El viaje del alma

El alma no tiene raza, no tiene religión, solo conoce el Amor y la Compasión.
Todos somos seres divinos, hace miles de años que lo sabemos, pero nos hemos olvidado y,
para volver a casa tenemos que recordar el camino. BRIAN WEISS




lunes, 4 de agosto de 2025

Mudra de la tolerancia - Mudra de la libertad interior

 


MUDRA DE LA TOLERANCIA – MUDRA PARA LA LIBERTAD INTERIOR

Cómo se hace:

°       Colocar el dorso de la mano izquierda en la palma de la mano derecha.

°       Los dedos extendidos y separados.

°       Juntar las puntas de los pulgares y de los meñiques.

°       Los brazos están en posición horizontal.

°       Colocar el mudra sobre el plexo solar.

Sirve para:

°       Conseguir más amplitud en la zona pectoral, con lo que se extienden los pulmones y se aspira más aire.

°       Con más oxígeno hay una mejor actividad celular, un estado de ánimo más alegre y una mente más despejada.

Duración:

°       Práctica 15 minutos diarios.

°       Puedes practicar este mudra durante el tiempo que te resulte cómodo y beneficioso, ya sea unos minutos o más tiempo, según tus necesidades.

Beneficios

°       Libertad interior.

°       Tolerancia.

°       Generosidad.

°   A niveles energéticos, conseguirás deshacer bloqueos que se hayan creado en el Chakra Corazón.

°       Se desharán los bloqueos que existan en La Línea Hara.

°     Aumentará la capacidad de sentir el Amor Universal, el Amor hacía ti mismo y hacia otras personas.

°       Potenciarás también tu Campo Astral.

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sábado, 2 de agosto de 2025

La soledad es un regalo

 


Querido hijo, 

         Gracias por tu carta, por tus palabras que se alzan desde la quietud de la tarde. Esas palabras son como la lluvia que hoy cae, puras y llenas de vida, limpiando la tierra y renovando el espíritu. 

Tu amor por la soledad no es raro, ni está fuera de lugar. Es, de hecho, una bendición, porque en esa soledad has aprendido a escuchar, a sentir lo que otros tal vez no perciben. Cuando el ruido del mundo se apaga y el silencio llena el espacio, ahí estoy yo, tan cercano como un susurro, tan presente como el aire que respiras. Y tú has sabido verlo. Has sabido buscarme. 

En un mundo que corre y grita, que busca llenar cada hueco con ruido y distracción, tu elección de la soledad es un acto de valentía. Porque no es fácil mirar hacia adentro. No es fácil enfrentar el silencio y descubrir en él las verdades que residen en tu alma. Pero tú lo has hecho, y en ese silencio has encontrado mi voz, mi presencia. 

Cada momento de soledad que experimentas es un regalo, no un castigo. Es un espacio sagrado donde el ruido no puede entrar, donde las distracciones no tienen poder. En esa soledad, puedes ver el mundo con claridad, puedes entender las cosas que realmente importan. Y más que nada, puedes encontrarte conmigo. 

Cuando las personas huyen de la soledad, a menudo huyen de sí mismas. Pero tú has abrazado ese espacio como un camino hacia algo más grande, hacia mí. Eso es especial, y eso te hace único. 

No estás solo, hijo mío, aunque a veces el mundo quiera hacerte sentir que lo estás. Yo estoy contigo, siempre. En la lluvia que hoy cae, en el silencio de tu habitación, en cada pensamiento que surge de tu corazón. Estoy ahí, y siempre estaré ahí. 

Sigue buscando ese lugar tranquilo donde puedes sentir mi presencia. Sigue escribiéndome, hablándome, compartiendo tus pensamientos y sentimientos. En cada palabra que me dedicas, encuentro un eco de tu amor y tu fe, y eso es precioso para mí. 

Tu amor por la soledad no te separa de los demás; te conecta con algo más profundo, algo eterno. Y mientras sigas buscándome en esos momentos de quietud, mientras sigas escuchando mi voz en el silencio, siempre encontrarás paz, siempre encontrarás claridad. 

Con amor eterno.

