Querido Dios
Si todo lo que nos sucede a los seres humanos es el resultado del Plan individual que cada alma ha organizado de manera minuciosa, como herramientas para su propio crecimiento espiritual, una serie de preguntas surge inevitablemente en mi mente y en mi corazón: ¿Para qué rezar? ¿Para qué pedir? Incluso, ¿para qué agradecer si, al final, aquello que llamamos "bueno" o "malo" no es un mérito o una responsabilidad tuya, sino una consecuencia de nuestros propios designios y elecciones?
Se dice que cada
experiencia, por más insignificante o dolorosa que parezca, tiene un propósito
profundo en el viaje del alma. Cada dificultad, cada alegría, cada encuentro,
está tejido en nuestras vidas con el hilo de nuestras decisiones previas y
nuestras necesidades evolutivas. Pero entonces, si ya hemos establecido este
plan antes de descender a este mundo, ¿Cuál es el rol del rezo en nuestras
vidas? ¿Es el rezo simplemente un eco de nuestro anhelo, un espacio donde nos
reconectamos con la divinidad en nosotros mismos, más que un grito hacia el
cielo buscando intervención?
Me detengo a pensar en
el acto de pedir. ¿Pedir es acaso una expresión de humildad, un reconocimiento
de nuestra vulnerabilidad, aunque sepamos que el curso de los eventos está
decidido? ¿Es una forma de hablar contigo, incluso si la respuesta no reside en
un cambio externo sino en la transformación interna que ocurre al poner
nuestros deseos y miedos en palabras? Y si es así, ¿somos conscientes de que el
pedir no cambia el rumbo de los acontecimientos, sino que transforma el modo en
que los enfrentamos?
Y, sobre el
agradecer... Si las bendiciones que recibimos son, en realidad, los frutos de
lo que hemos sembrado en otros tiempos, ¿qué significa entonces darte las
gracias? Tal vez la gratitud hacia Ti no sea tanto por las cosas buenas que nos
suceden, sino por la creación misma, por esta gran estructura que nos permite
aprender y evolucionar. Tal vez el agradecimiento no es por el resultado de
nuestras elecciones, sino por la posibilidad de hacerlas, por el libre
albedrío, por la capacidad de experimentar el amor, el dolor, la duda, la fe.
Querido Dios, ¿eres
entonces un testigo silencioso de nuestro andar, una fuerza que todo lo
sostiene sin intervenir directamente? ¿O acaso tu intervención es sutil, oculta
en la sincronicidad de los momentos, en los gestos amables de los desconocidos,
en los pequeños milagros que a veces damos por sentado? Si todo está escrito y,
a la vez, todo es un campo de posibilidades, ¿en dónde termina el Plan y
comienza tu misterio?
Rezar, pedir,
agradecer... quizá no lo hacemos para cambiar lo externo, sino para
transformarnos internamente. Tal vez, en el acto de dirigirnos a ti,
encontramos un espejo que nos muestra quiénes somos y qué es lo que más
valoramos. Porque, al final, aunque nuestras almas tengan un plan, tú sigues
siendo el faro al que miramos en la tormenta, el refugio al que volvemos cuando
necesitamos recordar que, incluso en medio de la incertidumbre, nunca estamos
verdaderamente solos.
Gracias Señor, gracias
por escucharme, gracias por estar ahí.
CARTAS A
DIOS-Alfonso Vallejo
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