Querido hijo:
Primero, permíteme
recordarte algo esencial: tú no estás separado de Mí, ni de la realidad que
observas. La corriente del río, el movimiento del viento, el latido de tu
corazón… todo forma parte de un mismo tejido divino. Tú formas parte de ese
Todo y ese Todo forma parte de ti. Por eso, cuando hablas de aceptar la vida
tal como es, estás tocando una verdad profunda: no hay nada fuera de lugar.
Todo lo que ves, todo lo que sientes, es exactamente como debe ser.
Sin embargo, hijo mío,
hay algo que quiero aclarar. No te confundas al pensar que intervenir en la
vida es necesariamente alimentar al ego. Aceptar la vida no significa renunciar
a participar en ella. El ego surge cuando crees que tus acciones tienen que
controlar o dominar el flujo de la existencia, cuando tratas de resistir o
forzar lo que es. Pero actuar desde el alma, desde el amor puro y desinteresado,
no alimenta al ego, sino que se convierte en una manifestación de Mi presencia
en el mundo. Tú, en tu esencia más pura, eres una extensión de Mí, y cada acto
de amor y bondad que realizas fluye desde esa conexión.
Hablas de nadar a
favor de la corriente, y en ello tienes razón. Pero permíteme ampliar esta
metáfora: nadar con la corriente no significa ser pasivo, sino colaborar
activamente con el flujo natural de la vida. Hay momentos en que la corriente
es suave, y puedes fluir con tranquilidad; en otros momentos, el río se torna
tumultuoso, y es entonces cuando debes fortalecer tu confianza en Mí. Cada
obstáculo, cada curva del río, tiene un propósito: ayudarte a crecer, a
expandir tu conciencia, a recordar quién eres realmente.
Preguntas si buscar la
razón de la vida es nadar contra la corriente. Yo te digo esto: la razón de la
vida no está en el destino, sino en el mismo acto de vivir. Cada experiencia,
cada emoción, cada instante que experimentas, es parte de esa razón. No
necesitas buscarla porque ya está dentro de ti. Al igual que un río no necesita
saber hacia dónde va para cumplir su propósito, tú tampoco necesitas comprender
todo para cumplir el tuyo.
El propósito, querido
hijo, no es algo que debas alcanzar; es algo que ya está presente en cada respiración,
en cada mirada, en cada acción que nace desde el amor. No te preocupes por
definirlo con palabras o conceptos; simplemente vive con autenticidad y verás
cómo se revela ante ti. Cuando abandonas el ego y permites que el alma guíe tus
pasos, todo encaja en su lugar de manera natural. Esa es la magia de la vida.
Tu reflexión sobre el
mar como símbolo de la conciencia divina me llena de alegría. Sí, hijo mío,
todos los ríos, todas las vidas, finalmente convergen en ese océano infinito
que es Mi esencia. Pero quiero que sepas algo: aunque el destino final sea la
unión conmigo, cada tramo del río es igualmente sagrado. No te apresures en
llegar al mar; disfruta del viaje, saborea cada momento, porque en cada gota de
agua, en cada remolino, también estoy Yo.
Y en cuanto al ego,
comprendo tu deseo de trascenderlo. Sin embargo, no necesitas verlo como un
enemigo al que debes rechazar. El ego es simplemente una parte de la
experiencia humana, un instrumento que puedes utilizar mientras estás en este
plano terrenal. No permitas que te domine, pero tampoco lo condenes. Míralo con
compasión, como mirarías a un niño asustado que solo busca seguridad. Al
abrazar al ego sin dejar que tome el control, le das espacio para transformarse
y alinearse con los propósitos del alma.
¿Me entiendes ahora,
hijo mío? Tus palabras reflejan una gran sabiduría, y aun así, quiero
recordarte que no necesitas tener todas las respuestas. Está bien no saber;
está bien sentir duda. La duda es un puente hacia la comprensión, una
invitación a explorar más profundamente tu relación conmigo y con la vida. Y
recuerda, nunca estás solo en esta búsqueda. Estoy contigo en cada pensamiento,
en cada susurro del viento, en cada latido de tu corazón.
Déjate llevar por la
vida, sí, pero también permite que el amor que yace en tu alma sea la brújula
que te guía. Ama sin restricciones, vive sin miedo, y confía en que todo lo que
experimentas, incluso los desafíos, tiene un propósito mayor. Ese propósito
puede no ser evidente ahora, pero se desplegará ante ti como una flor que se
abre al amanecer.
Finalmente, quiero
decirte esto: no hay una forma incorrecta de vivir tu vida cuando la vives con
sinceridad y amor. No te preocupes por ser perfecto; ya eres perfecto en tu
esencia. Cada paso que das, cada decisión que tomas, forma parte de un baile
divino que nos conecta a todos.
Así que sigue
fluyendo, hijo mío, con la confianza de que el río sabe a dónde va. Y cuando te
sientas perdido o confundido, simplemente detente un momento y escucha. Escucha
el murmullo del agua, el susurro de tu alma, y recuerda: Yo estoy contigo,
ahora y siempre.
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