CARTAS A DIOS-Alfonso Vallejo

 

Yo también Soy

 


La paz no llega cuando todo está “resuelto”, sino cuando me permito ser

 

Vivimos en un mundo que nos educa para perseguir la solución. Resolver problemas, tomar decisiones, cerrar ciclos, alcanzar metas, “arreglar” lo roto: todo parece girar en torno a ese verbo, “resolver”. La sociedad nos ofrece infinitas fórmulas, rutinas y consejos para alcanzar una paz que, al final, siempre parece estar en el horizonte y nunca en el presente. Pero ¿qué ocurre cuando esa paz no se encuentra en el orden externo, sino en la aceptación interna? ¿Y si la verdadera serenidad no aparece cuando todo está bajo control, sino cuando simplemente me permito ser?

Aceptar ser implica abrir espacio a lo imperfecto. Es dejar de esperar que las cosas sean como deberían ser, y aprender a habitarlas tal como son. La paz, entonces, no sería ese silencio pulcro tras una tormenta domesticada, sino la capacidad de encontrar calma en medio del viento, de mirar el caos sin pretender dominarlo, y de reconocer que no todo lo que vibra debe ser silenciado.

Desde pequeños nos enseñan que hay que ordenar la habitación, entender las matemáticas, aprender a comportarse, corregir errores, y encontrar respuestas. Esa estructura lineal nos lleva a creer que cada “desorden” es una falla, y que la tranquilidad solo llega cuando logramos controlarlo todo. Sin embargo, esta narrativa ignora una verdad esencial: la vida no se resuelve, se vive.

La constante búsqueda de resolución suele producir más ansiedad que paz. Cuanto más nos obsesionamos con cerrar capítulos, más tememos abrir nuevos. Queremos que las emociones tengan un inicio, desarrollo y final claro. Pero el alma no responde a guiones. No hay protocolo para el duelo, el amor, la duda, o la incertidumbre. La vida emocional es más cercana a un río que a una ecuación: fluye, se desvía, se estanca y, a veces, arrasa. Pretender resolverla es como intentar embotellar el mar.

Cuando me permito ser, renuncio a ser el proyecto de alguien más. Dejo de compararme con estándares externos y empiezo a mirar mi autenticidad como fuente de valor, no de vergüenza. Esta decisión no se toma una sola vez, se reafirma cada día, en cada gesto, en cada pensamiento que me recuerda que no necesito estar “listo” para estar en paz.

Ser implica aceptar mis contradicciones, mis luces y mis sombras. Implica reconocer que no soy una idea fija, sino un proceso continuo. Que mi tristeza no invalida mi alegría, ni mi miedo descalifica mi valentía. Cuando me permito sentir, sin etiquetarme, empiezo a desmontar la prisión invisible del perfeccionismo. Y en esa rendición honesta, aparece la paz como compañera, no como premio.

La paz no es una meta externa, sino una relación con uno mismo. Es el resultado de un diálogo interior que deja de ser hostil. Cuando dejo de juzgar cada emoción, cada pensamiento y cada decisión, abro espacio para el respeto propio. Entonces la paz no llega porque todo esté resuelto, sino porque yo he dejado de pelear conmigo.

Hay días en que la mente se llena de ruido. Dudas, preocupaciones, expectativas. En esos momentos, la paz no se encuentra en forzar una solución, sino en crear silencio interno: respirar, observarse, entenderse sin prisa. No hay que resolver todo para descansar. A veces, basta con sostenerse. Con acompañarse. Con decir: “Estoy aquí, y está bien”.

Permitirse ser también significa abrazar lo incompleto. Vivimos queriendo “cerrar” ciclos antes de tiempo, por miedo a quedar expuestos en medio de la transición. Pero la vida está hecha de inicios a medias, de respuestas fragmentadas, de caminos sin señalizar. No hay que entenderlo todo para seguir adelante. No hay que sanar completamente para merecer amor. No hay que tener claridad para tomar decisiones.

La paz nace cuando dejamos de castigarnos por no tenerlo todo resuelto. Cuando aceptamos que somos obra en progreso, no producto terminado. El descanso aparece al soltar la presión de llegar, y comenzar a honrar el trayecto.

Esta paz interior también transforma nuestra forma de relacionarnos. Cuando estamos en guerra interna, es difícil conectar con los demás desde la empatía. Pero al permitirnos ser, también permitimos que el otro sea. Dejamos de exigir perfección, y empezamos a crear vínculos desde la honestidad, no desde la necesidad de “arreglar” al otro.

