En busca de
"algo" que no sabía definir, me encontré inesperadamente con el yoga
y la meditación. A partir de ese momento, y gracias a la información
proporcionada por diversos instructores de yoga y guías de meditación, comencé
a investigar y leer sobre espiritualidad, reencarnación, iluminación y otros
temas relacionados.
Mi sistema de
creencias empezó a transformarse, experimentando una sensación de alivio al
descubrir un camino que me acercaba a Dios sin depender de las religiones
tradicionales. Esta búsqueda de cercanía con lo divino había sido una constante
desde mi adolescencia. Aunque no me consideraba religioso ni seguía
estrictamente los preceptos de la Iglesia Católica, a la que pertenecía por
nacimiento, solía visitar una basílica cercana a mi colegio una o dos veces por
semana. Allí, me sentaba en un banco para mantener mis soliloquios con Dios.
Mi tema predilecto en
estas conversaciones internas era cuestionar la aparente monotonía e injusticia
de la vida. En aquella época, aceptaba sin cuestionamientos lo que mis mayores
me habían enseñado. Sin embargo, ninguno de ellos pudo explicarme
satisfactoriamente el propósito de la existencia. Todos coincidían en la
importancia de ser bueno, pero mis experiencias vitales parecían contradecir
esta enseñanza.
A medida que crecía y
observaba el mundo a mi alrededor, notaba una discrepancia cada vez mayor entre
la bondad que me inculcaban y la realidad que percibía. Esta contradicción me
llevó a cuestionar no solo las enseñanzas recibidas, sino también el sentido
mismo de la existencia.
El descubrimiento del
yoga y la meditación marcó un punto de inflexión en mi búsqueda espiritual.
Estas prácticas me ofrecieron una nueva perspectiva, permitiéndome explorar la
espiritualidad desde un ángulo diferente al de las religiones tradicionales. A
través de ellas, encontré herramientas para conectar con lo divino de una
manera más personal y directa.
La exploración de
temas como la reencarnación y la iluminación expandió significativamente mi
comprensión de la espiritualidad. Estos conceptos me proporcionaron un marco
más amplio para entender la existencia, más allá de las limitaciones de una
sola vida y una única perspectiva religiosa.
En resumen, mi viaje
espiritual evolucionó desde los cuestionamientos adolescentes en una basílica
hasta el descubrimiento de prácticas y filosofías orientales. Este camino me ha
permitido desarrollar una relación más personal y significativa con lo divino,
al tiempo que ha ampliado mi comprensión de la vida y su propósito.
A medida que avanzaba
en mi evolución espiritual, nuevas preguntas comenzaron a surgir en mi mente.
Una de las más inquietantes fue: Si solo una pequeña fracción de la población
practica yoga y meditación, ¿significa esto que el resto de los seres humanos
están condenados a no crecer espiritualmente?
Esta duda me llevó a
una profunda reflexión, y durante una de mis sesiones de meditación, gradualmente,
una especie de discurso interno fue tomando forma en mi conciencia:
Llegué a la conclusión
de que cualquier ser humano puede alcanzar un crecimiento espiritual completo,
independientemente de sus prácticas o estilo de vida. Este crecimiento no está
limitado a quienes meditan o practican asanas de yoga. Puede manifestarse en
personas que: No siguen una dieta vegetariana por preferencia personal, que fuman
o tienen otros hábitos considerados poco saludables o que no frecuentan lugares
de culto debido a su escepticismo hacia las religiones organizadas
La verdadera
espiritualidad, comprendí, se revela en las acciones y actitudes de una persona
hacia los demás. Se manifiesta en aquel que: Está siempre dispuesto a ayudar a
quien lo necesite, ya sea económicamente o dedicando su tiempo, en el que ofrece
compañía, escucha activa y comprensión a los demás, aquel que respeta a todos
por igual, sin importar sus diferencias y que nunca se queja, ni critica a
otros, ni se deja afectar por las opiniones ajenas sobre su persona
Este entendimiento me
llevó a ampliar mi perspectiva sobre la espiritualidad. Comprendí que las
prácticas formales como el yoga y la meditación son herramientas valiosas, pero
no son el único camino hacia el crecimiento espiritual. La verdadera esencia de
la espiritualidad reside en cómo uno se relaciona con el mundo y con los demás.
La compasión y el
servicio desinteresado emergieron como pilares fundamentales de este
entendimiento. Reconocí que aquellos que viven con un corazón abierto, dispuestos
a tender una mano a quien lo necesite, están cultivando una profunda
espiritualidad, aunque no la etiqueten como tal.
Otro aspecto crucial
que identifiqué fue la ausencia de ego. Aquellas personas que no se dejan
llevar por la necesidad de quejarse, criticar o enfadarse, y que no se
preocupan por lo que otros piensen de ellas, demuestran un nivel de desapego y
sabiduría que es profundamente espiritual.
Esta revelación me
llevó a redefinir mi concepto de espiritualidad. Ya no la veía como un conjunto
de prácticas específicas, sino como una forma de ser y estar en el mundo. Una
espiritualidad que se manifiesta en la bondad, la compasión y la autenticidad
de nuestras acciones cotidianas.
En conclusión, este
nuevo entendimiento expandió mi visión del crecimiento espiritual, haciéndome
apreciar la diversidad de caminos que pueden conducir a una vida plena y
significativa. Reconocí que la verdadera espiritualidad trasciende las formas y
se revela en la esencia de nuestro ser y en cómo nos relacionamos con el mundo
que nos rodea.
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