Querido Dios
Estoy convencido de
que mientras una parte de la humanidad te venera y encuentra en Ti consuelo y
fortaleza, otra te ignora como si no existieras, y muchos otros, desesperados
por el sufrimiento que enfrentan, te critican y te culpan. No comprenden por
qué a ellos les ha tocado lidiar con las circunstancias más dolorosas de la
vida: enfermedades que minan el cuerpo y el espíritu, o la muerte desgarradora
de un ser querido. Tampoco es fácil entender la razón por la cual algunos deben
convivir con una soledad asfixiante o con la miseria más absoluta que roba la
dignidad.
Incluso, es posible
que entre aquellos que sufren se encuentren personas buenas y honestas,
personas que siguen fielmente las enseñanzas que, según se dice, los acercan a
Ti. Son almas llenas de fe que practican la caridad, que llevan una vida
íntegra y que se esfuerzan por hacer el bien. Sin embargo, parece que esto no
basta para evitar el sufrimiento. Te elevan oraciones desesperadas, te dedican
plegarias llenas de esperanza y realizan promesas a cambio de un poco de salud,
de consuelo o de justicia. Y cuando no ven respuesta, cuando el dolor persiste
y las lágrimas no cesan, muchos de ellos te responsabilizan de su sufrimiento.
Porque si Tú, como nos han enseñado, eres omnipotente y lo puedes todo, ¿Cómo
permites que ocurran tantas injusticias? ¿Cómo consientes, siendo tan poderoso,
que reine el dolor?
Entiendo, o al menos
quiero pensar, que el mundo en el que vivimos está afectado por la codicia, la
imperfección y el egoísmo humano. Estos factores hacen que la enfermedad, el
dolor y el sufrimiento sean parte de nuestra experiencia en este mundo
imperfecto. Pero esto no todos lo comprenden. No es fácil para alguien que ha
perdido todo, o que vive en un sufrimiento constante, encontrar razones o
explicaciones que justifiquen tanta injusticia.
A estas personas les
han enseñado que eres un Padre amoroso, un Dios que está en los cielos velando
por cada uno de nosotros con infinito amor. Nos han dicho que cuidaste de los
más desprotegidos y que extendiste tus manos hacia los necesitados. Pero si
realmente eres un Padre, ¿Qué clase de padre permite que sus hijos sufran
tanto? ¿Qué clase de amor es aquel que tolera el dolor, la tragedia y la
desesperanza?
Y no solo está el
dolor individual que cada persona lleva consigo, sino también el sufrimiento
colectivo que se abate sobre pueblos enteros. Permites que ocurran guerras
devastadoras, plagas que arrasan con la vida, terremotos que destruyen hogares
y ciudades, inundaciones que se llevan todo a su paso. ¿Por qué permites que el
mundo, tu creación, sea escenario de tanto sufrimiento?
Me atrevo a
reflexionar, querido Dios, no desde la irreverencia, sino desde la búsqueda
honesta de respuestas. Tal vez haya algo que nuestra limitada comprensión
humana no alcanza a ver. Tal vez el sufrimiento tenga un propósito más allá de
lo que alcanzamos a entender. Pero mientras tanto, aquí seguimos, con preguntas
que no siempre encuentran respuestas, con corazones que, a pesar de todo,
anhelan creer en Ti, en tu amor y en tu propósito para nuestras vidas.
Gracias Señor.
CARTAS A DIOS-Alfonso
Vallejo
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