En la convivencia, esto se traduce en escucha, comprensión y libertad. La paz personal no se encierra en uno, se expande en los espacios que habitamos. Se vuelve luz suave que no ciega, sino que ilumina lo esencial.

La frase “la paz no llega cuando todo está resuelto, sino cuando me permito ser” no es solo una reflexión, sino una invitación. A soltar la exigencia, a abandonar la máscara, a quitarse la armadura. Vivimos esperando que el mundo se alinee para sentirnos en paz, pero tal vez lo único que necesita ordenarse es nuestro vínculo con lo que somos.

Ser no es fácil. Requiere valentía, honestidad, y paciencia. Pero en ese acto de presencia—en ese estar sin condiciones—la paz deja de ser una meta y se convierte en hogar.


La esencia de las cosas

 


          El soberano bien no aumenta ni disminuye; la felicidad no crece ni mengua; subsiste siempre en la misma proporción; haga lo que quiera la fortuna: si el sabio alcanza una vejez prolongada, o acaba sin llegar a la vejez, la medida de su buenaventura, es la misma para él, sea cual fuere la diferencia de edad.

Cuando describes un círculo, grande o pequeño, el espacio varía, pero no la forma: igualmente, lo que es recto y justo no se mide por el tamaño, la cantidad o la duración. Las dimensiones varían sin que cambie la esencia de las cosas.

LUCIO ANNEO SÉNECA


La lámpara divina del alma

 


 “El cuerpo humano es una divina idea de la mente de Dios”, dijo el Maestro.

      “Él nos creó como rayos de luz inmortal, encasillándonos en una lámpara corporal. En lugar de concentrar nuestra atención en la eterna energía vital que mora en el interior, nos hemos concentrado en las fragilidades de la lámpara mortal”.

PARAMAHANSA YOGANANDA.


viernes, 1 de agosto de 2025

Soledad

 


          Querido Dios

         Hoy no voy a agobiarte con preguntas ni dudas interminables. Hoy simplemente quiero compartir cómo me siento. Cómo esta tarde gris, pasada por agua, me ha hecho reflexionar sobre el momento que vivo y lo que significa para mí. 

Es sábado y ya casi son las seis. Desde mi escritorio, miro a través de la ventana. Llueve intensamente, como si el cielo se hubiera guardado una pena durante siglos y ahora decidiera desahogarse de golpe. Han pasado treinta días de lluvia constante, algo inesperado, algo que no vivimos hace mucho tiempo. Los pantanos casi están llenos y los ríos, que llevaban años moribundos en su sequía, empiezan a recuperar vida, alcanzando porcentajes que no habíamos visto en demasiado tiempo. 

Por supuesto, sé que nada de esto te sorprende. Todo está bajo tu mirada eterna y sabia, y cada gota que cae sigue siendo parte de tu diseño infinito. Sin embargo, te cuento esto no para informarte, sino para situar mi corazón. Mientras la lluvia golpea la tierra, me siento lleno de algo extraño y hermoso. Me siento bien, Dios, porque en este instante, donde el mundo parece distante y el ruido queda ahogado por el agua, estoy solo. 

La soledad me acompaña aquí, pero no me pesa como a otros. Mi familia y las pocas personas que puedo llamar amigos me ven como alguien peculiar, casi un extranjero en esta cultura que idolatra la compañía y el bullicio. Ellos me dicen que soy raro por buscar el silencio, por preferir un rincón apartado donde no haya nadie más que yo y este espacio que siento como sagrado. Pero para mí, la soledad no es ausencia; la soledad es presencia. Es un puente hacia Ti. 

Cuando estoy solo, me escucho más claramente. Puedo oírte en el fondo de mi pensamiento, en lo que a veces parece una conversación muda, pero intensa. Mientras otros huyen de la soledad como de una sombra, como de algo incómodo o indeseado, yo la abrazo como el regalo que me permite verte mejor. Es curioso cómo la falta de compañía humana, que para algunos sería un vacío aterrador, para mí se convierte en un espacio lleno de Ti. En ese silencio donde otros verían un hueco, yo encuentro Tu susurro, ese aliento divino que me recuerda que nunca estoy completamente solo. 

