Capítulo final. Novela "Ocurrió en Lima"
Todavía
era de noche cuando desperté. Saqué el brazo y alargué la mano para mirar la
hora en el celular. Eran las 4:44 de la madrugada. Mi
pensamiento, aun torpe a esta hora, me recordó que, una vez leí
en alguna de las páginas de espiritualidad, que frecuentaba aquella época, hace
ya 7 años, en aquellos días de agosto en los que solía frecuentar la compañía
de Ángel, que encontrarse con el número 444 significa que los ángeles están
cerca de mí para ayudarme en todo aquello que pudiera necesitar y que por eso
no hay que preocuparse.
Volví a
cerrar los ojos y a meter el brazo dentro de la sábana. Aun me faltaban casi
dos horas para levantarme. Como no era normal que me despertara tan temprano
agudicé el oído para ver si los niños hacían algún movimiento. Podía ser que me
hubiera despertado por alguno de ellos. No se escuchaba ningún ruido, todo era
silencio. Sentí un ligero escalofrío y me acerqué a Indhira buscando cobijo.
Pero…, no estaba.
Abrí
los ojos para tratar de ubicarla cuando fui consciente de que no estaba
acostado en nuestra cama. Estaba…, estaba en mi antigua cama, en mi antigua
habitación. “Que sueño tan tonto”, pensé. Sin embargo…, ¡parecía tan real!
La mente tiene, a veces, razonamientos
extraños y, el mío fue: “Si vuelvo a cerrar los ojos, posiblemente, dejaré de
soñar este sueño, sin sentido, y cuando despierte ya se habrá esfumado”, por lo
que cerré los ojos acurrucándome, lo más cómodo posible, para volver a dormir
dentro de este extraño sueño.
Pero no
conseguí dormir y, además, podía escuchar, con toda nitidez, el ruido de algunos
carros que pasaban. En mi casa, donde vivo, en la avenida de Los Libertadores
no hay tráfico en la noche, mientras que donde vivía antes, en la avenida Pardo
siempre hay movimiento.
Me levanté,
con un nudo en el cuello, y pensé: “A ver hasta dónde llega este absurdo
sueño”. Realmente estaba en mi antigua habitación. Miré por la ventana y, en
efecto, estaba en mi antiguo departamento.
Empecé
a caminar por todo el departamento para ver si encontraba algo extraño, algo
diferente, que me diera alguna pista de lo que estaba pasando. Hice más, me
pellizqué y sentí el pellizco, abrí el caño en el lavabo del cuarto de baño,
metiendo mi mano bajo el agua y sentí como se mojaba. Estaba siendo un sueño
demasiado real.
Recorrí
todo el piso y todo era conocido, no había nada extraño. En el congelador de la
refrigeradora había comida ya cocinada que, se supone, yo había guardado. Recordaba perfectamente que ese era mi proceder habitual. Cocinar y congelar
para no tener que cocinar cada día. Miré la fecha de un paquete de jamón inglés
y la fecha marcada era de hace 7 años.
Fue
entonces cuando fui consciente de que no estaba soñando. ¡Estaba despierto! Me
senté en el sofá para tratar, primero de ubicarme y, después, para encontrar
alguna explicación.
“A ver,
Antay, tranquilo”, me dije a mí mismo. “Anoche cuando llegamos de Cieneguilla
de la comida familiar, dimos de cenar a los niños, les acostamos, Indhira y yo
comimos algo de fruta, porque estábamos un poco llenos del almuerzo, y nos
fuimos a la cama. Y despierto, ahora, en mi antiguo piso”.
Es como si me hubiera pasado lo contrario al
día que desperté sin memoria, encontrándome con que estaba casado con Indhira,
que teníamos dos niños y que era el presidente de la empresa de mi suegro.
Pero
ahora ha sido al revés. Vuelvo a despertar en mi antiguo piso, aunque
recordando todo lo que he vivido desde el día que desperté sin memoria para
viajar a Miami.
¿Qué
vida es la real?, ¿la vida que tenía ayer o esta de ahora, que parece una
continuación o un comienzo de la parte de vida que estaba borrada de mi
memoria?, o ¿no está borrada? y, sencillamente, no ha existido. Pero yo he
besado y abrazado a mis hijos, he hecho el amor con Indhira, he viajado con
Pablo a Miami, me he encontrado con Ángel después de 7 años, o ¿no eran 7 años
y solo eran unos días?, he hablado con Diana sobre el problema que tenía con
Pablo. Espera…, y todo eso, ¿no sería un sueño? No, no puede haberlo sido, ha
sido muy real, entonces…, ¿qué ha sido?, ¡ah!, ya sé…, puede haber sido una de
esas recreaciones de las que me hablaba Ángel. Pero si es una recreación quiere
decir que no voy a volver a ver a mis hijos. Ya les extraño.
¡Necesito
ayuda!, Ángel, ¿dónde estás?, siempre apareces cuando te apetece, pero no
cuando te necesito. ¡Necesito respuestas!
- Si
necesitas respuestas es que no has entendido nada sobre la aceptación. -me
pareció escuchar la voz de Ángel en mi cabeza, o ¿era mi propio pensamiento?
- Fuera
Ángel o fuera mi propio pensamiento seguí la conversación- Creí que lo había
entendido todo, pero esto es muy fuerte. ¿Qué está pasando?, ¿Cuál es, en
realidad, mi vida? -no era una pregunta lo que le estaba haciendo, era una
súplica.
- No
tengo nada que decirte. No existe algo fuerte o débil. Es la mente la única que
califica cualquier situación.
>>
¿Cambia la situación porque sepas lo que está pasando? Recuerda: Todo está
bien.
