Querido
Dios:
¡Gracias!
Hay un punto en tu
contestación que me ha llenado de dudas. Es cuando hablas del juicio a los
demás.
Dices que no
debemos juzgar a ninguno de nuestros hermanos, porque nadie ha venido a hacer
de juez, y específicas que ni Tú mismo, que eres el Creador lo haces.
Con respecto a
nosotros, los seres humanos, lo tengo claro, porque soy consciente de que
juzgar, opinar y criticar, es nuestro deporte favorito y, además, universal.
Soy consciente de que existen muy pocas conversaciones en las que no se juzgue
a alguien, o no se le critique, o no se opine sobre lo que sería mejor para la
vida de esa persona.
Pero con respecto
a la aseveración de que Tú no juzgas, me deja un poco perplejo, teniendo en
cuenta que, en las religiones más importantes, según el número de seguidores,
nos hablan de no ofenderte y de pedirte perdón para no condenarnos.
Incluso esas
ofensas tienen un nombre, se denominan pecado y, en la definición de la palabra
entras Tú por la puerta grande, porque dicen que “el pecado es una trasgresión voluntaria de los mandamientos religiosos
o divinos”, o que “el pecado es una
ofensa a Dios. Es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta. Es
faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo”, o que “es una desviación moral del ser humano que
lo lleva a una conducta ofensiva a los ojos de Dios. El pecado impide la
relación con Dios” o, también, que “es
una acción deliberada y engañosa, contraria a la voluntad de Dios expresada en
la Ley”.
Mi opinión es que
lo que denominan pecado sólo es un intento más de dominio y manipulación de las
distintas religiones, a través del miedo.
Tus representantes
en la Tierra nos están engañando y, ya sé que lo permites, porque lo permites
todo y porque ellos tienen la misma libertad de elección que tenemos todos los
demás, pero estoy convencido, que esas nefastas enseñanzas están sumiendo en el
sufrimiento a miles de personas, pensando que podrían morir, en cualquier
momento, yéndose de cabeza al fuego eterno, que es otro de sus eslóganes
favoritos.
Yo, personalmente,
de niño, cuando aún no reflexionaba por mi cuenta, estaba aterrado, hasta que
fui aprendiendo a pensar con detenimiento, utilizando la lógica del Amor, lo
que me llevó al abandono de prácticas religiosas que, en lugar de serenarme, me
mortificaban por algo de lo que no me sentía culpable, como eran unos
pensamientos que nadie me había enseñado a dominar.
No sé si, en esos
casos, tienen ellos una penalización añadida, por la grave responsabilidad que
entraña debido a su condición de guías espirituales y, nosotros, pobres
pecadores, una disminución del posible castigo.
Con la religión me
pasa lo mismo que con la política. Siempre me he preguntado para qué son
necesarias tantas opciones políticas, si se supone que el objetivo de cada una
de esas opciones es conseguir una vida más cómoda, con igualdad de
oportunidades, para todos los ciudadanos. Lo mismo me pasa con la religión, si
lo que cada una de ellas espera conseguir es acercar a las personas a la
Divinidad, ¿por qué hay tantas, y tan dispares las unas de las otras?
En realidad, la
respuesta no parece tan difícil. La política y la religión son dos profesiones
como lo pueden ser el derecho o la arquitectura y, al ser un oficio, se olvidan
del ser humano para conseguir el propio beneficio.
Es terrorífico,
que las dos actividades que se anuncian como los adalides del bienestar del ser
humano, una dedicada a la materia y la otra al espíritu, sean las promotoras de
las guerras, la desigualdad, la discriminación y la miseria, cuando deberían
reconocer y respetar la dignidad de todo ser humano, sin distinción de raza,
sexo, edad, nacionalidad o credo. Deberían de promover la justicia, la paz, la
solidaridad, la libertad y el desarrollo integral de las personas y de los
pueblos. Deberían saber dialogar, escuchar, colaborar y aprender de los demás,
sin imponer sus ideas o intereses. Deberían tener una visión global y
trascendente de la realidad, y no conformarse con lo superficial o lo
inmediato, sino que busquen el sentido profundo y último de la vida. Deberían esforzarse
por vivir coherentemente con los principios y valores, con honestidad,
humildad, generosidad y compasión.
Pero no ocurre
así. Parece que las personas no son su objetivo prioritario.
Con respecto a
cambiar y a tomar una decisión diferente, para aliviar el sufrimiento, aunque
reconozco que tienes toda la razón, supongo que estarás de acuerdo conmigo en
que, a veces, muchas más de las que nos gustaría a los seres humanos, es muy
difícil realizar el cambio.
Te pongo un
ejemplo, el padre que sufre porque no tiene trabajo ni, por supuesto, dinero
para alimentar a sus hijos. No se me ocurre cual podría ser el posible cambio
aparte, claro está, de seguir buscando trabajo.
Gracias Señor.
CARTAS A DIOS - Alfonso Vallejo
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