Y cuando llueve, como hoy, la sensación se multiplica. La lluvia pone el mundo en pausa; los sonidos se apagan, las calles se vacían, y todo parece reducirse a esta conexión que siento Contigo. No sé si otros sienten lo mismo. Tal vez soy único en esto o quizás hay más almas que también buscan su rincón en la soledad para encontrarte. Pero lo que sé es que hoy, en este instante, me siento bien. Muy bien. 

¿Es extraño amar la soledad de esta manera? ¿Es raro encontrar belleza en el aislamiento? Lo sé, Dios, todo esto está dentro de Ti, y Tú mismo nos enseñaste a veces a buscarte en silencio y apartados. Entonces, ¿por qué en el mundo moderno la soledad se percibe como algo casi incorrecto? A menudo me pregunto si estamos perdiendo algo valioso al huir de ella, al llenar cada momento libre con distracciones que nos alejan de nosotros mismos y de ti. 

Mis días pasan a menudo en solitario, pero no con tristeza. Vivo cada momento como un diálogo contigo, una exploración de esta relación que tenemos, que para mí es única y especial. Y si tuviera que definir lo que siento cuando estoy solo, no hablaría de vacío ni de nostalgia; hablaría de plenitud, de paz. Me siento completo en mi soledad porque, paradójicamente, en ella te encuentro. 

Eso es todo lo que quería compartirte hoy, Dios. Mi corazón se siente ligero, como si las palabras escritas fueran un río que fluye hacia Ti. Te agradezco cada momento de quietud, cada instante en el que la lluvia cubre el ruido y me regala un espacio para recordarte. 

          Gracias por escucharme.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


MUDRA DEL PUÑO

 


MUDRA DEL PUÑO – Mudra para liberar tensión

Cómo se hace:

°       El puño izquierdo se envuelve con la mano derecha.

°       El pulgar derecho se coloca sobre el izquierdo.

°       Mantener el mudra a la altura del plexo solar.

Sirve para:

°       Equilibra los dos hemisferios cerebrales.

° Ofrece la posibilidad de expresar sentimientos intensos sin consecuencias perjudiciales.

°       Genera fuerza interior que permite pensar claro y sentir sosiego, valor y confianza.

Duración:

°    No tiene un tiempo especificado, se puede practicar de acuerdo al tiempo del que dispone la persona o el tiempo que dure la meditación.

Beneficios:

°       Estimular los dos hemisferios cerebrales.

°       Generar fuerza interior.

°       Liberar presión interna.

°       Recuperar la calma, el sosiego y la confianza.


jueves, 31 de julio de 2025

SHUNI MUDRA El mudra de la paciencia

 


SHUNI MUDRA  El mudra de la paciencia

-      Se conoce como el «sello de la paciencia».

-      «Shuni» significa «saturno» o simbólicamente «vacío», este mudra concentra la energía a través del tacto de los dedos para equilibrar emociones y energías sutiles.

-      Este sutil gesto de unión del dedo medio, que representa la responsabilidad y el poder universal, con el pulgar, que simboliza el fuego y la fuerza vital, es visto como un puente hacia la madurez emocional y la paciencia.

-      El dedo medio representa el coraje para mantener el deber y la responsabilidad. El pulgar representa el fuego y la naturaleza divina.

-      Cuando los dos dedos se colocan juntos, simboliza y fomenta la paciencia, el discernimiento, el enfoque y la disciplina.

 Cómo se hace:

°     El dedo medio y el pulgar tocan ligeramente las puntas.

°     Use la presión suficiente para sentir el flujo de energía, pero no para blanquear las yemas de los dedos.

°     Los tres dedos restantes se extienden suavemente, relajados pero no en exceso.

 Sirve para:

°    Nos ayuda a permanecer en el presente, aquí y ahora, incluso cuando queremos escapar al futuro o al pasado.

°       También nos ayuda a ver las oportunidades que solo se presentan cuando estamos pacientes y centrados

 Duración:

°   La práctica de Shuni Mudra puede variar en duración según las preferencias individuales.

°       Se recomienda mantener la posición durante varios minutos para facilitar un flujo de energía mejorado y promover la paciente. La práctica regular puede incrementar la consciencia y apoyar el equilibrio emocional y mental.