>> ¿Has pensado, alguna vez, que es la
vida? No hay una vida. Hay miles de millones de vidas, una por cada uno de los
habitantes del planeta. Si tú no estás, para ti, no hay vida. Por lo tanto, la
vida, tu vida, es lo que a ti te sucede. Y lo que a ti te sucede tienes que
aceptarlo si quieres ser feliz.
>>
Estás donde tienes que estar.
Recordé,
entonces, el momento en el que mis hijos estaban sentados en mis rodillas, el
día que llegué de viaje. En ese momento fui consciente de lo importante que es
vivir con atención aceptando el momento. Lo único que hice fue disfrutar el
momento sin preguntar que estaba pasando. Eso es lo que tengo que hacer ahora.
Está
claro que mi vida, en este instante, es esta. ¿Para qué saber por qué me está
pasando esto?, ¿qué me importa dónde voy a despertar mañana? Sin embargo, a
pesar del estado de aceptación en el que me encontraba, no podía por menos de
pensar en Indhira y, sobre todo en los niños, en mis hijos. Porque a Indhira
seguro que la iba a volver a ver y, si podía ser hoy mejor que mañana, pero a
los niños no los volvería a ver, o ¿sí? Si siguiera en esta vida, sin volver a
saltar a ningún otro momento, si lo que viví fue una recreación, es posible que
vuelva a encontrarlos en un par de años. ¡Ojalá sea así!
El
único problema, ahora, es que no tengo a nadie que me indique el camino como me
pasaba en la vida que tenía ayer.
“Tengo
que centrarme”, pensé. “Todo parece indicar que hoy es el lunes, después del
domingo en que estuve reunido con mis antiguos compañeros. Si es así…, tengo
que ir a mi nuevo trabajo acompañando a Diana, Pablo y Patricia para que
presenten su curriculum y yo tendré mi primera reunión del comité de dirección,
que ha sido programada para presentarme”.
Acababa de salir de la ducha cuando sonó el
timbre de la puerta. “Solo podía ser Diana”, pensé.
- Un
momento, ya abro, -grité desde el interior. Tenía que vestirme.
- En
efecto, cuando abrí, allí estaba Diana.
- Disculpa,
he llamado un poco antes porque me he quedado sin café. ¿Me invitas?
- Si.
Prepáralo tú misma mientras termino de vestirme.
- ¿Cómo
te fue ayer con Indhira?, -preguntó Diana desde la cocina y, siguió- se ve una
chica muy linda y encantadora.
Poco se
podía imaginar Diana que, mientras ella y el mundo dormían, para mí y, supongo
que, para el mundo, habían pasado siete años, aunque no tuviera memoria de
ellos, y una semana, que tengo muy presente y que no creo que olvide mientras
viva y, de la misma manera que avanzamos esos años, los hemos retrocedido.
- No
podía decir nada a Diana excepto lo que contesté- Me fue muy bien.
- ¿Te
disculpaste?, te veo bien, ¿habéis vuelto a quedar?, -En tan poco tiempo, Diana
se había convertido en una gran amiga. Casi como la hermana que nunca tuve.
- Me
disculpé y quedamos en que nos llamaríamos el sábado. Pero no voy a esperar al
sábado. La voy a llamar hoy. -cuando hablábamos esto lo hacíamos tomando ya
nuestro café.
Por
primera vez en mucho tiempo, quizás por primera vez en mi vida, estuve,
totalmente, presente, siendo consciente de todos y cada uno de los minutos del
día.
Al
llegar, con Diana, a la puerta de la empresa, ya nos estaban esperando Pablo y
Patricia. Los acompañé al despacho del señor Ramírez, de recursos humanos,
mientras yo pasaba a mi oficina.
Poco
antes del comienzo de la reunión de dirección asomó Diana por la puerta del
despacho. Había finalizado su entrevista. Estaba exultante cuando me dijo que
el lunes de la siguiente semana comenzaba a trabajar. Pablo y Patricia se
habían ido a tomar un café porque el señor Ramírez no les podía atender hasta
el mediodía, por culpa de la reunión de mi presentación.
La
reunión, que duró un par de horas, fue muy agradable. Allí conocí a los que ya
eran mis nuevos compañeros de trabajo y, todos celebraron que hubiera personal
informático especializado en la empresa. Parece ser que era el talón de Aquiles
de todos ellos.
Seguía
siendo consciente.
Cuando
estás consciente el tiempo no se hace ni largo ni corto. Es una sensación
extraña a la que no estaba acostumbrado. Todo era presente. Fue como la mañana
en la que paseando me sentí parte de todo, no por sentirme en el mismo estado
de pertenencia sino por el estado de presencia. Todo era presente
Y en
ese presente, a las 7 de la noche, me pareció que era buen momento paras dejar
de trabajar.
- Desde
la misma oficina llamé a Indhira- Hola Antay, -contestó- ¡que sorpresa!, pensé
que habíamos quedado en hablar el sábado.
- Sí, lo
sé. Pero, si no te importa podríamos vernos de nuevo en la pizzería y cenar una
pizza. -No me importaba lo que ella pudiera pensar. Es lo que me apetecía hacer
y si a ella no le apetecía con decir que “no”, estaba solucionado.
- Si que
me apetece. ¿Nos vemos allí en media hora?
- Te
espero.
- ¿Qué
pasó para que me llamaras?, -preguntó Indhira en cuanto nos encontramos.
- Con un
día ha sido suficiente para saber lo que quiero. No necesito una semana para
pensarlo y tampoco quiero perder tiempo en pensamientos inútiles. Quiero estar
contigo. Pienso en ti de manera permanente.
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