Lo primero que se podía apreciar en
Yerena era su hermosura, pero al segundo siguiente su hermosura quedaba
eclipsada por su inteligencia, por su carácter y por su determinación. Y como
una guinda adornando el pastel, la personalidad de Yerena, que lo llenaba todo,
estaba adornada por un poder sobrenatural que se concretaba en su habilidad
para curar, para predecir el futuro o para ponerse en contacto con los
espíritus.
Todo parecían virtudes en Yerena, sin
embargo, no era oro todo lo que relucía. Yerena, hija de un señor feudal en la
Alemania medieval, utilizaba sus poderes para su propia satisfacción, sobre
todo, para satisfacer a su ego acumulando una conquista tras otra, embaucando a
cualquier hombre del que se encaprichara, ya fuera caballero o campesino, ya
estuviera libre o comprometido.
Cierto día paseando por los jardines
del palacio de su padre, se encontró con Ermo que se encontraba arreglando las
plantas. Ermo era un hombre joven, guapo, fuerte, y nada más verle una
corriente de energía circuló por el cuerpo de Yerena. Se acercó y estuvo observándole
mientras trabajaba, a la vez que pensaba, “este hombre ha de ser para mí”.
No le importó que Ermo tuviera una
esposa a la que amaba, ni le importó que tuviera tres hijos de corta edad. Le
acechó, le hechizó, contactó con espíritus de la oscuridad para que la ayudaran
en su propósito. Y así, dos meses después podía consumar su capricho.
La esposa de Ermo lloró y suplicó, sin
entender el cambio que había ocurrido en su esposo. La desesperación la estaba
dejando exhausta, y no podía permitírselo, porque tenía que sacar adelante a
sus tres hijos, de los que Ermo parecía, en su embrujo, haber olvidado.
-
Mira a los ojos a Ermo,
le dije a Adelaida, a ver si te recuerda a alguien de esta vida actual.
Adelaida estaba en regresión y había acudido a la
consulta para tratar de entender porque su esposo, con el que llevaba dieciocho
años de feliz matrimonio, de la noche a la mañana, hace tres meses, se fue de
casa para irse a vivir con otra mujer.
-
Es mi actual esposo, contestó
Adelaida.
- Y mira ahora a la
esposa de Ermo, a ver si te recuerda a alguien, aunque de sobre conocía la
respuesta.
-
Si, contestó, es
Silvia, la nueva pareja de mi esposo.
El entendimiento de Adelaida fue total. En una vida
anterior ella fue Yerena, la que cautivó a Ermo para que se fuera con ella
abandonando a su esposa. En la actualidad se habían invertido los papeles: Ella
era la abandonada.
Fuera ya de la regresión:
-
¿Has comprendido como
funciona al Karma?, pregunté.
-
Completamente, contestó,
pero ahora ¿qué?, vamos a estar así eternamente quitándonos el marido la una a
la otra.
-
No, le dije, hay que
romper ese círculo. Y ahora está en tu mano romperlo. Perdona a tu esposo y a
su nueva pareja hasta que no quede en tu interior ni un ápice de ira, de rabia,
de pena, de tristeza o de rencor. Tienes que conseguir pensar en ellos sin
ninguna emoción negativa, a pesar, incluso, de lo que hagan o digan a partir de
ahora. Lo bueno sería que pensaras en ellos con amor, pero no me atrevo a
pedirte tanto. Cuando ya no quede ningún resto de emoción negativa en tu
interior habrás cerrado ese capítulo para siempre.
-
Si se negara a pasar la pensión o hicieran
alguna otra cosa que pudiera afectarnos negativamente, preguntó.
-
Para eso están las
leyes de los hombres, le respondí. Denuncia todo lo que creas que tienes que
denunciar, pero no te mantengas anhelante con su resolución, ni anheles una
sentencia determinada. Con tu deseo de venganza solo mantienes abierto el
círculo del Karma.
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