El ego, en su
incesante monólogo, pretende dominar cada momento. Sin embargo, su discurso es
efímero y provisional. La voz definitiva pertenece al alma, esa esencia
profunda que resuena en armonía con la melodía divina.
Cuando el ego se sumerge en el silencio, los sutiles susurros del alma se vuelven audibles, revelando una claridad serena y misteriosa. Este murmullo, tan frágil como un soplo de viento, es lo que llamamos intuición. Es la brújula interna que nos guía hacia lo eterno, hacia lo más puro de nuestra existencia.
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