están al otro lado de la vida, Maestros, Ángeles,
Guías, o familiares que han partido con anterioridad, de poco vale tener información
de lo placida que es la estancia en ese plano, de poco vale creer que en la
vida en la Luz no existe dolor, ni enfermedad, ni necesidades físicas, que son
las que preocupan a la humanidad, de poco vale saber todo eso, el miedo a la
muerte está ahí, perenne, inamovible.
Pero tenemos suerte los seres
humanos. Conscientes de nuestro miedo, los seres que están al otro lado de la
vida, cuando llega el mágico momento de traspasar el umbral de la vida, todos
se vuelcan en nuestra ayuda, haciendo que el transito normalmente sea placido y
sereno.
Podemos hacer, en nuestras manos
está, que toda la vida sea plácida y serena, desterrando los miedos que son
como una losa que los seres humanos tenemos que ir arrastrando por el camino de
nuestra vida, y además de nada vale el pesado equipaje.
Pongámonos en manos de Dios.
Detengamos la locura de nuestra mente. Dejemos hablar al corazón, y si no
entendemos con claridad cuál es nuestra misión en la vida, podremos intuirlo, y
si ni tan siquiera lo intuimos, vivamos con amor, esa manera de vivir va a
hacer que nuestra vida sea un paseo, libre de equipaje, por un ancho camino
sembrado de pétalos de rosa.
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