“Cuando todo parece perdido, el amor aun sabe el camino”
Querido Dios:
Hoy me
siento impulsado a escribirte desde lo más profundo de mi alma. No sé si es una
súplica, una confesión o simplemente el desahogo de un corazón que se siente
desbordado por la contradicción entre lo que cree y lo que vive. Me entristece
comprobar que, a pesar de los años dedicados a la espiritualidad, a la
meditación, al estudio interior y a enseñar a otros el camino hacia la luz,
sigo sintiéndome lejos del nivel de conciencia que se supone debería haber
alcanzado. Es como si, a pesar de haber recorrido tanto, aún me faltara comprender
lo esencial.
¡Qué paradoja tan dolorosa! Enseñar a
otros a aceptar lo que la vida les presenta, a fluir con los acontecimientos, a
encontrar paz en medio del caos, y yo, sin embargo, me siento como una hoja
arrastrada por el viento, golpeada por los vaivenes de la existencia, sin rumbo
claro ante los acontecimientos que se desarrollan en el mundo. Me doy cuenta de
que no siempre practico lo que predico, y eso me duele. Me duele porque no es
hipocresía lo que hay en mí, sino una profunda vulnerabilidad que no sé cómo
gestionar.
Asomarme a la ventana del mundo, para
mí, es comenzar a sufrir. No es una metáfora, es una experiencia real. Cada vez
que enciendo la televisión, cada vez que leo las noticias, cada vez que escucho
los relatos de quienes viven en carne propia el horror, siento que algo dentro
de mí se rompe. Me invade una tristeza que no sé cómo transformar. Me siento
impotente, pequeño, incapaz de comprender cómo puede existir tanto dolor, tanta
injusticia, tanta crueldad.
Me pasa cuando veo la masacre que se
está llevando a cabo contra el pueblo palestino. Me duele el alma al ver cómo
se extermina a una población civil, cómo se utiliza el hambre como arma de
guerra, cómo se asesina a miles de niños inocentes que no han hecho más que
nacer en el lugar equivocado, (si, ya sé que todos nacemos donde decidimos
nacer). Y lo más paradójico, lo más desconcertante, es que este horror lo
perpetra el pueblo judío, que no hace tantas décadas fue víctima de uno de los
genocidios más atroces de la historia. ¿Cómo puede repetirse el ciclo del odio?
¿Cómo puede alguien que ha sufrido tanto convertirse en verdugo?
Me pasa también cuando contemplo las
consecuencias de otra guerra injusta, (aunque, en realidad, todas las guerras
lo son), como la que se libra en Ucrania. ¿Cuánto daño puede causar la
ambición, el ego desmedido, la locura de un solo hombre? ¿Cuánto dolor puede
generar una decisión tomada desde el poder, sin tener en cuenta las vidas que
se destruyen, los hogares que se pierden, los sueños que se desvanecen? Me
cuesta entenderlo, Señor. Me cuesta aceptar que el sufrimiento humano pueda ser
tan fácilmente ignorado por quienes ostentan el control.
Y me pasa cuando observo lo que ocurre
en mi propio país, España. Me duele ver cómo un grupo político, que se presenta
como defensor de ciertos valores, promueve la discriminación por raza, por
religión, por origen. Me duele aún más saber que millones de personas les
votan, que millones de almas consideran legítimo ese discurso de odio, de
intolerancia, de exclusión. ¿Qué nos está pasando como sociedad? ¿Dónde quedó
la empatía, la compasión, el respeto por la diversidad?
Sé, en lo más profundo de mí, que todo
es parte de un proceso. Sé que cada alma está transitando el camino que ha
elegido, que cada experiencia tiene un propósito, que incluso el dolor puede
ser maestro. Pero eso no quita que duela. Eso no elimina la sensación de
desgarro que siento cuando contemplo el sufrimiento ajeno. Me cuesta mantener
la paz interior cuando el mundo parece arder en llamas. Me cuesta sostener la
fe cuando la injusticia se convierte en rutina.
Y entonces me pregunto, Señor: ¿Qué
debo hacer? ¿Cuál es mi papel en medio de este caos? ¿Debo limitarme a
lamentarme, a sufrir en silencio frente a la pantalla de la televisión? ¿Debo
convertirme en activista, en defensor de los derechos humanos, en voz que
denuncia y exige justicia? ¿O simplemente debo seguir observando, sintiendo,
sin saber muy bien cómo actuar?
No busco respuestas ahora. Sé que
vendrán en su momento. Solo quería compartir Contigo este torbellino que me
habita. Esta mezcla de tristeza, impotencia, indignación y amor profundo por la
humanidad. Porque, a pesar de todo, sigo creyendo en el ser humano. Sigo
creyendo que hay luz en medio de la oscuridad. Sigo creyendo que, en algún
rincón del alma colectiva, aún late la esperanza.
Gracias por escucharme, por sostenerme,
por permitirme expresar lo que muchas veces callo. Gracias por estar, incluso
cuando no entiendo Tus caminos.
Gracias, Señor.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo

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