¿Quién ha dicho a nadie que su misión
en esta vida sea ejercer de juez, ejercer de crítico, o ejercer de comentarista
de la vida del resto del mundo? Posiblemente,
nadie y, sin embargo, existen muy pocas conversaciones en las que no se juzgue
a alguien, o no se le critique, o no se opine sobre lo que sería mejor para la
vida de esa persona.
Cualquier juicio, cualquier opinión,
cualquier crítica, no es más que un reflejo de la propia persona, no es más que
un reflejo de sus pensamientos, no es más que un reflejo de sus creencias.
Pero, los pensamientos y las creencias
de cada uno, ¿por qué han de ser aplicables al resto del mundo? Los
pensamientos y las creencias de las personas no son más que una manifestación
de su nivel de evolución, no son más que una manifestación de su carácter, y en
ningún caso sirven para ninguna otra persona, porque cada persona está en un
nivel de evolución determinado, cada persona vive una circunstancia específica
en su vida, distinta a cualquier otra.
Para que se termine el juicio, la
opinión y la crítica, sólo hay que aplicar una regla: el respeto. Cuando se
respeta se acepta, y ante la aceptación todo está bien. Cualquier cosa que haga
cualquier persona, ha de ser aceptado y respetado, porque es algo que pertenece
a su vida, a su aprendizaje y su evolución.
Te propongo un ejercicio sencillo,
dedica un día a vivir sin juzgar, sin criticar y sin opinar lo que hagan los
demás, a mirar con otros ojos, a respetar y aceptar cualquier cosa que hagan
las personas de tu entorno, a colocarte en su lugar.
Ni
tan siquiera tienes que comprender, solo respeta y acepta.
El respeto y la aceptación es
entrenamiento y práctica. Si cuando estés inmerso en ese trabajo de aceptación surge
la crítica, no te enfades contigo.
Si
la crítica ha sido mental, pide perdón, mentalmente, y comienza de nuevo,
observando lo mejor de la persona, focalizando tu atención en sus cualidades.
Con la práctica, te acostumbrarás a observar las acciones de los demás como
observas un día de sol, o las flores, o el vuelo de los pájaros, sin que te
afecte lo más mínimo.
Cuando consigas incorporar a tu vida
el respeto y la aceptación, vas a sentirte libre, ya que el ejercer de juez,
permanentemente, es agotador.
Dedica
la vida a vivirla, no a vivir la vida de los demás. La vida es plenitud, y cada
segundo que intentas vivir la vida de los demás dejas de vivir la tuya, dejas
de vivir un segundo de tu tiempo que no volverá a repetirse. Conviertes tu vida
en una vida incompleta y la vida es demasiado hermosa y, sobre todo, demasiado
corta, para desperdiciarla, aunque sólo sea un segundo. Desperdiciar la vida
juzgando, opinando o criticando a otros es, además, un trabajo insulso, ya que
ese otro al que estás juzgando, es seguro que va a seguir viviendo su vida tan feliz,
sin enterarse de tus críticas o pasando de ellas, porque sencillamente no las
necesita; estás desperdiciando tu vida para nada.
Empieza ahora a mirar con otros ojos, empieza ahora a aceptar y a respetar, no esperes a mañana, no desperdicies más tu vida.
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