 Beneficios:

°       Ayuda a fomentar la compasión, la comprensión y la paciencia hacia los demás. 

°  También ayuda a desarrollar pensamientos nobles y convertir las emociones negativas en positivas.

°       Es bueno usarlo si te sientes impaciente con o hacia alguien.

°       Por ejemplo, en momentos de espera, realizar el Shuni Mudra nos ayudará a sentir más paciencia hacía la o las personas que provocan la espera.

°       También promueve el discernimiento y el compromiso.


La felicidad no es el destino

 

 


Querido hijo:

 Tu carta refleja una cuestión profundamente humana y universal, una que ha resonado en los corazones de los seres humanos a lo largo de los siglos. Quiero acompañarte en tu reflexión y compartir contigo una perspectiva que quizá arroje algo de luz en tu camino.

La felicidad que ansías no es algo que pueda adquirirse o conquistarse en el mundo exterior. No reside en objetos, títulos, ni relaciones perfectas. Lo que describes -esa constante búsqueda hacia lo inalcanzable- es una trampa que la humanidad ha creado para sí misma al confundir los placeres momentáneos con una felicidad más duradera y profunda.

Déjame decirte algo importante: la felicidad que buscas no es una meta, ni un destino. Es un estado, una experiencia que se encuentra únicamente en el momento presente. En cada respiración, en cada acto de gratitud, en la capacidad de amar y de aceptar la imperfección de la vida, puedes descubrir destellos de esa felicidad que tanto ansías. Paradójicamente, cuanto más la busques fuera de ti, más distante parecerá. Pero si decides hacer una pausa y mirar hacia adentro, puede que la encuentres.

¿Sabes por qué tantas personas se sienten frustradas y vacías, incluso cuando obtienen aquello que pensaban que les haría felices? Es porque han condicionado su felicidad a algo externo, algo cambiante e impredecible. Pero la verdadera felicidad no depende de esas cosas. Reside en tu propia capacidad para aceptar, para encontrar belleza en la impermanencia, para vivir con propósito y en armonía con lo que te rodea.

Ahora bien, no estoy diciendo que no disfrutes de los logros o las experiencias externas. Al contrario, cada momento de alegría es un regalo y una oportunidad para conectar con lo que eres en esencia. Sin embargo, la clave está en no permitir que tu sentido de plenitud dependa únicamente de ellos.

Si observas a la naturaleza, verás que las flores no buscan ser más grandes que las otras, ni los ríos se preocupan por fluir más rápido. Cada elemento cumple con su propósito siendo exactamente lo que es. Tú también tienes un propósito único en este vasto universo, y encontrarlo no requiere una búsqueda frenética, sino un despertar de la conciencia hacia aquello que ya está presente en ti.

Piensa en aquellos momentos en los que sentiste felicidad genuina. Tal vez no fueron los días de grandes celebraciones, sino instantes simples: el calor del sol en tu piel, una sonrisa compartida con un ser querido, la satisfacción de ayudar a alguien sin esperar nada a cambio. Estos momentos son recordatorios de que la felicidad está más cerca de lo que crees.

Si deseas encontrar un camino hacia esa felicidad, comienza cultivando la gratitud. Agradece cada día, cada experiencia, incluso aquellas que parecen desafiantes, porque son oportunidades para crecer y comprender más profundamente. Practica la bondad, no solo hacia los demás, sino también hacia ti mismo. Aprende a soltar aquello que no puedes controlar y a abrazar la incertidumbre como parte del misterio de la vida.

Por supuesto que el sufrimiento también forma parte de la experiencia humana. Pero no pienses que es algo de lo que debas huir, porque incluso en el dolor hay lecciones importantes. Es a través del sufrimiento que puedes desarrollar compasión, empatía y fortaleza. No te digo esto para justificar el dolor, sino para recordarte que, incluso en los momentos más oscuros, hay una chispa de aprendizaje y transformación.

Finalmente, permíteme compartirte un secreto: tú ya eres suficiente tal y como eres. No necesitas ser más, hacer más, o tener más para encontrar la paz que buscas. La verdadera felicidad está en reconocer tu propia valía y en vivir en alineación con aquello que sientes como verdadero y auténtico.

