El mayor número de los males que
sufre el hombre
proviene del hombre mismo.
Cayo Plinio El joven
El mayor peligro con el que se puede
encontrar el ser humano, para preservar en perfecto estado su salud física,
mental y emocional, para su propio crecimiento, para su felicidad, su
estabilidad y su alegría, para conseguir vivir una vida serena, tranquila y en
paz, es él mismo. Pero no es que solo sea el mayor peligro, realmente es el
único peligro.
El auténtico
depredador para el ser humano no es un animal, no es una circunstancia, ni tan
siquiera es otro ser humano, es él mismo. Nada ni nadie es tan corrosivo ni tan
dañino como lo es el ser humano consigo mismo.
Si hablamos únicamente
del cuerpo, de la materia, el ser humano, al que le asusta la enfermedad y le
aterra la muerte, es incapaz de llevar una vida sana y saludable para preservar
su salud. Es incapaz, por ejemplo, de ejercitar el cuerpo, de mantener activos
los músculos, de mantener en buen estado sus articulaciones y elásticos sus
tendones, cuando lo hace, no es pensando en la salud, es, en la inmensa mayoría
de las personas, pensando en la belleza. Y sucede lo mismo con la alimentación.
La alimentación que es fuente de recepción de nutrientes para la preservación
saludable del cuerpo, se convierte en una de las causas de enfermedad, por la
gran cantidad de toxinas que se injieren o por la sobrealimentación. Alcohol,
drogas y tabaco son la guinda del pastel con la que se adorna la sin razón: No
quiere el ser humano envejecer, no quiere enfermar, no quiere morir, pero todas
sus acciones están encaminadas a eso, a acelerar el proceso natural de
deterioramiento del cuerpo.
Lo mismo
ocurre en relación con los pensamientos. Un alto porcentaje de personas conoce
la fuerza de su mente, conoce el poderío de su pensamiento, y sin embargo, se
dejan dominar cual bebés por pensamientos repetitivos, pensamientos, que solo
de pensar, valga la redundancia, en lo aburridos que son, sería suficiente para
desterrarlos para siempre, pero no, el ser humano sigue dándole vueltas a sus
obsesiones hasta enfermar. Porque son esos pensamientos los que alimentan las
emociones que terminan de destruirle. Miedo, rencor, ira, frustración,
ansiedad, culpabilidad y un sinfín más de emociones negativas que parecen el
cortejo impenitente que acompaña a cada ser humano en su deambular por la vida.
El ser humano se destruye a si mismo,
destruye todo lo que le rodea y le da vida, destruye su hábitat con verdadera
saña, como si odiara el paraje en el que vive, destruye a las criaturas que le
acompañan y viven con él. Acaba con las plantas que son su abrigo, su alimento
y medicina, sin el menor agradecimiento, sin la más mínima consideración.
Destruye y aniquila. Bombardea la tierra y todo ser vivo que se le atraviese
con fuerza destructora.
Pero la causa principal de tanta
sinrazón solo es la falta de voluntad. El ser humano es capaz de matarse a sí
mismo, a pesar del terror que le tiene a la muerte por su incapacidad para ponerle
coto a su mente, por su incapacidad para dominar el pensamiento, por su
incapacidad para dominar sus malos hábitos, por su incapacidad para cambiar sus
costumbres insanas.
Todo esto, unido a su insaciable
ansia de poder hacen de los seres humanos, los seres racionales, los seres
superiores de la Creación, auténticas alimañas.
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