Cuantas
veces nos hemos encontrado, ante cualquier adversidad, diciéndonos a nosotros
mismos o clamando a Dios, elevando los ojos al cielo, ¿Por qué a mí, si soy una
buena persona, ayudo a los demás, y no he hecho nada malo?
Cuando hacemos estas preguntas, es porque
tenemos la creencia de que nuestra vida comienza con el nacimiento, y va a
terminar con la muerte del cuerpo. No somos conscientes de que hemos tenido
muchas vidas, no somos conscientes de que existe vida antes del nacimiento y
existe vida, también, después de la muerte. No somos conscientes de que nuestra
vida actual solo es un continuo desde nuestra primera vida en la Tierra, hace
muchos, muchos años.
No tenemos
conciencia de que cuando estamos al otro lado de la vida, antes de volver a la materia
en una nueva encarnación, organizamos junto a los Señores del Karma, la que
será una nueva vida en la Tierra.
En esa
planificación se define la misión principal, se definen los aprendizajes, se
definen las deudas kármicas que vamos a tratar de cancelar en la nueva vida, se
define, en suma, la razón de esa vida. Y para llevar a buen puerto toda esa
declaración de intenciones, se organiza lo que podríamos denominar como Plan de
Vida o Contrato Divino, en el que aparece reflejado todo lo necesario para
llevar a cabo la tarea establecida: el sexo, el lugar de nacimiento, los
padres, los encuentros, las interacciones, las circunstancias que vamos a
vivir, etc., etc., etc.
Una vez
firmado el Contrato Divino, llegamos a la Tierra.
Es una
lástima que una mente tan poderosa como la nuestra no sea capaz, una vez en la
vida, de recordar nada de lo que hay al otro lado, teniendo en cuenta además, que
para más “inri”, si venimos a la Tierra es porque hemos decidido vivir, nadie
nos obliga, es nuestra voluntad la que nos hacer encarnar una y otra vez. Y
parece bueno que así sea, que la mente no recuerde que hay al otro lado de la
vida, ya que de recordar algo de lo que dejamos atrás, más de uno, viendo lo
que se le avecina, renunciaría a esa nueva vida para volver a casa, para volver
a la vida del alma.
¡Qué difícil
es llevar a cabo nuestra misión!, sobre todo teniendo en cuenta que nuestra
“hoja de ruta” no es un papel manuscrito, no es una agenda en la que están
marcadas las acciones a llevar a cabo cada día, sino solamente algo que parece
salir a la luz desde el corazón, es la intuición. Pero los seres humanos no
estamos acostumbrados a escuchar al corazón, entre otras razones porque nadie
nos lo ha enseñado, y de inmediato, pasamos a filtrar la intuición por el arel
de la mente, que de manera inmediata la desecha, al catalogarla como una locura
que no podría ser aceptada ni por la sociedad, ni por nuestro entorno más
próximo.
En estas
condiciones es muy difícil, por no decir imposible seguir los dictados del
corazón y sus intuiciones. Y, sin embargo, esta es la única información de la
que podemos disponer para llevar a cabo nuestra tarea.
No hemos,
por tanto, de lamentarnos ante la adversidad, ni, por supuesto, pedirle cuentas
a Dios. ¡Está en nuestro Contrato!, está la enfermedad incurable, está la
bancarrota en los negocios, está el engaño de los amigos. Ante cualquier situación,
antes de culpabilizarnos a nosotros mismos o a Dios, busquemos el camino del
corazón a través del silencio. La información llegará a nosotros.