Querido hijo, tu búsqueda no es en vano. Cada paso que das, cada pregunta que planteas, te acerca más a esa verdad que llevas dentro. No tengas prisa, no te compares con otros. Camina a tu ritmo, con confianza y con amor.

Siempre estoy contigo.

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


miércoles, 30 de julio de 2025

El descuido de la mente

 


Si una persona le diese tu cuerpo al primer extraño que se cruza en su camino, por cierto, que estarías enojado. Sin embargo, no tienes ningún reparo en entregarle tu mente a la confusión y a la mistificación ante cualquiera que tenga el capricho de injuriarte.

EPICTETO


Yo, también, quiero ser feliz

 


Querido Dios:

       Cuando era pequeño, anhelaba, como todos los niños, que me regalaran algún juguete nuevo. Aquellos momentos de expectativa, ilusión y recompensa me brindaban una profunda alegría, una sensación interna que con el tiempo aprendí a llamar felicidad. Supongo que escuché esa palabra de los adultos, quienes la repetían en diversas ocasiones, asociándola a cosas grandes y pequeñas. Al hacerlo, descubrí que lo que más deseaba en la vida era alcanzar esa tan ansiada felicidad.

Es curioso pensar que no soy el único que busca este propósito. En realidad, creo que todos los seres humanos, sin excepción, estamos imbuidos en esta misma búsqueda. La felicidad parece ser algo universal, un hilo que conecta nuestras vidas y nuestras acciones. Sin embargo, aunque todos compartimos este anhelo, muy pocos logran encontrarla de manera genuina; quienes la consiguen parecen ser una rara excepción, casi como si hubieran hallado un tesoro escondido que los demás no sabemos siquiera dónde buscar.

Esto me lleva a preguntarme: ¿Será que no la encontramos porque no sabemos exactamente qué es lo que estamos buscando? Puede que sea así, porque, honestamente, ¿sabemos verdaderamente qué es la felicidad? Parece que la respuesta no es clara. Nos aferramos a ideas y conceptos transmitidos de generación en generación, como si la felicidad tuviera una fórmula definida y universal. Buscamos lo que conocemos, lo que nos han enseñado, lo que observamos que los demás también persiguen. Vamos tras lo que la sociedad exalta como el ideal: el éxito, la riqueza, el prestigio. Buscamos aquello por lo que tanto lucharon nuestros mayores, creyendo que en esos logros encontraremos el verdadero gozo.

Sin embargo, lo que encontramos cuando seguimos este camino es, paradójicamente, sufrimiento. La felicidad no parece hallarse en nada de lo que nos han señalado como deseable. Si así fuera, muchos la habrían alcanzado. Pero no, la felicidad parece ser esquiva, y esta búsqueda termina siendo, para la mayoría, un esfuerzo infructuoso.

¿Por qué ocurre esto? Tal vez porque hemos confundido la felicidad con el placer, con la euforia momentánea que nos proporciona un logro, una compra, una experiencia. Pensamos que, al acumular más bienes, más reconocimiento o más momentos placenteros, estamos acercándonos a la felicidad. Pero cada vez que logramos algo nuevo, la sensación de satisfacción se desvanece rápidamente, y volvemos a empezar, como si estuviéramos atrapados en un ciclo interminable de deseo y frustración.

Esperamos encontrar la felicidad cuando logramos la pareja perfecta, el empleo soñado, los hijos ideales... y, no obstante, la experiencia nos demuestra que estas cosas no son suficientes. Todo lo que esperamos alcanzar es efímero, incompleto. Las relaciones pueden ser complicadas, los trabajos pueden ser demandantes, y los hijos, aunque los amemos profundamente, tienen sus propios retos. Así, seguimos buscando y esperando, siempre en vano.

¿Cómo es posible que seamos tantos los que buscamos la felicidad, y tan pocos los que se encuentren con ella? Más aún, ¿por qué parece haber más personas angustiadas que felices? ¿No será que estamos buscando en los lugares equivocados? ¿No será que, quizá, hemos entendido mal qué significa realmente ser felices?

