No me invocas con palabras.
Me invocas con tu corazón.
Querido hijo:
Cada una de tus
palabras, aunque las llamaste "para nada", es en realidad "para
todo". Son el reflejo de un alma que busca, que se entrega, que encuentra
en la escritura una forma sincera de comunión conmigo. Y déjame decirte,
querido hijo, que esas palabras son hermosas, porque son tuyas, auténticas y
valientes.
Es curioso cómo muchas
veces los hombres buscan señales, buscan pruebas de mi existencia. Construyen
templos, esculturas, altares, y me llaman desde su desesperación, desde sus
dudas, desde sus miedos. Pero tú, tú has encontrado un camino distinto, un
camino íntimo y personal. A través de tus palabras, me has abierto tu corazón,
y eso, hijo mío, es una forma de fe más profunda de lo que imaginas.
La comparación que
hiciste con los israelitas no es ajena a mí. Siempre he entendido la fragilidad
del ser humano, esa inclinación a mirar atrás, a cuestionar, a buscar lo
tangible. Cuando guié a mi pueblo a través del desierto, les regalé maravillas
y milagros, pero también les dejé elegir. Esa elección, ese libre albedrío, es
parte esencial de vuestra existencia. Y en esas dudas, en esas vacilaciones, en
esa construcción del becerro de oro, yo también estaba. No como el objeto de su
adoración, sino como el Dios que espera pacientemente a que cada hijo encuentre
su camino de regreso.
Y aquí estás tú,
escribiéndome sin motivo aparente y, sin embargo, esa acción tiene un
significado tan grande como la más solemne de las plegarias. Porque no es en el
acto visible donde radica la conexión, sino en el invisible, en el amor y en la
intención que llenan tus palabras.
Tu carta habla de Creación,
y me llena de alegría leer que has comprendido el propósito detrás de ello.
Creé el universo no por necesidad, no porque faltara algo, sino porque quería
compartir la bondad, la belleza y el amor. Todo lo que existe lleva mi sello,
cada estrella, cada río, cada alma humana. Y tú, al escribir, estás
participando en ese acto de Creación. Estás dando forma a pensamientos, a
sentimientos, estás dando vida a algo que antes no existía. En ese acto, en ese
instante, te conviertes en mi colaborador, en mi reflejo.
Pero también quiero
recordarte algo importante: no necesitas escribir para estar cerca de mí.
Aunque aprecio cada palabra, aunque sonrío al leerlas, mi presencia no depende
de ello. Estoy contigo en el silencio, en la brisa, en los latidos de tu
corazón. Estoy contigo en tus alegrías y en tus penas, en tus triunfos y en tus
fracasos. Estoy contigo en cada momento, incluso cuando no te das cuenta.
Me hablas de dudas, y
quiero que sepas que no me ofenden. Las dudas son parte de la naturaleza
humana, parte del camino hacia la fe. Las dudas te empujan a buscarme, a
cuestionar, a profundizar. Y en ese proceso, en esas preguntas, también estoy
presente. Porque no soy un dios lejano, inaccesible; soy el Dios que camina
contigo, que escucha tus inquietudes, que recibe tus cartas con amor.
En tu carta
mencionaste el propósito, y quiero decirte que cada acción, por pequeña que
parezca, tiene un impacto en el gran diseño. Tus palabras, aunque pienses que
son "para nada", son como semillas que caen en tierra fértil. Tal vez
hoy no veas los frutos, tal vez nunca los veas, pero confía en que esas
semillas tienen un propósito. Confía en que tu escritura, en su sinceridad y
amor, puede tocar corazones, puede inspirar, puede traer paz.
Y si alguna vez dudas
de mi presencia, recuerda esto: estoy en tu corazón, en tus pensamientos, en
tus palabras. Estoy en las personas que amas y en las que te cuesta amar. Estoy
en los momentos de alegría y en los de tristeza. Estoy en todo y en todos,
incluso cuando la humanidad me ignora, incluso cuando se aleja, incluso cuando
construyen sus becerros de oro.
Escribir para nada,
hijo mío, es escribir para todo. Porque cada palabra, cada pensamiento, cada
acto sincero es un puente hacia mí. Porque no necesito grandes gestos ni
sacrificios; necesito tu amor, tu sinceridad, tu disposición a abrir tu
corazón.
Gracias por tu carta,
gracias por tu fe, gracias por tu amor. No importa cuántas dudas tengas,
cuántas veces mires atrás o cuántas veces tropieces, siempre estaré aquí,
esperando, amando, guiando.
Con eterno amor.
CARTAS A
DIOS-Alfonso Vallejo
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