Querido hijo:
La felicidad que
ansías no es algo que pueda adquirirse o conquistarse en el mundo exterior. No
reside en objetos, títulos, ni relaciones perfectas. Lo que describes -esa
constante búsqueda hacia lo inalcanzable- es una trampa que la humanidad ha
creado para sí misma al confundir los placeres momentáneos con una felicidad
más duradera y profunda.
Déjame decirte algo
importante: la felicidad que buscas no es una meta, ni un destino. Es un
estado, una experiencia que se encuentra únicamente en el momento presente. En
cada respiración, en cada acto de gratitud, en la capacidad de amar y de
aceptar la imperfección de la vida, puedes descubrir destellos de esa felicidad
que tanto ansías. Paradójicamente, cuanto más la busques fuera de ti, más
distante parecerá. Pero si decides hacer una pausa y mirar hacia adentro, puede
que la encuentres.
¿Sabes por qué tantas
personas se sienten frustradas y vacías, incluso cuando obtienen aquello que
pensaban que les haría felices? Es porque han condicionado su felicidad a algo
externo, algo cambiante e impredecible. Pero la verdadera felicidad no depende
de esas cosas. Reside en tu propia capacidad para aceptar, para encontrar
belleza en la impermanencia, para vivir con propósito y en armonía con lo que
te rodea.
Ahora bien, no estoy
diciendo que no disfrutes de los logros o las experiencias externas. Al
contrario, cada momento de alegría es un regalo y una oportunidad para conectar
con lo que eres en esencia. Sin embargo, la clave está en no permitir que tu
sentido de plenitud dependa únicamente de ellos.
Si observas a la
naturaleza, verás que las flores no buscan ser más grandes que las otras, ni
los ríos se preocupan por fluir más rápido. Cada elemento cumple con su
propósito siendo exactamente lo que es. Tú también tienes un propósito único en
este vasto universo, y encontrarlo no requiere una búsqueda frenética, sino un
despertar de la conciencia hacia aquello que ya está presente en ti.
Piensa en aquellos
momentos en los que sentiste felicidad genuina. Tal vez no fueron los días de
grandes celebraciones, sino instantes simples: el calor del sol en tu piel, una
sonrisa compartida con un ser querido, la satisfacción de ayudar a alguien sin
esperar nada a cambio. Estos momentos son recordatorios de que la felicidad
está más cerca de lo que crees.
Si deseas encontrar un
camino hacia esa felicidad, comienza cultivando la gratitud. Agradece cada día,
cada experiencia, incluso aquellas que parecen desafiantes, porque son
oportunidades para crecer y comprender más profundamente. Practica la bondad,
no solo hacia los demás, sino también hacia ti mismo. Aprende a soltar aquello
que no puedes controlar y a abrazar la incertidumbre como parte del misterio de
la vida.
Por supuesto que el
sufrimiento también forma parte de la experiencia humana. Pero no pienses que
es algo de lo que debas huir, porque incluso en el dolor hay lecciones
importantes. Es a través del sufrimiento que puedes desarrollar compasión,
empatía y fortaleza. No te digo esto para justificar el dolor, sino para
recordarte que, incluso en los momentos más oscuros, hay una chispa de
aprendizaje y transformación.
Finalmente, permíteme
compartirte un secreto: tú ya eres suficiente tal y como eres. No necesitas ser
más, hacer más, o tener más para encontrar la paz que buscas. La verdadera
felicidad está en reconocer tu propia valía y en vivir en alineación con
aquello que sientes como verdadero y auténtico.
Querido hijo, tu
búsqueda no es en vano. Cada paso que das, cada pregunta que planteas, te
acerca más a esa verdad que llevas dentro. No tengas prisa, no te compares con
otros. Camina a tu ritmo, con confianza y con amor.
Siempre estoy contigo.
CARTAS
A DIOS – Alfonso Vallejo
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