El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




sábado, 18 de febrero de 2023

La hoja en blanco 3

 

 


Sábado 18 de febrero 2023

 

¡Oh!, llevaba 15 días sin pasar por aquí. En realidad, ni por aquí ni por ningún lado, porque he estado un poco justo de tiempo.

No debería de decir que “no he tenido tiempo”, porque la mente subconsciente que es, en definitiva, la que hace que se cumpla lo que organiza la mente consciente, va a mantenerme ocupado aun más. Al decir que no tengo tiempo, el subconsciente, que es muy serio y no entiende de bromas, ironías o frases hechas, se encarga de hacer que se cumpla, "al pie de la letra”, eso que nosotros hemos dicho como una gracia.

En fin, cuando deje de escribir haré un trabajo para revertir el desaguisado.

Me había quedado a mitad de camino explicando cuales eran las dos pasiones que se situaban en el ranking anteriores al placer de escribir.

Ya he comentado que mi primera pasión es mi familia, pues la segunda pasión es, ni más ni menos, que una comida: “Huevos fritos con papas fritas”.

Cuando hablo o pienso en los huevos fritos con patatas, me acuerdo de la señora Paula. La señora Paula era mi casera cuando yo realicé el servicio militar.

En España, cuando yo tenía 20 años era obligatorio dedicar 15 meses de tu vida a servir a la patria.

Yo tenía un amigo. Digo tenía porque dejó de hablarme cuando me divorcié, que siempre decía que la mili es un sitio donde no se hace nada, pero siempre a la carrera. Y era cierto: “Dos minutos para formar” gritaba el sargento y, luego, estábamos una hora en formación sin hacer nada.

Residía, entonces, en Girona y en el sorteo me tocó hacer el campamento, hasta la jura de bandera, en Cáceres. Pasados los 3 meses de recluta, que es como se llama a los mozos que todavía no han jurado la bandera, me tocó servir en un “batallón de caballería motorizada”, que se encontraba en Getafe, (Madrid).

Por aquel entonces ya trabajaba en Telefónica y nada más llegar a Getafe solicité dos permisos: Uno al cuartel, para que me concedieran el pase pernocta, ya que si eso sucedía me iba del cuartel al mediodía y no volvía hasta el día siguiente. Era como un trabajo a media jornada, de 7:30 a 13 horas, con toda la tarde libre. El pase pernocta te lo daban sin ningún problema si asegurabas tener un familiar en la población.

La señora Paula alquilaba una habitación con dos camas en su casa y, por aquel entonces, tenía una cama libre. A mi me venía de miedo, porque solo estaba a media cuadra del cuartel. A la señora Paula no le importaba decir que era mi tía, si alguien pasaba por allí a preguntar, cosa que nunca sucedió.

El segundo permiso fue a Telefónica, para que me dejaran trabajar por las tardes mientras estaba en Madrid. Me lo concedieron y durante un año trabajé en la central de Moratalaz.

Tuve una buena “mili”. No hacia guardias porque me hice cabo primero. Me tocaba hacer semanas, en la rueda de los sargentos, pero no hice ni una, porque las vendí todas. Prefería ir a trabajar que estar una semana sin salir del cuartel.

Volviendo a la señora Paula y los huevos fritos. Me preguntó que comidas me gustaban, y cuando le dije que los huevos fritos con patatas y que, si me lo hacía para cenar cada día, a mí me hacia el hombre más feliz de la tierra, se le iluminaron los ojos. Supongo que no era una cena cara, ni difícil de elaborar y, además, no tenía que pensar cada día que hacer de cena.

Pero cuando llevaba dos meses haciendo huevos fritos con patatas, cada noche, me preguntaba: “¿seguro que no te apetece cambiar algún día?”, “no”, le contestaba. Me siguió preguntando hasta que me licenciaron 10 meses después. Seguro que aborreció para siempre los huevos fritos con patatas.

Y la tercera pasión es escribir “bajanades”, que es lo que estoy haciendo ahora. No tengo pasiones caras.

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