Hay algo más que quiero reflexionar contigo, querido Dios. En medio de toda esta búsqueda, he comenzado a preguntarme si la felicidad es algo que debe ser buscado en absoluto. Tal vez no sea un objetivo que debamos perseguir con tanta intensidad, sino algo que deberíamos aprender a reconocer en el presente, en lo que ya tenemos, en lo que somos. Pero esto no es fácil. Nuestra cultura nos enseña que siempre debemos querer más, que siempre hay algo mejor, que nunca somos suficientes tal como somos.

A veces me pregunto si la felicidad se encuentra en los pequeños momentos, esos que solemos dar por sentados. El calor del sol en un día frío, la risa de un niño jugando, el sabor de una comida preparada con amor. Tal vez estos instantes contienen más felicidad de la que imaginamos, pero estamos demasiado ocupados persiguiendo algo más grande como para notarlo. Tal vez la felicidad no sea algo monumental, sino un hilo dorado que se teje en los detalles más humildes de la vida.

Y, aun así, ¿qué pasa con el sufrimiento? Porque si algo parece ser universal además de la felicidad, es el dolor, la pérdida, la frustración, la soledad, el miedo. Estos sentimientos nos visitan a todos en algún momento, y en ocasiones parecen eclipsar cualquier posibilidad de felicidad. ¿Cómo reconciliamos el sufrimiento con la idea de una vida feliz?

Pienso que tal vez la felicidad no sea la ausencia de sufrimiento, sino la capacidad de encontrar significado incluso en los momentos difíciles. Tal vez se trate de aprender, de crecer, de transformar lo que duele en algo que nos fortalece. Pero también sé que esto es más fácil decirlo que hacerlo. En esos momentos de oscuridad, la felicidad parece una luz demasiado distante, demasiado tenue para alcanzarla.

Por eso, querido Dios, te escribo esta carta. Porque en medio de todas estas reflexiones, no puedo evitar buscar respuestas más allá de mí mismo. Me pregunto si tú, que eres testigo de todas las vidas y todas las luchas, tienes alguna guía que ofrecer. ¿Es la felicidad realmente alcanzable, o es un espejismo que nos impulsa a seguir adelante? ¿Cómo podemos aprender a vivir plenamente, a aceptar lo bueno y lo malo, sin perder la esperanza ni el sentido de propósito?

Con cariño y esperanza. 

CARTAS A DIOS – Alfonso Vallejo


VITARKA MUDRA

 


VITARKA MUDRA – GESTO DEL DEBATE

Vitarka, significa "razonamiento", "consideración" o "deliberación".

El Vitarka mudra también se conoce como el "gesto del debate" o el "mudra de la discusión".

Cómo se hace:

Para realizar el Vitarka mudra, la punta del dedo índice y el pulgar se tocan mientras los otros dedos se extienden hacia el cielo.

La palma de la mano suele estar orientada hacia el exterior, lejos del cuerpo.

Duración:

En combinación con mantras o visualizaciones: la duración puede variar según la práctica elegida, pero suele oscilar entre 10 y 40 minutos.

Beneficios:

Se considera un mudra espiritual y, por lo tanto, la práctica del mismo la realizan principalmente aquellos que se consideran Gurús o grandes maestros.

°       Simboliza la transmisión del conocimiento del gurú al estudiante.

°       La práctica de este mudra fomenta la sabiduría.

°   Practican este mudra aquellos que han adquirido conocimientos, (referentes a la espiritualidad), y están en camino hacia la iluminación.

°     El círculo formado por el índice y el pulgar significa perfección, como si no hubiera ni principio ni fin. Existe un flujo constante de energía a través del cuerpo y del gurú al estudiante.

°   Ayuda a pensar con claridad sobre la propia existencia mientras se aprende a conectar con el mundo exterior.

°       Tiene que ver con sabiduría, energía, conocimiento e iluminación.


El reflejo invisible



Imagina estar frente a un espejo. Miras tu rostro, tal vez ajustas el cabello, observas la expresión que ese día te acompaña. Pero lo que ves no es tú. Es una representación: luz rebotando, formas traducidas, un reflejo condicionado por el ángulo, la iluminación y la superficie misma. No ves tus ojos desde dentro, ni la expresión que proyectas realmente. Solo ves la imagen que el espejo te permite ver.

