Viernes 3 de enero 2025
Nunca se es demasiado
viejo para marcarte un nuevo objetivo o para tener un nuevo sueño.
(Clive
Staples Lewis, escritor y teólogo)
Durante
los últimos 33 años, me he mirado al espejo
todas
las mañanas y me he preguntado:
“Si
hoy fuese el último día de mi vida,
¿querría
hacer lo que voy a hacer hoy?”.
Si
la respuesta era “no” durante varios días seguidos, entonces sabía que tenía
que cambiar algo.
(Steve
Jobs, empresario).
Sé
el cambio que quieres ver en el mundo.
(Mahatma
Gandhi, político, filósofo y abogado).
Han transcurrido
trescientos cincuenta y nueve días desde la última vez que el Babau se asomó a
las páginas de su diario. A pesar de haber sido un año intenso, colmado de
experiencias suficientes para llenar innumerables páginas, parece que la
desgana y la desubicación se han apoderado de él, como él mismo afirma.
Por ello, he decidido
tomar su lugar y convertirme en su amanuense. Pero no estoy aquí para
simplemente transcribir sus palabras o recopilar su vida, sino para ser la mano
ejecutora de sus avatares y plasmar en el papel cada fragmento de su
existencia.
No parecía que hubiera
cambiado mucho en su pensamiento y estado emocional desde la última vez que
escribió. Hace un año, él mismo definía su estado como un vacío existencial,
una falta de sentido, propósito e ilusión por la vida. Y sí, doy fe: sigue
igual. Sin embargo, en estos primeros compases del año, que marca el cuarto de
siglo, parece, en los tres días que llevamos del nuevo año, que algo empieza a
cambiar en él. Todo fue debido a una serie de pensamientos que aparecieron en
el momento de tomar las uvas con las campanadas que marcaban el tránsito entre
el año que finaliza y el nuevo. En realidad, no fue un pensamiento, fueron doce
pensamientos.
El Babau tenía la
costumbre de pedir un deseo con cada una de las uvas que iba comiendo al compás
de las campanadas, pero este año, en lugar de ir pidiendo deseos de manera
atropellada mientras engullía las uvas, con la primera campanada apareció en su
mente un pensamiento: Pedir un deseo es la tontería más grande del mundo. Es
bueno tener un deseo, pero en lugar de pedirlo y dejarlo ahí, colgado en la
nada, que es la mejor manera de que el deseo no se materialice, lo que se ha de
hacer es trabajar para hacerlo realidad. Como decía Einstein: “No podemos pretender
que las cosas cambien si seguimos haciendo lo mismo”.
Con la segunda
campanada, otro pensamiento apareció en su mente: Estás donde tienes que estar,
haciendo lo que tienes que hacer. Y este pensamiento le trajo una calma
inesperada. Comprendió que cada paso, cada decisión, había sido necesaria para
llegar a este momento. No había errores, solo lecciones. Cada desafío
enfrentado, cada lágrima derramada, todo formaba parte de un plan mayor que aún
no podía comprender del todo.
La tercera campanada
resonó y otro pensamiento se deslizó en su mente: El cambio comienza desde
dentro. Si quería ver un cambio en su vida, primero debía cambiar su
perspectiva. La manera en que veía el mundo era un reflejo de su estado
interior.
Con la cuarta
campanada, vino la realización de que el tiempo es su aliado, no su enemigo.
Cada día era una oportunidad para crecer, para aprender y para acercarse más a
sus objetivos. No tenía sentido apresurarse o desesperarse, porque cada cosa
tenía su momento perfecto para florecer.
La quinta campanada le
recordó que las conexiones humanas son fundamentales. Sus relaciones con los
demás eran un espejo de su relación consigo mismo. Debía nutrir sus vínculos,
ser más compasivo y abierto a las experiencias compartidas.
Al sonar la sexta
campanada, comprendió que la gratitud transforma la vida. Agradecer por lo que
tenía, por las personas a su alrededor y por las experiencias vividas, le daba
una nueva perspectiva. La gratitud le llenaba de energía positiva y renovaba su
esperanza.
Con la séptima
campanada, se dio cuenta de que el perdón libera. Perdonarse a sí mismo por sus
errores y perdonar a los demás le daba una sensación de libertad que nunca
había experimentado. El rencor solo envenenaba su alma.
La octava campanada
trajo consigo el pensamiento de que la pasión es el motor de la vida. Encontrar
aquello que le apasionaba y dedicarle tiempo y esfuerzo era esencial para
sentir que su vida tenía propósito y significado, a pesar de los años.
Al llegar la novena
campanada, entendió que la autenticidad es poderosa. Ser fiel a sí mismo, sin
máscaras ni pretensiones, le permitía vivir de manera más plena y en armonía
con sus verdaderos deseos y valores.
Con la décima
campanada, le llegó la convicción de que cada fracaso es una oportunidad. Los
tropiezos y caídas eran parte del camino hacia el éxito. Cada error era una
lección valiosa que le acercaba más a sus objetivos.
La undécima campanada
le trajo la claridad de que la paciencia es una virtud. No todo llegaría en el
momento que él deseara, pero confiar en el proceso y mantener la calma era
fundamental para no desfallecer.
Y finalmente, con la
duodécima campanada, comprendió que él era el arquitecto de su propio destino.
Cada pensamiento, cada acción, moldeaba su futuro. Tenía el poder de cambiar su
vida, de construir un camino lleno de sentido y propósito. Solo necesitaba
creer en sí mismo y dar cada paso con determinación.