El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




sábado, 9 de agosto de 2025

El dinero no da la felicidad… pero

 


El dinero no da la felicidad… pero sí la tranquilidad que la facilita

         Hay una frase que se repite como un mantra entre quienes han aprendido a vivir con poco: “El dinero no da la felicidad”. Y estoy muy de acuerdo con ella. La felicidad, esa sensación profunda de plenitud, de paz interior, de conexión con uno mismo y con los demás, no se compra. No hay billete que garantice una sonrisa sincera, ni cuenta bancaria que asegure una vida con propósito. Sin embargo, negar el papel que juega el dinero en el camino hacia esa felicidad sería ingenuo. Porque, aunque no la da directamente, sí allana el terreno, despeja obstáculos y ofrece algo que es fundamental para el bienestar: tranquilidad.

Uno de los mayores generadores de estrés en la vida moderna es la incertidumbre económica. ¿Llegaré a fin de mes? ¿Podré pagar el alquiler? ¿Qué pasa si se rompe el coche o si tengo una emergencia médica? Estas preguntas, cuando se convierten en parte del día a día, erosionan la salud mental, las relaciones y la capacidad de disfrutar el presente. En cambio, cuando el dinero deja de ser una preocupación constante, se abre espacio para respirar, para pensar con claridad, para vivir con menos miedo.

Tener estabilidad financiera no significa vivir en la opulencia, sino saber que lo básico está cubierto. Que puedes ir al supermercado sin calcular cada céntimo. Que, si tu hijo necesita gafas nuevas, puedes comprarlas sin tener que sacrificar otra necesidad. Esa paz, esa seguridad, es una forma de libertad. Y la libertad, en muchos sentidos, es una de las condiciones necesarias para la felicidad.

Más allá de lo esencial, el dinero también permite disfrutar de los pequeños lujos de la vida. No hablo de mansiones ni yates, sino de cosas sencillas que pueden marcar la diferencia: salir a cenar sin mirar el precio del menú, regalarle algo bonito a alguien que quieres, viajar a ese lugar que siempre soñaste conocer. Estos caprichos no son la fuente de la felicidad, pero sí pueden ser catalizadores de momentos felices.

Hay quienes dicen que el dinero corrompe, que nos vuelve superficiales, que nos aleja de lo verdaderamente importante. Y sí, puede hacerlo si se convierte en un fin en sí mismo. Pero cuando se usa como herramienta para enriquecer experiencias, para compartir, para explorar, para aprender, entonces se transforma en un aliado poderoso del bienestar.

Curiosamente, muchas personas que tienen mucho dinero no son más felices que quienes tienen poco. Esto se debe, en parte, a que la felicidad no depende solo de lo que tienes, sino de cómo lo valoras. La abundancia puede generar insatisfacción si se convierte en una carrera interminable por tener más. También puede aislar, generar desconfianza, o crear una falsa sensación de control.

Por eso, el mantra “el dinero no da la felicidad” sigue siendo válido. Nos recuerda que la felicidad no está en el saldo de la cuenta, sino en la calidad de nuestras relaciones, en el sentido que damos a nuestras acciones, en la capacidad de disfrutar el momento presente. Pero también nos invita a reflexionar sobre cómo el dinero, bien gestionado y bien entendido, puede ser un medio para alcanzar esa felicidad.

La clave está en cambiar la perspectiva: ver el dinero como una herramienta, no como un objetivo. Cuando lo usamos para construir una vida más plena, más libre, más conectada, entonces sí contribuye a la felicidad. Pero cuando lo convertimos en el centro de nuestra existencia, en el único indicador de éxito, entonces nos aleja de lo que realmente importa.

Es como tener un coche potente: puede llevarte más rápido a donde quieres ir, pero si no sabes a dónde vas, de poco sirve. El dinero puede acelerar el viaje hacia la felicidad, pero no puede definir el destino.

Otro aspecto fundamental es el uso del dinero para ayudar a otros. Cuando tienes suficiente, puedes compartir. Puedes apoyar causas que te importan, ayudar a amigos en apuros, contribuir al bienestar de tu comunidad. Y ese acto de dar, de contribuir, es una fuente profunda de satisfacción. Nos conecta con los demás, nos da sentido, nos recuerda que no estamos solos.

La generosidad, cuando nace de la abundancia, es una forma poderosa de transformar el dinero en felicidad. Porque al final, lo que más nos llena no es lo que acumulamos, sino lo que damos.

La felicidad no es un estado permanente, ni una meta que se alcanza y se mantiene sin esfuerzo. Es un cultivo diario, una práctica constante. Requiere atención, cuidado, reflexión. Y en ese proceso, el dinero puede ser como el agua que riega el jardín: no es la flor, pero sin él, muchas veces cuesta que florezca.

Por eso, aunque estoy de acuerdo con el mantra de los pobres, también reconozco que el dinero facilita mucho el camino. No lo garantiza, no lo sustituye, pero sí lo suaviza. Nos da margen, nos da opciones, nos da tiempo. Y el tiempo, bien usado, es uno de los ingredientes más valiosos de la felicidad.


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