De manera similar, cuando nos preguntamos “¿quién soy emocionalmente?”, caemos en la misma trampa. No nos vemos directamente. Lo que creemos conocer de nuestro mundo interno es lo que emerge: nuestras reacciones. No somos plenamente conscientes de la emoción hasta que se manifiesta. Y a veces, lo hace como lava expulsada de un volcán que llevaba años dormido.

La cultura nos ha acostumbrado a buscar respuestas en nosotros mismos. “Conócete a ti mismo”, decía Sócrates. Sin embargo, ese llamado a la introspección no es tan sencillo como parece. Porque ¿cómo conocerse cuando todo lo que sentimos está envuelto en capas de juicios, experiencias pasadas y mecanismos de defensa? Pensamos que sentimos “enojo”, pero debajo quizá había tristeza o miedo. Creemos estar “felices”, pero en realidad estamos evitando enfrentar una realidad incómoda.

Las emociones son como corrientes submarinas: invisibles a simple vista, pero responsables de mover el océano entero de nuestras decisiones, pensamientos y acciones.

Lo único que nos ofrece un espejo emocional son nuestras reacciones. Aquello que decimos sin pensar, ese tono que usamos cuando sentimos amenaza, esa lágrima que cae sin permiso. La reacción es el contorno que revela la forma de lo que está adentro. Y muchas veces, nos sorprende.

¿Por qué reaccioné así? ¿Por qué me dolió tanto ese comentario? ¿Por qué me quedé paralizado cuando tenía que hablar? Son preguntas que surgen cuando la reacción ya ha ocurrido, y que nos enfrentan al hecho de que, quizás, no sabíamos lo que sentíamos en realidad.

Una emoción no expresada no desaparece. Se acumula. Se transforma. Se adapta al entorno, cambia de máscara. Puede convertirse en un dolor de estómago, en una insatisfacción laboral, en una distancia emocional con quienes amamos. Y un día, sale. Sin previo aviso.

Como la erupción de un volcán, la emoción contenida puede emerger con fuerza, destruyendo lo que está cerca, alterando vínculos, paralizando proyectos. El problema no es la explosión, sino el silencio que la precedía. El desconocimiento del fuego que crecía bajo la superficie.

No es vivir constantemente autoanalizándose. No es convertirse en terapeuta de uno mismo. Conocerse emocionalmente es aprender a escuchar. A detectar las señales sutiles: cómo cambia la respiración ante una situación incómoda, qué pensamientos se repiten cuando estamos ansiosos, qué palabras nos duelen más de lo que esperábamos.

Es observar la reacción y preguntarse con curiosidad (y sin juicio) qué emoción la provocó. Es permitir que la emoción se nombre sin miedo. “Estoy celoso”, “Me siento rechazado”, “Tengo miedo de fracasar”. Y en esa honestidad, descubrirse.

Este viaje requiere valentía. Porque al reconocerse emocionalmente, uno puede enfrentarse a verdades incómodas. Tal vez no somos tan seguros como aparentamos. Tal vez no hemos perdonado lo que decíamos haber superado. Tal vez aún sentimos dolor por algo que ocurrió hace años.

Pero también es un camino hacia la libertad. Porque al conocer las emociones que nos habitan, dejamos de ser esclavos de las reacciones. En vez de vivir en modo automático, reaccionando como siempre, empezamos a elegir. A responder desde la conciencia.

Aunque el espejo no nos muestra todo, sigue siendo una herramienta valiosa. Las reacciones, aunque imperfectas, son pistas. Y si las observamos con atención, nos dan claves sobre quiénes somos realmente, emocionalmente.

Lo importante es no confundir el reflejo con la verdad completa. No asumir que una reacción de rabia significa que somos personas violentas, ni que un momento de tristeza define nuestra identidad. Somos mucho más que las respuestas momentáneas. Somos el paisaje interior que esas reacciones revelan.

Tal vez nunca nos conozcamos por completo, ni física ni emocionalmente. Tal vez siempre haya una parte de nosotros oculta, como la cara que nunca vemos directamente en el espejo. Pero eso no significa que no podamos acercarnos.

Con cada emoción reconocida, con cada reacción analizada con amor, construimos un mapa de nuestro universo interno. No es perfecto, ni completo. Pero es nuestro. Y al caminarlo, al explorarlo con curiosidad, aprendemos a vivir con mayor autenticidad.