No
pierdas la parte de tu vida que te queda en pensamientos sobre otros, a no ser
que tengan alguna relación con el interés común. Pues harás que cualquier otra tarea sea vana;
quiero decir, cuando empiezas a pensar qué hace alguien, por qué, qué dice,
cuáles son sus pensamientos, que trama, y cosas de esas, lo que haces es
apartarte de la observancia de tu propio principio rector.
Tenemos,
por tanto, que ponernos al margen del azar y de la inutilidad en la
concatenación de los pensamientos, y sobre todo de los superfluo y malicioso. Acostúmbrate
a pensar solo aquella clase de cosas de las que, si alguien te preguntara de
pronto: ¿en qué piensas?, responderías al momento y con franqueza: en esto y en
esto otro, de modo que entonces quedaría claro que todo era sencillo, propicio
y propio de un ser social que no se preocupa de placeres, ni por decirlo de una
vez, de fantasías gozosas, rivalidad, envidia, desconfianza o de cualquiera que
te haría enrojecer si revelaras lo que tenías en mente.
Un
hombre así, que no demora ya el encontrarse entre los mejores, es una especie
de sacerdote y servidor de los dioses, se sirve de eso que habita en su
interior y le vuelve incólume respecto a los placeres, invulnerable respecto a
cualquier clase de dolor, incapaz de desmesura, insensible a cualquier tipo de
perversidad, atleta de la prueba más importante (la de no sucumbir ante ninguna
pasión), le tiñe hasta lo más hondo de justicia, le hace acoger con toda su
alma todo lo que ocurre y le ha tocado en suerte, y en contadas ocasiones (y
siempre por la necesidad a la que obliga el bien común) considera en su juicio
que haya podido decir, hacer o pensar otro. Tan solo cuenta con aquello que
tiene que ver con su tarea y no aparta el pensamiento de eso que es suyo y está
urdido con el todo; y piensa que aquello es bello y está seguro de que es bueno.
Pues lo que le ha tocado en suerte a cada uno es conducido y conduce.
Recuerda
también que todo lo que es racional está emparentado y que la preocupación por
todos los seres humanos pertenece a la naturaleza del hombre, pero, por otra
parte, que no hay que estar pendiente de la opinión de todos, sino solo de los
que viven conforme a la naturaleza.
Respecto
a los que no viven así, no deja de pensar como son en casa y fuera de ella, de
noche y de día, y como son los que se mezclan con ellos. Ciertamente, no cuenta
con el elogio de estos, pues no se gustan ni a sí mismos.
MARCO
AURELIO
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